La predestinación que lo abarca todo, no es colocada por el calvinista en las manos del hombre, ni mucho menos en las manos de una fuerza ciega, sino en las manos del Dios Todopoderoso, Creador y Dueño soberano del cielo y de la tierra; y es en la ilustración del alfarero y el barro donde la Escritura nos expuso desde los tiempos de los profetas esta elección que domina sobre todo. Elección en la creación, elección en la providencia, y de la misma manera, elección para la vida eterna; elección en el ámbito de la gracia al igual que en el ámbito de la naturaleza.

​Y así, mi última exposición llega rápidamente a su fin. Pero antes de concluir, siento que todavía una pregunta exige una respuesta: si debemos abandonar o mantener la doctrina de la elección. Para responder, permítanme contrastar con esta palabra elección una segunda palabra que difiere de ella en una sola letra: Nuestra generación recibe la palabra elección con oídos sordos, pero se entusiasma locamente por la selección. Entonces, ¿cómo formulamos el problema tremendo que está escondido detrás de estas dos palabras; y en qué aspecto difieren entre ellas las soluciones del problema que son representadas por estas dos palabras casi idénticas? – El problema tiene que ver con la pregunta fundamental: ¿Por qué existen diferencias? ¿Por qué no es todo igual? ¿Por qué existen ciertas cosas de una manera y otras cosas de otra manera? No hay vida sin diferenciación, y no hay diferenciación sin desigualdad.

La percepción de diferencias es la fuente de nuestra conciencia humana, el principio causativo de todo lo que existe. Entonces, cualquier otro problema puede ser reducido a este: ¿De dónde vienen estas diferencias? ¿Por qué la existencia, la génesis y la conciencia son heterogéneas? Para decirlo de una manera concreta: Si tu fueras una planta, preferiría ser una rosa en vez de un hongo; si fueras un insecto, preferirías ser una mariposa y no una araña; si fueras un ave, preferirías ser un águila en vez de una lechuza; si fueras un mamífero, preferirías ser mejor un león que una hiena; y siendo hombre como eres, preferirías ser rico en vez de pobre, con capacidades, en vez de tosco, europeo en vez de africano. Entre todos ellos hay una diferenciación amplia. En todo lugar hay diferencias entre los seres vivos; y estas diferencias incluyen en casi todos los casos también una preferencia. Cuando el halcón atrapa y desmenuza a la paloma, ¿cuál es la razón por la que estas dos criaturas son así de opuestas y de diferentes? Esta es la pregunta suprema en el reino vegetal y animal, entre los hombres, en toda la vida social; y es por medio de la teoría de la selección que nuestra época actual intenta resolver este problema de todos los problemas. Aun en la célula individual se postula la existencia de elementos más fuertes y más débiles. Los más fuertes vencen a los más débiles, y la ganancia es atesorada en una potencia superior del ser. O si el más débil todavía mantiene su existencia, la diferencia se manifestará en el desarrollo futuro de la lucha.

Ahora bien, la hierba del pasto no es consciente de ello, y la araña sigue atrapando a la mosca, el tigre sigue matando el venado, y la criatura más débil no se culpa a sí misma de su miseria. Pero nosotros, los humanos, somos claramente conscientes de estas diferencias. Entonces, no podemos evadir la pregunta de si la teoría de la selección es una solución calculada para reconciliar a la más débil criatura con su existencia. Se reconocerá que esta teoría solo puede incitar una lucha más feroz, con un «abandona toda esperanza» para el más débil. En contra de la fe de que el más débil sucumbirá al más fuerte, según el sistema de la elección ninguna lucha valdrá. Entonces, la reconciliación no puede surgir de los hechos; solo puede surgir de la idea. ¿Pero cuál es la idea aquí? ¿No es esta, que donde estas diferencias han sido establecidas, y aparecen seres altamente diferenciados, que esto es o bien el resultado de la casualidad, o bien la consecuencia necesaria de fuerzas naturales ciegas? Ahora bien, ¿creeremos que la sufriente humanidad se dejará reconciliar alguna vez con su sufrimiento por una solución tal? Sin embargo, admiro la penetración y el poder del pensamiento de los hombres que nos encomiendan la teoría de la evolución y le doy la bienvenida a su progreso. No por su contenido; sino porque esta teoría tuvo la valentía de atacar nuevamente el problema más fundamental de todos, y por tanto alcanza la misma profundidad de pensamiento a la que Calvino descendió.

Pues este es precisamente el significado elevado de la doctrina de la elección, que en esta doctrina, hace tres siglos,(Ahora son cinco)  el calvinismo se atrevió a enfrentar este mismo problema que domina todo; pero no lo solucionó en el sentido de una selección ciega que estimula las células inconscientes, sino honró la elección soberana de Aquel quien creó todas las cosas visibles e invisibles. La determinación de la existencia de todas las cosas que iban a ser creadas, de lo que iba a ser camelia o trébol, ruiseñor o cuervo, ciervo o cerdo, e igualmente entre los hombres, la determinación de nuestras propias personas, si uno nace como niña o niño, rico o pobre, tonto o astuto, blanco o negro, o incluso Abel o Caín, esta es la predestinación más tremenda que se puede imaginar en el cielo o en la tierra. Y seguimos viendo como esto sucede ante nuestros ojos todos los días, y estamos sujetos a ello en nuestra personalidad entera; nuestra existencia entera, nuestra misma naturaleza, nuestra posición en la vida depende enteramente de ello. Esta predestinación que abarca todo, el calvinista no la coloca en las manos del hombre, ni mucho menos en las manos de una fuerza natural ciega, sino en las manos del Dios Todopoderoso, Creador y Dueño soberano del cielo y de la tierra; y es en la ilustración del alfarero y el barro que la Escritura nos expuso desde los tiempos de los profetas, esta es la elección que domina todo. Elección en la creación, elección en la providencia, y así también elección para la vida eterna; elección en el ámbito de la gracia al igual que en el ámbito de la naturaleza. Ahora, cuando comparamos estos dos sistemas de selección y elección, ¿no demuestra la historia que la doctrina de la elección, siglo tras siglo, devolvió la paz y el consuelo a los corazones de los creyentes que sufrían; y que todos los cristianos honran como nosotros la elección tanto en la creación como en la providencia; y que el calvinismo difiere de las otras confesiones cristianas solo en este único punto, que al buscar la unidad y al colocar la gloria de Dios sobre todas las cosas, se atreve a extender al misterio de la elección a la vida espiritual, y a la esperanza de la vida por venir?

Entonces, esto es todo en lo que consiste la estrechez dogmática del calvinismo. O mejor dicho, porque los tiempos son demasiado serios para la ironía, que cada cristiano que todavía no puede abandonar sus objeciones por lo menos se haga esta pregunta: ¿Conozco alguna otra solución de este problema mundial fundamental, que me capacite mejor para defender mi fe cristiana, en esta hora del conflicto más agudo, contra el paganismo renovado que gana fuerzas día tras día? No se olviden que el contraste fundamental fue siempre, y es, y será hasta el fin: el cristianismo en contra del paganismo, los ídolos o el Dios viviente. Así hay una verdad bien percibida en el cuadro drástico pintado por el emperador alemán, que representó al budismo como el enemigo por venir. Un velo espeso cubre el futuro; pero Cristo nos profetizó en Patmos que se acerca un último conflicto sangriento, e incluso ahora, el desarrollo gigantesco de Japón en menos de cuarenta años ha llenado a Europa con temor a las calamidades que podrían venir de parte de la hábil «raza amarilla» que forma una proporción tan grande de la familia humana. ¿Y no testificó Gordon que sus soldados chinos, con los que venció sobre los Taipins, cuando estaban bien entrenados y guiados, eran los soldados más espléndidos que él jamás comandó? La cuestión asiática es muy seria. El problema del mundo surgió en Asia, y en Asia encontrará su solución final; y en el desarrollo tanto técnico como material, se demostró que las naciones paganas, tan pronto como despiertan y se levantan de su letargo, casi instantáneamente compiten con nosotros.

Por supuesto, este peligro sería mucho menos amenazante si los cristianos, tanto en el Mundo Antiguo como en el Mundo Nuevo, estuvieran unidos alrededor de la cruz, cantando alabanzas a su Rey, y dispuestos como en los días de las cruzadas a avanzar al conflicto final. ¿Pero cómo, si pensamientos paganos, aspiraciones paganas, ideales paganos, están ganando terreno entre nosotros mismos, y están penetrando al mismo corazón de la nueva generación? ¿No fueron los armenios vilmente abandonados al destino de ser asesinados, porque el concepto de solidaridad cristiana se ha debilitado tanto? ¿No fueron los griegos aplastados por los turcos, mientras el estadista cristiano Gladstone, políticamente un calvinista hasta los tuétanos, que tuvo la valentía de llamar al sultán «Gran asesino», ha partido de entre nosotros? Entonces, tenemos que insistir en una determinación radical. Medidas a medias no pueden traer el resultado deseado. La superficialidad no nos preparará para el conflicto. Un principio tiene que testificar nuevamente contra un principio, una cosmovisión contra una cosmovisión, un espíritu contra un espíritu. Y aquí, que hable quien lo sabe mejor; pero yo no conozco ninguna fortaleza más fuerte y más firme que el calvinismo, con tal que lo asumamos en su forma sana y vigorosa.

Y si usted contesta, medio en burla, si yo realmente soy tan ingenuo de esperar que ciertos estudios calvinistas cambien la cosmovisión de los cristianos, entonces esta es mi respuesta: El avivamiento no viene de hombres; es el privilegio de Dios, y es solo por Su voluntad soberana que el caudal de la vida religiosa suba en un siglo y baje en el siguiente. También en el mundo moral, tenemos tiempos de primavera cuando todo retoña con vida, y otra vez el frío del invierno, cuando todo río de la vida se congela y la energía religiosa es petrificada.

Nuestra época está, sin duda, muy seca religiosamente.

Si Dios no envía Su Espíritu, no habrá ningún cambio, y temiblemente rápido será el agotamiento de las aguas. Pero recuerdan Uds. el arpa eólica, que los hombres solían colgar en su ventana, para que la brisa despertase su música. Mientras no había viento, el arpa permanecía en silencio; y cuando había viento y el arpa no estaba en su lugar, se escuchaba el sonido del viento, pero no había ninguna música etérea que complaciera. Ahora, debemos hacer que el calvinismo sea nada más que una arpa eólica – absolutamente sin poder, sin el Espíritu vivificante de Dios – pero siempre es nuestro deber impuesto por Dios mantener nuestra arpa con sus cuerdas bien afinadas, lista en la ventana de la Sión santa de Dios, esperando el aliento del Espíritu.

Este documento fue expuesto en la Universidad de Princeton en el año 1898 por Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Ámsterdam.

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