​El calvinismo pone fin al desprecio por el mundo, a la negligencia de lo temporal y a no subestimar los asuntos del Universo. La vida cósmica recibió nuevamente su valor, no a expensas de las cosas eternas, sino en virtud de su calidad adquirida como una obra hecha de las manos de Dios y como revelación de los atributos de Dios.

​Ahora dejo mi primer punto, que el calvinismo incentivó el amor a la ciencia, y procedo al segundo, que el calvinismo restauró para la ciencia su dominio. Con esto quiero decir que la ciencia cósmica se originó en el mundo grecorromano; que en la Edad Media el cosmos desapareció debajo del horizonte para dirigir la atención de todos hacia la vista distante de la vida futura; y que fue el calvinismo que, sin perder de vista lo espiritual, instó a una rehabilitación de las ciencias cósmicas. Si fuéramos obligados a elegir entre el buen gusto cósmico de Grecia con su ceguera para las cosas eternas, y la Edad Media con su ceguera para las cosas cósmicas, pero su amor místico por Cristo, entonces seguramente cada hijo de Dios se uniría con Bernardo de Clairvaux y con Tomás De Aquino, en lugar de Heráclito y Aristóteles. El peregrino que camina por el mundo sin preocuparse por su protección y destino, nos presenta una figura más ideal que el griego mundano que buscaba religión en la adoración de Venus o de Baco, que se aduló a sí mismo en la veneración de los héroes, y que rebajó su honor varonil en la veneración de las prostitutas. De ninguna manera estoy sobreestimando el mundo clásico. Pero con todo esto, aseguro que únicamente Aristóteles sabía más acerca del cosmos que todos los padres de la iglesia juntos; que bajo el dominio del islam florecía una ciencia cósmica mejor que en las escuelas de las catedrales y los monasterios de Europa; que el redescubrimiento de los escritos de Aristóteles fue el primer incentivo para estudiar; y que solo el calvinismo, por medio de su principio dominante que nos insta siempre a regresar desde la cruz a la creación, y por medio de su doctrina de la gracia común, abrió nuevamente para la ciencia el campo amplio del cosmos, ahora iluminado por el Sol de Justicia, de quien las Escrituras testifican que en Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Entonces nos detendremos aquí, para considerar primero este principio general del calvinismo, y después la doctrina de la gracia común.

Todos están de acuerdo con que la religión cristiana es substancialmente soteriológica. ¿Qué tengo que hacer para ser salvo?, fue por todas las épocas la pregunta del buscador ávido, que requiere una respuesta por encima de todo lo demás. Esta pregunta no es entendible para aquellos que no quieren considerar el tiempo a la luz de la eternidad, y que están acostumbrados a pensar en esta tierra sin conexión orgánica y moral alguna con la vida futura. Pero naturalmente, donde aparecen dos elementos, como en este caso, el pecador y el santo, lo temporal y lo eterno, la vida terrenal y la vida celestial, allí hay siempre un peligro de perder de vista la interconexión entre ellos, y de falsificar a ambos por error o parcialidad. El cristianismo no escapó de este error. Un concepto dualista de la regeneración rompió entre la vida de la naturaleza y la vida de la gracia. Por su contemplación demasiado intensa de las cosas celestiales, descuidó el mundo de la creación de Dios. Por su amor exclusivo de las cosas eternas, se atrasó en el cumplimiento de sus deberes temporales. Descuidó el cuerpo porque cuidó demasiado del alma. Y este concepto unilateral ha llevado a más de una secta a una adoración mística de Cristo solo, excluyendo a Dios el Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Cristo fue percibido exclusivamente como el Salvador, y su significado cosmológico se perdió de la vista.

Este dualismo, sin embargo, no encuentra ningún apoyo en la Sagrada Escritura. Cuando Juan describe al Salvador, nos dice primero que Cristo es «el Verbo eterno, por quien todas las cosas fueron hechas, y quien es la vida de los hombres». Pablo también testifica que «todas las cosas fueron creadas por Cristo y subsisten por Él»; y además, que la obra de redención no es limitada a la salvación de pecadores individuales, sino que se extiende a la redención del mundo, y a la reunión orgánica de todas las cosas en el cielo y en la tierra bajo Cristo, su cabeza original. Cristo mismo habla no solamente de la regeneración de la tierra, sino de una regeneración del cosmos (Mateo 19:28). Pablo declara: «La creación entera suspira, esperando la manifestación gloriosa de los hijos de Dios.» Y cuando Juan en Patmos escuchaba los himnos de los querubines y de los redimidos, toda honra, alabanza y gratitud se dio a Dios, «quien creó el cielo y la tierra.» El Apocalipsis regresa al punto de partida de Génesis 1:1 – «En el principio, Dios creó el cielo y la tierra.» De acuerdo con ello, el resultado final del futuro como las Escrituras lo presentan, no es una existencia meramente espiritual de almas salvadas, sino la restauración del cosmos entero, cuando Dios será todo en todos bajo el cielo renovado en la tierra renovada. Este significado amplio, cósmico, todo abarcador del Evangelio fue captado nuevamente por Calvino; captado como el resultado no de un proceso dialéctico, sino de la impresión profunda de la majestad de Dios, que había moldeado su vida.

Por cierto, nuestra salvación es de un peso substancial; pero no se puede comparar con el peso mucho más grande de la gloria de Dios, quien reveló Su majestad en Su creación extraordinaria. Esta creación es obra de Sus manos, y al ser manchada por el pecado, se abrió el camino para una revelación todavía más gloriosa en su restauración; pero la restauración es siempre la salvación de lo que fue creado primero, la justificación de la obra original de nuestro Dios. Los hombres y los ángeles alabarán siempre a Cristo como mediador; pero aun esta obra como mediador tiene como fin la gloria del Padre; y no importa cuan grande será el esplendor del reino de Cristo, Él lo entregará finalmente a Dios el Padre. Él sigue siendo nuestro abogado ante el Padre; pero la hora llegará cuando Su intercesión por nosotros acabará, porque conoceremos en aquel día al Padre que nos ama. Por tanto, el calvinismo pone fin al desprecio por el mundo, la negligencia de lo temporal y a subestimar lo que tiene que ver con el cosmos. La vida cósmica recibió nuevamente su valor, no a expensas de las cosas eternas, sino en virtud de su calidad como obra de las manos de Dios y como revelación de los atributos de Dios.

Dos hechos seran suficientes para impresionarles con la verdad de esto. Durante la plaga terrible que una vez devastó Milán, el amor heroico del cardenal Borromeo brilló en sus atenciones a los moribundos; pero durante la plaga que atormentó a Ginebra en el Siglo XVI, Calvino actuó mejor y más sabiamente, porque no solamente se preocupó de forma continudada por las necesidades espirituales de los enfermos, sino que al mismo tiempo introdujo medidas higiénicas que lograron detener la plaga.

El segundo hecho que quiero mencionar no es menos notable. El predicador calvinista Pedro Plancio de Ámsterdam era un predicador elocuente, un pastor sin igual en su consagración a su obra, sobre todo en la lucha eclesiástica de sus días; pero al mismo tiempo era el oráculo de los dueños y capitanes de embarcaciones, por causa de sus conocimientos geográficos extensos. La investigación de las líneas de longitud y latitud del globo terráqueo, en su entendimiento, era uno con la investigación de lo ancho y lo largo del amor de Cristo. Se vio a sí mismo puesto ante dos obras de Dios, una en la creación, la otra en Cristo, y en ambas adoraba esta majestad del Dios Todopoderoso, que transportó su alma al éxtasis.

En esta luz, merece especial atención que nuestras mejores Declaraciones de Fe calvinistas hablan de dos medios por los cuales conocemos a Dios, las Escrituras y la naturaleza. Y es aun más notable que Calvino, en lugar de tratar la naturaleza como un asunto marginal como tantos teólogos lo hacían, comparó las Escrituras con un par de lentes que nos capacitan para descifrar nuevamente los pensamientos divinos, escritos por la mano de Dios en el libro de la naturaleza, que había sido distorsionado a consecuencia de la maldición. Entonces desapareció toda posibilidad de pensar que aquel que se ocupaba con la naturaleza, desperdiciaría sus capacidades en la búsqueda de cosas vanas. Al contrario, se percibía que, por causa de Dios, no debemos retirar nuestra atención del estudio de la naturaleza y de la creación; el estudio del cuerpo ganó nuevamente su lugar de honor al lado del estudio del alma; y la organización social de la humanidad en la tierra fue nuevamente considerada digna de ser objeto de la ciencia, al igual que la congregación de los santos perfectos en el cielo. Esto explica también la relación cercana entre calvinismo y humanismo. En cuanto el humanismo intentó sustituir la vida eterna con la vida en este mundo, cada calvinista se opuso al humanista. Pero en cuanto el humanista se contentó con pedir un reconocimiento apropiado de la vida secular, el calvinista era su aliado.

Este documento fue expuesto en la Universidad de Princeton en el año 1898 por Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Ámsterdam.

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