​Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su Nombre (Jn. 20:30-31). 


En los libros tradicionalmente adjudicados al apóstol Juan, en particular el cuarto evangelio, la deidad de Cristo es un tema por encima de cualquier otro. El propósito del evangelio de Marcos, si es posible reducirlo a uno solo, es revelar al Señor Jesucristo como el siervo de Dios. Mateo lo presenta como el Mesías judío. Lucas hace hincapié sobre la humanidad de Cristo. Pero en Juan, Jesús se nos revela como el Hijo de Dios, eterno y preexistente, que se hizo hombre para revelar al Padre y traemos la vida eterna mediante su muerte y su resurrección.

Hacia el final de ese evangelio, Juan nos dice explícitamente que este ha sido su propósito: «Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (Jn. 20:30-31). Como este ha sido el propósito de Juan cuando escribió su evangelio, no nos sorprende encontrar su tesis —que Jesús es Dios— en el mismo comienzo de su evangelio. Allí escribe: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» (1:1-2). Del versículo 14 aprendemos que «aquel Verbo fue hecho carne» y que este término clave, Verbo, se refiere a Jesús. Es así como los versículos iniciales de este evangelio nos están diciendo que Jesús estaba con Dios desde el principio, o sea desde la eternidad pasada, y que en realidad Él mismo era enteramente Dios. Las oraciones que abren este evangelio son una afirmación categórica sobre la divinidad de Cristo. Hay al menos tres afirmaciones distintas en estos versículos, una de ellas repetida en un lenguaje ligeramente diferente:

La primera afirmación, que es la que se repite, es que Jesús existía con Dios «en el principio». Esta expresión es utilizada de distintas maneras en la Biblia. En la primera carta de Juan se la utiliza para referirse al inicio del ministerio de Cristo sobre esta tierra: «Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida… lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos» (1 Jn. 1:1-3). En Génesis se la usa para describir el comienzo de la creación, «En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Gn. 1:1). Pero en el evangelio de Juan, la referencia en la expresión va más atrás a ese comienzo. Juan se está refiriendo a una eternidad pasada, diciendo que cuando una persona comienza a hablar sobre Jesucristo, sólo puede hacerlo adecuadamente si va más atrás en el tiempo, antes de su vida en la tierra, antes del comienzo de la creación, a la eternidad. Es allí donde Jesús estaba. Según esta perspectiva, Juan claramente comparte las enseñanzas de Pablo en la epístola a los Filipenses y las enseñanzas contenidas en el libro de los Hebreos.

La segunda afirmación del capítulo 1 de Juan es que Jesucristo era «con» Dios. Esta es una afirmación de la personalidad separada de Cristo en el mismo sentido que ha sido expresada en la doctrina de separación de las personas dentro de la Trinidad. Pero es muy sutil. Juan desea decir que Jesús es plenamente Dios. Más adelante nos informará sobre Jesús diciendo «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn. 14:9). Juan sabe que dentro de la Divinidad hay diversidad, y está expresando esto con esta afirmación. La última afirmación es la declaración de que Jesús es plenamente divino. El texto griego dice literalmente: «Y Dios era el Verbo», lo que significa » que Jesús era plenamente divino en todos sus aspectos». Todo lo que podemos decir sobre Dios Padre puede ser también dicho sobre Dios Hijo. ¿Es soberano el Padre? También Jesús es soberano. ¿Es omnisciente el Padre? También Jesús es omnisciente. ¿Es omnipresente el Padre? También Jesús es omnipresente. En realidad, en Jesús podemos encontrar toda la sabiduría, la gloria, el poder, el amor, la santidad, la justicia, la bondad y la verdad de Dios. En cierto sentido, todo lo que viene a continuación en el evangelio de Juan nos ilustra de que Jesús es Dios.

En tercer lugar, Juan organiza su evangelio de la misma manera que un estudiante podría organizar una tesis de fin de curso, primero planteando lo que intenta probar, luego probándolo y, por último, resumiendo su posición, como diciéndole al lector: «Como es posible ver, he hecho lo que dije que iba a hacer». Por este motivo todo lo que aparece en el evangelio podría ser considerado en este momento de nuestro estudio: los milagros, los discursos, la reacción de los enemigos y los amigos de Cristo, e incluso hasta los propios comentarios de Juan. Pero tambien nos expone a un único pasaje como indicativo de la orientación general del evangelio de Juan. Este texto nos muestra sin ninguna duda que la concepción que Juan tenía de Cristo es la más alta que sea posible imaginar. El texto es Juan 12:41, donde después de haberse referido a la visión que Isaías tuvo de Dios (en Isaías 6), dice: «Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de Él». Para las personas que viven hoy en día, en particular los cristianos, esta referencia puede parecer muy natural, ya que estamos acostumbrados a afirmaciones teológicas que le asignan una plena deidad a Cristo. Pero esto, que hoy resulta tan natural, no era nada natural para Juan, un judío monoteísta, ni para sus contemporáneos. Para un judío viviendo en los tiempos de Juan, Dios era prácticamente inaccesible en su trascendencia. Era el Santo de Israel. Habitaba la gloria inaccesible. Nunca nadie lo veía. Y cuando en alguna ocasión fuera de lo común alguna persona privilegiada, como Moisés o Isaías, había tenido una visión de Dios en su gloria, se creía que no habían tenido en realidad una visión de Dios como es en sí mismo, sino más bien solo una imagen o un reflejo de Él. Pero que sin embargo dicha visión los había llenado de temor y admiración. Lo que vio Isaías fue la visión más fiel y cercana que aparece en todos los escritos y tradiciones hebreas de un «retrato» del Dios vivo y santo. Y esta visión, con todo su esplendor inexpresable, es la que Juan aplica a la persona de Jesús. 

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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