​Hemos estado mencionando, tal y como lo declara la Biblia, que todos los hombres son pecadores y observamos sobre todo que la enseñanza de Jesús no es una excepción respecto a esta condenación bíblica del género humano. Tanto en la enseñanza de Jesús como en el resto de la Biblia se nos dice que el género humano está perdido en el pecado.  Sin embargo, según Jesús, esa condición pecadora universal del género humano no es algo que sea propio del hombre por ser hombre. No es en forma alguna una parte necesaria de la naturaleza humana como tal.

Hay por lo menos dos maneras en que podemos demostrar por la enseñanza de Jesús que no lo es.

En primer lugar, Jesús manda a sus discípulos que sean perfectos como su Padre celestial es perfecto.  No les hubiera podido mandar que fueran algo que Dios nunca tuvo la intención que fueran. Por tanto el pecado no es una parte necesaria de la naturaleza humana.

En segundo lugar, Jesús mismo ofrece un ejemplo de hombre sin pecado:   una persona que tiene la naturaleza humana y con todo no tiene pecado. Esto también demuestra con claridad que el pecado no pertenece por necesidad a la naturaleza humana como tal.

El ejemplo de un hombre sin pecado que Jesús ofrece es el de su propia vida. En las palabras de Jesús tal como figuran en los Evangelios no hay vestigio ninguno de conciencia de pecado. Jesús enseñó a sus discípulos a orar, «Perdónanos nuestras deudas,»  pero él no oró así. Dice a sus discípulos, «Pues si vosotros, siendo malos,»  pero no dijo, «Si nosotros, siendo malos.» No se incluyó a sí mismo en esa condición pecadora que atribuye a otros hombres. Tenemos en esto sólo un ejemplo de algo muy extraño que se percibe a lo largo de todas las palabras de Jesús tal como se refiere en los Evangelios,   a saber, la extraña separación que Jesús siempre mantiene entre sí mismo y sus oyentes en el asunto de la relación con Dios y en particular en el asunto del pecado. Jesús nunca dice «Padre nuestro» a Dios, poniéndose en el mismo nivel que sus discípulos con ese «nuestro,» y desde luego que nunca se pone a sí mismo al nivel que los discípulos en ninguna confesión de pecado. Creo que a veces hemos fallado en no prestar atención suficiente a ese hecho estupendo. ¡Imaginemos a algún otro maestro que díga a sus oyentes, «Pues si vosotros, siendo malos»! ¡Qué abominable parecería en otros labios que no fueran los de Jesús! Cualquier otro maestro religioso diría, «Si todos nosotros   vosotros y yo  , siendo malos, sabemos dar buenas dádivas a nuestros hijos.» Pero Jesús dice, «Pues si vosotros, siendo malos. «

En este caso como siempre, Jesús se separa con claridad absoluta de la humanidad pecadora. Todo el género humano, enseña Jesús, está perdido en el pecado, pero él está sin pecado. No cabe duda de que es un hecho muy raro.

¿Será acaso porque Jesús no fue hombre? No, esa explicación es absurda. Los Evangelios en todas sus partes presentan a Jesús como verdadero hombre, y Jesús también se presenta así. Bien, entonces, en Jesús tenemos a un hombre sin pecado. Esto muestra con claridad suma que el pecado no forma parte necesaria de la naturaleza humana. No es algo que constituya la naturaleza del hombre como tal.

Pero entonces se suscita un problema muy grave. Si el pecado no es parte necesaria de la naturaleza humana, ¿cómo puede ser que todo el género humano, con una sola excepción, esté compuesto de pecadores? ¿Cómo se puede explicar esta soberanía extrañamente uniforme del pecado?

El mismo problema se plantea por lo que hemos dicho . Hemos observado que el hombre fue creado bueno. Dios creó al hombre a su imagen, en conocimiento, justicia y santidad. Bien, entonces, si Dios creó al hombre bueno, ¿cómo se explica que digamos ahora que todos los hombres son malos? ¿Cómo entró el pecado en el género humano?

Este problema no es puramente teórico; no es algo que nazca de simple curiosidad. Por el contrario, es un asunto de la mayor importancia. De las respuestas equivocadas a esa pregunta de cómo los hombres se han vuelto pecadores nacen respuestas equivocadas a la pregunta de qué es el pecado y de respuestas equivocadas a la pregunta de qué es el pecado procede el continuar en el pecado y el apartarse de la gracia de Dios. Creo que es algo de suma importancia pare nuestras almas que aclaremos de una vez por todas este asunto en nuestras cabezas.

Repitamos  cuál es el problema. El hombre fue creado bueno. ¿Cómo se explica entonces que todos los hombres de la tierra sean ahora malos? ¿Qué produjo este cambio sorprendente de bondad a maldad?

 Hemos visto cómo entró el pecado en el mundo. Entró por el pecado de Adán. Si la Biblia nos dice que todos los hombres, que descienden de Adán por generación física normal, son pecadores, sin duda que es lógico que digamos que esa condición pecadora universal de los descendientes de Adán se debió al pecado de Adán. Es lógico que digamos que los descendientes de Adán no comienzan a vivir sin pecado como Adán comenzó, sino que comienzan la vida manchados en alguna forma u otra con el pecado que Adán cometió. Un efecto uniforme parece exigir una causa única.

En cuanto al modo exacto en que todo el género humano participa en el pecado de Adán, ha habido opiniones diferentes en la Iglesia. Algunos han sostenido que el género humano forma una unidad tan compacta que lo que Adán hizo lo hicieron en realidad todos los hombres. El género humano, afirman esas personas, estaba como concentrado en Adán, de modo que el acto de Adán fue el acto de cada uno de nosotros.

Es perfectamente evidente que esta idea contradice tanto el sentido común como la Biblia. El género humano, tanto según el sentido común como según la Biblia, está compuesto de infinidad de personas, no de una persona; por tanto no se puede decir que lo que Adán hizo lo hiciera de hecho cada uno de sus descendientes. Yo he cometido muchos errores en mi vida, pero desde luego que no comí el fruto prohibido en el huerto  del Edén. Eso no lo hice yo; lo hizo otra persona, Adán.

Cómo se explica, entonces, que todo el género humano y no tan sólo Adán esté implicado en el primer pecado de Adán?
Voy a citarles lo que dice el Catecismo Menor a este respecto, y luego les voy a preguntar si lo que el Catecismo dice está de acuerdo o no con la Biblia.

«¿Cayó todo el género humano en la primera trasgresión de Adán?» Esta es la pregunta . Veamos la respuesta. «Ya que el pacto fue hecho con Adán, no sólo en beneficio suyo sino de toda su descendencia, todo el género humano, que desciende de él por generación ordinaria, pecó en él, y cayó con él, en su primera trasgresión.»

Recordarán qué significa la palabra pacto. Es el pacto de obras o de vida, que vimos contenía requisitos tan sencillos. Si Adán guardaba a la perfección los mandamientos de Dios,  decía el pacto   viviría; si desobedecía, moriría.

Pero ahora el Catecismo Menor dice que el pacto se hizo con Adán no sólo en beneficio suyo sino en el de su posteridad. ¿Qué fundamento bíblico tiene para decirlo?

Creo que ya el libro de Génesis, en el que se refiere la caída de Adán, indica con bastante claridad que el Catecismo Menor tiene un buen fundamento bíblico. Si Adán transgredía, moriría. La muerte iba a ser el castigo de la desobediencia . Y transgredió. ¿Qué sucedió entonces? ¿Fue Adán el único que murió? ¿Comenzaron sus descendientes donde él comenzó? ¿Se puso ante ellos de nuevo la misma alternativa entre vida y muerte que Adán tuvo ante sí? En absoluto. El libro de Génesis indica lo contrario con suma claridad. No, los descendientes de Adán, antes de que decidieran nada de forma individual, ya habían recibido ese castigo de la muerte. El libro de Génesis parece considerar esto como un hecho obvio.

¿Qué significa, pues, esto? Significa que cuando se hizo ese pacto de vida con Adán se hizo con el que Dios había constituido representante de la raza humana. Si obedecía los mandamientos de Dios, todos sus descendientes vivirían; si desobedecía, toda la raza moriría. No veo cómo el relato, si se toma en conjunto, pueda significar algo distinto.

Esta forma de ver el hecho, que está implícita en el libro de Génesis, se vuelve más explícita en ciertos pasajes importantes del Nuevo Testamento. En la parte final del capítulo quinto de Romanos, sobre todo, el apóstol Pablo lo aclara bien. «Por la trasgresión de uno,» dice, «vino la condenación a todos los hombres.»  «Por la desobediencia de un hombre,» dice en el versículo siguiente, «los muchos fueron constituidos pecadores.»  En estas palabras y en todo este pasaje tenemos la gran doctrina de que cuando Adán pecó lo hizo como representante de la raza humana, de modo que es del todo correcto decir que todo el género humano pecó en él y cayó con él en esa su primera trasgresión.

Cuando Adán pecó,  todo el género humano pecó en él y cayó con él. Todas las consecuencias que su primera trasgresión tuvo pare él las tuvo también pare su posteridad.

Es acertado, por tanto, que la siguiente pregunta del Catecismo Menor diga no «¿En qué estado colocó la caída a Adán?» sino «¿En qué estado colocó la caída al género humano?» Debemos estudiar las consecuencias del primer pecado de Adán para toda la humanidad.

El Catecismo Menor dice en su respuesta a la pregunta que acabamos de citar que esas consecuencias del primer pecado de Adán se pueden sintetizar diciendo que la caída condujo al género humano a un estado de pecado y miseria.

¿En qué consiste, entonces, la condición pecaminosa de ese estado en el que la caída colocó al género humano?

Tomemos como base de nuestra exposición esa importante respuesta del Catecismo Menor a la pregunta referente a la condición pecaminosa del estado en que la caída colocó al género humano. «La condición pecaminosa de ese estado en que los hombres cayeron,» dice el Catecismo Menor, «consiste en la culpa del primer pecado de Adán, la carencia de justicia original, y la corrupción de toda su naturaleza, lo cual se suele llamar pecado original; además todas las transgresiones de hecho que proceden del mismo.»

Lo primero que dice esa respuesta es que la culpa del primer pecado de Adán recayó sobre todos sus descendientes. Todo hombre que desciende de Adán por generación natural viene al mundo con la carga del terrible castigo que Dios lanzó sobre la desobediencia.

Quizá algunos llenos de horror digan:. ¿Cómo  puede una persona llevar la culpa del pecado de otra? ¿Cómo se puede suponer que antes de que un niño haya hecho nada bueno o malo haya sido ya castigado por lo que Adán hizo hace tanto tiempo?

Bien, me gustaría indicarles que si es imposible por la naturaleza misma de las cosas que una persona lleve la culpa de los pecados de otra, entonces ninguno de nosotros tiene ni la más mínima esperanza de salvarse y el evangelio es todo él un engaño y una trampa. En la entraña misma del evangelio está la enseñanza de la Biblia de que Jesucristo, quien no tuvo pecado, llevó la culpa de nuestros pecados en la cruz. Si eso es verdad, entonces no podemos decir que sea imposible que una persona cargue con la culpa de los pecado de otra.

El apóstol Pablo insiste en esta analogía en la parte final del capítulo quinto de Romanos.  En esa parte de dicho capítulo hallamos la que se llama “doctrina bíblica de la imputación”.

Esa doctrina, si se toma tal como la Biblia en conjunto la proclama, implica tres grandes actos de imputación. Primero, el primer pecado de Adán se imputa a sus descendientes. Segundo, los pecados de los que son salvos se imputan a Cristo. Tercero, la justicia de Cristo se imputa a los que son salvos.

Cuando la Biblia enseña que los pecados de los que son salvos se imputan a Cristo, esto significa que Cristo en la cruz llevó el castigo que con razón pertenece a los que son salvos. Cristo no merecía la muerte; no había pecado. Con todo sufrió como si hubiera pecado. Dios lo trató como si hubiera pecado, si bien no era pecador. El pecado por el que murió no fue un pecado que él hubiera cometido; fue nuestro pecado el que se le imputó.

Así pues, cuando la Biblia enseña que la justicia de Cristo se imputa a los que son salvos, esto no significa que los que son salvos sean de hecho justos. Por el contrario, son pecadores. Pero reciben la recompensa de la vida que la justicia de Cristo mereció. La justicia de Cristo no es de hecho de ellos, sino que les es imputada.

Luego, por fin, cuando la Biblia enseña que la primera trasgresión de Adán se imputó a sus descendientes, esto no significa que esos descendientes hubieran cometido de hecho esa primera trasgresión. Pero el castigo que Dios impuso por ese pecado de Adán cayó sobre ellos. Adán cometió esa primera trasgresión como representante suyo. Tanto ellos como él llevaron el castigo.

Escuchemos la forma clara en que se enseña esto en el capítulo quinto de Romanos

«Así que, como por la trasgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno, los muchos serán constituidos justos. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.»

«Por la trasgresión de uno vino la condenación a todos los hombres . . . por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores»   aquí tenemos, expresada, con una claridad difícil de superar, la doctrina de la imputación del pecado de Adán a su posteridad. Todo el género humano, que desciende de Adán por generación ordinaria, llevó el castigo que Dios impuso por la primera trasgresión de Adán.

¿Significa, entonces, esa doctrina de la imputación del pecado de Adán a su posteridad que los descendientes de Adán, aunque sean buenos en sí mismos, con todo sufren el castigo del pecado de Adán? ¿Significa que las personas buenas, debido a lo que Adán hizo hace tanto tiempo, reciben de Dios el mismo trato que si fueran malas, sufriendo, aunque sean buenas, muchas desgracias en esta vida y los dolores del infierno para siempre?

No, no significa de ningún modo esto. Por el contrario, todo el que sufre el castigo del pecado de Adán es también malo en si. En realidad, la maldad va necesariamente implicada en ese mismo castigo.

Dios dijo a Adán que si desobedecía moriría. ¿Qué significado tiene esa muerte? Bien, incluye la muerte física; de esto no cabe duda. Pero, por desgracia, también incluye mucho más que la muerte física. Incluye la muerte espiritual; incluye la muerte del alma para lo que es bueno; incluye la muerte del alma para Dios. El terrible castigo de ese pecado de Adán fue que Adán y sus descendientes murieron en sus  transgresiones y pecados.

Cuando digo esto, no quiero decir que Dios es el autor del pecado, ni del pecado que procede de otro pecado anterior ni de ninguna otra clase de pecado. Pero sí quiero decir que como justo castigo del pecado de Adán, Dios retiró su favor y las almas de todo el género humano quedaron espiritualmente muertas.

Esa muerte espiritual se describe en el Catecismo Menor en las palabras que siguen a las palabras, «la culpa del primer pecado de Adán,» que hemos tratado de explicar. «La condición pecadora de ese estado en que el hombre cayó,» dice el Catecismo Menor, «consiste en la culpa del primer pecado de Adán, la carencia de justicia original, y la corrupción de toda su naturaleza, lo cual se suele llamar pecado original; además todas las transgresiones de hecho que proceden del mismo.» El deseo de justicia original y la corrupción de toda su naturaleza, en la que la caída colocó al género humano, constituyen la  muerte espiritual.

Esa carencia de justicia original, esa corrupción de toda la naturaleza del hombre, esa muerte espiritual, es en sí mismo pecado. No es sólo la base del pecado, el sustrato del pecado, la raíz de la que procede el pecado. Es, en verdad, todo esto. Todas las transgresiones de hecho. proceden de él. Pero es más que la base o sustrato del pecado. Es el pecado mismo. El alma que está espiritualmente muerta, el alma que está corrompida con esa corrupción horrenda, ya no es pecadora sólo por la culpa imputada de la primera transgresión de Adán. No, es pecadora por derecho propio. No es culpable sólo por la culpa de Adán sino por la de su propio pecado. Merece castigo eterno porque ella misma es ahora pecadora.

Muchas preguntas brotan en la mente  de muchas personas respecto a esa doctrina Bíblica del pecado original. «¿Es el hombre realmente responsable,» preguntan, «de una corrupción de su naturaleza que no puede evitar, de una corrupción de la naturaleza con la que nació? ¿Se le puede en realidad mandar que haga algo que no tiene la capacidad de hacer? ¿Se le puede, en realidad mandar que sea algo que no puede ser?»

Si tales interrogantes brotan en tu mente, te ruego que esperes al próximo capítulo en el que trataremos de contestarte.

 Extracto del libro: «Visión cristiana del hombre» de J. Gresham Machen

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