​Satanás conoce la enorme importancia del ministerio pastoral para la salud espiritual de los miembros de la iglesia, y por eso hará todo lo posible por anular nuestra labor, hacerla ineficaz en las mentes y corazones de los miembros. Pero él no puede hacer eso sin nuestro consentimiento. De ahí la directriz que el autor de la carta a los Hebreos dirige a los miembros de esta iglesia por inspiración divina: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (He.b 13:17).

¿Cuál es la responsabilidad de los miembros de la iglesia hacia sus pastores? Según este texto, básicamente dos:

Los miembros de la iglesia deben reconocer la autoridad de sus pastores:

Los pastores tienen una autoridad delegada por Cristo. Pero ahora debemos reconocer esa autoridad y actuar en consecuencia. Eso no es algo opcional; el autor de esta carta, inspirado por el Espíritu Santo, escribió un doble mandato aquí: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos”.

El problema es que en todos nosotros hay una resistencia para someternos a la autoridad, por causa del pecado que todavía mora en nosotros. La esencia del pecado no es otra cosa que rebeldía, una resistencia a someternos a la voluntad de otro, incluyendo la voluntad de Dios mismo (esa fue la tentación del diablo a nuestros primeros padres: “seréis como Dios”).

Por otro lado, también está el problema de que los líderes a los cuales debemos someternos no son perfectos. Dios hubiera podido enviar ángeles para que pastorearan la iglesia, pero quiso enviar hombres, hombres con debilidades que tienen que luchar con sus propios pecados; hombres que cometen errores, que se cansan.

Y a todo esto debemos añadir el individualismo de nuestra época. Cada vez se percibe menos en nuestra sociedad ese sentido de que somos parte de un conglomerado, de que nos debemos a otros; y eso también afecta la iglesia, y hace que muchos que profesan ser cristianos levanten paredes infranqueables a su alrededor para que nadie se meta en sus vidas.

“Es mi libertad cristiana; es mi relación con el Señor; es mi ministerio”. Ese es el espíritu de la generación en que nos ha tocado vivir. Pero el mandato de He. 13:17 sigue tan vigente hoy como hace 2,000 años: “Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos”.

Hay dos deberes en el texto íntimamente relacionados entre sí. La palabra “obedecer” significa lit. “dejarse convencer con argumentos”, “ser persuadidos”, en este caso de la enseñanza fiel de la Palabra de Dios.

Y eso es algo que los mismos pastores deben distinguir con claridad. Muchas veces tenemos que dar consejos en asuntos que son neutrales, donde hay varios cursos de acción que son legítimos. En tal caso el hermano o la hermana es libre de seguir o no el consejo pastoral. Pero cuando se trata de un claro mandato de la Palabra de Dios, la obediencia no es opcional.

Pero no sólo se trata de obedecer, sino también de sujetarse a ellos; en otras palabras, reconocer la autoridad que ellos poseen en lo tocante al gobierno de la iglesia, aún en situaciones en las que no estamos de acuerdo (siempre y cuando estemos hablando de cosas neutrales que no violen nuestras conciencias).

Lo que se requiere de los miembros no es una obediencia mecánica, sino el tipo de trato que damos a una persona a la que queremos honrar (comp. 1Ts. 5:12-13): “Pero os rogamos hermanos, que reconozcáis a los que con diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen, y que los tengáis en muy alta estima con amor, por causa de su trabajo. Vivid en paz los unos con los otros” (comp. 1Tim. 5:17).

Y eso nos lleva al segundo aspecto de este pasaje. No solo debemos reconocer la autoridad que el Señor les ha conferido…

Los miembros de la iglesia deben hacer todo lo que esté a su alcance para que ellos hagan su labor con gozo:

“A la luz del trabajo que realizan y la responsabilidad que tienen delante de Dios, en la medida de lo posible aliviadle la carga en vez de aumentarla, pues para vosotros no será provechoso que vuestros pastores tengan que trabajar luchando todo el tiempo con la amargura y el espíritu de queja”.
Un comentarista dice al respecto: “Cuando los miembros se niegan a obedecer y no tienen respeto a sus dirigentes, la obra de la iglesia se vuelve una carga. Los miembros deben darse cuenta de que ni ellos ni los dirigentes son dueños de la iglesia. La iglesia pertenece a Jesucristo, ante quien los lectores son responsables. Si ellos hacen que la vida y obra de los dirigentes sea difícil, ellos mismos serán los perdedores”.

Y ¿cuáles son las cosas que traen gozo al corazón de un pastor? Un autor cristiano enumera las siguientes:

1. El hecho de que todos los miembros den evidencia de que realmente han venido a Cristo con arrepentimiento y fe (comp. Mt. 7:21-23; 1Ts. 2:19-20).
2. Verlos andar en obediencia (comp. 3Jn. 3-4; 1Ts. 3:6-9).
3. Ver a los hermanos cultivando y preservando la paz en la iglesia (comp. Fil. 2:1-2).
4. Saber que están luchando con él en oración (comp. Rom. 15:30).
5. Manifestándoles amor y aprecio por su labor (2Cor. 7:5-7; He. 13:24).
6. Dándoles el beneficio de la duda en las decisiones que toman (1Cor. 13:7 – eso no quiere decir que no podemos estar en desacuerdo con las decisiones de los pastores o que no debemos expresarles nuestros desacuerdos, pero debemos estar siempre dispuestos a tener la mejor disposición).
7. Poner sus dones en acción para beneficio de todo el cuerpo (Ef. 4:11-12).

En conclusión, la iglesia es un solo cuerpo donde los pastores y los miembros trabajan en equipo, beneficiándose mutuamente para la gloria de Dios y la expansión de Su reino.

Algunos están en el equipo como líderes, otros están como seguidores, pero tanto los unos como los otros le sirven al mismo Señor y persiguen la misma meta.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo.

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