​Las promesas de Dios no son "reliquias de un tiempo pasado", sino la Revelación que es válida para toda la eternidad que proviene de la mente y la Voluntad de nuestro Padre celestial. Sus promesas no se modificarán.

Los propósitos y los planes de Dios también son inmutables. Nosotros solemos cambiar nuestros planes. En ocasiones, nos ha faltado tomar todas las provisiones para anticipar todo lo que podía ocurrir, o nos ha faltado el poder para ejecutar lo que nos hemos propuesto. Pero Dios no es como nosotros. «Su sabiduría es infinita, no puede haber errores en la concepción de sus planes; su poder es infinito, no puede haber fallos en su aplicación».

«Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?» (Nm. 23:19). El arrepentirse implica la revisión de los planes de acción, pero Dios nunca lo hace. Sus planes se realizan sobre la base de un conocimiento perfecto, y su poder perfecto hace posible la ejecución de los mismos. «El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones» (Sal. 33:11). «Jehová de los ejércitos juró diciendo: Ciertamente se hará de la manera que lo he pensado, y será confirmado como lo he determinado» (Is. 14:24). «Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque Yo soy Dios, y no hay otro Dios, nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero» (Is. 46:9-10). Salomón escribió: «Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre; mas el consejo de Jehová permanecerá» (Pr. 19:21).

¿Cuáles son las consecuencias de la inmutabilidad de Dios? Primero, si los propósitos de Dios no cambian, entonces los propósitos con respecto a Cristo no cambiarán. Su propósito es glorificarlo. «Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre» (Fil. 2:9-11).

Resulta, entonces, necio resistir la gloria de Cristo. Podemos hacerlo ahora, como hay muchos que lo hacen, pero se aproxima el día cuando aun los que no lo consideran como el Señor de sus vidas tendrán que confesar que Jesús es el Señor. En estos versículos, la palabra traducida «confesar» (exhomologeo) significa más bien «reconocer» que «confesar con agradecimiento». Se la usa, por ejemplo, para el reconocimiento o la confesión del pecado, como cuando Judas conviene con los principales sacerdotes en traicionar a su Maestro. Es en este sentido de reconocimiento que esta palabra es usada con respecto a los que se han rebelado contra la autoridad y la gloria de Cristo en esta vida. Lo han rechazado aquí, pero deberán reconocerlo allí. No confesarán que «Jesucristo es el Señor» con alegría, pero deberán confesarlo mientras son desterrados de su Presencia para siempre.

Segundo, los propósitos de Dios para su pueblo redimido no cambiarán. Su intención es hacerlos a la imagen de Jesucristo y traerlos sin peligro a su presencia al final de su peregrinar en este mundo. En la epístola a los Hebreos, se nos dice que las promesas que Dios hizo a Abraham sirven para demostrar la naturaleza de las promesas que Él nos ha hecho a nosotros:

Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente. Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa. Porque los hombres ciertamente juran por uno mayor que ellos, y para ellos el fin de toda controversia es el juramento para confirmación. Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es, imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo» (He. 6:13-19).

El propósito de Dios es traer a los suyos al disfrute pleno de su herencia prometida, a la esperanza. Para que puedan conocer esto y tener la seguridad de ello, lo ha confirmado con un juramento inmutable. Cada hijo de Dios redimido debería tomar aliento al conocer este propósito.

Por último, los propósitos de Dios para los malvados no cambiarán. Su propósito es juzgarlos y eso es lo que hará. Dios «de ningún modo tendrá por inocente al malvado» (Ex. 34:7). Hay muchos otros pasajes que nos hablan, y en forma muy vívida, del juicio propiamente dicho. La inmutabilidad de los juicios de Dios debería servir de advertencia a todos aquellos que todavía no se han vuelto al Señor Jesucristo como su Salvador y debería servir para acercarlos a Él mientras todavía hay esperanza.

La inmutabilidad de Dios también significa que la verdad de Dios no cambia, Los hombres muchas veces dicen cosas que no quieren decir en realidad, simplemente porque no conocen sus propios pensamientos; o quizás, porque sus pareceres también cambian, se encuentran con que no pueden sustentar las mismas opiniones que sostuvieron en el pasado. Todos, alguna vez, hemos tenido que cambiar nuestros pensamientos, porque la cruda realidad los ha refutado. Las palabras de los hombres son inestables. Pero esto no sucede con las Palabras de Dios. Ellas permanecen para siempre, como expresiones válidas de su mente y sus pensamientos. No hay circunstancias que le hagan cambiar sus propósitos; no hay cambios en su manera de pensar que hagan necesario enmendar lo que ha dicho. Isaías escribió: «toda carne es hierba… la hierba se seca… mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre» (Is. 40:6-8).

Los cristianos debemos estar firmes sobre la Palabra y las Promesas de nuestro Dios inmutable. Las promesas de Dios no son «reliquias de un tiempo pasado», como señala Packer, sino la revelación válida para toda la eternidad de la mente y de la Voluntad de nuestro Padre celestial. Sus promesas no se modificarán. Una persona con sabiduría debe poner sus cimientos sobre esta verdad.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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