​Cristo como Rey es tanto Salvador como Señor; Él restaura a los hombres al servicio a Dios y les demanda su alianza total. Como profeta proclamó la verdad de Dios, pero como Rey sana la espantosa herida del pecado, pues Él es el verdadero obrador de milagros.

​La cultura recibe su sentido del significado de la historia. Si la historia es un ciclo sin significado en el que el hombre no trasciende las exigencias del tiempo y del espacio, entonces también la cultura se vuelve sin significado. Por ende, el hombre está sin esperanza en la banda sin fin llamada vida. El cristianismo rechazó la teoría cíclica de la historia y la sustituyó por el concepto lineal, con una consumación que hace significativas todas las cosas. Pero, desde la llegada del existencialismo, la esperanza cristiana ha perdido su poder propulsor y los hombres una vez más han sido reducidos a una vida de una sucesión inacabable de eventos que no tienen un significado básico que el hombre sea capaz de averiguar. El sin sentido de la vida se ha transformado en la nota dominante en la literatura y en la pintura moderna, lo mismo que en la filosofía de los existencialistas. El existencialismo acepta la visión mítica de la vida, la cual niega significado histórico a los hechos sino que coloca el énfasis sobre su carácter simbólico.

En la historia todo es dinámico y cambiante, no hay verdad absoluta. Aún Dios está llegando a ser. El cristianismo histórico, al cual se adhiere el calvinismo, cree que Cristo permanece en el centro de la historia. Cristo da significado a todo el pasado puesto que es la preparación para su venida en la carne, y domina el futuro entero hasta el fin del tiempo, Su Segunda Venida. De hecho, Cristo ha sido constituido Señor de la historia, puesto que se le ha consignado todo poder, y ha recibido un Nombre por encima de todo nombre, para que en el Nombre de Jesús toda rodilla se doble, y toda lengua confiese que Él es Señor para gloria del Padre (Mat. 28:18; Fil. 2:10, 11). Cristo es ahora el Soberano de los reyes de la tierra (Apoc. 1:5), y como tal dirige los destinos de las naciones, lo mismo que de los individuos, hasta la venida de su Reino con poder y gran gloria. El Padre ha puesto todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia, la cual es Su cuerpo, la plenitud de aquel que lo llena todo en todo (Efe. 1:22, 23).

Por lo tanto, la formulación “Cristo y Cultura” es no solamente legítima sino la única descripción apropiada del problema. Cristo es el Señor de la historia, Aquel en quien y a través de quien la cultura humana recibe su significado.

Él es el misterio de Dios en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col. 1:20). Sin Cristo, quien es el Redentor del cosmos, la historia queda sin significado, pero Cristo quien es la Verdad ha venido para dar a conocer la Voluntad del Padre. Esto incumbe no solamente a la Redención de los elegidos de Dios, aunque tal es el corazón del asunto en lo que al destino humano concierne, sino que el mensaje de Cristo fue cósmico en su alcance. Él proveyó el significado de toda cultura humana al señalar al desenlace en juicio, al cual se dirigen todas las cosas y en el cual el Padre vindicará su justicia, amor y santidad. Si los existencialistas, tanto filosófica como literariamente, han sido instrumentos al señalar el sin sentido de la existencia sin Dios, le han hecho al cristianismo un servicio negativo. Aunque no se ha dado un verdadero diagnóstico del predicamento del hombre como estando alienado de Dios, y por tanto no hay ningún remedio disponible, no obstante el existencialismo, hasta cierto punto, ha sentido la desesperanza y desesperación de la humanidad en su alineación de la fuente de su ser.

Según la Escritura, Cristo es Rey no solo en su prerrogativa natural como el Logos eterno, co-igual con el Padre y el Espíritu, sino que ha sido ungido como rey Mediador en virtud de su obediencia y sacrificios rendidos en el Calvario (Sal. 2:6; 45:7; Isa. 9:6, 7; Lucas 1:22; Juan 18:36, 37, etc.). Mientras que el primer Adán cayó en pecado y desobediencia por medio de las argucias de Satanás, Cristo como el segundo Adán cumplió toda justicia y finalizó la obra que le había sido dada por el Padre (Mat. 3:1; 3:15; Juan 17:4). En su oficio como Mediador, Cristo es el Reconciliador del mundo, el primer principio (arché) y Logos de la historia, la Clave de la Cultura. En Él la verdad y la santidad, la majestad y la gloria de Dios, son manifestadas en y para el mundo. Esto, según la Escritura, es el fin principal de la Creación, a saber, manifestar la gloria y la majestad de Dios. Y dado que el hombre original, Adán, cayó a este respecto, el segundo Adán vino para revelar al Padre, para rendir una obediencia perfecta.

Cristo es la cabeza espiritual sobre su pueblo, a quienes redime y santifica, para que ellos, por medio de su Espíritu le reconozcan voluntariamente como su Señor. Este es el Reinado espiritual de Cristo el cual ejerce para reunir, gobernar, santificar y proteger a la Iglesia, por la cual murió y de la cual Él es la cabeza (Efe. 1:20-22; 5:23-33). Cristo como rey es el buen pastor, cuya voz las ovejas obedecen (Juan 10; I Pedro 2:25); su Reino consiste en los miembros de la Iglesia invisible quienes escuchan la verdad (Juan 18:37), de aquellos que están dispuestos a llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo (II Cor. 10:5). El Reino de nuestro Señor es más extenso que la Iglesia como una organización visible, aunque la Iglesia visible es una de las manifestaciones más importantes de ese reino en el mundo. Pero, en realidad, los ciudadanos del Reino de Dios son también miembros de familias, de sociedades y naciones, y como tales deben mostrar su alianza al Rey. Este Reino es tanto presente como futuro. Aunque es una realidad presente, es eterno en carácter, pues su Reino no tendrá fin (Isa. 9:7; Lucas 1:33). En Su segunda venida Cristo establecerá su Reino en paz y justicia en los nuevos cielos y la nueva tierra, de manera que su consumación será visible y gloriosa (Lucas 22:12, 30; I Cor. 6:9; 15:50; II Tim. 4:18; II Pedro 1:11).

Cristo como Rey es tanto Salvador como Señor; Él restaura a los hombres al servicio a Dios y les demanda su alianza total. Como Profeta proclamó la verdad de Dios, pero como Rey sana la espantosa herida del pecado, porque Él es el verdadero obrador de milagros. Por su poder no solo el alma y el cuerpo del hombre son sanados, salvados y restaurados, sino que también el universo entero un día será restaurado como un hábitat apto para la humanidad redimida. Este es el verdadero significado del milagro en la Escritura. Es una demostración del poder de Dios para liberar al hombre del poder de la maldad y del pecado, tanto física como cósmicamente. Y un día este Reino corresponderá con el cuadro profético, “No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar” (Isa. 11:9).

Puesto que Cristo restaura a los hombres a la verdad, Él espera que sus súbditos sean testigos y rentengan la verdad. Esto no es asunto de predicar el Evangelio solo para abrir los ojos de los hombres para que se vuelvan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios (Hch. 26:18), sino que esto es un asunto de la batalla cultural. La cultura no es meramente material, algo que tiene que ver con la naturaleza, las máquinas, las herramientas y los logros físicos. La cultura es también una empresa espiritual; es una batalla en el ámbito de la verdad y en la esfera de los ideales. En la cultura griega el ideal humanista halló expresión en el alcance total de la vida.

De igual modo en el Renacimiento, un retorno a este ideal humanista produjo una negación de la concepción cristiana de la moralidad y de la ley y exaltó una vez más la gloria del cuerpo, el amor por esta vida, y la gratificación de la carne. Pero en su misma raíz el calvinismo sostiene que los hombres están aquí para la gloria de Dios. Si la fortaleza de la concepción griega yace en su unidad y en su aplicación consistente, ¡cuánto más debe el calvinismo, con su ideal más alto, producir una cosmovisión unificada y una cultura definitivamente comprometida con el servicio a su Rey celestial! Ahora bien, debiera ser claramente evidente que la “tarea de la cultura cristiana es buscar la gloria de Dios en patrones de vida que estén en armonía con Su voluntad revelada”. Esto es enseñado claramente por Pablo cuando advierte a los creyentes a no conformarse a este mundo (Rom. 12:2). La palabra griega usada por Pablo es schema, que significa patrón, diseño, esquema. Los cristianos no han de esquematizar sus vidas según los patrones culturales de este mundo. Su entendimiento de las relaciones sexuales no puede seguir el patrón establecido por Hollywood, su concepción y trabajo para hacer dinero no pueden estar esquematizadas según el brutal individualismo de un capitalismo falto de escrúpulos. Y este patrón no yace tanto en el material que se usa o en el corte de cabello de uno o en el traje con el que viste,  sino en lo espiritual. Dios, el Señor, quien le ha consignado toda autoridad al Hijo, por medio de quien gobierna todas las cosas, ha dado dirección para nuestra vida en lo que respecta al amor y a nuestra vida económica, y para los aspectos jurídicos, sociales, biológicos y físicos de la existencia de cada día. Cristo, el Legislador de Sión, señala con rigor el séptimo mandamiento, sin hacer excepciones a la Ley divina del matrimonio monógamo el cual es para toda la vida, excepto en el caso de adulterio. La vida amorosa entre un hombre y una mujer es una actividad sagrada, porque involucra a la imagen de Dios y a las leyes de Dios, pero Hollywood desprecia la Ley de Dios y menosprecia la imagen sagrada al envilecer la vida matrimonial por ganancia económica. ¿Puede uno, alguna vez, jugar a que ama en una cultura calvinista? ¿No es la así llamada ley del arte, que el hombre puede reproducir cualquier cosa de la vida en la literatura, el drama, la pintura, etc., contraria a la Ley de Dios con respecto al matrimonio? ¿Y qué ocurre con el tercer mandamiento? (No tomarás el Nombre de Jehová tu Dios en vano)  Una vez más aquí el dictado del arte es que si es necesario reproducir un personaje blasfemo, puesto que la vida real produce tales personajes, podemos con impunidad jurar y tomar el nombre de Dios en vano sobre el escenario o al escribir una novela, puesto que es una exigencia del arte. Y de esta forma uno podría continuar. También el sagrado servicio de adoración es representado teatralmente, se pronuncia la bendición de Dios para efectos artísticos, y la ridiculización de las bodas es bastante común incluso entre los piadosos. Mi punto simplemente es, de si esto no es contrario al interdicto apostólico de no conformarnos a los patrones de este mundo.

Y hablando de bodas, aquí especialmente es visible la falta de una cultura cristiana. Las trilladas bromas de circo que se dicen, para la edificación e hilarante respuesta de los invitados, sugieren una barata zarzuela cómica. Y las canciones de bodas cantadas por los solistas dan la impresión de que uno está en el mundo, ya que la cultura del Renacimiento con su ideal del das Eebig Weibliche es dominante. Una de las canciones de boda favoritas es la traducción inglesa de Ich Liebe Dich, en la que el amante promete su amor por el tiempo y la eternidad – “Te amo, por el tiempo y la eternidad”. Pero, inmediatamente después, el ministro lee la forma en la que se presenta la doctrina escritural del matrimonio y la pareja se promete amarse el uno al otro “hasta que la muerte nos separe”. Pues en la visión cristiana de la vida, el amor humano es para esta vida; pero en la eternidad Dios será todo en todos, y la bendita unión con Cristo, quien es la Luz de la nueva Jerusalén, no tolerará alguna bigamia en el alma – habiendo sido este cuerpo presente transformado y siendo nuestra existencia como la de los ángeles, en la que no hay matrimonio. Cuán similar es todo esto a los saduceos, que erraban grandemente, quienes no conocían ni las Escrituras ni el poder de Dios (Mat. 22:29).

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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