En la Escritura se establece el origen, la naturaleza y la meta del mundo, el hábitat del hombre, y el hombre como portador de la imagen de Dios.

​Realmente es una cosa espantosa caer en las manos de un Dios vivo (Heb. 10:31). Sin embargo, el hombre no está dispuesto a pagar el precio que se debe pagar para obtener la plenitud de significado y la totalidad por la cual suspira, a saber, el arrepentimiento. El hombre moderno rehúsa creer el Evangelio, que es la revelación e interpretación autoritativa de Dios, que provee la verdadera perspectiva de la cultura como significado.

La moderna cultura no cristiana es crítica con las Escrituras, puesto que, según su patrón, ellas simplemente encarnan una tradición humana. Su propia carta de libertad, que elogia la soberanía de la personalidad humana y reverencia la autonomía de la mente del hombre, prohíbe cualquier otro rumbo. Sin duda su concepción de que nada humano está más allá del rango de la crítica del hombre es válida; pero los creyentes no aceptamos la implicación de que las Escrituras cristianas sean un documento de origen meramente humano.

Hacer esto sería rendir la totalidad del sobrenaturalismo cristiano, lo que presagia el fin del cristianismo mismo. Sin embargo, debe notarse como una triste reflexión sobre el cristianismo histórico, que muchos que se llaman a sí mismos discípulos de Cristo niegan la relevancia de la Escritura, haciendo de la experiencia religiosa el tribunal final de apelación.

En un sentido, esto es cierto de todos los movimientos pietistas que se alejan del mundo en una negación Anabaptista, entre quienes K. Barth también encuentra un lugar. Pero aún entre aquellos que creen en la realidad presente del Reino como la esencia del Evangelio, la Biblia no tiene, en gran medida, ninguna relevancia. Los tales son no solamente los liberales de antaño quienes afirmaban que la experiencia de dos guerras mundiales les había hecho escarmentar y purgando la levadura de su fe evolucionista en la perfección del hombre, sino también una hueste de liberales más nuevos y semi-Barthianos como Caillet,quien coloca la autoridad en la Iglesia. Luego están eruditos como Tillich, Corner, Meland, los Niebührs, ninguno de los cuales toma seriamente la Palabra de Dios como autoridad para el hombre como ser cultural. Para la mayoría de este último grupo la Escritura habla solo simbólicamente, de manera que nunca tiene un mensaje literal.

Además, postulan una gran separación entre Dios y el hombre como criatura. Sin embargo, la Escritura describe a la criatura como teniendo compañerismo con su Dios. Habla del pecado como el divisor por el cual la tierra fue maldita y el hombre se volvió un extraño y exiliado de Dios.
El calvinista, por otra parte, no toma la visión estrecha de que la Escritura meramente revela el camino para la salvación del pecado. Para él la Biblia es también su libro fuente como una criatura cultural. Esta traza los principios guía para la totalidad de su ser. En la Escritura se establecen el origen, la naturaleza y la meta del mundo, el hábitat del hombre, y del hombre como portador de la imagen de Dios.  La Palabra de Dios no es meramente un correctivo, sino que es regulativa; sus principios básicos se deben convertir en elementos constitutivos de una filosofía cultural calvinista. Claro está, todo lo cual no significa que el calvinista va a sustituir los hechos de la ciencia y de la historia con la Biblia. Si alguien se dedicara a la política o a la economía, la ciencia o al arte, naturalmente debe estudiar los hechos disponibles, cualesquiera que estos sean, y en cualquier lugar donde estén disponibles. Sin embargo, tal estudiante en cualquier campo en el que trabaje debe orientar su estudio por la Palabra, la cual es normativa y le da al hombre la verdad última acerca de todos los hechos. El calvinista cree con su padre espiritual, Calvino, que Dios se revela a sí mismo en la naturaleza y en la historia y en la misma constitución del hombre (Institución, I, 5, 6).

Sin embargo, el verdadero significado de esta revelación no se entiende correctamente sin los anteojos de la Palabra de Dios. Esta necesidad se debe a los efectos objetivos, lo mismo que subjetivos, del pecado, a saber, la maldición sobre la tierra y la oscuridad que se afincó en la mente humana. Como consecuencia, hay necesidad de una nueva luz (la revelación especial) y de un nuevo entendimiento (iluminación a través del Espíritu). En realidad Dios le comunicó su voluntad al hombre antes de la caída en el pecado, de manera que el propósito de Dios les era conocido a nuestros primeros padres. Pero el pecado consistió en la rebelión del hombre contra la revelación autoritativa de Dios concerniente a la naturaleza de los eventos y las cosas. En su apostasía el hombre aceptó en su lugar la interpretación del diablo. Ahora, la Biblia sostiene que el hombre natural habita en oscuridad con respecto a su origen, a su llamado y a su destino. Por tanto, la Palabra es dada para presentarle al hombre caído el cuadro verdadero con respecto a sí mismo y su relación con Dios. El hombre debe aprender a darse cuenta quién era él en virtud de la creación, en quién se convirtió a través de la caída, y en quién se puede convertir por la gracia de Dios. En esta relación de pacto que llamamos religión, el hombre ha recibido un mandato cultural. Este nunca fue abrogado o abolido. En consecuencia es todavía válido para los quebrantadores del pacto que viven en rebelión, lo mismo que para los santos-pecadores, quienes ahora aman y sirven al Señor. Más allá de eso está el mandato misionero (la gran comisión) para todos aquellos que han sido restaurados para con el Padre, tienen un llamamiento para predicar el Evangelio a todas las naciones, enseñándoles a guardar todos los mandamientos de Cristo.

Entonces, que nadie suponga que el calvinista quiere usar la Biblia como un libro de texto para la ciencia, el arte, la política o alguna otra faceta de la cultura diversificada del hombre. El profeta Isaías nos dice que el agricultor aprende a preparar su terreno bajo la directa instrucción de su Dios (Isa. 28:24-29), mientras que David confiesa que Dios adiestra sus manos para la guerra (Sal. 18:34). El hombre no necesita una revelación especial para adquirir las artes de la agricultura o de la guerra, las técnicas de la ciencia y de las artes; estas cosas son aprendidas de la naturaleza a través de la inspiración del Espíritu. Moisés testifica que Dios, por medio de su Espíritu, les había dado a Bezaleel y a Aholiab talentos especiales de habilidades y capacidades al preparar el tabernáculo en el desierto, quienes estaban a cargo de un grupo especial de hombres sabios de corazón, “en quienes Jehová había puesto sabiduría y entendimiento para saber cómo hacer toda la obra para el servicio del santuario, según todo lo que Jehová había mandado” (Ex. 35:30 – 36:8). Y así es con toda la perspicacia cultural del hombre; los dones de Dios no están restringidos a los elegidos sino que también son dados a los hijos de Caín. De hecho, la simiente de Caín sobresalió en el alcance cultural al mismo principio del tiempo en la historia de la humanidad, cuando los hijos de Lamec iniciaron la cultura impía que llenó la tierra con violencia antes del diluvio. En resumen, para dividir el átomo uno no tiene que ir a la Biblia en busca de información científica o técnica.

Por otro lado, el hecho de que la Biblia no sea un libro de texto de ciencia no debe ser malinterpretado. No significa que la Escritura no tenga nada que decir con respecto a la ciencia o de que no tenga autoridad en asuntos que atañen a la cultura en general. Pues la totalidad del empeño cultural del hombre debe recibir su significado de Dios, quien debe revelar aquel significado a los hombres. Es Dios quien, en su consejo eterno, ha preinterpretado o destinado el significado de toda cosa creada.

Ahora bien, es la tarea cultural del hombre pensar los pensamientos de Dios a la manera de Él como ya había señalado Agustín, mediante el cual el hombre cumple su oficio de profeta, sacerdote y rey. Y el calvinista cree que un procedimiento verdaderamente científico es inteligible solo sobre la presuposición cristiana de un Creador soberano, quien se ha revelado a sí mismo frente a su criatura. Los principios de interpretación operando en la ciencia y en toda la cultura o presuponen al Dios que se ha revelado a sí mismo en Su Palabra como Creador, Conservador y Juez final del mundo, o niegan, directamente o por implicación, el concepto Escritural de Dios. Se reconoce que la ciencia trata con hechos, lo cual nadie negaría, no obstante estos no pueden ser separados de su interpretación. Es imposible pensar o discutir un hecho sin pensar sobre su relación con algo universal y con algún principio de interpretación.

Entonces, la cuestión real, en toda filosofía de la historia y de la cultura es:  qué tipo universal puede proveer la mejor explicación de los hechos que son descubiertos y analizados. Es decir, ¿por cuál razón universal los hechos se vuelven más significativos para el hombre como criatura religiosa y cultural? Y aquí nos vamos de regreso a la misma proposición discutida más arriba, a saber, la de la totalidad del significado y el problema del propósito en la cultura.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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