​Dos mundos opuestos entre los que no era posible ningún tipo de punto intermedio porque estaban condicionados religiosamente. En el análisis final, este era un conflicto entre la religión verdadera y la religión falsa, a la que no se le daba cuartel. Era un asunto de vida o muerte, de vencer o ser vencido.

​Aurelio Agustín (354 – 430 d.C.), obispo de Hipona, quien por medio de la conversión fue cambiado de ser un maestro romano de la retórica a un presbítero y predicador cristiano, es en sí mismo el ejemplo clásico de transformación cultural a través del poder del Evangelio de Cristo. Dios dotó a este santo y le colocó de tal forma en el curso de la historia que debido a él podemos hablar con buena razón de una regeneración de la sociedad, una transformación de la cultura que estaba centrada en el César de la Roma imperial y que pasó a una cultura centrada en la iglesia de la Edad Media.

Para Agustín, Cristo es ciertamente el transformador de la cultura, lo mismo que de la vida total, pero su transformación no desvía el juicio de Dios contra las culturas corruptas y apóstatas de este mundo. Agustín no niega la antítesis espiritual que Dios mismo creó al poner enemistad entre la simiente de la serpiente y la simiente de la mujer. La historia no da lugar a una nueva edad sin pasar a través del fuego del juicio en el que las ovejas serán separadas de las cabras. Agustín no conoce ninguna salvación universal, pero esa no es razón para negarle consistencia para ser partidario de Cristo como el transformador de la cultura. Agustín era un filósofo Escritural, alguien cuya razón estaba sujeta a la autoridad de la revelación. Cristo transforma a los hombres y a su cultura, pero la historia de la cultura cristiana (civitas dei) existe siempre dentro del marco de este presente mundo malo, que yace en tinieblas. En pocas palabras, Agustín no es un optimista cultural, quien cree que la cultura como tal redime al hombre y a la sociedad

Tampoco es un pesimista cultural en el sentido Tertuliano de condenar toda forma de cultura simplemente por causa de su origen y asociación paganas. Agustín cree que los logros del empeño cultural del hombre deben estar saturados y transformados por principios cristianos para que desarrollemos una verdadera cultura, que pueda temer y glorificar a Dios,  en oposición a la cultura del mundo, que es corrupta y desafía a Dios (civitas terrena).

El impacto del evangelio antes del tiempo de Agustín comenzó con la diseminación del cristianismo que actuó como la levadura, llegando de manera imperceptible como el reino de la parábola, sin advertencia (Lucas 17:20). Pero, durante el Siglo II, el cristianismo se había enfrentado abiertamente a la cultura pagana. La edad dorada de Augusto ha sido celebrada por poetas y retóricos. Sin embargo, los mensajeros de Cristo, como su maestro, vinieron no con pompa ni esplendor, sino en forma de siervos, sin excelencia de palabras (cf. I Cor. 2:1-4). La cultura contemporánea de la Roma pagana era para la élite. Las masas estaban excluidas de ella, y se odiaba al vulgar populacho. Esta oposición del hombre sabio contra el hombre de las masas indica cuán profundamente se hallaban conectadas las mentes de Platón y de Aristóteles con la cultura contemporánea.

El cristianismo estaba destinado a destruir el abismo creado por el clasicismo, con su cultura para la elite, al predicar el evangelio a todos los hombres, ya que todos han pecado y han sido destituidos de la gloria de Dios (Rom. 3:23). Pero el Evangelio no solamente hacía una apelación a todos, también demandaba el todo del hombre. Era totalitario en sus demandas. Tenía la audacia de reclamar, para su mensaje, el estatus de último. Desarrollaba una ofensiva contra el mundo en todos los frentes.

Para el romano aristócrata la cuestión de la verdad no era tan importante como el cuidado y la gloria del Estado. Su vida total estaba concentrada en el culto y servicio de los dioses del Estado. Debemos notar el hecho que la relación cercana entre culto y cultura era característica del paganismo, lo mismo que del cristianismo. A Sócrates se le hizo beber de la copa envenenada porque rehusó hacer reverencia a las deidades de la ciudad (se recordará que fue condenado como un ateo, y el ateísmo era el gran pecado de la cultura Greco-Romana) y Pablo en su día había observado que la gente de Atenas era muy religiosa. La devoción a los dioses continuó siendo la característica del imperio en su apogeo, tanto es así que el saqueo de Roma por Alarico en el año 410 fue atribuido por los apologetas paganos al hecho que los antiguos sacrificios habían sido abolidos por los cristianos.

El hecho de que el culto y la cultura son aspectos inseparables de la existencia del hombre bajo el sol y enraizados en su religión fue también entendido claramente por los apologetas del tercer Siglo, Cipriano y Tertuliano. Ellos pelearon una dura batalla para desarraigar las costumbres y tradiciones del paganismo por mucho tiempo aceptadas. Testificaron contra los pasatiempos mundanos tales como la arena y el teatro, el circo y los juegos. Fueron proscritas la divinización del emperador y las muchas formas de toma de juramentos y otras ceremonias conectadas con la religión del Estado. Aunque se reconocía que sería imposible eludir por siempre la terminología en boga de la idolatría, no obstante era considerado un pecado el jurar por dioses a quienes uno había repudiado. En su tratado Sobre la Idolatría, Tertuliano mantuvo que la seguridad podía hallarse solo si, “la fe, con sus velas llenas del Espíritu de Dios, navega; segura si es cautelosa, firme si se está atento diligentemente”. En contra de la acusación de que la abstinencia cristiana reducía los ingresos del Estado por impuestos al lujo, Tertuliano contestó que el Estado no sufría pérdida puesto que los cristianos eran mucho más honestos en pagar lo que debían que sus vecinos paganos, quienes declaraban falsos ingresos. Cuando los cristianos fueron considerados inútiles a la sociedad, Tertuliano contestó con pasión que ellos no estaban ajenos a la sociedad y que hacían uso del foro, el mercado, los baños, las tiendas, los talleres de arte, las casas de huéspedes y se ocupaban de los negocios. “Nosotros, junto con vosotros, apoyamos el embarque, el servicio militar y la agricultura”.

Cualesquiera que hayan sido las faltas de Tertuliano, y ciertamente que él fue culpable de herejías montanistas, aquí le vemos como un caballero en su armadura, como un luchador de la causa de Cristo en un mundo hostil. Y es que, en el enfrentamiento del cristianismo con la cultura antigua, dos mundos estaban en oposición, entre los cuales no era posible ningún tipo de punto intermedio. Este punto intermedio estaba excluido simplemente porque estos mundos estaban condicionados religiosamente. En el análisis final, este era un conflicto entre la religión verdadera y la religión falsa, en la que no se daba cuartel. Era un asunto de vida o muerte, de vencer o ser vencido. De allí el odio y el vituperio en contra de los confesores de Cristo. Fueron acusados de traición al Estado. El cristianismo era considerado una amenaza a la comunidad cultural Greco-Romana. Introdujo un nuevo tipo de vida entre sus miembros. Eran impulsado por el amor a Dios y no por el amor a sí mismos.

El conflicto entre el cristianismo y el paganismo, aún antes que Agustín apareciera en escena, no estaba restringido a cuestiones de moralidad y adoración, sino que había habido una intensa batalla de intelectos entre el cristianismo y el paganismo. Todas las armas que la dialéctica y la filosofía fueron capaces de ordenar fueron reunidas, y todas las habilidades del arte literario fueron utilizadas contra el intruso que reclamaba rendir homenaje universal a la verdad de Dios.

Celso (ca. 180 d.C.) estaba, con razón, preocupado por la decadencia del estado Romano. Él era una mezcla curiosa de sabiduría platónica y estoica con una pizca de agnosticismo. Aunque Celso era cínico con respecto a la religión, la consideraba un arma adecuada para mantener al pueblo en la razón correcta; de allí que se volviera con tanta furia contra los confesores de Cristo. No entendía su manía por la segregación y censuraba el temor insano de la adoración al emperador. Sin embargo, permitiría a los cristianos el derecho a sostener sus propias opiniones, pero suplicaría por la unidad con el propósito de resistir la amenaza de los bárbaros de Occidente. Puesto que es un político y la verdad no es de su incumbencia, ofrece la palma de la paz después de feroces denuncias y brutales amenazas. Casi un siglo más tarde, Porfirio, un neoplatónico, quien también influyó en Agustín, continuó con el ataque. Harnack llama a su obra contra los cristianos El Testamento del Helenismo.

Aquí la gran contienda entre el clasicismo y el cristianismo se presenta como la oposición entre revelación y razón. Porfirio ha sido llamado el primer crítico racionalista de la Biblia. Él quería defender a los dioses del Olimpo y restaurar la sabiduría y la cultura antiguas. Pero la reacción en su contra fue tan fiera que todas sus obras fueron destruidas, y lo que sabemos de él lo debemos a fragmentos de Eusebio y Jerónimo. A partir de ellos queda claro que no aceptaba los Evangelios como historia sino como mitos y mentiras. Para él Cristo era una figura patética puesto que no probó ante Satanás – ni ante Herodes, ni Pilato, ni ante el Senado Romano – que era el Hijo de Dios. Las ideas de la encarnación y la resurrección eran absurdas para él. El cristianismo era censurable tanto intelectual como moralmente y como tal constituía una amenaza bárbara a la cultura y a la civilización Griega.

Juliano el Apóstata (finales del siglo IV), el último defensor apasionado del paganismo, no tenía nada nuevo que ofrecer. Pero estaba grandemente impresionado por la preocupación de la iglesia por los enfermos, los pobres, y aquellos que estaban en la miseria. Abogaba por una imitación de estas virtudes en un intento por restaurar la adoración de las deidades del Olimpo. Felizmente, el reinado de Juliano fue interrumpido en su tercer año y sus esfuerzos fueron reducidos a la nada. Incluso sus obras fueron destruidas, excepto por los fragmentos rescatados en las réplicas de los apologetas cristianos, y sus delirios fueron simplemente los estertores de muerte de la decadente cultura Greco-Romana.

A pesar de esta antítesis religiosa e intelectual, la cultura pagana hizo un impacto positivo sobre su oponente. Esto simplemente demuestra el bien conocido hecho de que uno es influenciado por aquello a lo que se opone. Tertuliano mismo era un ejemplo de los muchos cristianos que habían sido formados y entrenados por retóricos paganos, quienes les capacitaron para defender la fe. Tertuliano, de hecho, había desarrollado el latín como un idioma teológico y sobrepasó a Agustín en el poder de expresión. Pero mientras los Padres Latinos, Cipriano y Tertuliano, eran extremadamente críticos de la cultura clásica y concederían solamente un valor formal al aprendizaje pagano – algo en lo que Agustín siguió su ejemplo – los Padres Griegos, Orígenes y Clemente de Alejandría, fueron influenciados e impulsados por su entusiasmo por la cultura clásica. El primero sentía una piedad filial por Platón, a quien exaltaba por haber visto el verdadero summum bonum desde lejos, mientras el segundo vio en Platón a un profeta del reino de Cristo.

Además de esta influencia en retórica y filosofía, encontramos que el arte pagano hizo un impacto sobre la primera iglesia. De la práctica de honrar a los muertos con festividades anuales se desarrolló el arte de decorar las tumbas, lo cual a su vez dio un estímulo a la pintura y a la producción de mosaicos. Hay una mezcla de motivos paganos y cristianos discernibles en estas producciones, aunque los dioses paganos y las escenas eróticas fueron proscritas como inaceptables. Muchos de los frescos representan el amor por lo bello unido con la verdadera piedad. Hablan de fe, esperanza y amor como anticipo del gozo del Paraíso. Ellos crearon en las catacumbas, debajo de la ciudad eterna de Roma, un testimonio de los cielos. La figura de Cristo también es presentada, como el más glorioso de los hijos de los hombres, el primogénito del Padre, el resplandor de su gloria. La figura del Siervo Sufriente, sin forma o atractivo, no es representada. Esto es debido parcialmente, sin duda, al desprecio y al ridículo vertidos por Celso y Juliano contra tal Salvador, y a la ofensa Griega de la locura de la cruz. La influencia de la cultura antigua es también muy prominente en la arquitectura. La basílica, con su espacioso recinto e imponentes pilares, fue adaptada del foro a la iglesia. Y después que Constantino hizo oficial la nueva religión en el Imperio, gran cantidad de personas se colocaron bajo su protección. Hubo un tremendo desarrollo en la construcción, en la que Constantino jugó una parte destacada con el propósito de darle a la Iglesia permanencia y honor en el Imperio.

Así, se hace obvio que la antítesis entre el clasicismo y el cristianismo, que es absoluta en la esfera religiosa, fue gradualmente aminorada en el campo de las artes y de la filosofía, de manera que surgió una síntesis. A partir de la cultura Romana, en la que el Estado era supremo y la religión servía al Estado, hubo un cambio gradual a la cultura medieval, en la que la iglesia era suprema y el Estado se convirtió en sirviente.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar