​Nuestra propia época, tan grande en inventos, en poderes de la mente y de energía, no nos hizo avanzar ni un solo paso en el establecimiento de principios, no nos ha dado de ninguna manera una vista superior de la vida, ni nos dio más estabilidad ni un mejor fundamento en nuestra existencia religiosa y ética.

​No debemos olvidar que en la vida moderna hay una corriente marginal de un origen más noble. Un ejército de hombres con motivos elevados se levantó, y se alarmaron por la brutalidad del egoísmo predominante, e intentaron dar un nuevo calor a la vida, en parte con altruismo, en parte con un culto místico de las emociones, en parte incluso con el nombre de cristianismo.

Aunque siguen la Revolución Francesa en su ruptura contra la tradición cristiana, y no reconocen ningún otro punto de partida excepto el empirismo y el racionalismo, sin embargo estos hombres aceptaron, como Kant, un dualismo cortante, para así escapar de las consecuencias fatales de su propio principio. Es precisamente este dualismo que les inspiró a muchas ideas nobles. En ellos, la conciencia mantuvo su autoridad al lado del intelecto, donde esta conciencia es ricamente instrumentada por Dios.

A la iniciativa de estos hombres debemos investigaciones sociológicas numerosas, y medidas prácticas que han aliviado tanto sufrimiento, y que con su altruismo ideal han hecho avergonzar el egoísmo de muchos corazones. Con su predisposición personal para el misticismo, algunos de ellos reclamaron el derecho de emancipar la vida interior del alma de toda crítica. Perderse en lo Infinito, y sentir el río de lo Infinito pulsar en su vida interior más profunda, lo cual proporciona para ellos la piedad que desean.

 Otros, especialmente teólogos, asumieron la tarea de transformar a Cristo, de manera que Él siga brillando desde el trono de la humanidad, como el ideal supremo del corazón humano modernizado. Todos inspirados por la sinceridad, de manera que podemos trazar estos intentos desde Schleiermacher hasta Ritschl. Entonces no miremos a estos hombres con desdén. Deberíamos darles gracias por lo que ellos intentaron salvar. Incluso el espiritismo, tan equivocado como es, recibió a menudo su impulso desde la esperanza de que el contacto con el mundo eterno, destruido por el criticismo, pudiera ser restablecido por medio de visiones. Desafortunadamente, detrás de cualquier forma de este dualismo ético se esconde siempre el sistema naturalista, racionalista que el intelecto ha inventado. Ellos exaltaron el carácter normal de su cosmología en contra del anormalismo de nuestra fe; y la religión cristiana, que es anormalista en su principio y en su manifestación, perdió su terreno en tal medida que algunos de nuestros mejores hombres profesaron que preferían el espiritismo, el mahometismo, o aun el budismo frente a la vieja fe evangélica. Es cierto que todo el frente de teólogos desde Schleiermacher hasta Pfleiderer seguían honrando altamente el nombre de Cristo; pero lo hicieron solamente después de someter a Cristo y a la confesión cristiana a unas metamorfosis más audaces. Esto es tristemente evidente cuando comparamos el credo que ahora es corriente en estos círculos con la confesión de fe por la cual murieron nuestros mártires.

Aun limitándonos al Credo Apostólico, que durante casi dos mil años ha sido el estándar común de todos los cristianos, encontramos que se abolió la fe en Dios como «Creador del cielo y de la tierra»; porque la creación fue sustituida por la evolución. Se abolió también la fe en Dios el Hijo, nacido de la virgen María, concebido por el Espíritu Santo. Además, muchos abolieron la fe en Su resurrección y Su ascensión y Su regreso para el juicio. Y finalmente, se abolió la fe de la iglesia en la resurrección de los muertos, o por lo menos en la resurrección del cuerpo. Todavía se mantiene el nombre de la religión cristiana, pero en esencia se volvió una religión muy diferente, incluso de un carácter diametralmente opuesto.

 Nos acusan incesantemente de que en realidad el Cristo tradicional de la iglesia pasó por una metamorfosis completa respecto al Jesús genuino, mientras la interpretación moderna levantó el velo sobre el carácter verdadero del histórico Jesús de Nazaret. Solo podemos responder que después de todo, históricamente, no este concepto moderno de Jesús de Nazaret, sino la confesión de la iglesia acerca de Cristo, es lo que conquistó el mundo; y que Siglo tras Siglo, los hombres mejores y más piadosos de nuestra raza rindieron homenaje al Cristo de la tradición, y se regocijaron en Él como su Salvador en la sombra de la muerte.

Entonces, a pesar de que aprecio sinceramente lo que es noble en estos intentos, estoy plenamente convencido de que no podemos esperar ayuda de aquel lado del océano (Europa). Una teología que virtualmente destruye la autoridad de las Sagradas Escrituras; que ve en el pecado nada más que una falta de desarrollo; que reconoce a Cristo nada más que como un genio religioso; que mira la redención  nada más que como la reversión de nuestra manera subjetiva de pensar; y que se complace en un misticismo que es de manera dualista opuesto al mundo del intelecto; una teología tal es como un dique que se quebranta cuando sube la marea. Es una teología que no alcanza a las masas, una pseudo-religión que no puede restaurar nuestra vida moral deshecha.

¿Podemos quizá esperar más de la energía que Roma desplegó en la última mitad de este Siglo? No rechacemos la pregunta demasiado rápidamente. Aunque la historia de la Reforma estableció una antítesis fundamental entre Roma y nosotros, sería la señal de una mente estrecha subestimar el poder verdadero que aun ahora se manifiesta en la guerra de Roma contra el ateísmo y el panteísmo. Calvino ya reconoció en sus días que contra un espíritu del Gran Abismo, aun a los creyentes romanistas les consideraba sus aliados. Un protestante ortodoxo solo tiene que marcar en su confesión y catecismo aquellas doctrinas que no estan sujetas a una controversia entre Roma y nosotros para percibir que lo que tenemos en común con Roma concierne precisamente aquellos fundamentos de nuestro credo cristiano que ahora son más ferozmente atacados por el espíritu moderno.

Sin duda, en cuanto a la jerarquía eclesiástica, la naturaleza del hombre antes y después de la caída, la justificación, la misa, la invocación de santos y ángeles, la adoración de imágenes, el purgatorio, y muchos otros asuntos, somos tan inalterablemente opuestos a Roma como nuestros padres. ¿Pero no demuestra la literatura actual que estos no son los puntos en los cuales se concentra la lucha de nuestra época? ¿No son estas las líneas de batalla ahora: el teísmo en contra del panteísmo; el pecado en contra de la imperfección, el Cristo divino de Dios en contra de Jesús solo hombre; la cruz como sacrificio de reconciliación en contra de la cruz como un símbolo del martirio; la Biblia dada por inspiración de Dios en contra de un producto puramente humano; los Diez Mandamientos como ordenados por Dios en contra de un mero documento arqueológico; las ordenanzas de Dios absolutamente establecidas en contra de una ley y moralidad cambiante, inventada en la conciencia subjetiva del hombre?

Ahora, en este conflicto, Roma no es un antagonista, sino que está de nuestro lado en cuanto reconoce también la Trinidad, la Deidad de Cristo, la Cruz como sacrificio expiatorio, las Escrituras como Palabra de Dios, y los Diez Mandamientos como una regla para la vida divinamente impuesta. Por tanto, déjenme preguntar: Si los teólogos romanistas levantan la espada para pelear valientemente contra la misma tendencia que nosotros intentamos combatir a muerte, ¿no sería sabio aceptar la ayuda preciosa de su elucidación? Calvino por lo menos estaba acostumbrado a apelar a Tomás de Aquino. Y yo por mi parte no me avergüenzo de confesar que en muchos puntos, mi perspectiva fue clarificada por mis estudios de los teólogos romanistas.

Pero esto no significa en lo más mínimo que pongamos nuestra esperanza para el futuro en los esfuerzos de Roma, y que perezosamente esperemos la victoria de Roma. Un panorama rápido de la situación nos convencerá de lo contrario. Empezando con nuestro propio continente, ¿puede Sudamérica tan solo por un momento soportar la comparación con el Norte? Ahora, en América Central y en Sudamérica domina la iglesia católica romana. Tiene un control exclusivo en su territorio; el protestantismo ni siquiera se toma en cuenta. Entonces, aquí hay un campo inmenso donde Roma puede ejercer libremente todo el poder social y político que puede ofrecer para la regeneración de nuestra raza; un campo, además, donde Roma no ha llegado recientemente, sino que lo ha ocupado durante casi tres siglos. El desarrollo de la juventud del organismo social de estas naciones estuvo bajo su influencia; ella permaneció con el control también de su vida intelectual y espiritual desde su liberación de España y Portugal. Además, la población de estos estados se deriva de aquellos países europeos que siempre estaban bajo el señorío indiscutible de Roma. Entonces, la comparación es tan completa y tan justa como es posible. Pero en vano buscamos en aquellos estados romanistas de América una vida que se levante, que desarrolle energía, y que ejerza una influencia saludable en el exterior. Financieramente son débiles, progresan muy poco en sus condiciones económicas. En su vida política presentan el triste espectáculo de peleas internas interminables. Y si uno quisiera diseñar un cuadro ideal del futuro del mundo, casi podría hacerlo imaginándose lo contrario de toda la situación actual en Sudamérica. Tampoco podemos excusar a Roma con que esto se debe a circunstancias excepcionales. Este atraso político lo encontramos no solamente en Chile, sino igualmente en Perú, Brasil, y la República Venezolana. Cuando cruzamos del Nuevo al Antiguo Mundo, llegamos a la misma conclusión en Europa: Todos los estados protestantes tienen un alto crédito, pero los países del sur que son católicos romanos, están dolorosamente atrasados. Los asuntos económicos y administrativos en España y Portugal, y no menos en Italia, son causas de quejas continuas. El poder y la influencia externa de estos estados está disminuyendo visiblemente. Y lo que desanima aun más, la infidelidad y el espíritu revolucionario han hecho tantos estragos en estos países que la mitad de la población, aunque nominalmente católicos, han roto en realidad con toda religión verdadera. Esto lo podemos ver en Francia que es casi enteramente católica romana, pero que vez tras vez ha votado con mayorías abrumadoras en contra de los defensores de la religión. De hecho podemos decir que para apreciar los rasgos nobles y llenos de energía del romanista, tenemos que observarlos no en sus propios países, sino en el norte de la Alemania protestante, en la Holanda protestante, en Inglaterra, y en vuestros propios Estados Unidos protestantes. En las regiones donde ellos no pueden controlar la situación, y se ajustan a la política de otros y concentran sus fuerzas como un partido de la oposición, allí excitan nuestra admiración como defensores entusiastas de su causa.

Pero aun aparte de este testimonio de pobreza que Roma misma provee por medio de su mala administración en Sudamérica y el sur de Europa, donde tiene todo el poder; aun en la competencia entre las naciones su poder e influencia están disminuyendo. El poder en Europa está pasando gradualmente a las manos de Rusia, Alemania e Inglaterra, todos ellos países no romanistas. En vuestro propio continente, el norte protestante tiene el dominio. Desde 1866, Austria ha retrocedido continuamente, y después de la muerte del emperador actual se verá amenazada con su disolución. Italia intentó vivir más allá de sus recursos; se esforzó para ser un poder grande, colonial y naval; y como resultado llegó al borde de la ruina económica. España y Portugal perdieron absolutamente toda influencia en el desarrollo social, intelectual y político de Europa. Y Francia, que hace tan solo cincuenta años hizo temblar a toda Europa ante su espada, está ahora ella misma angustiada por su futuro. Aun desde el punto de vista estadístico, el poder de Roma está disminuyendo. La depresión económica y moral hizo disminuir considerablemente la tasa de natalidad en varios países romanistas. Mientras en Rusia, Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos la población crece, en algunos países romanistas se detuvo. En la actualidad, apenas la mitad de todos los cristianos pertenecen a la iglesia católica romana, y podemos predecir que dentro del próximo medio siglo su porción será menos del cuarenta por ciento. Entonces, a pesar de que estoy valorando el poder inherente de la unidad y erudición católico romana para la defensa de mucho de lo que es sagrado para nosotros también, sin embargo no hay ningún indicio de que el dominio político vuelva a pasar a las manos de Roma. Y aun si esto sucediera, ¿quién podría alegrarse de ello, al ver las condiciones actuales en el sur de Europa y en Sudamérica reproducirse en otros países?

Podemos decirlo de manera aun más fuerte: esto sería un paso hacia atrás en la historia. La cosmovisión de Roma representa una etapa anterior y por tanto inferior en el desarrollo de la historia humana. El protestantismo le siguió, y por tanto ocupa un nivel espiritual superior. Aquel que no quiere retroceder, sino que busca las cosas superiores, entonces tiene que adherirse a la cosmovisión protestante, o, si esto es imaginable, apuntar a un punto de vista aun más elevado. Esto es exactamente lo que la filosofía moderna actual pretende hacer, al reconocer a Lutero como un gran hombre para su tiempo, pero exaltando a Kant y Darwin como los apóstoles de un evangelio aun más rico. Pero esto no debe detenernos. Nuestra propia época, tan grande en inventos, en poderes de la mente y de energía, no nos hizo avanzar ni un solo paso en el establecimiento de principios, no nos ha dado de ninguna manera una vista superior de la vida, ni nos dio más estabilidad ni un mejor fundamento en nuestra existencia religiosa y ética. En el lugar de la fe sólida de la Reforma puso hipótesis cambiantes, y cuando se esforzó por una cosmovisión sistematizada y estrictamente lógica, entonces no procedió hacia adelante sino hacia atrás, a aquella sabiduría pagana de los tiempos pre-cristianos, de la cual Pablo dijo que Dios la avergonzó por la locura de la cruz. Entonces, que nadie diga: «Ustedes que protestan contra un regreso a Roma, porque la historia no retrocede, ustedes mismos no tienen el derecho de defender el protestantismo, porque después del protestantismo vino el modernismo.» Esta objeción la tenemos que negar como impertinente, mientras no se pueda refutar mi declaración de que el avance material de nuestro siglo no tiene nada en común con un avance en cuanto a los principios éticos, y que lo que el modernismo nos ofrece no es moderno, sino muy antiguo y anterior al protestantismo, derivado de la Stoa y de Epicuro.

Este documento fue expuesto en la Universidad de Princeton en el año 1898 por Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Amsterdan.

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