En las relaciones humanas muchas veces tenemos miedo de que algo sobre nosotros pueda salir a relucir y quiebre nuestra relación. Pero Dios ya conoce lo peor sobre nosotros y, sin embargo, continúa mostrándonos su amor.

La Omnisciencia es causa de incomodidad y aun de espanto para aquellos cuyo pecado no ha sido cubierto con la justicia de Cristo. Pero para los cristianos hay tres razones que hacen que esta Omnisciencia sea de gran bendición y motivo de gozo.

En primer lugar, como Dios conoce todo sobre nosotros, conoce lo peor sobre nosotros, pero aun así nos ama y nos ha salvado. En las relaciones humanas muchas veces tenemos miedo de que algo sobre nosotros pueda salir a relucir y quiebre nuestra relación. Si así no fuera, ¿por qué es que siempre tratamos de presentamos de la mejor manera frente a los demás? Pero Dios ya conoce lo peor sobre nosotros y, sin embargo, continúa mostrándonos su amor. Él «conoce nuestra condición» y «se acuerda de que somos polvo» (Sal. 103:14). No debemos temer que surja algo de nosotros que sorprenda a Dios, que algo oculto salga a la luz y se descubra nuestro pasado vergonzoso, o que un informante hable en nuestra contra trayéndonos vergüenza. No puede suceder nada que Dios no sepa ya.

Sirve de gran consolación saber que el Espíritu Santo no mora en nosotros como un espía para descubrir nuestras flaquezas e informar a Dios sobre ellas a fin de que seamos condenados. El Espíritu Santo sabe que Cristo ya ha sido condenado en nuestro lugar, y ahora el Espíritu Santo nos acompaña como un asesor o como el contable de Dios, para recordarnos siempre nuestro saldo, y para darnos los frutos de nuestra herencia, a fin de que podamos vivir bajo la victoria que ha sido adquirida para nosotros.

En segundo lugar, Dios no sólo conoce lo peor sobre nosotros, sino que también conoce lo mejor sobre nosotros, aunque esto pueda pasar desapercibido para los demás. Hay momentos en nuestras vidas cuando actuamos muy bien en determinada área, y sin embargo pasamos desapercibidos. Otras veces hacemos algo lo mejor que podemos y fracasamos. O lo que hemos realizado es malentendido. Las cosas a veces no resultan como había sido nuestra intención. La gente dice -y aun nuestros amigos, «¿Cómo pudo fulano hacer tal cosa? Yo tenía mejor opinión de él». Ellos no conocen la situación, y tampoco conocen nuestros corazones. Son críticos, y nada de lo que hagamos y digamos les hará cambiar de parecer. ¿Y, entonces, qué haremos? Es consolador saber que Dios, que conoce todas las cosas, también nos conoce a nosotros y sabe que hicimos lo mejor de lo que fuimos capaces. Y Él no nos juzga. Él no nos condena.

Un padre le está enseñando a caminar a su hija de un año. Ella lo intenta, pero se cae. Él la vuelve a poner sobre sus pies y ella vuelve a caerse. Entonces él se enoja, grita, y le dice: «Tú eres una tonta. Yo soy un buen maestro, pero tú no aprendes nada». Cuando ella se cae por tercera vez, él le pega. Evidentemente, tendríamos un pobre concepto de dicho padre. Por otro lado, tendríamos un elevado concepto del padre que dice: «No te preocupes. Sólo te caíste, pero en unos día vas a caminar. Yo sé que estás haciendo lo mejor». Nuestro Dios se parece al segundo padre. Él conoce nuestras debilidades y nuestro pecado, pero también sabe cuando intentamos hacer lo mejor, y es paciente.

En tercer lugar, Dios sabe lo que va a hacer de nosotros. Es decir, sabe con qué propósito hemos sido formados y ciertamente lo cumplirá a su debido tiempo. Este propósito está expresado explícitamente en Romanos 8:29. La mayoría de los cristianos conocen de memoria el versículo anterior, Romanos 8:28. Es una promesa muy reconfortante: «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados». Pero es una pena que muy pocos han memorizado el versículo siguiente donde se nos dice cuál es el propósito mencionado en el versículo 28. «Porque a los que antes conoció también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos». Dios se ha propuesto que seamos como Jesucristo. Este es el propósito de la redención, y en este contexto fue escrito Romanos 8:28. La redención comienza con el pre conocimiento selectivo de Dios de su propio pueblo, el cual ha sido predestinado para ser conforme a la imagen de Cristo -Él ha seleccionado el material y la matriz-. La redención luego incluye el llamado de estos elegidos a la salvación, su justificación por la obra de Cristo y su glorificación, el resultado final y acabado de los propósitos de Dios.

En el transcurso de la vida cristiana muchas veces nos desanimamos, y en algunos casos con razón. Damos un paso adelante, y luego medio paso para atrás. Una vez tenemos éxito, y luego fracasamos dos veces. Vencemos a la tentación, pero también caemos en la tentación, vez tras vez. Decimos: «No estoy haciendo ningún progreso. Estoy peor este año que el anterior. Dios debe estar desilusionado conmigo». Pero Dios no está desanimado con nosotros. Dios lo sabe todo. Es así que, aunque conoce nuestras derrotas y nuestras victorias, aunque éstas sean pocas, Él sabe mucho más que eso. Él sabe que un día por su gracia seremos hechos conformes a la imagen de Jesucristo. Podemos tener la plena certeza. Debemos tener confianza en esta promesa, no importa cuántas veces nos desanimemos. Nuestro destino final es grandioso; a la luz de tal destino todos los logros tan aplaudidos de nuestra época y nuestros logros personales se oscurecen y se vuelven virtualmente insignificantes.

La Omnisciencia de Dios también afecta a otras áreas de nuestra vida. Primero, si Dios es el Dios de todo el conocimiento, deberíamos comprender la importancia que tiene el conocimiento. Hemos sido hechos a imagen de Dios. Una de las cosas que esto significa es que podemos aprender de los pensamientos de Dios y compartir su conocimiento. Podemos poseer el verdadero conocimiento en este mismo sentido, si bien no al mismo nivel con que Dios posee el conocimiento. Estudiar y aprender son dos actividades válidas.

Segundo, la hipocresía es necedad. Podemos intentar engañar a las demás personas sobre lo que somos en realidad, y hasta cierto punto lograrlo. Pero no podemos engañar a Dios. Por lo tanto, si podemos pararnos frente a Él con todo nuestro pecado expuesto pero cubiertos por la justicia de Cristo, entonces podemos pararnos frente a cualquiera sin sentimos atemorizados de que puedan llegar a conocernos tal como somos. Podemos ser osados para hacer lo que nos parece correcto, sin importarnos que esto sea malentendido o ridiculizado. Podemos ser hombres y mujeres de palabra. Podemos dejar que nuestro sí sea sí y que nuestro no sea no, porque Dios nos conoce. No tenemos por qué pretender que somos lo que no somos.

Por último, podemos ser animados cuando sobrevengan las dificultades. Job pasó por muchas dificultades, pero todavía pudo decir: «Mas Él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro» (Job 23:10). Podemos descansar tranquilos, sabiendo que Dios conoce todo. Podemos orar, porque tenemos la seguridad de que ninguna oración, ningún grito de ayuda, ni siquiera un suspiro o una lágrima, pasarán desapercibidos por Aquel que ve hasta lo más profundo de nuestros corazones. A veces hasta ni oraremos. Pero «antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído» (Is. 65:24). El único requisito es que retiremos y bajemos estas verdades del estante de la teología y las pongamos en práctica en nuestra vida cotidiana.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar