En BOLETÍN SEMANAL
¿Le amas? El verdadero cristianismo va más allá de un mero asentimiento a unas doctrinas y a unas opiniones. Consiste en conocer, confiar, y amar a cierta Persona que murió por nuestros pecados, pero que ahora vive: Cristo el Señor.

Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. (Juan 21:16).

Terminaré este escrito, pero no sin antes hacer una tentativa final para hacer llegar este tema a la conciencia de todo lector. Y lo haré con todo amor y afecto. Mi oración a Dios. y el deseo de mi corazón, al escribir, ha sido el de hacer bien a las almas.

1. Considerad la pregunta que Jesús hizo a Pedro, y tratad de contestarla por vosotros mismos. No intentéis evadirla; examinadla seriamente; pensadla bien. Y después de todo lo que os he dicho, ¿podéis honestamente decir que amáis a Cristo?

No sería una respuesta satisfactoria si me dijeras que crees la verdad del cristianismo y te aferras a los artículos de la fe evangélica. Un mero asentimiento intelectual al contenido del Evangelio no salva. Los diablos también creen y tiemblan (Santiago 2:19). El verdadero cristianismo va más allá de un mero asentimiento a unas doctrinas y a unas opiniones. Consiste en conocer, confiar, y amar a cierta Persona que murió por nuestros pecados, pero que ahora vive: Cristo el Señor. Los cristianos primitivos, tales como Febe, Persis, Trifena, Trifosa, Gayo y Filemón, probablemente no sabían mucha teología dogmática; pero su profesión de fe estaba caracterizada por un rasgo común y sobresaliente: todos amaban a Cristo.

2. El motivo de tu falta de afecto y amor a Cristo es evidente: no sientes ningún sentimiento de gratitud y de obligación hacia Él. No te sientes deudor de su gracia ni de sus beneficios. No es de extrañar, pues, que no le ames. Sólo hay un remedio para tu caso: debes despertar a tu gran necesidad espiritual. Has de saber lo que eres por naturaleza delante de Dios, y percatarte de tu pecado y culpabilidad. ¡Oh, que el Espíritu Santo te muestre todo esto!

Quizá nunca lees la Biblia, o si la lees es muy de cuando en cuando, y por mera costumbre, sin interés, entendimiento, ni aplicación. Haz caso de mi exhortación y cambia de proceder. Lee la Biblia con diligencia y no descanses hasta que te hayas familiarizado con ella. Lee lo que la Ley de Dios requiere del hombre tal como el Señor Jesús lo expone en el capítulo quinto de San Mateo. Lee la descripción que de la naturaleza humana nos da San Pablo en los primeros capítulos de su epístola a los Romanos. Con oración estudia estos pasajes bíblicos, y suplica por la enseñanza del Espíritu Santo; entonces pregúntate si eres o no un deudor a Dios, un deudor en extrema necesidad de un Amigo como Jesús.

Quizás eres una de aquellas personas que desconocen lo que es la oración sincera, real y de corazón. Te has acostumbrado a considerar la fe evangélica como algo que atañe a la Iglesia y al culto externo, pero que no tiene relación directa con tu ser íntimo y personal. Cambia de proceder. Empieza, desde hoy, a suplicar sinceramente a Dios por tu alma. Pídele que te muestre todo lo que necesitas saber para la salvación de tu alma. Haz esto con toda tu mente y con todo tu corazón, y no tardarás en descubrir la necesidad que tienes de Cristo.

El aviso que te doy quizás parezca anticuado y simple; pero no lo rechaces. Es el viejo buen camino, por el cual han andado millones de personas y encontraron paz para sus almas. Si no amas a Cristo estás en inminente peligro de ruina eterna. El primer paso para amar a Dios lo constituye el conocimiento de la necesidad que todo pecador tiene de Cristo, y de la deuda que tiene con Cristo. Y cuando te conozcas a ti mismo y te des cuenta de tu condición delante de Dios, entonces empezarás a darte cuenta de tu necesidad. Para obtener un conocimiento salvador de Cristo debes escudriñar el Libro de Dios, y debes suplicar a Dios por Luz. No desprecies el aviso que hoy te doy; tómalo y serás salvo.

3. En último lugar, si ya has gozado de alguna experiencia del amor a Cristo, a manera de despedida recibe unas palabras de aliento y consejo. Y que el Señor haga que te hagan bien.

Si en verdad amas a Cristo, goza con el pensamiento de que tienes una buena evidencia con respecto al estado de tu alma. El amor es una evidencia de gracia. ¿Y qué si a veces estás acosado de dudas y temores? ¿Y qué si a veces tienes temores sobre la autenticidad de tu fe? ¿Y qué si a menudo tus ojos se ven nublados por las lágrimas de incertidumbre al no poder ver claramente tu llamamiento y elección de Dios? Con todo, hay motivo para que tengas fuerte consolación y esperanza: tu corazón puede testificar que amas a Cristo. Allí donde hay verdadero amor, hay verdadera gracia y verdadera fe. No le amarías si Él no hubiera hecho algo por ti. El amor en tu corazón es señal de una obra de gracia genuina.

Si amas a Cristo, nunca te avergüences de dar testimonio de su Persona y obra. Puesto que Él te ha amado y lavado de tus pecados con su sangre, no tienes por qué esconder a los demás el amor y afecto que sientes hacia Él. Un viajante inglés, de vida impía y descuidada, en cierta ocasión preguntó a un indio americano, un hombre convertido y temeroso de Dios: «¿Por qué haces tanto por Cristo? ¿Por qué hablas tanto de Él? ¿Qué es lo que este Cristo ha hecho por ti para que te tomes tanto trabajo por Él?» El indio no le contestó con palabras, sino que juntó unas cuantas hojas secas y un poco de musgo: y con ello hizo un anillo en el suelo. Luego tomó un gusano, lo puso en medio del anillo, y prendió fuego a las hojas y al musgo. Las llamas pronto se elevaron, y el calor empezó a asar al gusano. Con terrible agonía éste trató de escapar por cualquier lado pero todo era en vano, hasta que en desespero se enrolló en el centro del anillo y aguardó el instante en que sería consumido por el fuego. En aquel momento el indio extendió su mano, tomó el gusano, lo puso suavemente sobre su pecho y dijo al inglés: «Desconocido: ¿ves este gusano? Yo iba a perecer como este animalito. Estaba a punto de morir en mis pecados, en desespero y al borde mismo del fuego eterno. Pero en estas circunstancias Jesús extendió su poderoso brazo. Fue Jesús quién me salvó con su diestra de gracia, y me arrebató de las llamas eternas. Fue Jesús quien me puso a mí, pobre gusano pecador, cerca de su corazón amoroso. Desconocido, esta es la razón por la cual hablo tanto de Él. Y no me avergüenzo, pues le amo».

Si hemos gustado algo del amor de Cristo, mostremos también el mismo sentir de este indio americano. ¡Nunca lleguemos a pensar que podemos amar a Cristo demasiado, vivir demasiado cerca de Él, confesarle con demasiado valor, y entregarnos demasiado a Él! En el amanecer de la resurrección, lo que más nos sorprenderá será el hecho de que mientras estuvimos en la tierra no amamos más a Cristo.

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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