En BOLETÍN SEMANAL
​ Que la fe misma no puede ser la sustancia o la base de nuestra justificación es algo claro por muchas consideraciones. La "justicia de Dios (es decir, la satisfacción [o cumplimiento] de la ley que Cristo realizó) se revela por fe" (Rom. 1:17) y entonces [esa justicia] no puede ser la fe en sí misma. Romanos 10:10 declara "con el corazón se cree para justicia" por tanto esa justicia debe ser una cosa distinta del creer. En Jeremías 23:6 leemos "JEHOVÁ, justicia nuestra," lo cual quiere decir que la fe no puede ser nuestra justicia..

 No permitamos que Cristo sea destronado para exaltar en Su lugar a la fe: que no se ponga al servidor por encima del amo. «No reconocemos justicia sino la obediencia y la satisfacción [la reparación o el pago] que Cristo nos trajo: Su sangre, no nuestra fe; Su satisfacción, no nuestro creer, es lo sustancial de la justificación ante de Dios» (J. Flavel). ¡Qué de alteraciones que hay en nuestra fe! ¡qué mezcla de incredulidad en todos los tiempos! ¿Es éste un fundamento sobre el cual construir nuestra justificación y esperanza?

  Quizá alguno dirá: ¿No están las palabras de la Escritura claramente del lado de Mr. Darby? ¿No afirma Romanos 4:5 «la fe le es contada por justicia»? Nosotros respondemos: ¿Está el sentido de la Escritura de su lado? Supongamos que yo me dedicara a probar que David fue limpiado de la culpa por el «hisopo» [una planta] que crece en las paredes: eso sonaría ridículo. Sí, sin embargo, yo tendría las palabras explícitas de la Escritura en mi apoyo: «Purifícame con hisopo, y seré limpio» (Sal. 51:7), [como se hacía en la purificación ceremonial de los leprosos que era un símbolo del pecador limpiado por la sangre de Cristo (Lev. 14:1-7)]. A pesar de la claridad de estas palabras, ellas no me ofrecerían la mínima apariencia concebible del sentido y del espíritu de la Palabra de Dios. ¿Tiene acaso el hisopo –un arbusto sin valor– alguna clase de aptitud para ocupar el lugar de la sangre del sacrificio, y para hacer un pago por el pecado? ¡No mayor aptitud posee la fe para ocupar el lugar de la perfecta obediencia, para actuar como nuestra justicia, o procurar nuestra aceptación para con Dios!

    Esperamos que Dios pueda agradarse en usar este escrito para exponer uno de los muchos graves errores de Darby. Porque este error es ciertamente sumamente «grave». Su enseñanza de que la fe del cristiano, en vez de la obediencia vicaria (en nuestro lugar) de Cristo, le es contada por justicia (Mr. W. Kelly, su principal colaborador, escribió: «su fe (la de Abraham) en la palabra de Dios como la que él ejerció y que le fue contada como justicia»  hace a Dios culpable de una mentira total, porque esto lo representa a Él como dando a la fe un valor falso– el creyente no tiene justicia, entonces Dios considera a su pobre fe como «justicia.»

  «Y creyó él a Jehová, y le fue contado por justicia» (Gen. 15:6). El punto es: ¿fue la fe de Abraham en sí misma la que fue tomada en cuenta por Dios como justicia (¡horrible idea!), o, fue la justicia de Dios en Cristo de la cual la fe de Abraham anticipadamente se apropió? Los comentarios del apóstol en Romanos 4:18-22 resuelven el punto de una forma determinante. En estos versículos Pablo enfatiza las imposibilidades naturales que se levantaban en el camino del cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham de una descendencia numerosa (la esterilidad tanto de su propio cuerpo como del de Sara), y sobre la confianza implícita que él tuvo (a pesar de las dificultades) en el poder y la fidelidad de Dios de que Él cumpliría lo que prometió. Entonces, cuando el apóstol agrega, «Por lo cual también le fue atribuido a justicia» (v. 22), este «por lo cual» puede solamente significar: Porque a través de la fe él perdió completamente de vista a la naturaleza y al yo, y tuvo en cuenta con indudable seguridad la suficiencia del brazo divino, y la certeza de su obrar.

  La fe de Abraham fue nada más y no otra cosa que la renuncia a toda virtud y fuerza en él , y una dependencia con la confianza de un niño en Dios por lo que Él era capaz y estaba gustoso de hacer. Lejos, muy lejos, estaba su fe de ser un mero substituto para una «justicia» de la que él carecía. Lejos, muy lejos estaba Dios de aceptar su fe en lugar de una perfecta obediencia a Su Ley. En cambio la fe de Abraham fue la acción de un alma que encontró su vida, su esperanza, su todo en el Señor mismo. Y esto es lo que la fe justificadora es: ella es «simplemente el instrumento por el cual Cristo y Su justicia son recibidos para justificación. Ella es el vacío llenado con la plenitud de Cristo; la impotencia apoyada sobre la fuerza de Cristo» (J. L. Girardeau).

 
  ¿Cuál es la relación de la fe con la justificación? Los antinomianos [que no se sujetan a ninguna norma moral] y los hipercalvinistas responden, que es meramente una relación de consolación o de confianza. Su teoría es que los elegidos fueron realmente justificados antes de la fundación del mundo [desde que fueron predestinados], y todo lo que la fe ahora hace es hacer manifiesta la justificación en sus conciencias. Este error fue apoyado por hombres como W. Gadsby, J. Irons, James Wells, J.C. Philpot. Está claro que este error no fue originado por estos hombres por el hecho de que los puritanos ya lo habían rechazado en su tiempo. «Por la fe sola obtenemos y recibimos el perdón de los pecados; porque a pesar de cualquier acto anterior de Dios respecto a nosotros en y por Cristo, verdaderamente no recibimos una completa absolución liberadora del alma hasta que creemos» (J. Owen). «Es en vano decir que soy justificado solamente respecto al juicio de mi propia conciencia. La fe por la que Pablo y los otros apóstoles fueron justificados, fue que por su creer en Cristo ellos iban a ser justificados (Gál. 2:15, 16), y no una creencia de que ellos ya estaban justificados; y por lo tanto no fue un acto de reafirmación» (T. Goodwin, vol. 8).

¿Cómo somos justificados por la fe? Habiendo dado una triple respuesta negativa: no por la fe como una causa unida con obras (romanistas), no por la fe como un acto de gracia en nosotros (arminianos), no por la fe como la recepción del testimonio del Espíritu (antinomianos); ahora damos la respuesta positiva. La fe justifica solamente como un instrumento que Dios ha establecido para la obtención y la aplicación de la justicia de Cristo. Cuando decimos que la fe es el «instrumento» de nuestra justificación, debe entenderse claramente que no queremos decir que la fe es el instrumento con el cual Dios justifica, sino el instrumento por medio del cual recibimos a Cristo. Cristo ha ganado la justicia para nosotros, y la fe en Cristo es la que hace que ante la vista de Dios la bendición adquirida sea asignada. La fe nos une con Cristo, y estando unidos con Él somos poseedores de todo lo que es en Cristo, tanto como sea compatible con nuestra capacidad de recibir y la disposición de Dios para dar. Habiendo sido hechos uno con Cristo en Espíritu, Dios ahora nos considera legalmente uno con Él.

  Somos justificados por medio de la fe, y no por la fe; no por causa de lo que la fe es, sino por causa de lo que la fe recibe. «Ella no tiene eficacia por sí misma, sino como el vínculo de nuestra unión con Cristo. Toda la virtud de limpieza procede de Cristo el objeto [de nuestra fe]. Nosotros recibimos el agua con nuestras manos, pero la virtud limpiadora no está en nuestras manos, sino en el agua, pero el agua no puede limpiarnos si no la recibimos; al recibirla unimos al agua con nosotros, y es la manera por la cual somos limpiados. Y por eso se observa que nuestra justificación por la fe siempre es expresada en voz pasiva, no en la activa: somos justificados por medio de la fe, no que la fe nos justifica. La eficacia está en la sangre de Cristo; la recepción de ella está en nuestra fe» (S. Charnock).

  La Escritura no reconoce que exista un incrédulo justificado. No hay nada meritorio en el creer, pero es necesario para la justificación. No es solamente la justicia de Cristo como imputada la que justifica, sino también como recibida (Rom. 5:11, 17). La justicia de Cristo no es mía hasta que yo la acepto como el regalo del Padre. «El pecador creyente es ‘justificado por la fe’ sólo instrumentalmente, así como él ‘vive por el comer’ sólo instrumentalmente. El comer es el acto por el cual él recibe y se apropia de la comida. Estrictamente hablando, él vive solamente por el pan, no por el comer, o el acto de masticar. Y, estrictamente hablando, el pecador es justificado solamente por el sacrificio de Cristo, no por el acto de creer en éste» (W. Shedd). En la aplicación de la justificación la fe no es un constructor, sino un espectador; no una causa, sino un instrumento; no hay nada para hacer, sino todo para creer; nada para dar, sino todo para recibir.

  Dios no ha seleccionado a la fe para ser el instrumento de la justificación porque haya alguna virtud particular en la fe, sino más bien porque no hay mérito en ella: la fe es vacía en sí misma –»Por tanto es por la fe, para que sea por gracia» (Rom. 4:16). Un regalo es considerado como tal cuando no se requiere o acepta nada de quien lo recibe, sino que éste simplemente lo recibe. Sin importar otras características que la fe puede poseer, ella justifica simplemente por recibir a Cristo. Se nos dice que somos justificados por el arrepentimiento, por el amor, o por alguna otra gracia espiritual, esto transmite la idea de que algo bueno en nosotros ha sido considerado la causa por la cual la bendición fue otorgada; pero la justificación por la fe (correctamente entendida) no transmite tal idea.

  «La fe justifica en el único sentido de que ella nos introduce en una participación de la justicia de Cristo» (J. Calvino). La fe justificadora es una mirada fuera del yo, un renunciamiento de mi propia justicia, un aferrarse a Cristo. La fe justificadora consiste, primero, de un conocimiento y la convicción de la verdad revelada en la Escritura sobre este tema, segundo, en un abandono de toda pretensión, reclamo o confianza sobre nuestra justicia propia; tercero, en una confianza y una seguridad sobre la justicia de Cristo, aferrándose a la bendición que Él adquirió para nosotros. Esto es la aceptación y aprobación del corazón del método de la justificación propuesto en el Evangelio: por Cristo solamente, procedente de la pura gracia de Dios, y excluyente de todo mérito humano. «En Jehová está la justicia y la fuerza» (Isa. 45:24).

  Ninguno apreciará en su experiencia la justicia de Cristo hasta que haya sido desnudado en su experiencia por el Espíritu. Hasta que el Señor no nos ponga en el fuego y queme nuestros inmundos harapos, y nos ponga desnudos delante de Él, temblando desde la cabeza a los pies viendo la espada de Su justicia suspendida sobre nuestras cabezas, no valoraremos verdaderamente «la mejor vestidura.» Hasta que no haya sido aplicada por el Espíritu la sentencia condenadora de la ley sobre la conciencia que haga gritar al alma, «¡Perdido, perdido!» (Rom. 7:9, 10). Hasta que haya una comprensión personal de los requerimientos de la Ley de Dios, un profundo sentimiento de nuestra total inhabilidad para cumplir sus justas demandas, y una honesta comprensión de que Dios sería justo en desterrarnos de Su presencia para siempre, hasta entonces no es percibida por el alma la necesidad de un precioso Salvador.

E​xtracto del libro «la justificación»  Arthur W. Pink

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