En BOLETÍN SEMANAL
Los lirios del campo: ​Uno no puede extender la propia vida ni en un codo; en consecuencia, reconozcamos la futilidad y pérdida de tiempo y energía que conlleva el preocuparse por estas cosas. Hagamos lo que nos corresponde; sembremos, cosechemos y almacenemos en graneros; pero recordemos que el resto está en las manos de Dios.

​Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal (Mateo 6:25-34).

 

  “¿Y quién de vosotros podrá por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?” Este argumento ha de examinarse con mucho cuidado. Para empezar, debemos determinar con exactitud qué dice la afirmación, y en este respecto existen dos opiniones. Cuando preguntamos cuál es el significado de este término ‘estatura’, vemos que hay dos respuestas posibles. La mitad de los expertos dicen que ‘estatura’ significa altura, y normalmente hablamos de estatura pensando en la altura de una persona. Pero la palabra griega que se emplea para ‘estatura’ también significa longitud o duración de la vida. Y se emplea en ambos sentidos, tanto en griego bíblico como en griego clásico. Por eso de nada sirve preguntar, “¿Qué dice el texto griego?” porque no lo dice; la palabra se puede usar en ambos sentidos. Por ello no se puede decidir en función del griego.

¿Qué enfoque tomamos entonces? El contexto debe sin duda determinar y decidir este asunto. ¿Qué es un codo? Equivale a 40 centímetros, y si eso se tiene en mente, la mención de la ‘estatura’ no puede significar simplemente altura. Es completamente imposible, debido a que nuestro Señor también aquí procede de menor a mayor. ¿Podríamos imaginar alguien que esté realmente angustiado por añadir 40 centímetros más a su altura? Resulta ridículo sólo el pensarlo. No se puede referir a la altura; se debe referir a la duración de la vida. Lo que dice nuestro Señor es esto: “¿Cuántos de vosotros, con todas estas preocupaciones y ansiedad, viviendo con tantos afanes, pueden prolongar la duración de la vida nisiquiera un instante?” Hablamos de la duración de la vida, y este es el argumento que nuestro Señor emplea, porque sigue tratando aquí de nuestra vida en el mundo. La afirmación básica es, “No os afanéis por vuestra vida”. No está pensando en el cuerpo, sino en la existencia, en la continuación de la vida en este mundo. El introducir aquí en la enseñanza la idea de altura, estaría completamente fuera de lugar. No; nuestro Señor se refiere en este versículo a la duración y extensión de la vida, y precisamente debido a la obsesión que tienen por ella, tantas personas viven angustiadas por sus necesidades corporales. Desean extender y prolongar su vida. Ahora bien, dice nuestro Señor, hagámosle frente a este asunto, a este argumento. Con todo lo que uno hace, con todos los tremendos esfuerzos, con todas las angustias y ansiedades, ¿hay alguien que pueda prolongar la duración de su vida siquiera por un instante? Y la respuesta a esta pregunta es que no se puede. Esa es una de las cosas que son muy obvias, pero que todos tendemos a olvidar. No las recordamos como deberíamos; pero es indiscutiblemente verdadera. El hecho es que no podemos prolongar nuestra vida en este mundo, aunque tratemos de hacerlo de distintas formas. El millonario puede comprar toda la comida y bebida que desee, pero no puede prolongar su vida. Se nos dice que “el dinero todo lo puede”. Quizá sea así en muchos aspectos pero no en éste en el cual el millonario no tiene ninguna ventaja sobre la persona más pobre del mundo.

Podemos ir más lejos. Los conocimientos y habilidades médicas no pueden prolongar la vida. Pensamos que pueden, pero es porque no lo sabemos. Todas estas cosas las determina Dios, y por eso, incluso los médicos, a menudo se sienten frustrados y perdidos. Dos pacientes que parecen estar en las mismas condiciones reciben el mismo tratamiento. Uno se recupera y el otro muere ¿Cuál es la respuesta? la respuesta es que “nadie puede añadir un codo a la duración de su vida”. Es un gran misterio, pero no podemos eludirlo. El tiempo de nuestra vida está en las manos de Dios, y hagamos lo que hagamos, con toda nuestra comida y bebida y recursos médicos, con todo lo que sabemos, con toda la ciencia y capacidad, no podemos añadir ni en lo más mínimo a la duración de la vida de un hombre. A pesar de todos los adelantos modernos en conocimientos, nuestros tiempos siguen estando en las manos de Dios, y en consecuencia, arguye nuestro Señor, ¿por qué todas estas preocupaciones, por qué toda esta excitación, por qué todo este afán y preocupación? La vida es un don de Dios. Él la da y Él decide el fin de la misma.

Él sostiene nuestras vidas, y estamos en sus manos. En consecuencia, cuando tendamos a sentirnos preocupados y angustiados, tratemos de reflexionar y decir: “no puedo ni comenzar ni continuar ni terminar la vida; todo eso está por completo en sus manos. Y si lo más grande está bajo su control, también le puedo dejar lo más pequeño”. Uno no puede extender la propia vida ni en un codo; en consecuencia, reconozcamos la futilidad y pérdida de tiempo y energía que conlleva el preocuparse por estas cosas. Hagamos lo que nos corresponde; sembremos, cosechemos y almacenemos en graneros; pero recordemos que el resto está en las manos de Dios. Uno puede tener las mejores semillas disponibles en el mercado; uno puede tener los mejores arados y todo lo necesario para sembrar; pero si Dios no diera el sol y la lluvia no habría cosecha. Dios está en última instancia en la raíz de todo. El hombre ocupa su lugar y hace su trabajo, pero Dios es quien da el incremento. Esto es lo que hay que recordar siempre, y se aplica siempre y en todas las circunstancias.

Ahora debemos volver nuestra atención a la sección que comienza con el versículo 28. “Y por el vestido, ¿por qué os afanáis?” Este es el segundo aspecto —el cuerpo y el vestido—. “Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aún Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” También aquí se argumenta de menor a mayor. También aquí se nos pide que observemos un hecho de la naturaleza. Pero en esta ocasión emplea un término ligeramente más fuerte. Antes fue “mirad las aves del cielo”, ahora es “considerad los lirios del campo”. Quiere decir, desde luego, que debemos meditar acerca de estas cosas y examinarlas en un nivel más profundo.

Nuestro Señor plantea el argumento como antes. Primero mirad los hechos, los lirios del campo, las flores silvestres, la hierba. Los expertos han dedicado muchas páginas tratando de decidir exactamente qué quiere decir ‘lirios’. Pero no cabe duda que se refería a algunas flores comunes que crecían en los campos de Palestina, y que todo el mundo conocía muy bien. Y dice, mirad estas cosas — consideradlas; no se esfuerzan, ni tejen, y sin embargo vedlas—. Mirad lo maravillosas que son, mirad lo bellas que son, mirad su perfección. Ni siquiera Salomón con toda su gloria se pudo vestir como una de ellas. Entre los judíos era proverbial la gloria de Salomón. Uno puede ver en el Antiguo Testamento la magnificencia de su vida, la ropa maravillosa y toda la vestimenta del rey y de su corte, sus palacios de madera de cedro con muebles dorados e incrustados de piedras preciosas. Y sin embargo, dice nuestro Señor, todo esto parece insignificante cuando se compara con uno de estos lirios. En las flores hay una cualidad esencial, su forma, su diseño, su textura y sustancia, su color, nada de lo cual el hombre, con todos los recursos, puede llegar a imitar verdaderamente. En todo esto el hombre ve la mano de Dios; ve la creación perfecta, ve la gloria del Todopoderoso. Esa pequeña flor a la que quizá nadie ve durante toda su existencia en este mundo, que quizá desperdicia la fragancia de sus pétalos en el aire del desierto, a esa flor, Dios la viste perfectamente. Este es el hecho y si lo es, saquemos la conclusión.

“Y si la hierba del campo… Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” Si Dios hace todo esto por las flores del campo, ¿cuánto más hará por ti? ¿Por qué es así? He aquí el argumento. “Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros?” ¡Que argumento tan poderoso es éste! La hierba del campo es transitoria, efímera. En épocas remotas solían cortarla para quemarla como combustible. Así se horneaba el pan. Primero se cortaba la hierba y se secaba y luego se ponía en el horno y se le prendía fuego para producir un gran calor. Luego se le ponía encima el pan que estaba ya listo para ser horneado. Así se solía hacer, y así era en tiempo de nuestro Señor. Por ello se entiende lo poderoso del argumento. Los lirios y la hierba son efímeros; no duran mucho, de esto somos todos muy conscientes. No podemos hacer que las flores duren; en cuanto las cortamos comienzan a morir. Hoy las tenemos con toda su exquisita belleza y perfección, pero mañana ya se han marchitado. Estas cosas maravillosas vienen y van, y así terminan. Sin embargo, nosotros somos inmortales; somos no solamente criaturas temporales, sino que pertenecemos a la eternidad. No es cierto en un sentido verdadero que hoy estemos aquí y mañana allá. Dios ha puesto la eternidad en el corazón del hombre; el hombre no está destinado a morir. No se aplica al alma aquello de “polvo eres y al polvo volverás”. Uno continúa, continúa. No sólo poseemos dignidad y grandeza naturales, sino que tenemos también una existencia eterna que va más allá de la muerte y del sepulcro. Al darnos cuenta de esta verdad acerca de nosotros mismos, ¿se puede creer que el Dios que nos ha hecho y destinado a esto va a olvidarse del cuerpo mientras estemos en este mundo? Claro que no. “Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a nosotros, hombres de poca fe?”

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar