​El primer principio del calvinismo es el reconocimiento de las Sagradas Escrituras como la Palabra de Dios. Este fue el principio formal de la Reforma Protestante establecida en todos los credos calvinistas y supone el fin de toda contradicción en todos los escritos propios de Calvino. La Escritura no era solamente la guía con autoridad para el camino de la salvación, sino que capacita al hombre con una interpretación autoritativa de la realidad como un todo, y, más particularmente, de la existencia del ser humano debajo del sol.

​Entre las muchas variedades de Protestantismo, el calvinismo destaca por tener un significado determinado, bien definido, en la historia. Kuyper y Warfield, dos de los intérpretes modernos de Calvino, presentan al calvinismo como la forma más pura del cristianismo bíblico. Para ellos simplemente es la interpretación más auténtica y más amplia de la Palabra de Dios puesta por escrito, de la Biblia. A esto le da un cordial asentimiento el creyente comun y suscriptor de la Biblia, orientado a la fe reformada histórica.

Sin embargo, es necesario un poco más de esclarecimiento, puesto que el término “calvinista” no conlleva un significado unitario en las mentes de todos los que lo usan y no existe una connotación disponible que provea un solo significado. La mayoría de estudiosos estaría de acuerdo en que es imperativa una definición clara para un entendimiento apropiado en una situación dada.

Genéticamente, y en su sentido más estrecho, el calvinismo es aplicado simplemente a las enseñanzas del Genio de Ginebra. Sin embargo, el término ha sido usado históricamente para designar aquellas denominaciones del Protestantismo que han suscrito los Credos Reformados haciendo una distinción con las interpretaciones luteranas, anabaptistas o socinianas.

Algunas veces, en realidad, todos aquellos que se han subscrito a la doctrina bíblica de la predestinación han sido llamados “calvinistas”. Araham Kuyper nos recuerda que el término era usado por la mayoría Católica en países como Francia y Hungría para difamar a la minoría Protestante. Sin embargo, ninguna de estas designaciones servirá plenamente a nuestro propósito en este estudio. Kuyper habla todavía de otro sentido en el que uno puede emplear el término “calvinismo” como un nombre científico, que tiene tonos históricos, filosóficos y políticos. Warfield, en su estilo inimitable, habla del calvinismo como “el cuerpo completo de concepciones teológicas, éticas, filosóficas, sociales y políticas, que, bajo la influencia de la mente maestra de Juan Calvino, se elevaron a sí mismas hasta el grado de alcanzar dominio en las tierras Protestantes en la era de la Post-Reforma, y que ha dejado una marca permanente no solo sobre el pensamiento de la humanidad, sino sobre la vida de la historia de los hombres, el orden social de los pueblos civilizados, e incluso las organizaciones políticas de los estados”. En realidad el núcleo del calvinismo como sistema teológico, como entendimiento de la revelación especial de Dios en Cristo, se remonta a Agustín. Las ideas, claro, son las de Pablo y Cristo, de Isaías y Moisés, que es otra forma de decir que el calvinismo está orientado a la Escritura. Sin embargo, Calvino es reconocido por sus seguidores como el más grande exponente y organizador sistemático de este complejo de pensamiento.

Pero, detrás del sistema teológico hay una profunda conciencia religiosa, que permanece en temor reverencial ante la majestad de Dios. A través de todo el sistema Calvino es caracterizado por la conmovedora comprensión de Agar, quien clamó, “Tú eres Dios que ve”, y el temor santo de un Isaías quien clamó, “¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios… han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos”. (Isa. 6:5). Un calvinista es un hombre que ha visto a Dios en su santidad y está listo para clamar junto a Job, desde la antigüedad, “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza”. (Job 42:5- 6).

El calvinismo, como sistema bíblico de pensamiento, no difiere en género de otras formas de interpretación teísta y evangélica de la revelación especial de Dios, pero lo que la diferencia es una interpretación de grado y de énfasis. El calvinismo profesa estar más orientado, minuciosa y consistentemente, a la Revelación especial de Dios. También toma con mayor seriedad los efectos no éticos del pecado; tiene serias dudas acerca de la razón del hombre como un instrumento válido y efectivo para alcanzar la verdad aparte de la iluminación del Espíritu y de la revelación en Jesucristo.

El calvinismo no solamente desea, con Agustín, pensar a la manera de Dios, sino que también busca traer cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo (II Cor. 10:5). Esto especifica la concepción de cada uno con respecto al cristianismo y su relación con la cultura. Al mismo tiempo nos separa de aquellos que retendrían el nombre de “calvinismo” y algunas de sus mayores ideas pero que harían a un lado la doctrina de una Escritura inerrante, la doble predestinación, y cualquier tratamiento específico de los decretos divinos tal y como fueron propuestos por John T. McNeill. Está más allá del foco de esta obra el reproducir las ideas teológicas, o el sistema de doctrina, que se conoce como calvinismo. Este sistema es el mismo que nosotros llamamos la Fe Reformada y puede ser estudiado en la Institución de la Religión Cristiana de Calvino, o en cualquiera de sus mejores expositores modernos. Entre ellos se puede mencionar a A. Kuyper, H. Bavinck y K. Schilder en los Países Bajos, y, en los Estados Unidos, los Hodges del antiguo Princeton, B. B. Warfield, G. Vos, J. Gresham Machen, John Murray, et al. En un solo volumen, la obra Dogmática Reformada de L. Berkhof prestará un excelente servicio, pero la reciente traducción de la obra de Herman Bavinck, Magnalia Dei, bajo el título de Nuestra Fe Razonable, es quizás la más brillante expresión compendiada para el lector ordinario. Lo que aquí sigue es un intento por subrayar algunas de las perspectivas de Calvino y los calvinistas que le han dado su distintivo característico a esta particular interpretación Protestante.

El primer principio del calvinismo es el reconocimiento de la Escritura como la Palabra de Dios. Este fue el principio formal de la Reforma Protestante establecida en todos los credos calvinistas y el fin de toda contradicción en todos los escritos propios de Calvino. La Escritura no era solamente la guía autoritativa para el camino de la salvación, sino que capacitaba al hombre con una interpretación autoritativa de la realidad como un todo, y, más particularmente, de la existencia del hombre debajo del sol, ya que el calvinista busca mirar todas las cosas a la luz de la eternidad puesto que confiesa con el salmista, “En tu luz veremos la luz” (Sal. 36:9).

Hoy están aquellos que niegan que la Escritura presenta un sistema de doctrina o verdad sino que sostienen que consiste meramente de las palabras de Dios en situaciones existenciales. Según esta opinión, nunca le podemos colocar a la verdad una camisa de fuerza; nunca podemos conformar la revelación a nuestra lógica y a nuestra sed de sistematización y orden. Sin embargo, Calvino no estaba afligido con esta fobia moderna. La mente lógica de Calvino vio un orden y una unidad hermosas en la auto-revelación de Dios, aunque aborrecía toda especulación. Fue su noble ambición y más serio deseo el ver la verdad de Dios como un todo, no en pedacitos fragmentados y aislados. Miró en ella una grandiosa revelación de la voluntad preceptiva de Dios para la instrucción del hombre en su peregrinaje terrenal. Al mismo tiempo, la voluntad de Dios – con fuerza de decreto – era para Calvino la fuente de toda la existencia; no reduce su interés a la iglesia y a la salvación del alma, sino con el todo de la vida, la esfera social, política, científica, jurídica, estética y moral, lo mismo que la espiritual.

Por esta razón, el calvinismo ha sido designado como una cosmovisión, puesto que habla significativamente de la relación del hombre para con Dios, con el hombre y con el cosmos. A. Kuyper en sus Conferencias Stone coloca al calvinismo al lado del paganismo, del islamismo, del romanismo y del modernismo como uno de los cinco sistemas principales de pensamiento en la historia de la civilización ( Ibid., p. 32). Y H. C. Minton nos recuerda que el nombre de Calvino “no está vinculado, como el de Lutero, con alguna gran rama de la Iglesia cristiana; está asociado más apropiadamente con un gran sistema de pensamiento, y ese sistema es tan extenso, tan penetrante, y tan poligonal que, desde un punto de vista, es un cuerpo sólido de doctrina abarcando todas las grandes verdades de la religión y la vida”. El calvinismo, entonces, no es meramente una colección de ideas desconectadas, como la tumba de Absalón a la cual todo Israelita traía una piedra, sino que se presenta como una unidad, un organismo vital de pensamiento que emerge de una concepción dominante de Dios y sus demandas sobre el hombre. Así irrumpe un principio formativo, un concepto germinal con el cual está relacionado todo lo demás y por el cual todo es dominado.

Sin embargo, la formulación exacta de ese principio formativo no ha sido un asunto fácil. El Dr. Warfield asegura que ha puesto a prueba la perspicacia de una larga serie de pensadores en los últimos cien años. En su monografía «Los Principios Fundamentales del Calvinismo», publicada en 1930, el Dr. H. H. Meeter presenta una reseña de la historia de esta búsqueda, pero un informe detallado de la materia no serviría al propósito de este estudio. Baste decir que F. W. Kamps-chulte, un Católico Romano, quien escribió una obra sobre la vida de Calvino en dos volúmenes, sostuvo que la doctrina de la predestinación era el pensamiento central de Calvino, mientras A. Schweitzer vio la gloria de Dios como el principal elemento en el pensamiento calvinista.

Debiese darse por hecho, del cual no puede haber duda razonable, que la doctrina de la predestinación fue una de las causas móviles de la Reforma Protestante. Esta no fue meramente una doctrina afirmada por los teólogos, aunque sí recibió especial atención en el Sínodo ecuménico Reformado de Dort y fue confesada fervientemente por los teólogos calvinistas que redactaron la Confesión de Fe de Westminster.

Pero incluso la gente común entendió y fue movida por la consideración de que su salvación había sido determinada por Dios desde antes de la fundación del mundo. Y sin embargo, esta doctrina no puede ser llamada el principio formativo del calvinismo. No es la idea raíz, sino más bien una de las consecuencias lógicas de su elevado teísmo. Tampoco la doctrina de la predestinación es peculiar al calvinismo, sino que fue parte de aquel gran avivamiento del agustinianismo que caracterizó a la Reforma completa en todas sus ramas. No había disputa entre los Reformadores sobre este punto, todos ellos se suscribieron a esta doctrina escritural cordialmente. Warfield testifica que, “Lutero y Melanchton, e incluso Butzer – quien llegaba a hacer concesiones poco honorables – no eran menos celosos por la predestinación absoluta que Zwinglio y Calvino. Incluso Zwinglio no pudo superar a Lutero en la aguda e incondicional afirmación que hacía de ella; y no fue Calvino sino Melanchton quien le dio su lugar formal en su declaración científica primaria de los elementos de la fe Protestante”. Por otro lado, debería afirmarse en conexión con esto, que la doctrina de la justificación por la fe no es posesión exclusiva de los luteranos. Desde el mismo principio formó parte substancial de la fe Reformada, y, en realidad, ha sido conservada en el calvinismo en su pureza original, de manera que la fe no se convierte en sí misma en el motivo de la justificación.

Además es digno de notarse que Calvino no incluyó un tratamiento sobre la predestinación en su primera edición de La Institución, 1536. No fue sino hasta después, cuando herejes como Costellio, Bolsec, y otros negaron esta importante doctrina de la Escritura cuando Calvino comenzó a darle un lugar prominente. Pero aun así no se halla bajo la rúbrica de los decretos, sino más bien en el tercer libro que trata con la aplicación de la redención al corazón del hombre. Es solo después de que Calvino ha tratado la justificación y su apéndice, la libertad cristiana; después de que ha expuesto extensamente sobre “La Oración, el Principal Ejercicio de la Fe, y el Medio de nuestra Diaria Recepción de las Bendiciones Divinas”, que por fin considera la compleja cuestión de por qué el pacto de vida no es predicado igualmente a todos y por qué no encuentra la misma recepción entre aquellos a quienes les es predicado. La respuesta para Calvino se encuentra en la consideración de la doctrina de la elección eterna, o la predestinación de Dios de algunos para salvación y de otros para destrucción. Por lo tanto, debería quedar claro que no importa cuán importante pueda ser esta doctrina y cuán frecuente y extensamente se muestre en las confesiones calvinistas, ya que no podría ser elevada al rango de principio formativo, o de punto de partida del pensamiento calvinista. Entraría en conflicto con el espíritu del calvinismo, que no coloca al hombre o su salvación en el centro sino que busca en todas las cosas ver la realidad a la luz del Ser y de la Gloria de Dios.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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