​La vida total es una meditación sobre la vida por venir, y todo debe verse a la luz de la eternidad. Por lo tanto, debemos aprender a poseer y no a ser poseídos por las cosas de este mundo, porque el mundo pasa. Para Calvino la cultura nunca es un fin en sí mismo. Toda la erudición, todo el arte y el aprendizaje, lo mismo que las formas más humildes de la cultura, han de usarse para el servicio de Dios y ejercidos para Su Gloria.

​La contribución de Calvino en el campo de la educación deja claro por lo anteriormente dicho que Calvino estaba dispuesto a aceptar los dones de la gracia común de Dios en el campo de la cultura humana y aun admitió que los no creyentes fuesen nuestros maestros en asuntos de técnica y de formas artísticas. Sin embargo, nunca pierde vista la antítesis en la cultura, la oposición entre Cristo y Satanás. Esto se ve de forma evidente en la máxima obra de Calvino, el establecimiento de la Academia en Ginebra. Esta ha sido llamada el «seminario de la reforma eclesiástica».

Es imposible hacer justicia a los detalles técnicos e históricos de la fundación de la Academia en este breve resumen. Sin embargo, notemos que Calvino hizo de la educación de los jóvenes una de sus primeras preocupaciones a su llegada a Ginebra en 1536. También expresó la necesidad de una institución de educación superior en 1537 y 1541. Pero no fue sino hasta que Calvino hubo descansado de sus enemigos (alrededor de 1555), que fue capaz de darle a este asunto la atención que merecía. El año siguiente propuso la reorganización del sistema escolar al concilio, pero ese cuerpo no tomó una decisión definitiva hasta 1558, cuando aprobó la concesión de un terreno, que Calvino había escogido por su belleza y utilidad, y aceptó los planes definitivos. Para financiar este proyecto el mismo Calvino salió a solicitar donaciones, se aceptaron colecciones, se animó a los testadores a hacer donaciones en sus testamentos, de manera que por pura determinación y entusiasmo, la gente superó las limitaciones de su pobreza.

Aunque el edificio no fue terminado hasta 1563, fue dedicado y puesto en uso en 1559. El siempre difícil problema de conseguir maestros fue resuelto por la rebelión del equipo de trabajo de la Academia de Lausana, que renunció en protesta contra la atribución arrogante de Bern de aceptar la autoridad secular en casos de disciplina espiritual. El 5 de Junio de 1559, en la Iglesia Catedral, Beza, quien había sido elegido como rector, pronunció un notable discurso inaugural, en el que felicitó a Ginebra por haber fundado una escuela para estudios liberales, libre de la superstición. Los estatutos de la escuela, preparados por Calvino, fueron leídos por el secretario, Sr. Roset. Calvino simplemente hizo unos pocos comentarios de cierre y elevó una oración. El desinterés de Calvino junto con una estimación equilibrada de sus talentos deberían observarse en el hecho de que nombró rector a Beza en lugar de a sí mismo.

Consideremos también cómo concebía Calvino el rol de la educación en la reforma de la iglesia y en la renovación de la cultura. De su Ordre du College de Ginebra queda claro que el objetivo básico de la educación era el conocimiento de Dios y de su creación para el servicio de Dios. Tal conocimiento podía obtenerse por el estudio de la historia, como se presentaba en los clásicos, y de la naturaleza, como se presentaba en las ciencias naturales.

Sin embargo, debido a la caída, el hombre natural no puede llegar al verdadero conocimiento de Dios o de su mundo sin la regeneración. Solo ella hace posible el captar el significado de la revelación de Dios en la Escritura, y restaura al hombre a la perspectiva apropiada.

Esta posición concuerda con la enseñanza de Calvino en su Comentario sobre la Primera Carta a los Corintios, en la que trata del lugar e importancia de la cultura pagana. Calvino rescataría cualquier aprendizaje sólido, libre de superstición, al trasplantarlo al marco de una filosofía cristiana. Pues a menos que veamos la sabiduría y cultura del hombre a la luz de Cristo, son humo, convertidas en necedad por Dios. Pues, “el hombre, con toda su agudeza, es tan estúpido al querer obtener por sí mismo un conocimiento de los misterios de Dios, lo mismo que un asno está capacitado para entender las armonías musicales”. El estudio de las artes y las ciencias no es para la alabanza del ingenio humano, o para el deleite de una minoría elitista, sino para la mayor gloria de Dios.

El aprendizaje no es un asunto individual, sino para la enseñanza de otros, y ambos procesos han de estar al servicio de Dios y de su reino. De hecho, una educación liberal no puede estar divorciada de la meta del hombre en la vida, a saber, entender las Escrituras con el propósito de hacer la voluntad de Dios. Las artes y las ciencias liberales no nos dan el verdadero conocimiento de Dios, a menos que nuestros ojos hayan sido primero abiertos por medio del Espíritu. Y el estudio de “la filosofía, la ciencia y la elocuencia tenían como su propósito último la comprensión más profunda del hombre de aquello que Dios dice por medio de las Escrituras”.

La Academia de Calvino comenzó con 162 jóvenes, la mayoría de Francia, pero cinco años más tarde a la muerte de Calvino, la escuela elemental tenía 1.200 estudiantes y la Academia propiamente dicha, 300. De esta forma, dice Charles Borgeaud, el historiador de la Academia, Calvino realizó su tarea: había asegurado el futuro de Ginebra haciéndola a la vez una iglesia, una escuela y una fortaleza. Fue la primera fortaleza de la libertad en los tiempos modernos. Calvino, es cierto, se había convertido en una figura ecuménica antes del establecimiento de la Academia por medio de sus cartas, comentarios, la influencia de la Institución, y su posición heroica contra el papa y la jerarquía en cada recodo del camino; sin embargo, la Academia fue su máximo logro. De ella emanó una corriente de hombres jóvenes, formados en el ministerio del Evangelio, para todas las tierras de Europa Occidental. Además de teología, artes y ciencias, también se enseñaban en Ginebra leyes y medicina. La influencia cultural del sistema educativo centrado en Dios de Calvino es casi incalculable.


Conclusión

Al tratar con el impacto de las ideas de Calvino sobre la política, la economía, el arte y la educación, me he limitado a mí mismo por causa de la brevedad. Sin embargo, las amplias implicaciones culturales son claramente evidentes.

En resumen, se debe recordar que Calvino como el teólogo de la cultura estaba interesado en traerla a la obediencia a Cristo por medio de su Palabra. En el área de la cultura el hombre es libre, bajo Dios, de la Iglesia y del Estado. Pero no es la libertad de la licencia o la libertad de renunciar al mundo como malo. El hombre es justificado por la fe; y por la regeneración es renovado a la imagen de Cristo; por tanto, la influencia santificadora de la Palabra debe extenderse a toda la existencia del hombre bajo el sol. Todo hombre tiene un llamado divino para cumplir el mandato cultural, pues todas las cosas son nuestras, y nosotros de Cristo. Sin embargo, debemos ejercer moderación, paciencia y fidelidad en nuestra vocación diaria, trabajando como para el Señor ante la mirada de Dios (Coram Deo).

La concepción de Calvino de la cultura también es radicalmente escatológica. La vida total es una meditación de la vida por venir, y todo debe verse a la luz de la eternidad. Por lo tanto, debemos aprender a poseer y no a ser poseídos por las cosas de este mundo, porque el mundo pasa. Para Calvino la cultura nunca es un fin en sí mismo. Toda la erudición, todo el arte y el aprendizaje, lo mismo que las formas más humildes de la cultura, han de usarse para el servicio de Dios y ejercidos para la gloria de Dios. De allí que se encuentre una dualidad que existe en la cultura humana, porque la actividad del hombre que no está dirigida al servicio y la gloria de Dios es frustrante, es vana y sin significado. ¡Soli Deo Gloria! ¡Solo a Dios la Gloria! Ese era el lema de la vida de Calvino, no solo en la obra de Cristo para salvación, sino también para el esfuerzo cultural del hombre

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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