​Cristo “llamó a sus discípulos y escogió Doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles” . Este llamamiento, que al principio pudo parecer provisional, se convirtió en algo definitivo y de capital importancia para llevar a cabo los planes salvíficos de Dios .
El papel de los apóstoles dentro de la historia de la salvación es único. No tanto porque fueran constituidos recipientes de la revelación, sino porque, sobre todo, fueron hechos portadores autorizados de la misma. A ellos quiso ligar Cristo su Iglesia para siempre. Ellos son los instrumentos del mensaje de Cristo. Sobre ellos, el Señor estableció su Iglesia y sobre ellos sigue edificándola .

Muchos cristianos, aparte de los Doce, fueron también testigos de la revelación cristiana y de sus grandes eventos redentores, pero sólo los apóstoles fueron constituidos instrumentos oficialmente designados, y sobrenaturalmente equipados, de dicha Revelación.

El significado peculiar del apostolado dentro de la economía del Evangelio aparece claramente evidenciado, de muchas maneras, en el Nuevo Testamento . De los apóstoles se dice que fueron llamados para conocer el consejo redentor de Dios en relación con el envío de su Hijo al mundo.

La singularidad del oficio apostólico se pone de relieve también en la expresión, tan a menudo repetida en el Nuevo Testamento: “apóstol de Jesucristo”. La investigación más reciente ha sugerido que la estructura formal del apostolado se deriva del sistema jurídico hebreo, dentro del cual una persona podía conferir a otra, para que le representase propiamente, toda su autoridad y poder legal. La misma palabra griega “apostolos” es una traducción del vocablo arameo “sheliha” (en hebreo: “shaliah”). Según el derecho de los rabinos, el shaliah representaba, de manera cabal, completa y perfecta, por medio de su persona, a aquél que le había enviado. Toda su autoridad, sin embargo, se derivaba de la representación que ostentaba; come delegado, o embajador, obraba en nombre de quien le había encomendado una misión. El sheliha (apóstol) de una persona era como esta persona misma . En este sentido, cualquiera que recibe a un apóstol recibe a aquél que lo envió. Jesús aplicó este concepto a sus apóstoles, de manera formal: “El que os recibe a vosotros, a mí recibe; y el que a mí recibe, recibe al que me envió” . A los apóstoles confirió, pues, Cristo el poder único de representarle. En un sentido singular y exclusivo, Jesús les confió el Evangelio del reino. Ellos son los instrumentos de Cristo y como sus órganos para la continuación de la revelación. Con Cristo, comparten la base sobre la que se apoya toda la estructura del edificio de la Iglesia: ellos son “roca”, “fundamento” y “columnas” de la Iglesia .

Sin embargo, los apóstoles de Cristo no tienen ni autoridad ni mensaje propios. Su autoridad les viene únicamente por delegación. Les ha sido dada por Jesucristo y a Él deben obedecer , permaneciendo en su estrecha a íntima comunión .

Los apóstoles han sido llamados, “no por los hombres ni de los hombres, sino por Jesucristo y por Dios que le resucitó de los muertos”; exigen, por tanto, que su palabra sea recibida, no como palabra de hombres, sino como palabra de Dios, “la cual obra en los que creen” .
“Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros” , les dice Cristo a los Doce. Pero hay más: su elección es obra del mismo Espíritu Santo. Jesús los escoge por el Espíritu . El apostolado no es solamente un objeto del consejo redentor del Padre, y una representación de Jesucristo en el mundo, sino que tiene, además, al mismo Espíritu Santo como autor. Además de textos tales como Mateo 10:18 20; Marcos 13:11; Lucas 21:13 y siguientes; Hechos 1:8, hay que prestar atención especial a los pasajes del Evangelio de Juan.
 
Lo que Pedro dijo de los profetas del Antiguo Testamento  bien puede aplicarse perfectamente a los apóstoles del Nuevo, por cuanto el testimonio profético y apostólico “no fue en los tiempos pasados traído por voluntad humana, sino los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo” . El profeta era el apóstol del Antiguo Testamento, así como el apóstol es el profeta del Nuevo .

Cristo no sólo entregó su mensaje a los apóstoles, de manera singular y única, no sólo los constituyó en sus embajadores autorizados, en sus “shaliah” , sino que los capacitó, por su Espíritu, para que pudieran desempeñar su misión conforme a los designios de Dios. Estos designios tenían como propósito último la formación de una regla de fe (canon), divinamente garantizada, fundada en el testimonio apostólico, que habría de ser el fundamento de la Iglesia de Jesucristo.

En el Nuevo Testamento hay una conexión inseparable entre los grandes hechos redentores de Dios en Cristo y su anuncio o transmisión. Con claridad meridiana, H. N. Ridderbos ha escrito: “El anuncio de la redención es inseparable de la historia de 1a redención propiamente dicha. La proclamación de la salvación no fue dejada al azar, ni a la tradición humana, ni a la mera crónica literaria, ni a buenos predicadores, ni al magisterio eclesiástico. En primer lugar, la predicación de la gran salvación de Dios, como predicación apostólica, pertenece a la esencia de la revelación y, como tal, tiene su propio carácter peculiar y único. Y, en este sentido exclusivo, es también el fundamento de la Iglesia. Esta sabe que está ligada al mismo desde el comienzo de su existencia. Este fundamento es la fe santísima sobre la cual irá creciendo el pueblo de Dios” .
“Vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo”  exhorta Judas en su carta  .

Las palabras que fueron dichas por los apóstoles constituyen algo concreto, bien definido y delimitado. Se las denomina “la doctrina de los apóstoles” , se las llama también “la fe”, como referida a un cuerpo de doctrina, “el depósito” de la verdad cristiana . Asimismo, son la salvación” que comenzó a ser predicada por Cristo mismo, pero que debe ser “confirmada por los que oyeron” . La Iglesia debe guardar, sobre toda otra cosa, el epositum custodi , que le fue dado por Dios, por medio de los apóstoles, y que hoy tenemos en las páginas del Nuevo Testamento.

El significado singular del apostolado dentro de la economía salvadora y reveladora de Dios en Cristo se pone de manifiesto de muy diversas maneras en el Nuevo Testamento. Basta, para percatarse de ello, examinar algunos textos, aun sin intención de ser exhaustivos.

No volveremos sobre los Sinópticos y el evangelio de Juan, cuyos textos más importantes ya hemos considerado.

En el prólogo de la primera carta de Juan hay, sin embargo, una rotunda afirmación de la función única del apostolado que merece consideración especial. El apóstol empieza su escrito declarando que ellos, los apóstoles, ocupan una posición excepcional en la historia de la salvación: “La vida fue manifestada, y vimos, y testificamos, y os anunciamos aquella vida eterna, la cual estaba con el Padre y nos ha aparecido. Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida, lo que hemos visto y oído esto os anunciamos…” . ¿Qué ojos fueron los que vieron, qué manos las que palparon? ¿Todo el mundo? No, sino exclusivamente los ojos y las manos de los apóstoles. Cierto que otras personas, en la Palestina de aquel tiempo, habían sido testigos, en parte, de la manifestación del Hijo de Dios, pero este testimonio sólo adquiría valor incorporado al ministerio apostólico, promovido por el Espíritu Santo. ¿Qué propósito tienen estas palabras de Juan al comienzo de su prólogo? El objetivo claro de Juan es traer a los miembros de la Iglesia a un estrecho contacto con el apostolado. Clara y enfáticamente, dice el apóstol: “Eso os anunciamos para quo también vosotros tengáis comunión con nosotros . Y sólo después quo se realiza este lazo de comunión con los apóstoles, sólo entonces puede añadir: “Y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” .

 El razonamiento del apóstol es diáfano. La Vida fue manifestada de manera tal quo pudo ser objeto de la vista y hasta, incluso, tocada con las manos. Los apóstoles vieron y palparon esta Vida; y a ellos encargó Cristo el anunciar a los demás hombres el poder Salvador inherente a la misma. Mediante esta declaración, se establece un lazo de comunión entre los creyentes y el apostolado. Y, por consiguiente, como resultado de esta comunión con los apóstoles, los creyentes también pueden tenor comunión con el Padre y con el Hijo. Por supuesto, estas palabras de Juan no deben entenderse como circunscritas a su tiempo, limitadas a la época apostólica. En realidad, nosotros, en quienes   según afirma la Escritura  los fines de los siglos se han parado, debemos también mantener una comunión vital con los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo, porque dicha comunión es la condición de la comunión más alta quo anhelamos poner con Dios. La declaración del apóstol se halla en perfecta armonía con unas palabras de Cristo, quo él mismo recogió en su Evangelio: “No ruego solamente por éstos (los apóstoles)  intercedió Jesús , sino también por los que han de creer en Mí por la Palabra de ellos (la palabra apostólica)” . Cristo enseñó con estas palabras que las futuras generaciones creerían en él por la palabra apostólica (“la palabra de ellos”). ¿Cómo sería ello posible? ¿Cómo puede el hombre moderno entrar en relación con la palabra de los apóstoles? ¿Cómo pudieron  cómo podremos, cómo podrán  las generaciones que sucedieron a la Iglesia apostólica tener comunión con los apóstoles? La solución del problema nos la ofrece el hecho de que los apóstoles no sólo hablaron sino que también escribieron. Su proclamación de la palabra de vida no se limitó al estrecho círculo de hombres que les escucharon en el primer siglo; por el contrario, mediante sus escritos pusieron su predicación y enseñanza en forma fija, es decir: en forma duradera. Estos escritos pronto se esparcieron por todo el mundo. Así, los apóstoles pudieron llevar el testimonio de la vida que les había sido manifestada a todos los hijos de Dios, de todas las naciones y de todos los tiempos, hasta el fin del mundo. Todavía hoy los apóstoles están predicando al Cristo resucitado, poderoso para salvar, en las Iglesias. La presencia física de estos hombres hace diecinueve siglos que nos dejó, pero su testimonio autorizado permanece. Y este testimonio que, en forma de documento apostólico, ha llegado hasta nosotros en el Nuevo Testamento, se ha esparcido por todas partes como instrumento idóneo en las manos del Espíritu Santo para llevar a las almas a una comunión eficaz y redentora con el Padre y con el Hijo. De este cúmulo de textos y enseñanzas aprendemos que el testi¬monio de los apóstoles no sólo fue único por lo que respecta a su calidad, sino a su perennidad. En su función de fundamento, y por su misma naturaleza, el apostolado no puede multiplicarse en sucesión. El fundamento de un edificio, como veremos luego, es algo único que se coloca una vez por todas. Y su ejercicio, o facultad, de fundamento es continuar siempre el testimonio singular que de la historia de la salvación tuvieron los Doce escogidos.

El apóstol Pedro corrobora lo escrito por Juan. En su segunda carta leemos: “sabiendo que, en breve, debo abandonar el cuerpo como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas. Porque no os hemos dado a conocer la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” . Como indicamos en la nota n.° 23, Pedro no vacila en equiparar su testimonio acerca de la venida de Jesucristo con la palabra profética del Antiguo Testamento, la cual, para él, era palabra inspirada, Palabra de Dios . Asimismo en el capítulo 3, versículos 15, y 16, de esta segunda carta, coloca en un plano de absoluta igualdad los escritos del apóstol Pablo con las “otras Escrituras”

Es muy significativo que, luego de haber encarecido la atención que debe prestarse al testimonio apostólico y a la palabra profética, el apóstol Pedro pasa a advertir: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías de perdición…” . De nuevo vuelve a darse paralelismo de ideas entre Pedro y Juan, pues éste escribe también acerca de quienes “salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros” . En ambos casos, se trata de poner de relieve que la comunidad creyente no tiene en sí la garantía de la fidelidad ni de la verdad y, por lo tanto, ha de depender de lo que ha oído desde el principio: “Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre” . Así como el creyente ha de luchar continuamente contra la “quinta columna de pecado” de su viejo hombre, así también la Iglesia debe velar, pues el error puede surgir de dentro de ella misma: “habrá entre vosotros falsos maestros”. La única y sola garantía es atender a la palabra apostólica y profética, “lo que habéis oído desde el principio”, para permanecer en la comunión del Padre y del Hijo.

No son distintas las palabras que el apóstol Pablo dirigió a los pastores de la comunidad de Efeso: “Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha puesto como obispos, para apacentar la Iglesia de Dios, que él adquirió con su sangre. Yo sé que después de mi partida ven¬drán lobos rapaces que no perdonarán el rebaño, y que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que enseñen doctrinas perversas, para arrastrar a los discípulos en su seguimiento. Velad, por tanto… Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, la cual es poderosa para sobre¬edificaros y daros herencia con todos los santifica¬dos” . A pesar de que el apóstol considera a los ministros de la congregación como puestos por el Espíritu Santo mismo, sin embargo, el suyo no es un ministerio que inmunice del error. De entre ellos mismos se levantarán hombres que enseñarán equi¬vocadamente. Pablo sabe de un solo refugio cuando tal calamidad acontezca: “ os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia”. E1 Señor y su Palabra como regla de fe única y autorizada.

Pero ¿identifica Pablo la palabra apostólica con la Palabra de Dios? De manera absoluta. Escribiendo a los tesalonicenses, les decía: “Sin cesar damos gracias a Dios de que, cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes… Así que, hermanos, Estad firmes y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra o por carta nuestra” .

La importancia del testimonio de Pablo para la comprensión del apostolado radica en la circunstancia de que ningún otro apóstol tuvo que defender tanto su vocación apostólica de las criticas de quienes la ponían en duda. Para demostrar que era apóstol, Pablo tuvo que probar:
1) que había sido llamado por Cristo mismo; 
2) que no había recibido el Evangelio de los hombres, sino por revelación de Jesucristo ;
3) que había visto a Cristo resucitado ;
4) que era inspirado a infalible como maestro y, por consiguiente, exigía que se recibiese su enseñanza como doctrina de Cristo mismo  ;
5) que el Señor había garantizado su misión apostólica, tan plena y completamente como la de Pedro o cualquier otro apóstol ; y
6) que su ministerio iba acompañado, y corroborado, por medio de milagros .

Al defender su apostolado, Pablo nos dejó la más amplia y completa descripción de los requisitos que concurrían en todo apóstol de Jesucristo. La dignidad de la misión apostólica es tal que el autor de la carta a los Hebreos no vacila en compararla al testimonio de los ángeles en el Antiguo Testamento . En los días antiguos, la palabra profética había sido refrendada por los ángeles en varias ocasiones. En el Nuevo Testamento, la redención que primeramente fue anunciada por el Señor, es confirmada luego por los apóstoles. ¿Cómo explicar que  cual ángeles del nuevo pacto  los discípulos de Cristo hayan de confirmar su mensaje? La explicación está en el hecho de que el testimonio de los apóstoles no es personal ni propio; es el testimonio del mismo Espíritu de Dios que obra por medio de ellos. Por cuanto no son simples testigos o predicadores. Su palabra es palabra reveladora del consejo salvador de Dios. Testifican de Cristo, una vez para siempre en la consumación de los tiempos y a su testimonio quedan ligados la Iglesia y el mundo, que serán juzgados por ellos.

Desde los comienzos de la predicación cristiana los apóstoles tuvieron conciencia de la alta dignidad de su testimonio único. El apostolado, lejos de aparecer come el fruto de una evolución de la Iglesia primitiva, se halla presente en los primeros momentos de vida de esta Iglesia y es el alma, y la fuente, de su predicación. H. N. Ridderbos ha señalado que el apostolado constituye una de las características, o presuposiciones, del kerygma primitivo . En este sentido, adquiere una importancia especial el discurso de Pedro en Hechos 1, previo a la elección de Matías. Dos cosas se destacan en el mismo: en primer lugar, que habla otros discípulos, además de los Doce, que podían actuar come testigos de todo lo que había acontecido desde el bautismo de Juan hasta la resurrección y ascensión de Cristo , y en segundo lugar, que, a pesar de ello, el ministerio de testimonio encomendado a los Doce estaba limitado a este grupo especial de discípulos llamados apóstoles. Matías fue elegido, en sustitución  no en sucesión  de Judas, para convertirse en un testigo de la resurrección de Cristo juntamente con los once . Como cristiano y discípulo en la Palestina del siglo I, Matías ya era un testigo, pero para serlo oficialmente y con autoridad apostólica debla ser “hecho testigo” y “contado con los once apóstoles” . A esto se le llama “el oficio de este ministerio y apostolado” . De manera que, desde el primer capitulo del libro de los Hechos, se hace evidente el carácter singular del testimonio apostólico.

Desde el principio, pues, la predicación apostólica pone de relieve su carácter y su autoridad. El apóstol Pedro menciona constantemente en sus discursos su función de testigo de Jesucristo. Cuando habla de la resurrección del Señor, el día de Pentecostés, añade en seguida: “de lo cual todos nosotros somos testigos” . Y, sobre lo mismo, dice igualmente más tarde: “de lo que nosotros somos testigos” . En los capítulos 4 y 5, en los parlamentos delante del sanedrín, el apóstol delata la conciencia que tenía de ser testigo: “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”  y “Nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo” . Pero precisa más todavía Pedro al hablar a los gentiles en casa del centurión Cornelio: “Nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén” ; y, cuando explica las apariciones de Jesús después de resucitado, advierte que tales apariciones no tuvieron lugar delante de todo el pueblo, “sino a los testigos que Dios antes había ordenado, es, a saber, a nosotros que comimos y bebimos con él, después que resucitó de los muertos. Y nos mandó que predicásemos al pueblo y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos” . Es evidente que el testimonio de los apóstoles aparece aquí estrechamente vinculado a la historia de la salvación y al ministerio del Espíritu Santo. Han sido escogidos por Dios para ello y Dios mismo les ha mandado que den testimonio .

Este énfasis en el carácter de la predicación apostólica como testimonio es importante en dos sentidos. En primer lugar, porque señala el elemento histórico del contenido de la predicación. El kerygma se basa en hechos. De estos hechos, la resurrección es el más importante, es como el meollo de la proclamación primitiva, el alma del anuncio de los grandes hechos de Dios en Cristo. En 1.° Corintios 15 el apóstol Pablo pone el énfasis, igualmente, en los hechos y, muy especialmente, en el hecho de la resurrección. En segundo lugar, cabe destacar el gran significado que encierra el que la función de ser testigo se identifique con el apostolado; y el apostolado en su sentido restringido, limitado a los Doce, el apostolado comisionado y avalado por Cristo. Todo “do que Jesús comenzó a hacer y a enseñar”  debe ser continuado y confirmado por el testimonio de los apóstoles. Es así como reciben un lugar especial en la historia de la salvación. No sólo los grandes hechos de Dios en Cristo, sino su misma proclamación por los testigos escogidos por Dios, pertenece al plan redentor de Dios. E1 registro escrito de las palabras y los hechos de los apóstoles no es mera biografía, ni siquiera un bosquejo de historia de la primitiva Iglesia; es, sobre todo, evidencia de la certeza de la fe cristiana  y fundamento de la comunidad creyente en todo el mundo y en todo tiempo. La Iglesia de Jesucristo no tendrá otro apoyo que el que le presta la base de los apóstoles y profetas, en el cual ocupa Pedro un primer lugar cronológico , patente en los Evangelios y en los primeros discursos del libro de los Hechos.

En la proclamación del kerygma primitivo, la singularidad del apostolado pone de manifiesto su significado especial. El número de apóstoles aparece limitado, y concreto, porque el apostolado se halla inseparablemente unido al testimonio de primera mano  casi sensorial, táctil  de quienes vieron con sus ojos y palparon con sus manos  todo lo relativo a la historia de nuestra salvación. Por consiguiente, el apostolado es genus suuna. Es inconcebible cualquier idea de sucesión apostólica, en el sentido personal de la expresión, puesto que se halla en conflicto con el puesto único y peculiar que los apóstoles tienen en la historia de la salvación, puesto inamovible y perenne . El testimonio apostólico fue el canon de la Iglesia del Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento, que recoge dicho testimonio, debe ser el canon de la Iglesia de todos los tiempos; la regla delimitada de la predicación evangélica y de la vida cristiana.

Extracto del Libro:  El fundamento apostólico. José Grau.

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