​No hay antítesis entre la fe y la razón en Agustín, sino que la razón es el instrumento santificado y la sierva de la fe, nunca es una entidad autónoma usurpando la autoridad de la Escritura. De esta manera Agustín desafió a la tradición clásica de que la razón es objetiva y capaz de captar la verdad separada de la fe.

​Dios en su providencia llamó a Agustín del paganismo para defender la fe en esta coyuntura crítica de la historia. El mundo antiguo se estaba rasgando por las costuras, el orden antiguo estaba pasando, pero el nuevo estaba esperando por el corazón consagrado y genial espíritu de este gigante intelectual.

La estructura política se estaba desmoronando bajo los golpes de martillo de los bárbaros, mientras la desintegración moral le seguía con prisa. En la filosofía los grandes sistemas habían pasado sus días de apogeo, y el eclecticismo y el escepticismo estaban en boga. Aunque Agustín había sido educado como retórico y dialéctico, se inició como aficionado del maniqueísmo, del escepticismo, y finalmente desembarcó en el neoplatonismo del cual se convirtió en el año 386 a la edad de treinta y tres años. A diferencia completamente de Calvino, quien testifica que fue convertido de repente de la espiral de la superstición romana, a Agustín le llevó un largo tiempo ver los errores de la superstición, del paganismo y la herejía. De hecho, nunca escapó completamente de las espirales de la filosofía pagana, y le llevó un largo tiempo mirar las plenas implicaciones de su fe en la gracia de Dios. En consecuencia, muchos movimientos en la Edad Media y en tiempos modernos han buscado su respaldo en los escritos de Agustín y confesar alguna afinidad de espíritu con él. Harnack le ve como el profeta de la interioridad. Otros dicen que Agustín fue el primero en descubrir la personalidad. Los católicos, por su parte, toman su posición en la doctrina de la iglesia de Agustín, los protestantes mantienen su doctrina de la predestinación, mientras que a los racionalistas en la religión les gusta verlo como el precursor de la perspectiva de Descartes, cogito, ergo sum (pienso, luego existo).

No se halla dentro del foco de este escrito el evaluar esta variedad de afirmaciones o de entrar en ellas en detalle. Esta no es una monografía sobre Agustín, pero es seguro decir que Agustín era un filósofo cultural de primera categoría, pues busca brindar un informe, a sí mismo y a sus contemporáneos, de la relación de la iglesia para con el mundo de la cultura. No era un snob cultural, despreciando a sus compañeros creyentes que no tenían la misma apreciación de los poderosos productos del espíritu humano; ni tampoco era un cristiano con mentalidad de ghetto, buscando la segregación física del mundo.

Agustín se hallaba en el punto crítico de dos mundos, como lo ha expresado Warfield. Era el mediador por el cual la cultura de uno era transferida al otro. Sin embargo, en y a través de él fue transformada de la cultura clásica a una cultura cristiana. Y aquí yace la urgencia de su empresa intelectual. Alguien ha dicho que toda su vida fue una búsqueda de la verdad. Pero esto debe restringirse. Después que Agustín hubo encontrado la Verdad, a decir, el Hijo de Dios quien es la Verdad, el Camino y la Vida, su búsqueda en el sentido original terminó. Pero todo el resto de su vida buscó la implicación más profunda de la Verdad, y fue especialmente su fe en que el cristianismo era intelectual y moralmente respetable y responsable lo que le mantuvo ocupado.


Agustín como pensador y filósofo

Este estudio no se concentra en las disertaciones filosóficas elaboradas por Agustín y sus amigos inmediatamente después de su conversión. Esto es de interés solo en su pensamiento más maduro tal y como se reflexiona en ello en obras tales como: Sobre la Doctrina Cristiana (396 y 426 d.C.), Sobre la Trinidad (400-428 d.C.), La Ciudad de Dios (413-426 d.C.), los tratados morales y las Retractaciones, que fue terminada cuatro años antes de su muerte. Debe observarse que las Retractaciones deben ser tomadas paralelas a las Confesiones, pues son una especie de reconsideración con respecto a sus primeras posiciones. En ellas Agustín examina su propia emancipación progresiva del pensamiento pagano y sus ocasionales deslices en los esquemas del pensamiento clásico con desinteresado desafecto.

Warfield incluso sugiere que, con suficiente tiempo, Agustín hubiera erradicado todos los elementos que eran ajenos a la doctrina de la gracia, que fue la piedra angular de su sistema. Agustín repudió la noción de que el neoplatonismo y el cristianismo son compatibles, y apremió a este último a defenderse en contra del primero. Aunque Agustín en sus primeros escritos sostiene que hay dos maneras de encontrar la verdad, a saber a través de la razón y a través de la revelación, llegó más y más a la convicción que la razón natural del hombre está corrupta por el pecado y la rechazó como una fuente de conocimiento o un camino para encontrar la verdad. Él no sujetó la revelación a la razón puesto que “las mentes de los hombres están cegadas por las contaminaciones del pecado y la lujuria de la carne”. De allí que considerara a la filosofía pagana como una mezcla de disparates. Claro que en su evaluación de los neoplatonistas los encontró muy superiores a todos los otros buscadores de la verdad, no obstante los halló inadecuados y despistados; en consecuencia repudió de manera concluyente el platonismo. Sin embargo, hay aquellos que sostienen que “en general [Agustín] se identificó a sí mismo con su humor y perspectiva [neo-Platónica]. En la mano de Agustín el cristianismo asumió una forma neoplatónica, cuando el cristianismo es considerado con razón como platonismo cristiano”. La cuestión no es si pueden usarse elementos extraviados de la verdad que se encuentran en los platónicos. Agustín creía que la verdad pertenecía a los santos y que los paganos son nada más poseedores ilegítimos, quienes habían de ser desposeídos, de la misma forma como a los Egipcios se les quitó el oro y la plata. Tampoco es cuestión de si Agustín fue capaz de liberarse a sí mismo de las espirales de la mente clásica, pues encontramos una buena cantidad de síntesis. Pero cuando usamos el término “platonismo cristiano” estamos colocando al cristianismo en una posición adjetivada. Según esta opinión, Agustín en ocasiones subordinó “el principio distintivo cristiano de la fe al de una filosofía extraña”. Esto se apoya por la acusación de que su filosofía es abierta, idealista y personalista.

Desde el principio recordémonos a nosotros mismos que Agustín resolvió no desviarse en absoluto de la autoridad de Cristo (Contra Academicos, III, 20, 43). Consideraba erróneo colocar la razón por encima de la Escritura como fuente de autoridad; de hecho, para Agustín las Escrituras canónicas eran “la venerada pluma del Espíritu de Dios” (Confesiones, VII, 27). Agustín creía en la inspiración verbal y aceptaba como corolario la inerrancia, la autoridad y la incomprensibilidad [en el sentido de no ser limitadas ni capaces de ser limitadas] de la Escritura. De allí su famosa frase, “cree para que puedas entender” (crede ut intellegas). El hombre y el universo pueden ser entendidos solo por fe, que para Agustín es la respuesta a la revelación divina. Era básico a su pensamiento la necesidad de autoridad con el propósito de obtener conocimiento. Entendió el error fatal de la autonomía humana en la razón, de convertir al yo contingente en una realidad independiente y en punto de referencia final en el proceso interpretativo. Se dio plenamente cuenta de la posición revolucionaria que proponía y la consideró la única filosofía verdadera. Así, dice Cochrane, escapó de los engaños del materialismo y del idealismo, porque miró que forma y materia no eran sino productos de la mente humana.

No hay antítesis entre la fe y la razón en Agustín, sino que la razón es el instrumento santificado y la sierva de la fe, nunca es una entidad autónoma usurpando la autoridad de la Escritura.

De esta manera Agustín desafió a la tradición clásica de que la razón es objetiva y capaz de captar la verdad separada de la fe. Agustín no aceptó la autonomía de la razón humana, sino que el motivo central y creativo de su pensamiento fue el motivo bíblico radical de la creación, caída y restauración por medio de Jesucristo. Además, para Agustín el universo nunca es lo último como en Platón, y tampoco la mente del hombre es la última en cuanto a alcanzar conocimiento. El hombre como criatura es derivado en su ser y en su conocimiento. En su respuesta a los escépticos, Agustín argumenta que la conciencia involucra la existencia, el conocimiento y la voluntad; pero también añade que la limitación está envuelta en esta conciencia de manera que la conciencia de Dios entra al nivel de la conciencia del ser.

El límite radical entre el Creador y la criatura, que es el primer principio de una filosofía verdaderamente bíblica, no puede ser obviada por la razón. El hombre está sujeto, está bajo ley, y en esta sujeción radica su felicidad. Cochrane está en lo correcto al mantener que la sublevación de Agustín no fue contra la naturaleza (nunca se cansó de alabar la bondad de la creación de Dios) sino en que rechazó la interpretación clásica de la naturaleza, su cosmología y antropología, construidas en términos de forma y materia.

Platón había comenzado con la razón y, cuando aquella fracasó, se volvió a los mitos de los poetas, lo que es totalmente opuesto a Agustín, quien comenzó con la fe en la revelación y sobre su base desarrolla una filosofía cristiana, un entendimiento inteligible del universo creado. Decir que Agustín estaba en la tradición idealista de Platón es pasar por alto el hecho de que Agustín en realidad invirtió el arché (principio) de Platón, pues su principio de interpretación es abstracto pero personal, el Dios Trino de la revelación. Así, no solo la razón del hombre es salvada, sino toda su personalidad. El punto es que el conocimiento humano no era ni original ni no derivado, como para Platón, sino analógico y derivado puesto que el hombre es la criatura de Dios. “Nuestra confianza en Dios se vuelve el terreno último de nuestra certidumbre. En el análisis último, Dios es nuestro garante para la validez del conocimiento; y eso no meramente en forma remota, como el autor de nuestras facultades de conocimiento, sino también inmediatamente como el autor de nuestro acto mismo de saber, y de la verdad que es conocida”. Para Agustín todo conocimiento, tanto el de los mundos sensibles como inteligentes, es por revelación por medio de Cristo, la Palabra. Y puesto que el alma es simple, el conocimiento no solamente involucra al intelecto sino al hombre completo.

Agustín tomó muy en serio la doctrina de la creación. El hombre es finito y el misterio yace en el corazón del conocimiento. El hombre madura lentamente; por tanto su avance es limitado. El hombre es un pecador, cuya mente está entenebrecida. En este estado mortal la autoridad es la pedagoga necesaria, la revelación es un paliativo, pero la gracia es la cura. Pero, puesto que la fe no es un sustituto de la razón, no sustituimos a la ciencia por la superstición cuando aceptamos la solución cristiana, sino que escogemos una fe saludable en lugar de una destructiva. Esto indica que Agustín sabía en su día que la orientación de la mente del hombre está determinada por la alianza de su corazón. Se opuso al cientificismo del clasicismo que reclamaba el derecho de Legislar para toda la existencia del hombre bajo el sol.

No es despreciable decir que el sistema de Agustín es abierto, si lo que queremos decir es que no llegó a alcanzar la unidad y la integridad perfectas, y que hay contradicciones aquí y allá. Hubiese sido el primero en admitir esto, puesto que nadie tiene la verdad completa. Pero su sistema no era abierto en el sentido que le faltara determinación de estilo. La doctrina del consejo de Dios, de la Trinidad, la Creación, la Caída y la Redención determinan completamente su filosofía. De la misma forma no podemos llamar a Agustín un idealista o un personalista en el sentido corriente sin violentar sus presuposiciones básicas. El dios de Platón es finito, y en su sistema el hombre es el intérprete último de la realidad, la referencia final para la interpretación. Pero para Agustín el hombre es el portador de una imagen quien debe aprender a pensar los pensamientos de Dios a Su manera, pensamientos que Dios ha impreso sobre el mundo y para el cual el intelecto del hombre se halla apto. Pero, en el sistema de verdad de Agustín, la personalidad no participa en la divinidad.

Nadie debiera preocuparse por sostener que hay elementos sin resolver en Agustín, o negar que hay una buena porción de síntesis con pensamientos paganos. Sin embargo, el asunto importante es observar la gran antítesis que colocó entre el pensamiento pagano antiguo y el pensamiento cristiano. Esta disyuntiva es señalada como una oposición entre revelación y razón, y entre gracia y el mérito humano.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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