En BOLETÍN SEMANAL
​​«Ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. Porque la palabra de la promesa es ésta: por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo» (Romanos 9:7-9).   Ismael e Isaac procedieron de un origen diferente y, por tanto, hubo una diferencia en su naturaleza que fue evidente en sus vidas y se vio en especial en relación con la promesa.

Según sea el nacimiento, así habrá de ser la vida que resulte del mismo. En el caso del hombre que se hizo a sí mismo lo que es, solamente habrá lo que le depare la naturaleza, pero en el caso del hombre que es recreado por el Espíritu de Dios, habrá ciertas señales que se manifestarán en su vida. «De él somos en Cristo Jesús, que de Dios nos hizo para sabiduría y justicia y santificación y redención; como está escrito, el que se gloria, que se gloríe en el Señor.» En el hombre nacido de nuevo habrá lo que traiga consigo esa nueva vida, pero en el hombre natural no habrá nada de todo eso.

Ismael exhibió algunas de las características de Abraham, juntamente con las de su madre, que era esclava. Era un hombre magnífico, como su padre, y había heredado de él su porte patriarcal, pero Isaac poseía la fe de su padre y seguía la línea de sucesión en lo que se refiere a la vida espiritual. En lo que a la promesa concierne, Isaac permanece con su padre Abraham, mientras que Ismael estuvo formando sus propios campamentos allí en el desierto. Isaac buscó la alianza con la antigua estirpe en Mesopotamia, pero la madre de Ismael le buscó una esposa en Egipto, que era lo natural, ya que ella misma procedía de Egipto.

De tal palo tal astilla. Isaac meditaba en los campos al atardecer, porque su conversación era con las cosas sagradas, pero Ismael disputaba con todos, porque le preocupaba lo que era terrenal. La meditación no es para el hombre salvaje, cuya mano se alza contra todos, y la de los demás contra él. Isaac se entregó a sí mismo como sacrificio a Dios, pero nada por el estilo se desprende de la vida de Ismael, ya que el sacrificarse a sí mismo era algo que no iba con él, sino que fue más bien un asesino, en lugar de ser una oveja que se presenta a sí misma delante de Dios. De modo que si usted se encuentra con que ha recibido una instrucción religiosa y se ha convertido en hombre «piadoso», como dicen por ahí, pero su corazón no se ha renovado, ni ha sido visitado por el Espíritu Santo, no vivirá usted la vida secreta de un hijo de Dios. Es posible que despliegue usted algunas de las características del cristiano; podrá usted cantar y orar, citar las Escrituras, y hasta es posible que pueda relatar alguna experiencia imaginaria de conversión, pero es necesario haber nacido de nuevo para poder saber por experiencia propia la verdad de la comunión de los santos, que es una comunión secreta con el Dios vivo, y la entrega de sí mismo a él como servicio razonable. El que es hijo de la promesa se mantiene unido al pueblo de Dios y considera un privilegio la comunión con Dios..

El hijo de la promesa siente que la mejor compañía que tiene es la que nadie ve, es decir, cuando el gran Invisible se acerca a él y tiene comunión con él. El hijo de la promesa, y solamente él, es capaz de elevarse a la altura del monte Moria, para quedar atado sobre el altar y entregarse de ese modo a Dios. Con esto último quiero decir que solamente el que es nacido del Espíritu se entregará por completo a Dios y amará al Señor más que a la propia vida. La naturaleza y su conducta dependerán de su origen, y, por eso, le suplico que empiece usted bien, y que al afirmar ser hijo del reino demuestre ser un verdadero heredero.

Ismael, que nació conforme a la carne, siendo hijo de la esclava, habría de llevar siempre sobre su persona aquella marca. El hijo de la esclava no puede ser lo que era Isaac, el hombre de la mujer libre. Pero fíjense bien que yo no he dicho que Ismael quisiera ser como Isaac, no he dicho que se considerase a sí mismo un perdedor por ser diferente a Isaac, pero lo cierto es que lo fue. El hombre que se esfuerza por salvarse a sí mismo mediante su propio esfuerzo, por medio de sus sentimientos, negándose a sí mismo, puede ser un orgulloso ignorante, no consciente de su estado servil. Hasta es posible que presuma de ser libre y de no haber sido nunca esclavo de nadie, pero a pesar de ello lleva una vida de esclavo. No tiene ni idea de lo que significa la libertad, no sabe lo que es sentirse satisfecho, ni sabe lo que es deleitarse en Dios. Se queda como quien no comprende cuando oye a todos los demás hablar acerca de la «absoluta seguridad de la fe». Los considera unos presuntuosos, y apenas si tiene tiempo de respirar él mismo, por causa de lo que le esclaviza. Ha hecho tanto, pero aún le queda mucho más por hacer. Ha sufrido muchísimo, pero le queda mucho más por sufrir. No ha llegado nunca a « el descanso para el pueblo de Dios» porque ha nacido de la mujer libre, y comprende que la salvación se obtiene siempre por la gracia de Dios, y que siempre que Dios otorga su gracia no la quita, porque «los dones de Dios son sin arrepentimiento», ese hombre, al aceptar la obra acabada de Cristo, y sabiendo que su aceptación del Amado reposa en el Señor, se goza con sumo gozo. Su vida y su espíritu se llenan de gozo y de paz, porque ha nacido libre y lo sigue siendo, es libre de verdad.

¿Comprende el lector lo que significa la libertad del Hijo de Dios? ¿0 sigue aún bajo la servidumbre de la ley, temiendo el castigo, asustado ante la idea de ser enviado al desierto? Si le sucede a usted esto último, no ha recibido usted la promesa, o, de lo contrario, sabría que no puede suceder nada semejante. La promesa fue hecha a Isaac, que era el hijo de la promesa, y a él perteneció la herencia, y permanece para siempre, sin temor de que nadie le eche.

Aquellos que han nacido del mismo modo que lo fue Ismael, según la carne, y cuya religión depende de su propia fuerza y poder, se preocupan de las cosas terrenales, como lo hizo Ismael. Solamente aquellos que han nacido de lo alto, por medio de la promesa, conforme a la fe, se preocuparán, como lo hizo Isaac, de las cosas espirituales. El acude siempre al lugar de adoración, pero cuando está allí se pone a pensar en sus negocios, en su casa o en su granja. ¿Acaso disfruta la comunión con Dios? ¡De ningún modo! ¡Oye un sermón. ¿recibe con mansedumbre la palabra que le puede salvar? ¡Claro que no! Lo critica como si se tratase de un arengo político. Da su dinero a la causa de Dios, como hacen los demás. Claro que lo hace porque no le queda más remedio que acallar a su conciencia y mantener su buena reputación, pero ¿se interesa realmente en la gloria de Dios? ¡De ningún modo! Si así fuese daría algo más que dinero. Las oraciones de su corazón se elevarían a favor del progreso del reino. ¿Acaso se conmueve y clama por causa de los pecados que le rodean? ¿Se le encuentra a solas con Dios derramando ante Él su corazón angustiado porque incluso en su propia familia hay personas que no se han convertido a Dios? ¿Se ha visto a esa persona con un santo gozo cuando las personas han sido convertidas, o emocionado ante el pensamiento de que el reino de Dios se encuentra cercano? Oh no, él nunca se interesa por cosas semejantes. Todo lo que hace para Dios es algo externo, no se ha adentrado nunca en lo profundo de lo espiritual ni le es posible hacerlo. La mente carnal, incluso cuando es religiosa, manifiesta enemistad para con Dios, y no se ha reconciliado con Él ni le es posible hacerlo. Es necesario que en el hombre se cree una nueva criatura en Cristo Jesús, antes de que alcance a apreciar, a comprender y a gozar las cosas que son espirituales.

Para volver al punto de partida: «Es necesario que usted nazca de nuevo.» Es preciso nacer del Espíritu, recibiendo una vida sobrenatural siendo levantado de entre los que están muertos en delitos y pecados. No podremos llevar los frutos del Espíritu hasta que no poseamos esa vida interior que es conforme al Espíritu. Ismael seguirá siendo siempre Ismael, y lo mismo sucede con Isaac. El hombre será tal y como muestre su conducta. El hombre que se guía por su visión, por su lógica, por su propio poder humano, hará lo mejor que pueda, como lo hizo Ismael, pero solamente el hijo de la promesa se elevará a la vida y caminará con fe, como lo hizo Isaac.

     «Eso es tremendamente difícil» decimos. A veces es una bendición tener que afrentar unas condiciones difíciles y tener que cumplirás. Pero si lo hacemos estaremos en el camino debido, el que nos llevará a la eternidad. Alguien le dijo el otro día a un amigo mío: « Una vez fui a escuchar al señor Spurgeon, y cuando me encontraba en la iglesia, si alguien me hubiese preguntado acerca de mí mismo yo hubiese considerado que era un hombre de lo más religioso que ha vivido jamás en Newington, y, sin duda, que era un buen hombre, pero todo eso cambió al escuchar el Evangelio aquel día. Salí con el rabo entre las piernas, sintiéndome como el más vil de los pecadores sobre la faz de la tierra, y me dije a mí mismo que nunca más volvería a escuchar a Spurgeon, porque me dejó hecho un trapo.»

«Sin embargo -añadió- es lo mejor que podía sucederme, porque me obligó a dejar de mirarme a mí mismo y todo lo que yo era capaz de hacer y a poner la mira en Dios y su gracia omnipotente, y a comprender que me era necesario pasar de nuevo bajo la mano del Creador, o nunca podría ver su rostro con gozo».

Espero que el lector conozca hoy esta verdad acerca de sí mismo, porque es una verdad solemne. De la misma manera que Dios hizo primeramente a Adán, es necesario que nos vuelva a hacer de nuevo, o, de lo contrario, no podremos nunca tener su imagen, ni contemplar su gloria. Debemos de encontrarnos bajo la influencia de la promesa y vivir conforme a ella, o nuestras vidas no serán nunca guiadas por los principios debidos, ni llegaremos a buen fin.

Extracto del libro: Según la promesa, de C. H Spurgeon

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