Cualesquiera que sean los dioses que los hombres “encuentren” por la razón, o que se creen en su imaginación, son simplemente caricaturas, son ídolos.

​Para un entendimiento apropiado del concepto calvinista de la cultura, debemos considerar ahora el rol de la fe. Es bastante común suponer que hay dos caminos para encontrar a Dios. Por un lado está el camino de la razón, empleado por los griegos, lo cual nos da la teología natural, y, por otro lado, está el camino de la fe, que llegó a nosotros por los hebreos y que nos muestran sus Sagradas Escrituras. Entonces, se supone que el cristianismo es una mezcla de los dos, lo que halla su expresión en la teología cristiana. Sin embargo, el cristianismo, sobre la base de la autoridad bíblica, sostiene que el hombre no puede venir a Dios sin fe (Heb. 11:7) y que todo lo que no es de fe es pecado (Rom. 14:23). Por tanto, cualquier cosa que los hombres puedan alcanzar por la razón no lo hacen para encontrar al Dios viviente, Creador del mundo, y Padre del Señor Jesucristo.

Cualesquiera que sean los dioses que los hombres “encuentren” por la razón, o que se creen en su imaginación, son simplemente caricaturas, son ídolos.

En contra de la posición de los filósofos de la religión, Calvino sostuvo que el hombre no puede llegar al conocimiento de Dios como Creador (teología natural) sin la luz de las Escrituras. Cristo, al hablar con la mujer samaritana, sostuvo que toda religión, excepto la de los judíos, era falsa (Juan 4:22) y que los oráculos sagrados eran necesarios para la correcta comprensión del Dios verdadero. Como dice Calvino, “Pues, como quiera que el entendimiento humano, según es de débil, de ningún modo puede llegar a Dios ni no es ayudado y elevado por la sacrosanta Palabra de Dios, era necesario que todos los hombres, excepto los judíos, por buscar a Dios sin su Palabra, anduviesen perdidos y engañados en el error y la vanidad”. En otras palabras, la primera parte del credo cristiano en la cual la Iglesia Universal confiesa a Dios el Padre, Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, no es una pieza de teología natural. Es parte del conocimiento de la fe, pues como cristianos conocemos al Creador, no principalmente a partir de la creación, sino por su Palabra. Es parte del Credo. Y la fe no es la conclusión de un proceso de racionalización. No es el resultado de la experimentación empírica, o la respuesta emocional a una experiencia mística. Sino que la fe es la respuesta al testimonio divino, la evidencia de las cosas que no se ven. Pero decir que la fe trasciende la esfera de lo racional (el corazón tiene razones de las cuales la mente no sabe) no significa que la fe sea irracional, o que es un salto en la oscuridad. Ni tampoco su inhabilidad para resolver las discrepancias aparentes en conexión con los más trascendentes misterios de la doctrina cristiana invalida la naturaleza genuina de la fe. En realidad, los misterios de la Trinidad y de la Encarnación nos enseñan que Dios habita en luz inaccesible (I Tim. 6:16); en consecuencia, el creyente acepta estos misterios con asombro y adoración. Por lo tanto, la demanda de que toda revelación debe ser reconciliable con la racionalidad humana es inconsistente con la naturaleza de la fe, y con la naturaleza de la razón correctamente considerada. Con respecto al testimonio de la Escritura, esta llega como un testimonio absoluto y final de Dios al hombre. Parece que debiésemos admitir que solo Dios es un testigo adecuado de sí mismo.

Ahora bien, la fe es la respuesta del hombre a este testimonio objetivo. Es la avenida subjetiva por la cual el testimonio de Dios se torna efectivo en el hombre, la criatura. Y esta es la misma naturaleza de la religión. La verdadera religión es revelacional por necesidad, puesto que Dios es la fuente del ser del hombre y el fundamento de su existencia. En otras palabras, puesto que el hombre es el portador de la imagen de Dios, permaneciendo en relación con él como la de un niño dependiente, y puesto que el hombre es esencialmente un ser religioso, no puede vivir si no es excepto por fe. Por tanto, colocar la fe en oposición a la razón constituye una falsa antítesis, porque ambas, la fe y la función analítica, la cual llamamos razón, son aspectos del hombre como criatura. Todos los hombres funcionan analíticamente (razón), y todos los hombres funcionan písticamente (en fe). La fe es simplemente una función, sin duda la más alta en la escala, del hombre como criatura. Con su corazón el hombre o cree o no cree, pero él es una criatura creyente incluso en su incredulidad. Es la misma distinción que aplicamos al hombre como criatura moral; sea que él sea santo (moral) o impío (inmoral), el hombre se distingue del animal, el cual es amoral. Por tanto, todos los hombres viven por fe; creen o en el Dios verdadero y viven por fe en el Hijo de Dios, o, se vuelven a una caricatura, un ídolo, el cual Isaías describe desdeñosamente (Isa. 40). El hombre utiliza su poder analítico (razón) para justificar su compromiso básico de fe.

Acusar a aquellos que hacen de la fe el elemento principal en la relación del hombre con Dios de ser escépticos de la razón es puro disparate. Decir que esta posición, algunas veces llamada fideísmo, niega todas las categorías racionales a la religión y que por lo tanto tiene solo una alternativa, a saber, el silencio, es pura mala interpretación, o más bien propaganda. Cuando Lutero habló de Die Hure Vernunft (la Ramera Razón) no negó o despreció así el valor de las categorías racionales en la religión, sino que repudió la prostitución de la razón del hombre para negar a su Hacedor y oponerse a Dios. La razón se convierte en una ramera en la medida en que utiliza su poder dado por Dios de manera contraria a la ley de Dios para su ser, exactamente como una mujer que prostituye su cuerpo de manera contraria a la ley de la feminidad y del matrimonio y de la maternidad es llamada una ramera.

Mucha mala interpretación con respecto a la fe y a la razón se debe al hecho de que la razón no es vista en su perspectiva apropiada como una de las funciones del hombre como criatura, a saber, la analítica, sino que se le da un status objetivo, súper-temporal, y es, de esta manera, deificada a la manera griega. Este es el proceso de hipostatización, la elevación de un aspecto del ser del hombre sacándolo de su marco y transformándolo en la corte final de apelación. Sin embargo, en realidad la función analítica del hombre no es sino una de muchas, dado que el hombre también funciona entre otras en las modalidades biológicas, sociales, psicológicas, económicas, estéticas, morales y písticas. Y esta última, puesto que une al hombre con aquello que trasciende el tiempo y el espacio, es la función determinante. Es decir, todo hombre en sus varias funciones está determinado por su relación con Dios; o vive por fe en el Dios verdadero o se vuelve a la apostasía, lo que constituye una función negativa de su naturaleza pística.

Mientras que los primitivos se volvieron hacia ídolos de madera y piedra, o adoraron los cuerpos celestiales, el hombre moderno en su apostasía crea dioses a su propia imagen; se torna a la adoración de Mammón, la ciencia, la belleza, el poder, etc.

Sin embargo, la posición aquí presentada es que no existe cultura sin una presuposición, puesto que el hombre es un ser religioso. No hay tal cosa como el postulado de que el científico no debe tener presuposiciones. En este sentido la neutralidad es totalmente imposible; no existe. Todo hombre, como agente cultural, sea un filósofo o un artista, un agricultor o un arquitecto, vive por fe, la que determina todo su ser y todo su modo de vida.

Algunas veces esa fe es, realmente, un conformarse a las costumbres y tradiciones de la masa, como en la religión tribal, el estilo de vida americano, o la ortodoxia muerta de muchas iglesias. Si un hombre no elige la fe cristiana, de que Jesucristo, el Hijo de Dios, limpia de todo pecado, entonces debe escoger una metafísica alternativa, porque “la dimensión metafísica de la mente nunca permanece vacía, sino que debe tener siempre un contenido”. La noción de que la neutralidad en este asunto es posible es una ilusión peligrosa, puesto que la neutralidad misma, al dar por sentado el hecho, es una especie de metafísica escéptica. Generalmente cuando se niega el concepto cristiano de Dios, con su énfasis espiritual, le sustituye una metafísica mecanicista y materialista, y esto bajo la apariencia de una neutralidad metafísica. Dice Brunner, “Lo que se presentó como neutralidad metafísica era, de hecho, un naturalismo directo, por no decir un materialismo estúpido; un axioma preconcebido de la unidad y uniformidad de todos los fenómenos. Claro, esto es metafísica, metafísica del peor tipo; en lugar de la genuina apertura mental que no pre-enjuicia el carácter del Ser, tenemos aquí un dogma metafísico de la uniformidad de todo el Ser, que comprobó ser genuinamente perjudicial en el campo de las ciencias espirituales y que contribuyó no poco a la triste condición del mundo presente. Solamente menciono una sociología naturalista que abolió la noción de justicia e introdujo, en su lugar, el principio de la supervivencia del más apto”. Así pues, es el hombre, como ser religioso, el que es llamado a la cultura. Por lo tanto, la fe es el a priori religioso de toda la empresa cultural del hombre, y particularmente de su búsqueda científica.

El conflicto en la cultura no es entre la fe y la cultura, la religión y la razón. Sino que, puesto que toda cultura se fundamenta sobre la fe religiosa, el conflicto es uno de fe divergentes. Por tanto, el Dr. Conant está colocando el carro delante del caballo cuando afirma que el establecimiento de escuelas cristianas separadas  es una fuerza divisiva en la nación. Las escuelas cristianas son simplemente un reconocimiento de la divergencia de la fe y una solución realista, desde el punto de vista del calvinista, a la situación actual. Claro, es mala desde el punto de vista de los secularistas en la educación, puesto que pierden parte de su influencia, y la religión del estilo americano de vida pierde una batalla en el conflicto.

Al hablar de la fe como la presuposición inevitable de la cultura, no solamente tengo en mente el aspecto formal de la fe (pistis), la cual es la hipótesis necesaria de todo esfuerzo científico. Porque aunque es verdad que toda la ciencia presupone la fe en sí misma, en la exactitud de sus observaciones, en la fiabilidad de la percepción sensorial y de los procesos de pensamiento, este aspecto formal de la fe no es ahora el asunto principal. El aspecto psicológico de la fe es hoy lo suficientemente claro y casi universalmente reconocido.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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