​¿Cuál es el estado y cuáles las perspectivas del calvinismo en el mundo cuatrocientos años después de la definitiva edición de las Instituciones de la Religión Cristiana? No son buenos. De hecho están muy mal. Mal como pueden estarlo en los tiempos actuales, y no tanto como en la era anterior a la Reforma. Si la hora más oscura precede a la aurora, quizás estemos ante la salida del sol. En este breve estudio mencionaremos los factores que hacen que el presente y el futuro parezcan sombríos y, después, otros aspectos de los mismos factores que dan paso a la esperanza.

por JOHN H. GERSTNER

Tendencias hostiles

Primero de todo, el movimiento ecuménico, en su tendencia actual, es hostil al Calvinismo. Decimos «en la tendencia actual» porque no pensamos que el movimiento ecuménico, como tal, o en su teoría básica, sea enemigo del Calvinismo. Como un medio por el cual todas las iglesias cristianas, calvinistas o no, puedan dar expresión a su unidad común en Cristo y realizar la máxima cooperación sin compromiso, el movimiento ecuménico nació de las propias entrañas del Calvinismo.

Me refiero a la Alianza Evangélica de 1875, que fue, probablemente, la precursora del movimiento ecuménico y fue esencialmente una actividad Reformada, surgida por la necesidad de hacer frente a un naciente liberalismo. El Calvinismo cree en la iglesia católica y se alegra de su compañerismo. Sostiene, empero, sus propios principios sin compromiso; pero no condena a otros cristianos que no reconocen el valor del Calvinismo.

Por tanto, no es el movimiento ecuménico, como tal, quien es hostil al Calvinismo, sino dicho movimiento ecuménico en su tendencia presente. Esta se inclina hacia un pensar doctrinal más homogéneo. El movimiento ecuménico, doctrinalmente hablando, está basado en una afirmación de la deidad y de la acción salvadora de Jesucristo. Por lo que a esto respecta, los calvinistas y los no calvinistas lo suscriben gozosamente como cristianos. Sobre tal base, las iglesias calvinistas del mundo, en su mayor parte, se han convertido en una parte vital del movimiento ecuménico. La presente tendencia, no obstante, no está satisfecha con un acuerdo general. Ningún estudioso de este movimiento puede dejar de ver que hay un deseo impulsivo para forjar una teología ecuménica. Cada grupo confesional participante rivaliza con los demás para poner a contribución sus esfuerzos en obtener este último producto ecléctico.

El profesor Fritz Blanke, de la Universidad de Zürich, hace unos pocos años escribió una monografía titulada Zinzendorf un Die Einheit der Kinder Gottes. La concepción ecléctica de Zinzendorf de esta unidad de los hijos de Dios resulta sorprendentemente parecida al ideal ecuménico de nuestros días y, desde luego, está lejos del ideal calvinista.

Es posible que le resulte sorprendente al lector que hayamos mencionado esta tendencia hostil al calvinismo. La pregunta natural será: ¿qué hay de equivocado en que el calvinismo haga su contribución? ¿Es que no es una oportunidad favorable? ¿Por qué no pueden los calvinistas intentar persuadir a otros hermanos y hacer progresos dentro de la estructura de este intercambio de discusiones? La respuesta a esta pregunta es triste de relatar; pero simple en establecer: porque la discusión no es honesta. No escribo esta acusación sin dolor y me doy cuenta de la imperiosa necesidad, en interés de la caridad cristiana, de explicar este cargo. Es sencillamente esto: la mayor parte de los teólogos que quieren representar la teología reformada en la actual discusión ecuménica no están, creo yo, deseando permitir que el calvinismo hable su lenguaje a menos que sus palabras contribuyan a la unidad doctrinal. Tiene que ser la contribución de la teología re-formada a la teología ecuménica. Estos teólogos parecen no desear mencionar cosas en la teología reformada que sean hostiles a la teología ecuménica. No buscan tal cosa y no la encuentran. Nos tememos que si la encontraran no la mencionarían. Por otra parte, están forzando todas las fibras intelectuales y son hombres de distinguida capacidad, en muchos casos, para encontrar tales contribuciones. Su gran anhelo, en primer término, y su falta de genuina sencillez, por el otro, les capacita para pasar por alto ciertos términos que están distintamente asociados con la tradición reformada y presentan estos términos en una forma que haga parecer que la teología reformada es virtualmente idéntica a la teología ecuménica y que la teología ecuménica es el calvinismo, puro y simple; pero expresado en otros términos.

Por ejemplo, no hace mucho que oímos a un importante exponente del ecumenismo en los Estados Unidos, que también tiene alguna reputación como teólogo reformado. Se refirió a la institución reformada, en el aspecto de contribución de la teología reformada al pensamiento ecuménico. Citó varias doctrinas. Mencionaré dos de ellas, para dar un simple ejemplo de la falta de sinceridad que prevalece hoy, ya que esta inclinación es típica. Una doctrina reformada, que fue expuesta para hacer una contribución al pensamiento ecuménico, fue la de la soberanía de Dios. No hay duda, por supuesto, que la teología reformada enseña la soberanía de Dios y es conocida entre las confesiones de la cristiandad por hacerlo así. Pero esta doctrina enseña en una forma muy específica la predestinación. Este teólogo estableció la doctrina de la soberanía en forma tal que su peculiar y distintivo sabor fue drenado, permaneciendo sólo el sentido más general de soberanía con el cual ningún arminiano se sentiría ofendido. Efectivamente, cualquiera que diga «creo en Dios Padre Todopoderoso», se tendría que maravillar de por qué el opinante pensó que este género de soberanía era una especial contribución de las iglesias reformadas. La totalidad de la iglesia ha creído siempre que Dios es soberano en algún sentido.

Y otra vez mencionó nuestro locutor la radical naturaleza del pecado. Pero cuando acabó su animada discusión, uno pudo darse cuenta de que el locutor creía en el pecado en una forma muy general. No podía decir más que esto. No se mencionó nada respecto a la imputación, a la total depravación o a la incapacidad humana. Una vez más, no pude evitar el maravillarme, conforme escuchaba, de lo que estarían pensando los no reformados que había en la audiencia, ya que había algunos. Tendrían que haberse maravillado a su vez, si es que este hombre ilustrado no conocía que otras gentes, además de los presbiterianos, creían en la realidad del pecado. ¿Cuál fue la contribución específica de las iglesias reformadas?

Si el lector sigue sintiéndose molesto conmigo, por atribuir al asunto una falta de sinceridad más bien que una falta de conocimiento, le concederé que la dificultad se encuentra parcialmente en este último dominio. Hace cien años, muchos asistentes a una iglesia cualquiera sabían mucha más teología que muchos de los modernos ministros del Señor, y los ministros de aquel tiempo, más que los especialistas de hoy. Sin embargo, no podemos por menos que creer, puesto que esos hombres no carecen de capacidad, que realmente no conocen porque no quieren enterarse de cualquier cosa que pudiera desalentar el creciente movimiento del ecumenismo.

Ahora bien, este espíritu, que se encuentra muy extendido, es muy desfavorable para el calvinismo. ¿Cómo puede hacerse un honesto estudio del asunto si el espíritu de la época exige que los teólogos salgan de su torre de marfil con algunos argumentos más para un movimiento particular? El calvinismo está basado en una absoluta honestidad intelectual y en la integridad; y el movimiento ecuménico en su presente tendencia puede avanzar solamente por una deliberada renuncia a examinar la verdad con imparcialidad y objetividad científica. Este pensar «cargado de prejuicio» es una serpiente que estrangulará cualquier renaciente calvinismo en su misma cuna.

El segundo factor que augura mala fortuna para el calvinismo es el neo-calvinismo. Si el más conspicuo movimiento eclesiástico de nuestro siglo es el ecumenismo, el más conspicuo movimiento teológico es la neo-ortodoxia. Tanto más cuanto ésta ha sido, según la opinión pública, neo-calvinista, más bien que neo-luterana, neo-anglicana o neo-arminiana, y podría parecer ser análoga a las vicisitudes del calvinismo. En ciertos aspectos lo es; pero, funda-mentalmente, lamento mucho tener que decir que no es así.
El neo-calvinismo (o neo-ortodoxia, o dialectalismo, etc.) estaría mejor expresado sin la «e» en «neo». Desde el comienzo de este gran movimiento teológico, se hizo evidente a los más que era formalmente distinto de la teología de la Reforma. Era, por naturaleza, hostil a la revelación preposicional y sintetizar en forma de credo el contenido de la revelación. Que tal modo de proceder sea congenial a los modernos pensadores, pero no a Lutero y a Calvino, parece claro, a despecho del inmenso esfuerzo que se hizo para modernizar a los reformadores. Si el gran ginebrino hubiera vivido el tiempo suficiente para poder escuchar las elaboradas exposiciones de la Urgeschichte, la historia no histórica nos diría que no quiso tener parte ni suerte con ello. En los más recientes desarrollos del neo-calvinismo su divergencia de las Instituciones se hace más explícita. ¿Qué correspondencia puede haber entre una teología que rechaza el identificar la Palabra de Dios con la Biblia, que es modalística más bien que trinitaria, que niega el bautismo de los niños y la justificación forense, que es básicamente antinómica en teoría, enseña la elección universal, se inclina a la salvación universal y hace del juicio de Dios algo que mejora en vez de justicia vindicativa? ¿Qué tiene tal teología que ver con la teología de Juan Calvino? Uno puede no estar dispuesto a decir con el Dr. C. van Til que es la más onerosa herejía que jamás haya plagado la iglesia en toda su historia; pero difícilmente podemos llamar a la neo-ortodoxia amiga del calvinismo histórico en lo que se refiere a sus propios principios.

Un tercer factor adverso es el moderno indeterminismo, que propende a llenar de prejuicios a los pensadores superficiales contra el calvinismo. Actualmente no hay nada en las teorías de Heisenberg, Planck y otros que tengan nada que rozar de cerca o de lejos con lo que al calvinismo concierne. Tales teorías implican sencillamente que algunas cosas no son predecibles, porque las leyes de la conducta no son determinables. Esta noción, sin embargo, conduce a algunos pensadores a suponer que algunos acontecimientos son realmente indeterminados. Las teorías no están preparadas para cubrir tan vasto terreno. Pero tendrían que cu¬brirlo para probar que la teoría calvinista de la predeterminación es falsa. La indeterminación moderna alcanza sólo hasta donde alcanzan los experimentos de los hombres y no tan lejos, necesariamente, como hasta donde llegan las leyes de Dios. No obstante, la propia palabra «indeterminación» hace a algunas personas suponer equivocadamente que las cosas en sí mismas están indeterminadas y no meramente que son impredecibles hasta donde les son conocidas. Es innecesario decir que tales presuntas ideas sobre la indeterminación son hostiles a los intereses del calvinismo y favorecen la teoría de la «contingencia» tan esencial al arminianismo.
Algunos, por supuesto, han presionado el concepto de la indeterminación hacia el servicio de la libertad. Con esto se ha pensado en un «ábrete, sésamo» para la posibilidad de la libertad. Puesto que la naturaleza es indeterminada, se arguye, ¿quién puede decir que los actos del hombre no son también indeterminados, esto es, en el sentido popular de la palabra, libres»! El calvinismo, claro está, cree en la libre acción en el sentido de que el agente moral hace sus propias elecciones. Pero la libertad, en el sentido arminiano, significa que el hombre hace sus elecciones no influenciado o determinado por cualquier otro factor fuera de él mismo y su propia espontaneidad. La libertad, en tal sentido, y ése es el sentido que se tiene mentalmente cuando una persona mira al moderno indeterminismo como el origen mismo de la libertad, no es la libertad calvinista. Así, cualquier aparente apoyo a la causa calvinista procedente de la libertad en este sentido es solamente aparente y no real. Ciertamente, no es solamente real, sino que es hostil al significado calvinista de la palabra «libertad».

Tampoco el determinismo de mucha de la moderna psicología es algún don para el calvinismo. Por lo mismo que la «libertad» de la indeterminación no es la libertad del calvinismo, tampoco es el determinismo del «behaviorismo» el determinismo del calvinismo. Bertrand Russell ha observado que mientras la Física moderna se ha hecho indeterminista, la psicología moderna se ha hecho determinista. Pero si la libertad de la indeterminación es una libertad que impida o excluya cualquier determinismo, el determinismo de la moderna psicología es un determinismo que excluye cualquier libertad. El uno es tan extraño al calvinismo como el otro. El calvinismo enseña una libertad de elección consistente con el determinismo de la divina voluntad; y un determinismo de la divina voluntad conforme con la verdadera libertad de la elección humana. Este es el filo de la navaja sobre el que nadie sabe andar, excepto los calvinistas, que tienen los pies bien firmes, lo mismo que la cabeza.

Tendencias favorables

Sin embargo, todas estas adversas tendencias de nuestro tiempo tienen aspectos que promueven la causa del calvinismo. El movimiento ecuménico es favorable a los intereses del calvinismo en ciertos aspectos. Tanto más cuanto que ello expresa la unidad de la iglesia, y todo lo que haga sobrevivir el sentimiento de la iglesia por encima de las diversas organizaciones eclesiásticas hace causa común con el calvinismo. Por otra parte, el intercambio ecuménico promociona una discusión de teología y en esta atmósfera el calvinismo prospera. Tanto si tal discusión actúa para la aceleración como si retrasa el movimiento ecuménico, la discusión es una consecuencia de tal movimiento y el movimiento no puede zafarse de ella. Es particularmente cierto que los grupos confesionales continentales exigen de los americanos que vuelvan a pensar su teología. Todo esto implica una reconsideración del calvinismo y de sus pretensiones. En tercer lugar está la otra cara de la moneda que hemos estado considerando. Esto es, si bien mucha de la discusión concerniente a la contribución de la Reforma al movimiento ecuménico no es ingenua, por otra parte la honestidad tiene su forma de abrirse camino en tales discusiones. El propósito puede ser buscar qué contribución puede aportar el calvinismo para reprimir lo que perjudica al movimiento ecuménico; pero el hecho de buscar tales contribuciones lleva a un estudio del calvinismo en el cual pueden encontrar más cosas de las que se suponía. La teología calvinista puede ser distorsionada, sofocada y desfigurada, pero donde la teología se discute, siempre tiene la posibilidad de ser tomada en serio.

Asimismo, la neo-ortodoxia, o el neo-calvinismo, hace una contribución oblicua en beneficio del calvinismo. Quizás pueda ilustrar esto mejor. Con ocasión del discurso inaugural de un determinado profesor neo-calvinista, éste mencionó que un famoso teólogo neo-ortodoxo había dado ocasión para reavivar el interés por Juan Calvino en su seminario reformado. No parece propio ni necesario que una institución calvinista vea el interés en Calvino reavivado por un no calvinista. Pero eso fue lo ocurrido en más de un lugar. Generalizando, tal vez podamos decir que el más grande estímulo moderno para el estudio de Calvino no proviene de los calvinistas tradicionales, sino de los neo-calvinistas. No pensamos que esos estudiantes de Calvino son generalmente sólidos intérpretes; pero nos alegramos de que dediquen su atención a estos estudios e interesen a otros en ellos. Aun cuando estos hombres pueden haber descarriado a algunos calvinistas tradicionales, han guiado a muchos más no calvinistas bajo la influencia calvinista. Esto es un buen augurio para el futuro del calvinismo. Puede que uno pueda estudiar el calvinismo sin comprenderlo, pero nadie puede comprenderlo sin haberlo estudiado.

Asimismo, el interés cultural en el determinismo en sus varias formas mantiene alguna promesa para el calvinismo. La forma de determinismo puede que no sea ciertamente la de Juan Calvino; pero hace que sus seguidores quieran escuchar a hombres como Calvino. Ellos no quedarán descartados de toda consideración inmediatamente, como ocurría en el pasado. Este mismo determinismo entre los historiadores ha conducido a muchos a un moderno pensar, en el sentido de que Calvino no fue un necio como algunos historiadores pensaban antes. Esta congenialidad hacia causas más grandes que el hombre mismo, lleva a una persona a repensar, al menos, en la posición reformada. De nuevo y otra vez hemos de decir lo que expusimos antes. Estudiando el calvinismo bajo la égida de un determinismo moderno, científico, psicológico o histórico no se tiene de ningún modo la seguridad de que el estudio pueda fracasar o tener éxito; pero, de otra parte, no puede haber ninguna influencia posible procedente de Calvino en la vida cultural moderna, a menos que se le considere seriamente. Esta llamada para volver a considerar a Juan Calvino es el principal subproducto valedero en el moderno pensar determinista.

Los calvinistas son unos optimistas incurables. No son calvinistas porque sean optimistas; sino optimistas por ser calvinistas. El calvinismo enseña que cualquier acontecimiento, por insignificante que sea, por trivial que sea la circunstancia e insignificante la criatura, constituye una perfecta muestra de sabiduría y buena voluntad de un eterno y soberano Dios. Por eso decimos, para terminar, que un calvinista es optimista incluso respecto al perfil pesimista que presenta el calvinismo en nuestros días. El giro que toman las cosas para el futuro no es muy congenial con la fortuna del calvinismo en lo principal, en un sentido de la palabra. Pero, precisamente porque estos pronósticos son parte de la eterna sabiduría de Dios, el calvinista se goza con ellos, mientras se arrepiente de cualquier culpa que pueda caberle en el reproche a que pueda haber dado lugar. Mientras tanto, el calvinista sigue confiadamente seguro de que éste es el mejor universo posible y de «que todas las cosas actúan juntas para el bien de los que aman a Dios y son llamados de acuerdo con su propósito» (como escribió el más grande de los calvinistas).

Los capítulos que siguen en este volumen son la prueba de que el poder de las «Instituciones de la Religión Cristiana» están lejos de gastarse, y que Juan Calvino, aunque muerto hace cuatrocientos años, todavía deja oír su voz. Ello muestra que, a despecho de las tendencias modernas y a despecho también de los vientos de las doctrinas que han soplado fuerte contra esta monolítica teología, y de los ataques enemigos, de las distorsiones de sus aparentes amigos y de la indiferencia de las multitudes, la Fe Reformada es todavía un poderoso instrumento que Dios se place en usar para el bien del género humano. Muestran, también, que esta influencia impregna todas las áreas del pensamiento y que la fertilidad de tan excelsa mente maestra de la Reforma aún penetra la total situación humana. Muestra, asimismo, que el calvinista, como ser humano, está interesado en todas las cosas humanas y, siendo cristiano, está interesado en cualquier punto en el cual el cristianismo afecta a la vida humana.

Cuando vemos que los autores de este libro han dedicado a él su atención, su dedicación y su competencia desde todos los rincones del mundo habitado, y que hay otros como ellos y con ellos, aunque no estén representados en estos ensayos, nos damos cuenta del carácter ecuménico del «profeta contemporáneo».

Extracto del libro: “Juan Calvino, profeta contemporáneo”

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