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​Pocos individuos han aparecido en la iglesia de Dios y que hayan ganado y actualmente recibido, más grandes tributos de respeto que Jonathan Edwards.
Sus capacidades intelectuales no eran comunes, y su dedicación al perfeccionamiento de esos poderes está señalada fuertemente en esa vasta extensión del más importante conocimiento que el poseía. Si consideramos a J. Edwards en comparación con Hartley, Locke, y Bacon, en la escala del intelecto, no entenderemos el porque su derecho a tal distinción fue señalada. Su poderosa mente captaba con facilidad tales asuntos en los cuales otros vacilaban. El vio la verdad casi intuitivamente, y era igualmente hábil en la detección del error en todas sus diversas formas. Este distinguido hombre causa admiración, no simplemente en el terreno de la poco común fuerza de los poderes intelectuales, y la intensa aplicación de la mente, galardonado por sus competentes conocimientos, sino también como el más humilde y devoto siervo de Cristo; trayendo todo lo que había recibido para el servicio, y viviendo únicamente para Él.
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