En Hch. 2:41-42 leemos acerca de los primeros frutos de la predicación del evangelio. Lucas nos cuenta que en el día de Pentecostés 3.000 personas recibieron la Palabra.  Ahora bien, notad que no siguieron su camino cada uno despegado del otro, no. Esos 3.000 fueron bautizados y añadidos a la Iglesia. Y en el vers. 42 Lucas nos relata lo que esa comunidad de creyentes hacía regularmente: ellos “perseveraban en (persistían firmemente o continuaban adheridos a) la doctrina de los apóstoles… la comunión unos con otros… el partimiento del pan y… las oraciones”.

Comentando esta frase dice Alexander en su comentario de Los Hechos: “Lo que se afirma aquí no es la adherencia de ellos a cierto sistema de creencia, sino su atención personal a la instrucción que en ese momento impartían” los apóstoles.

Cuando los apóstoles enseñaban ellos estaban ahí y no en otro lugar. Y lo mismo deben hacer los creyentes de todas las edades cuando la Iglesia se reúne para adorar a Dios a través de sus cánticos, de las oraciones y la predicación de la Palabra. Andando el tiempo algunos comenzaron a descuidarse en este aspecto, y ese descuido no fue pasado por alto (comp. He. 10:24-25). Este descuido tiene serias repercusiones en la vida de uno que profesa ser cristiano, como vemos en el contexto de esta epístola.

En los versículos que siguen a estas palabras de amonestación, el autor de la carta continúa hablando de la apostasía. Y es que dejar de asistir regularmente a los cultos de adoración es uno de los primeros síntomas visibles que dan aquellos que finalmente apostatan de la fe.
A menos que por una causa providencial nos veamos impedidos de asistir a los cultos, un problema de enfermedad, por ejemplo (de nosotros o de algunos de los nuestros que tengamos que cuidar), es nuestro deber responder a la convocación que Dios hace a Su pueblo cada primer día de la semana, a reunirse en el nombre de Cristo para encontrarse con El y adorarle (comp. Ex. 20:24; Mt. 18:20; 1Tim. 3:15).

Es Dios quien nos convoca, no los pastores; por lo tanto, si vamos a faltar al culto, debemos tener una excusa que con limpia conciencia sabemos que Él aceptará como buena y válida. De lo contrario, es nuestro deleitoso deber estar allí presente en esa santa convocación, para encontrarnos con nuestro Dios, en la asamblea local de la que formamos parte.

No se trata simplemente de estar en una Iglesia el domingo, es estar en su Iglesia. Si Ud. se encuentra fuera de la ciudad ese día debe procurar encontrar una buena Iglesia donde pueda adorar con una limpia conciencia; pero cada creyente debe pertenecer a una Iglesia local, y es en esa Iglesia que debe adorar cada Domingo a menos, repito, que una causa providencial se lo impida.

Dios está trabajando con cada Iglesia de manera particular, y es importante que todos los creyentes de una congregación local reciban la misma instrucción en el mismo momento; eso contribuye a la unidad del cuerpo. Así como nadie puede graduarse de médico o de ingeniero estudiando en 2 ó 3 universidades distintas, así tampoco se puede crecer en gracia cuando se va saltando de congregación en congregación.

Cada creyente debe formar parte de una Iglesia local, con sus hermanos particulares y sus pastores particulares, y es allí donde debe ser instruido regularmente (comp. He. 13:7, 17).

Cuando un creyente se ausenta de los cultos de adoración, está desatendiendo a la convocación de Dios, y está menospreciando la exposición de la Palabra que con cuidado y esmero el pastor preparó para alimentar el rebaño. Ese pastor, si es un hombre fiel, dedicó muchas horas de la semana a orar y estudiar y prepararse para exponer las Escrituras; el Espíritu Santo le asistió en su preparación para que la Iglesia fuese edificada; pero un miembro decidió ausentarse, y toda esa preparación fue en vano para él.

Considera, entonces, cuán serio es ausentarse de uno de los cultos de adoración sin una causa que lo justifique. Eso no solo es terrible para la vida espiritual de uno que profesa ser cristiano, sino también un síntoma preocupante de falta de amor a Dios, a Su Palabra y a Su pueblo.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo.

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