​Como el Hombre es espíritu, o llega a poseer un espíritu por medio de un nuevo nacimiento, puede tener comunión con Dios y amarlo. Es aquí donde reside todo nuestro valor. Hemos sido formados a imagen de Dios, y por lo tanto somos valiosos para Dios y para los demás. Dios ama a los hombres y a las mujeres, más que a los animales, las plantas y el resto de la materia inanimada.

Existen tres razones por las que se debe considerar la creación del hombre cuando estudiamos el conocimiento de Dios: una razón general, una razón específica, y una razón teológica. La razón general es que la creación en su totalidad nos revela algo sobre el Creador, de manera que, aunque el hombre o la mujer no adoren y sirvan a Dios, lo que la naturaleza nos revela sobre Dios aflora para confundir y condenar a esa persona. La razón específica es que el hombre, como una parte singular de esa creación ha sido creado a imagen de Dios, de acuerdo con el testimonio bíblico. La humanidad nos revela aspectos sobre el ser divino que no podemos apreciar en ninguna otra parte del orden creado, pero que deben ser considerados si hemos de entender a Dios. La razón teológica es que como no es posible tener un conocimiento genuino sobre Dios si este conocimiento no viene acompañado de un correspondiente conocimiento sobre nosotros mismos, debemos al menos conocernos a nosotros mismos -creados a imagen de Dios caídos, y sin embargo redimidos- si es que hemos de conocer verdaderamente y reverenciar a nuestro Creador.

El lugar para comenzar el estudio de la creación de Dios es con la humanidad en general, porque los hombres y las mujeres son la parte más importante de la creación. Decir que la
humanidad es la parte más importante de la creación puede parecer una afirmación provinciana o chauvinista (en otras palabras, si fuésemos peces, obviamente diríamos que los peces son lo más importante). Pero, en realidad, los hombres y las mujeres son, y ellos sienten que lo son, formas superiores al resto de la creación. Por un lado, ellos gobiernan sobre la creación y no por la fuerza bruta tampoco, ya que hay muchos animales que son mucho más fuertes. En realidad gobiernan por el poder de sus mentes y su personalidad. Por otro lado, los hombres y las mujeres tienen «conciencia de Dios», algo que los animales no tienen. Esta conciencia de Dios provoca la culpabilidad que las personas sienten bajo la mirada de Dios cuando se niegan a adorarlo. Ningún animal es culpable de un pecado moral o espiritual. Además, esta conciencia de Dios es también nuestra gloria, ya que no hay ninguna otra criatura que pueda «glorificar a Dios, y regocijarse con Él para siempre» en el mismo sentido que los seres humanos.

La Biblia enfatiza nuestra posición superior hacia el final del primer relato de la creación. «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gn. 1:26-27).

En estos versículos, nuestra singularidad y nuestra superioridad sobre el resto de la creación están expresadas de tres maneras. Primero, se nos dice que hemos sido hechos «a imagen de Dios», algo que no se dice ni de los objetos, ni de los animales. Segundo, se nos da el dominio sobre los peces, las aves, los animales, y hasta sobre la tierra misma. Tercero, la palabra creó se repite tres veces. Esta misma palabra se usa sólo en otras tres oportunidades en el relato de la creación: primero, cuando Dios creó la materia a partir de la nada (vs. 1); segundo, cuando Dios creó la vida consciente (vs. 21); y tercero, cuando Dios creó a la humanidad (vs. 27). La progresión es del cuerpo (o la materia) al alma (o la personalidad) y al espíritu (o la vida con conciencia de Dios). Por lo tanto, la humanidad descansa sobre la cima de la creación. Como escribe Francis Schaeffer, al repetir la palabra creó «es como si Dios pusiera signos de exclamación para indicar que hay algo especial en la creación del hombre».

Estudiemos ahora con mayor detalle lo que significa haber sido creados a imagen de Dios. Una de las cosas que significa es que las mujeres y los hombres comparten esos atributos de la personalidad que Dios mismo posee, pero que los animales, las plantas y la materia no poseen. Para tener personalidad es necesario poseer conocimiento, sentimientos (incluyendo el sentimiento religioso), y voluntad. Dios tiene una personalidad, y nosotros también. Decir que los animales tienen algo similar a la personalidad humana es sólo significativo hasta cierta medida. La personalidad, en el sentido en el que la estamos definiendo aquí, es algo que relaciona a la humanidad con Dios, pero que no relaciona ni a la humanidad, ni a Dios, con el resto de la creación.

Otro segundo elemento implícito al haber sido creados a imagen de Dios es la moral. La moral incluye, además, dos elementos adicionales: la libertad y la responsabilidad. Para ser exactos, los hombres y las mujeres no poseen una libertad absoluta. Ya en el comienzo, el primer hombre, Adán, y la primera mujer, Eva, no eran autónomos. Eran criaturas y eran responsables de reconocer su estado en la obediencia. Después de la Caída, esa libertad ha sido aún más restringida, de modo que como lo expresó Agustín, el original posse non peccare («posibilidad de no pecar») se convirtió en non posse non peccare («imposibilidad de no pecar»). Pero todavía existe una libertad limitada para las mujeres y los hombres a pesar de su estado caído, una libertad que conlleva una responsabilidad moral. En resumidas cuentas, no necesitamos pecar siempre, como lo hacemos, o como tan a menudo lo hacemos. Y aun cuando pecamos bajo apremio (como puede darse el caso), sabemos que está mal -e inadvertidamente confesamos así nuestra semejanza (aunque hemos caído) con Dios en el área de la moral, semejanza que también se da en otras áreas.

El tercer elemento presente por haber sido creados a imagen de Dios es la espiritualidad. La humanidad existe para estar en comunión con Dios, que es Espíritu (Jn. 4:24). Esta comunión debería ser eterna, como Dios es eterno. Aquí podríamos precisar que, aunque tenemos cuerpos físicos, como las plantas y los animales, solamente los seres humanos poseemos espíritus. Y es sólo en este nivel del espíritu que podemos tomar conciencia de Dios y estar en comunión con Él.

El cuerpo es la parte visible de la persona, la parte que tiene vida física. A primera vista, parecería que es esta parte la que nos diferencia de Dios, y en un sentido esto es así. Tenemos un cuerpo; Dios no tiene un cuerpo. Pero si continuamos nuestra consideración del tema, esta diferencia no resulta tan obvia como parecía ser en un primer momento. ¿Cómo explicar la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo, por ejemplo? O también, ¿qué fue lo primero en la mente de Dios, el cuerpo de Cristo o el cuerpo de Adán? ¿Cristo se hizo como nosotros por la Encarnación, o nosotros nos convertimos como Él por medio de un acto creativo de Dios? Calvino, que brevemente considera este tema en su Institución, no cree que Adán haya sido modelado de acuerdo con el patrón del Mesías que había de venir. Calvino no acepta la idea de que Cristo hubiera venido si Adán no hubiera pecado. Pero estas dos ideas no son necesariamente contradictorias. Se podría especular que cuando Dios caminaba en el huerto con Adán y Eva antes de la Caída, lo hacía como la segunda persona de la Trinidad, en una forma pre encarnada pero, de todos modos, corporal.

Lo que importa de esta discusión es que nuestros cuerpos son de gran valor y deberían ser honrados por la manera como los tratamos. Como hombres y mujeres redimidos, deberíamos considerar nuestros cuerpos como «templos» de Dios (1 Co. 6:19).

El alma es la parte del hombre que llamamos su «personalidad». No es un tema fácil de tratar. Es evidente que el alma está relacionada con el cuerpo a través del cerebro, y constituye una parte del cuerpo. Resulta difícil, además, pensar en el alma desligada de las propiedades que asociamos con el espíritu. Sin embargo, en términos generales, el alma se refiere por lo menos a eso que hace de los individuos un individuo único, singular. Podríamos decir que el alma se concentra en la mente y que incluye todo lo que nos gusta y lo que no nos gusta, nuestras habilidades especiales y nuestras debilidades, nuestras emociones, nuestras aspiraciones y todo lo demás que diferencia al individuo de los demás miembros de su especie. Porque tenemos alma es que podemos tener comunión, amor y comunicación entre unos y otros.

Pero no sólo tenemos comunión, amor y comunicación con los miembros de nuestra especie. También amamos y tenemos comunión con Dios, para lo cual necesitamos un espíritu. El espíritu es, por lo tanto, la parte de la naturaleza humana que entra en comunión con Dios y participa en cierta medida de la esencia misma de Dios. En ningún lugar se nos dice que Dios sea cuerpo o alma, si bien puede poseer cada uno de estos aspectos en alguno de los sentidos que acabamos de mencionar. Pero Dios está definido como espíritu. «Dios es espíritu», dijo Jesús. Por lo tanto, «los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Jn. 4:24). Como el hombre es espíritu (o llega a poseer un espíritu por medio de un nuevo nacimiento) puede tener comunión con Dios y amarlo.

Es aquí donde reside todo nuestro valor. Hemos sido formados a imagen de Dios, y por lo tanto somos valiosos para Dios y para los demás. Dios ama a los hombres y a las mujeres, más que a los animales, las plantas y el resto de la materia inanimada. Más aún, tiene sentimientos hacia el hombre y la mujer, se identifica con ellos en Cristo, sufre por ellos e interviene en la historia para hacer de nosotros lo que él se ha propuesto que seamos. Podemos tener una idea de la naturaleza especial de esta relación cuando recordamos como la mujer, Eva, de manera similar, fue hecha a imagen del hombre. Por lo tanto, aunque diferente, Adán pudo observarse en ella y amarla como su compañera y el miembro correspondiente en el universo. No es una equivocación decir que los hombres y las mujeres son para Dios algo similar a lo que la mujer es para el hombre. Son los compañeros valiosos y únicos de Dios. Como prueba de esta idea alcanza recordar la enseñanza del Nuevo Testamento con respecto a Cristo como el novio y la Iglesia como su esposa.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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