En BOLETÍN SEMANAL
 "Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová. Y todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo." (Joel 2:32)  En los peores tiempos que puedan haber, todavía hay salvación para los hombres. Cuando el día se convierte en noche, y la vida en muerte, y se rompe el sostén de la vida, y ha huido la esperanza del hombre, todavía hay en Dios, en la persona de su Hijo amado, liberación, para todos los que invocan el nombre del Señor. No sabemos lo que ha de ocurrir;  leyendo el rollo del futuro anunciamos cosas oscuras, pero todavía brillará esta luz entre los nubarrones de miseria: "Todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo."

​UNA PROMESA DE LA GRACIA SOBERANA

Texto: «Y todo el que invocare el nombre de Jehová será salvo.”
Joel 2:32.

La venganza estaba en plena carrera. Los ejércitos de la justicia divina habían sido convocados para la guerra: Como valientes correrán, como hombres de guerra subirán el muro.» Ellos han invadido y devastado la tierra y la tierra que era como el Huerto de Edén la dejaron como un desierto desolado. Todos los rostros se entenebrecieron: el pueblo estaba «muy afligido.» El sol mismo se oscureció, la luna se apagó, y las estrellas retrajeron su resplandor; la tierra tembló y los cielos se estremecieron. En un momento tan horroroso, cuando menos podíamos esperarlo, en medio del retumbar de los truenos y los resplandores de los relámpagos, se escucha esta amable oración: «Todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.»

Este pasaje fue seleccionado por el apóstol en Pentecostés para ser puesto en su lugar como una especie de estrella de la mañana de los tiempos del evangelio. Cuando el Espíritu fue derramado sobre los siervos y sobre las siervas, y los hijos y las hijas comenzaron a profetizar, resultó claro que había llegado ese tiempo maravilloso, que con tanta anticipación había sido anunciado. Entonces, cuando Pedro predicó su sermón memorable, dijo a la gente «Todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo,» dando así un sentido más pleno y más evangélico a la palabra «salvo.» «Todo aquel que invocare el nombre del Señor será librado: del pecado, de la muerte y del infierno –en realidad será de tal manera librado para ser, en el lenguaje divino, «salvado»-salvado de la culpa, el castigo y el poder del pecado, salvado de la ira venidera. Estos tiempos del evangelio son todavía días felices en los cuales «todo el que invoca el Nombre del Señor será salvo.» En el año de la Gracia hemos llegado a un día y a una hora en que «todo aquel que invoca el nombre del Señor será salvo.» A vosotros, en este momento es enviada esta salvación. La dispensación de la inmediata aceptación proclamada en Pentecostés jamás ha cesado; la plenitud de su bendición ha crecido en vez de disminuir. La sagrada promesa permanece con toda su certeza, plenitud y libertad; no ha perdido nada de su amplitud y longitud: «Todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.»
No tengo otra cosa que hacer hoy sino contaros nuevamente la antigua, antigua historia de la infinita misericordia que vino a hacer frente al pecado infinito —de la gracia soberana que vino a poner la libre voluntad en una mejor línea- de Dios mismo apareciendo para deshacer la ruina del hombre obrada por el hombre, y para levantarle por medio de una gran liberación. Quiera Dios el Espíritu Santo ayudarme con su gracia mientras os hablo sencillamente acerca de esto.

I. Primero, HAY ALGO QUE SIEMPRE ES NECESARIO.
Ese algo es liberación o «salvación.» Siempre se necesita. Es una necesidad del hombre dondequiera que se encuentre. Mientras haya hombres en la tierra, habrá siempre necesidad de salvación. Si pudiéramos recorrer Londres, yendo por sus antros y barrios bajos pensaríamos de forma muy diferente de lo que solemos, viniendo desde nuestro tranquilo círculo doméstico a nuestro asiento en la iglesia para oír el sermón, respecto de la necesidad humana. El mundo todavía está enfermo y moribundo. El mundo todavía sigue corrompiéndose y pudriéndose. El mundo es una nave en la que el agua sube rápidamente, en que el naufragio inminente va a llevar el barco a la más profunda destrucción. La salvación de Dios es tan necesaria hoy como en los días de Noé cuando el Espíritu predicó a los espíritus encarcelados. Dios debe entrar y traer li-beración o no hay más esperanza.
Algunos necesitan liberación de la angustia presente. Si tú estás en esta necesidad debido a alguna grave aflicción, te invito a tomar mi texto como una guía, y creer que todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo.» Confía en ello, en cualquier tipo de aflicción, física, mental o de cualquier orden, tienes a tu disposición la oración. «Invócame,» dice Dios, «en el día de la angustia; te libraré y tú me honrarás.»
Esto vale cuando quiera que estés en una posición de profunda aflicción personal, aun cuando no sea de un carácter físico. Cuando no sabes cómo actuar, y estás confundido y en lo último, donde ya no sabes qué hacer, cuando a una onda de tribulación ha seguido una onda de angustia hasta que estás como el marinero en la tormenta que da tumbos de uno a otro lado, y se tambalea como un borracho; si ahora ya no puedes ayudarte a ti mismo, porque tu espíritu se hunde y tu mente falla, invoca a Dios, invoca a Dios, ¡invoca a Dios! Niños perdidos en el bosque, con la neblina nocturna que se hace más y más espesa, ya a punto de caer y morir ¡invocad a vuestro Padre, Invoca a Dios, tú que estás confundido, porque «todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.»
En el gran día final, cuando todos los secretos sean revelados, parecerá ridículo que haya habido personas que se dedicaron a escribir cuentos y novelas, porque las historias reales de lo que Dios ha hecho por los que claman a Él son infinitamente más sorprendentes. Si hombres y mujeres pudieran contar en lenguaje sencillo y natural, la manera en la que Dios acudió a su rescate en la hora del inminente desastre, ellos se dispondrían para hacer sonar las arpas de los cielos con nuevas melodías, y los corazones de los santos de la tierra resplandecerían con un nuevo amor a Dios por su maravi¬llosa bondad para con los hijos de los hombres. ¡Oh, que los hombres puedan alabar a Dios por su bondad! ¡Oh que pudiéramos expresar abundantemente la memoria de su gran bondad para con nosotros en la noche de nuestro llanto!
El texto vale para la liberación de futuras tribulaciones. No sabemos lo que pueda suceder en el maravilloso futuro. Sea lo que sea que pase según la palabra de Dios -si el sol se oscurece y la luna se convierte en sangre– si Dios va a mostrar grandes portentos en los cielos y, en la tierra sangre y fuego, y columnas de humo, recordad que aunque con toda seguridad necesitarás liberación, la salvación estará cerca a las puertas. El texto parece establecer una sorprendente conexión a fin de advertirnos que cuando ocurran las peores convulsiones y las más terribles, entonces… «Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.» Puede caer la estrella llamada Ajenjo, pero seremos salvos si podemos invocar el nombre del Señor. Que se derramen las plagas, que suenan las trompetas y que se sacuden los juicios uno tras otro con tanta rapidez como las plagas de Egipto pero, «el que invocare el nombre del Señor será salvo.» Cuando claramente se incremente la necesidad de salvación, la abundancia de salvación crecerá con ella. No temas la más espantosa de las guerras, las hambrunas más amargas, las más mortales de las plagas, porque aun si invocamos al Señor, El está comprometido en librarnos. Esta promesa enfrenta las posibilidades más terribles con una segura salvación.
Cuando llegues a la hora de la muerte, cuando para ti el sol se haya convertido en tinieblas y la luna en sangre, este texto garantiza la salvación en la temida última hora. Invoca el nombre del Señor, y serás salvo. En medio de los dolores de la muerte y la tristeza de la partida, gozarás una gloriosa visitación, que cambiará las tinieblas en luz y el pesar en gozo. Cuando despiertes en medio de las realidades del futuro eterno nada habrá que te haga temer la resurrección o el juicio, ni las fauces abiertas del infierno. Si has invocado el nombre del Señor, habrá todavía una liberación para ti. Aunque los no perdonados son arrojados a las profundidades del infortunio, y el justo con dificultad se salva, tú que has invocado el Nombre del Señor  serás librado. La promesa sigue firme, sea lo que fuere que esté oculto en el gran rollo del futuro. Dios no puede negarse a sí mismo; Él librará a los que invocan su Nombre.
Entonces, lo que se necesita es la salvación, y creo, queridos hermanos, que vosotros y yo, que predico la Palabra, y anhelamos salvar almas, con mucha frecuencia debemos recurrir a esta antigua gran verdad sobre la salvación para los culpables, salvación para todos los que invocan el nombre del Señor. A veces hablamos a los amigos acerca de una vida más elevada, sobre alcanzar los más altos grados de santidad y todo ello es muy apropiado y muy bueno, pero la verdad fundamental sigue siendo: «Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.» Pedimos a nuestros amigos que sean sanos en doctrina y sepan lo que conocen, que entiendan la voluntad revelada de Dios, y esto es muy adecuado también, pero en primer lugar y por encima de todas las cosas, esta es la verdad elemental y de importancia suprema: «Todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo.» Volvemos a esta antigua verdad fundamental en busca de consuelo.
A veces me regocijo en Dios, me gozo en el Dios de mi salvación, y extiendo mis alas y me remonto en comunión con los lugares celestiales, pero hay otros momentos en que escondo la cabeza en la oscuridad y entonces me alegro de una promesa de Gracia tan amplia como esta: «Todo el que invoca el nombre del Señor será salvo.» Me doy cuenta que el estado más dulce, feliz y seguro para mí como pecador pobre, culpable y desamparado es invocar el nombre del Señor, y recibir misericordia de sus manos como uno que nada merece sino su ira, mientras me atrevo a aferrarme con todo el peso de mi alma a una promesa segura como esta: «Todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo.» 

C.H. Spurgeon

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