​Somos iluminados en el conocimiento de la verdad; somos reconciliados con Dios por la muerte sacrificial de su Hijo; y somos librados del poder de Satanás e introducidos en el Reino de Dios; todo lo cual supone que nuestro Redentor nos es a la vez Profeta, Sacerdote y Rey. 


Ha sido una costumbre en los círculos protestantes desde la Reforma hablar de la obra de Cristo bajo tres títulos generales: como Profeta, Sacerdote y Rey. Estos títulos se refieren a sus oficios como maestro. Salvador y Gobernador de todo el universo y de la iglesia. Esta clasificación a veces ha sido criticada por algunos que señalan que no siempre es fácil diferenciar estos papeles entre sí, tanto del propio ministerio de Cristo, como de los cargos del Antiguo Testamento sobre los que están basados. Tanto los sacerdotes como los profetas en ocasiones también son maestros. Muchos reyes fueron receptores de la revelación inspirada de Dios, del mismo modo que los profetas. A pesar de ello, esta división tripartita de la obra de Cristo tiene una firme base en las Escrituras.

Cristo es reconocido como Profeta en Lucas 24:19. En dicho pasaje Jesús está interrogando a los discípulos que se dirigían a Emaús, preguntándoles acerca de los acontecimientos que habían tenido lugar durante los últimos días tumultuosos en Jerusalén. Ellos le responden: «Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo».

En toda la carta a los Hebreos, Jesús es presentado como Sacerdote, como por ejemplo en Hebreos 2:17. «Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo».

De manera similar, el versículo de Apocalipsis 19:16 reza: «Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores».

Esta noción del carácter triple del ministerio de Cristo también puede ser aplicada a la necesidad espiritual del ser humano. Una de esas necesidades es la de conocimiento; no conocemos a Dios naturalmente, ni podemos entender las cosas espirituales sin una iluminación de nuestras mentes, que nos llega de forma especial y es de origen divino. Jesús puede suplir nuestra necesidad cuando nos revela a Dios. Él es nuestro Profeta y Maestro. Suple nuestra necesidad a través de su propia persona en quien el Padre se revela enteramente; por medio del regalo que nos ha hecho de la Palabra escrita, y por la iluminación particular de nuestras mentes que realiza el Espíritu Santo.

También tenemos necesidad de salvación. Además de ser ignorantes de Dios y de las cosas espirituales, somos pecadores. Nos hemos rebelado contra Dios y como ovejas nos hemos descarriado. Jesús puede suplir esta necesidad en su función de Sacerdote. Actúa como Sacerdote en dos niveles: primero, se ofrece a sí mismo como sacrificio, proveyendo así la perfecta expiación por nuestros pecados; y segundo, intercede por nosotros a la diestra de Dios Padre en los cielos, garantizando así nuestro derecho de ser escuchados.

Por último, necesitamos disciplina espiritual, guía y gobierno. No somos autónomos, ni siquiera después de nuestra conversión. No tenemos ningún derecho a gobernarnos a nosotros mismos, ni podríamos gobernarnos con éxito. Cristo suple esta necesidad por medio del dominio que con amor ejerce sobre nosotros dentro de la iglesia. Él es nuestro Señor, nuestro Rey. También es el Gobernador de este mundo. Por eso el triunfo futuro y el Reino de Cristo sobre todo el mundo es también un aspecto de este asunto.

Para resumir este tema, podemos citar el resumen que hace Charles Hodge:

Somos iluminados en el conocimiento de la verdad; somos reconciliados con Dios por la muerte sacrificial de su Hijo; y somos librados del poder de Satanás e introducidos en el Reino de Dios; todo lo cual supone que nuestro Redentor nos es a la vez Profeta, Sacerdote y Rey. No se trata aquí de una simple y conveniente clasificación de los contenidos de su misión y su obra, sino que se introduce en su misma naturaleza y debe ser retenida en nuestra teología si hemos de captar la verdad como se nos revela en la Palabra de Dios.

Por lo tanto, si bien nuestra discusión sobre la obra de Cristo necesariamente trascenderá a estas tres categorías sugeridas, resultará de todos modos de valor conservarlas en nuestra mente mientras las desarrollamos.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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