​El hombre moderno se destruye a sí mismo, no solamente con guerras, crímenes y alcohol, sino que destruye la familia, esa unidad perfecta de la bondad creativa de Dios, trastornando así a la sociedad, desarraigando Estados y Naciones con el disolvente del pecado. El hombre perfecto es un frívolo sueño; y la sociedad perfecta es una ilusión utópica del hombre en su alejamiento de la fuente del gozo y la paz verdaderos.

​Como resultado de la perversión del verdadero fin del hombre, que es gozar de Dios y disfrutar de Él para siempre, encontramos en el campo de las artes clichés impíos como “arte por amor al arte”. El amor por la belleza se transforma en lo central y más importante de todo para los esfuerzos del artista, si es que en realidad no se degenera en aquella glorificación del cuerpo en el cual un ideal pervertido del sexo, le provee lo necesario para la gratificación de la carne por motivo de ganancia, y se transforma en la característica dominante.

El triste hecho es que los hombres ya no ven la función del arte como “una elevación imaginaria de la vida en dirección a lo perfecto”, sino que se considera al arte como aquello en la vida que da a los hombres gozo verdadero y provee un medio de separación de la miseria. Sin embargo, esto es una ilusión. No puede cambiar la realidad del pecado y la miseria, el dolor del trabajo y la pena;esto no es sino algo imaginario. Y el peligro consiste en confundir la perfección imaginaria con la perfección real, confundir las creaciones irreales del arte con el mundo real en el cual vivimos. Solo Dios crea la realidad, solo Él tiene el poder de hacer algo nuevo de la nada; pero somos imitadores de Dios, podemos crear una especie de cosmos en la arquitectura; podemos embellecer con formas de la naturaleza nuestra escultura y crear la ilusión de vida real por medio de líneas y tintes en nuestras pinturas, y sondear el misterio del sonido y el sentimiento en la música y la poesía. Pero cuando sustituimos este mundo imaginario que nos hacemos  con la perfección real que solo Dios revela y requiere de nosotros en nuestra relación con Él, entonces caemos en el esteticismo. Esta es la sustitución del arte por la religión.

En el campo de la ciencia los estragos del pecado son también aparentes, ya que el hombre desarrolla su poder sobre la naturaleza y hace al mundo sujeto de cultivo, no por causa de Dios y de su servicio, sino para su propia gratificación, para satisfacer su codicia. En todos sus empeños o el hombre se busca a sí mismo, como lo hicieron los titanes pre-diluvianos, los constructores de la Torre de Babel, y Nabucodonosor, o por otro lado, el producto cultural en sí mismo se puede convertir en el fin principal, como en el caso de  gran parte de la invención y producción modernas.

En el último caso la cultura en sí misma se transforma en el fin del empeño del hombre. El Profesor Schilder dice que el hombre se ha enamorado de las herramientas y ha perdido el ideal de hacer el trabajo que está a la mano – a decir, finalizar la tarea de ser colaboradores de Dios para la gloria de Dios. Además, la verdadera cultura es constructiva, pero el pecado es destructivo. El pecado crea caos mientras que la verdadera cultura busca la armonía.

Piensa, por ejemplo, en los estragos que fueron producidos en el mundo antiguo por el orgulloso Nabucodonosor, quien también era, conscientemente, un edificador de cultura, y su réplica moderna, Hitler, quien destruyó la vida y los valores humanos a gran escala con el propósito de alcanzar un falso ideal de supremacía Aria. Bajo esa premisa, millones de seres humanos fueron liquidados, otros millones sirvieron como esclavos, y los pocos favorecidos que ejercieron el poder usaron aquel privilegio para la auto-glorificación y la auto-gratificación.

Pero el juicio de Dios ha sido revelado desde el cielo contra el todo de tal cultura apóstata, de manera que Babilonia se convirtió en una habitación para los chacales y el hombre moderno vive en temor y temblor no vaya a ser que su poder actual para desatar la energía reprimida del átomo se vuelva contra sí mismo como un Frankenstein. Podría esto ser un cumplimiento de las palabras de nuestro Señor, al decir, que en los últimos días los corazones de los hombres desfallecerían por el temor. Mientras tanto, toda discusión valentona de nuestros líderes seculares (p.ej. Roosevelt y Churchill) sobre hacer del mundo un sitio libre del temor no es sino un silbido en la oscuridad, o peor aún, una desafiante rebelión contra el Hijo (cf. Sal. 2).

El hombre en el estado de pecado no es solamente impío, en el sentido antes mencionado del término de ignorar a Dios y glorificarse a sí mismo; sino que se halla también lleno de odio e impurezas, se encuentra éticamente corrupto. No solamente ha perdido el verdadero conocimiento de Dios, sino que ya no conoce la verdad acerca de la realidad creada excepto en un sentido muy atenuado y aproximado, como señala Calvino. El hombre no solamente es un falso profeta proclamando las mentiras del diablo, sino que también es un sacerdote falso, quien adora a la criatura y ama la mentira. Wencelius nos recuerda que el hombre también perdió la verdadera justicia, su sentido de armonía, de la proporción y de la belleza.

El hombre ha sido cegado a la belleza, y su sentido de llamado como rey sobre el universo de Dios ha sido entorpecido. El pecado ha separado al hombre de su Dios, quien es la fuente de la belleza creada y quien determina la verdad por medio de su ley y de su interpretación, y, por lo tanto, el hombre en pecado no puede alcanzar la armonía del paraíso perfecto en sus creaciones de arte; solamente puede reflejar aquello que es mediado por su conciencia corrompida por el pecado. 
Mas aún, el hombre no solo se halla sin contacto con Dios y con su mundo: también es un extraño para la humanidad; es decir, hay un abismo de malentendidos y odios que separaron al hombre de su prójimo.

Culturalmente esto tiene un efecto perjudicial. Babel es el ejemplo principal del fracaso cultural del hombre debido a los malentendidos, pero la labor constructiva a la cual el hombre fue llamado por su Creador en el mandato cultural ha sido entorpecido por guerras y rumores de guerras a lo largo de toda la historia humana. Más de la mitad del presupuesto de las naciones modernas está siendo gastado en guerras pasadas, presentes y futuras, inmovilizando así a la mitad del poder humano de las naciones que debería estar esforzándose en alcanzar logros constructivos. Añade a esto el coste del crimen en países como los Estados Unidos, el coste de la industria del alcohol y la degradación social y la depravación cultural del alcoholismo, la adicción a los narcóticos, las enfermedades venéreas, el dinero gastado en apuestas, pornografía, y otras formas de degradación y nihilismo cultural. Además, la cultura Americana es materialista, mammonista. Es una cultura para desarrollar, producir y usar elementos técnicos. Es una civilización de pulsar el botón en la que los poetas y profetas lamentan la falta de discernimiento y aprecio espiritual. De hecho, la literatura y el drama abundan con obras en las que representan la falta de significado de la vida, como Tillich nos lo recuerda vez tras vez. Vanidad de vanidades, dijo el Predicador, todo es vanidad y correr tras el viento (Ecl. 1:2).

El hombre como criatura cultural en el estado de pecado es como un caballo en una cinta de correr; nunca llega al fin del camino, nunca termina. Los hombres visionarios entienden que el progreso es también un ideal vano, y un correr  tras el viento. El hombre ya no aguanta más. Necesita un rejuvenecimiento espiritual. Vive condenado a muerte, y ni siquiera un indulto puede darle esperanza, porque está sin Cristo, y por tanto, sin esperanza en el mundo. Su principal deleite se encuentra en los deseos de los ojos, los deseos de la carne y la vanagloria de la vida (I Juan 2:16), pero estas pasarán con las modas de este mundo. El hombre moderno se destruye a sí mismo, no solamente con guerras, crímenes y alcohol, sino que destruye la familia, aquella unidad perfecta de la bondad creativa de Dios, y trastorna así toda la sociedad , desgarrando Estados y naciones con el disolvente del pecado. El hombre perfecto es aún un frívolo sueño y la sociedad perfecta es una ilusión utópica del hombre en su alejamiento de la fuente del gozo y la paz verdaderos. Y la parte triste de esto es que el moderno religioso liberal niega la realidad del pecado y su potencia destructiva mientras parlotea piadosamente sobre el establecimiento del reino de Dios por medio de los esfuerzos culturales del hombre.

Esto es peor que la ceguera espiritual: ¡es blasfemia! Como resultado del pecado en este mundo hay ahora una división en la raza, lo que conduce a una antítesis cultural, basada en la bifurcación espiritual establecida por el Dios de los cielos.

Extracto del libro «El Concepto calvinista de la Cultura», por Henry R. Van Til (1906-1961)

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar