​"Tuve el sentimiento más profundo que podía haber experimentado. Me cambió; mi trabajo me cambió. Y llegué a la conclusión de que estas palabras tienen el sello del Hijo del Hombre y de Dios".

​Hacia el final del evangelio de Lucas tenemos registrado otro ejemplo de cómo la Biblia habla de manera en que ningún otro libro lo hace. Jesús acababa de resucitar de entre los muertos y había comenzado a aparecerse a sus discípulos. Dos de ellos, Cleofás y posiblemente su esposa, estaban regresando a su aldea, Emaús, cuando Jesús se les acercó en el camino. No lo reconocieron. Cuando les preguntó por qué estaban tan apesadumbrados, le contestaron explicándole lo que había acontecido en Jerusalén durante la Pascua. Le contaron sobre Jesús, «que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo». Le contaron cómo los principales sacerdotes y los gobernantes «le entregaron a sentencia de muerte, y le crucificaron». Ellos habían estado en Jerusalén esa misma mañana y habían oído rumores de las mujeres que habían ido al sepulcro y habían dicho que el cuerpo no estaba y que unos ángeles se les habían aparecido proclamando que Jesús había resucitado. Pero ellos no creían en resurrecciones. Ni siquiera se habían tomado la molestia de ir ellos en persona al sepulcro, aunque estaba bien cerca. El sueño había acabado. Jesús había muerto. Se volvían a su aldea.

Pero Jesús les comenzó a hablar y a explicarles la misión de Cristo, enseñándoles con base en las Escrituras. Les dijo: «¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciere estas cosas, y que entrara en su gloria?» Y luego, comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que las Escrituras decían acerca de Él.

Finalmente llegaron a donde vivían los discípulos. Invitaron a Jesús a entrar y él se les reveló mientras comían. Jesús desapareció de su vista y volvieron a Jerusalén para contarles a los demás discípulos lo que les había sucedido. Su propio testimonio fue el siguiente: «¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?» (Lc. 24:13-32). Fueron cautivados por la Palabra de Dios. En esta situación, Jesús en persona cumplió con el papel del Espíritu Santo al interpretar la Biblia a sus discípulos y aplicar sus verdades a ellos.

La Biblia también nos cambia. Nos convertimos en hombres y mujeres; distintos como resultado de encontrarla. Una porción del capítulo trece a los Romanos cambió la vida de San Agustín cuando leyó la Biblia mientras se encontraba en el jardín propiedad de un amigo, cerca de Milán, en Italia. Lutero nos cuenta cómo, mientras estaba meditando en las Escrituras, recluido en el castillo de Wartburgo, se sintió «renacer», y nos dice como Romanos 1:17 fue su «puerta al cielo». La meditación sobre la Escritura de Juan Wesley lo condujo a su conversión en la pequeña congregación de Aldersgate. J. B. Phillip escribe:


Unos años antes de la publicación de la New English Bible, fui invitado por la BBC para conversar sobre los problemas de la traducción con el doctor E V. Rieu, quien había producido
recientemente una traducción de los cuatro evangelios para los Penguin Classics. Hacia el final de la conversación, se le preguntó al doctor Rieu sobre cómo había encarado la tarea, y su respuesta, fue la siguiente:

«Mi propósito personal para llevar a cabo esta tarea fue mi intenso deseo por convencerme acerca de la autenticidad y el contenido espiritual de los evangelios. Y, si recibía un nuevo entendimiento al estudiar detenidamente los originales griegos, transmitírselo a otros. Me enfrenté a ellos con el mismo espíritu con que lo hubiera hecho si me hubieran dicho que eran uno manuscritos griegos recién descubiertos».

Unos minutos más tarde le pregunté: «¿Tuvo usted la sensación de que todo el material estaba extraordinariamente lleno de vida? …Yo tuve la sensación que todo estaba lleno de vida, aun cuando los estaba traduciendo. Aunque uno hiciera una docena de versiones para un pasaje en particular, aún así seguía siendo un texto vivo. ¿Tuvo usted esa sensación?».


El doctor Rieu contestó: «Tuve el sentimiento más profundo que podía haber experimentado. Me cambió; mi trabajo me cambió. Y llegué a la conclusión de que estas palabras tienen el sello del Hijo del Hombre y de Dios. Son la Carta Magna del espíritu humano».

Phillips concluye diciendo: «Me resultó particularmente sorprendente oír a un hombre que es un erudito de primer nivel, y un hombre de sabiduría y experiencia, admitir abiertamente que estas palabras que habían sido escritas hace tantos años estaban llenas de poder. Tanto para él como para mí, nos sonaron como verdaderas».

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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