El misticismo es deseable y las obras cristianas deben ser apreciadas, pero la semilla de la iglesia, tanto en el nacimiento del cristianismo como en la época de la Reforma, fue la sangre de los mártires; y nuestros santos mártires derramaron su sangre no por el misticismo ni por proyectos filantrópicos, sino por sus convicciones en cuanto a la aceptación de la verdad y el rechazo del error.

​[Viendo entonces los errores del modernismo y del catolicismo], solo en la línea del protestantismo podemos avanzar, porque de hecho se busca la salvación en esta línea actualmente, de parte de dos tendencias diferentes que sin embargo terminarán en una amarga decepción. La primera es práctica, la otra mística.

La primera, la práctica, sin esperanza de una defensa contra el criticismo moderno, sostiene que los cristianos solo pueden apoyarse en toda clase de obras cristianas. Sus seguidores no están seguros en cuanto a la actitud que deben asumir frente a las Escrituras; están enajenados de la doctrina; pero esto no les impide sacrificar su persona y su dinero para la causa de la filantropía, el evangelismo, y las misiones. Así tienen una triple ventaja: se unen cristianos de todos los matices de opinión; se alivia mucha miseria; y tiene una atracción conciliatoria para el mundo no cristiano. Esta propaganda por medio de la acción es digna de ser alabada. En el siglo pasado, la actividad cristiana estaba demasiado limitada; y un cristianismo que no comprueba su valor en la práctica, degenera en un escolasticismo seco y palabras vanas. Pero sería equivocado suponer que el cristianismo pueda limitarse a esta manifestación práctica. Nuestro Salvador sanó a los enfermos y alimentó a los hambrientos, pero lo más importante en Su ministerio fue que Él, en estricta lealtad a las Escrituras del Antiguo Testamento, proclamó Su propia Divinidad y Su ministerio de Mediador, la expiación de los pecados por Su sangre, y Su venida para el juicio.

La Iglesia de Cristo nunca confesó un dogma central que no hubiera sido la definición intelectual de lo que Cristo proclamó acerca de Su propia misión hacia el mundo; y acerca del mundo al cual Él fue enviado. Él sanó el cuerpo enfermo, pero hizo mucho más: vendó nuestras heridas espirituales. Él nos rescató del paganismo y del judaísmo, y nos trasladó a un mundo completamente nuevo de convicciones en el cual Él mismo, como Mesías designado por Dios, constituye el centro. Además, en lo que concierne a nuestra disputa contra Roma, no perdamos de la vista el hecho de que Roma siempre nos sobrepasa en cuanto a las obras cristianas y a la devoción. Sí, admitamos que incluso el mundo incrédulo empieza a competir con nosotros, y que en las obras de filantropía intenta más y más adelantarse a nosotros.

En las misiones, tengámoslo por cierto, la incredulidad no sigue en nuestras huellas; pero ¿cómo podemos continuar con las misiones mientras no tenemos un Evangelio bien definido para predicar? ¿O es posible imaginarse algo más monstruoso que los así llamados misioneros liberales que predican solo humanidad y piedad descolorida, y reciben de parte de los sabios paganos la respuesta de que ellos mismos, en sus círculos civilizados, nunca pensaron o enseñaron otra cosa que este mismo humanismo moderno?

¿Tiene quizás la otra tendencia, la mística, un poder de defensa más fuerte? ¿Qué pensador o historiador afirmaría esto? Sin duda, el misticismo irradia un fervor que calienta el corazón; y ¡ay del gigante del dogma y del héroe de la acción, que es extraño a su profundidad y ternura!. Dios creó la mano, la cabeza y el corazón; la mano para la acción, la cabeza para el mundo, y el corazón para el amor. Rey en la acción, profeta en la profesión, y sacerdote en el corazón, así debe el hombre presentarse en este triple oficio ante Dios, y un cristianismo que descuida el elemento místico, se vuelve frígido y se congela. Por tanto, debemos considerarnos afortunados cuando un ambiente místico nos envuelve y nos hace respirar el aire suave de la primavera. Por medio de ello, la vida se hace más auténtica, más profunda y más rica. Pero seria un triste error suponer que el misticismo por sí mismo pueda lograr un revés en el espíritu de la época. … El misticismo, por su misma naturaleza, se aísla y evita el contacto con el mundo exterior. Su fuerza está en la vida del alma, y esto no es suficiente para asumir una posición ofensiva. El misticismo fluye en un lecho subterráneo y no muestra líneas bien demarcadas por encima del suelo. Lo que es peor, la historia demuestra que todo misticismo unilateral se volvió mórbido, y que finalmente degeneró en un misticismo de la carne, asombrando al mundo con su infamia moral.

Por tanto, aunque me alegro del avivamiento tanto de la tendencia práctica como de la mística, ambas resultarán en pérdida en vez de ganancia, si se espera de ellas que superen el abandono de la Verdad de la Salvación. El misticismo es deseable y las obras cristianas deben ser apreciadas, pero la semilla de la iglesia, tanto en el nacimiento del cristianismo como en la época de la Reforma, fue la sangre de los mártires; y nuestros santos mártires derramaron su sangre no por el misticismo ni por proyectos filantrópicos, sino por sus convicciones en cuanto a la aceptación de la verdad y el rechazo del error. Vivir con conciencia es la prerrogativa divina del hombre, y solo de la visión clara, no oscurecida de la conciencia procede la palabra poderosa que puede hacer que los tiempos cambien su rumbo, y que puede causar una revolución en el espíritu del mundo. Entonces se engañan a sí mismos si estos cristianos prácticos y místicos creen que puedan seguir adelante sin una cosmovisión cristiana propia. Nadie puede avanzar sin ello. Cualquiera que piensa que puede abandonar las verdades cristianas, y poner de un lado el catequismo de la Reforma, sin darse cuenta prestará su oído a las hipótesis de la cosmovisión moderna, y sin saber cuan lejos ya se ha desviado, jurará por el catequismo de Rousseau y de Darwin.

Por tanto, no nos quedemos a medio camino. Tan cierto como que cada planta tiene una raíz, es que un principio está escondido debajo de cada manifestación de la vida. Estos principios están interconectados y tienen su raíz común en un principio fundamental; y de este principio fundamental se desarrolla sistemática y lógicamente el complejo entero de ideas y conceptos gobernantes que constituyen nuestra cosmovisión. Con una cosmovisión tal, descansando firmemente sobre su principio y consistente en su estructura espléndida, el modernismo ahora se enfrenta al cristianismo; y contra este peligro mortal, los cristianos no pueden defender con éxito su santuario si no es colocando en oposición contra todo esto una cosmovisión propia, fundamentada con igual firmeza sobre la base de vuestro propio principio, elaborada con la misma claridad y brillando con una consistencia igualmente lógica. Ahora bien, esto no se consigue ni con obras cristianas ni con misticismo, sino solamente regresando, con el corazón lleno del calor místico y con nuestra fe personal manifestada en fruto abundante, regresando a aquel punto del cambio histórico que se alcanzó en la Reforma; y esto es equivalente a un regreso al calvinismo. Aquí no hay otra alternativa.

El socinianismo murió una muerte sin gloria; el anabaptismo pereció en orgías revolucionarias. Lutero nunca elaboró completamente su pensamiento fundamental. Y el protestantismo en un sentido general, sin diferenciar más, o es un concepto puramente negativo sin contenido, o un nombre camaleónico que les gusta adoptar como escudo a aquellos que niegan al Dios-Hombre. Solo del calvinismo se puede decir que siguió de manera consistente y lógica las líneas de la Reforma, que estableció no solo iglesias sino también Estados, que puso su sello sobre la vida social y pública, y que así, en el pleno sentido de la palabra, creó para la vida humana un mundo de pensamiento completamente propio.

Estoy convencido que después de lo que dije en mi primera exposición, nadie me acusará de subestimar el luteranismo. Sin embargo, el emperador actual de Alemania proveyó no menos de tres veces un ejemplo de los malignos efectos posteriores de los errores aparentemente pequeños de Lutero. Lutero se desvió al reconocer al soberano del país como la cabeza de la iglesia establecida, ¿y qué es lo que hemos testificado ahora, como resultado de ello, de parte del emperador excéntrico de Alemania? Primero, que Stocker, el campeón de la democracia cristiana, fue despedido de su corte, solo porque este defensor audaz de la libertad de las iglesias había expresado el deseo de que el emperador abdique de su sumo episcopado. Después, al viajar los escuadrones alemanes a China, le instruyó al príncipe Enrique de Rusia  a que llevase  al Lejano Oriente, no el Evangelio cristiano, sino el «evangelio imperial». Y más recientemente, él exhortó a sus sujetos leales que sean fieles en sus deberes, porque después de su muerte iban a presentarse ante Dios y… ¿Su Cristo? … No; sino ante Dios… y el gran Emperador. Y finalmente, en el banquete de Porta Westfalia, que Alemania tenía que continuar su labor bajo la bendición de la paz, como es concedido por la mano extendida del gran Emperador que aquí está por encima de nosotros.

 Cada vez una intrusión más audaz del cesarismo en la esencia de la religión cristiana. Como Uds. ven, estas no son trivialidades; esto toca principios de aplicación mundial, por los cuales nuestros padres en la época de la Reforma pelearon sus grandes batallas. Para colocar en defensa del cristianismo un principio en contra del otro principio, una cosmovisión en contra de otra cosmovisión, es obvio para un protestante verdadero que solo el principio calvinista provee un fundamento sobre el cual se puede edificar.

Este documento fue expuesto en la Universidad de Princeton en el año 1898 por Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Ámsterdam.

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