En BOLETÍN SEMANAL
​​ La ausencia de respuestas a la oración es otro motivo de desaliento. "He orado a menudo y por largo tiempo, y rara vez, o nunca, he recibido respuesta; por lo cual me preocupo poco de si mis oraciones han sido oídas. Mientras otros reciben los intereses devengados por sus oraciones, yo no recibo casi nada de aquello que pido." 0 sea, vienes a decir lo que leemos en Isaías 58:3: "¿Por qué ayunamos y no hiciste caso?"
Para acallar estas voces, considera lo siguiente:.....

a) Que cuantas más respuestas estés esperando, tanto mayores razones tienes para aguardar; pues de la manera que los impíos atesoran ira, los justos esperan misericordia especialmente a través de sus oraciones; por lo cual, misericordias y respuestas suelen venir de una vez, como también las aflicciones.

b) Aun suponiendo que tengas pocas respuestas, ya sea cuando oras por ti, ya sea cuando oras por otros, tu recompensa es con el Señor. En la oración es como en la predicación: un hombre puede predicar fielmente durante muchos años, y no convertir un alma; pero no por eso ha de renunciar a la esperanza, sino observar después de cada sermón cuál sea el bien que se haya recibido, y «si quizás Dios les dé que se arrepientan» (II Timoteo 2:25). Y si ninguno se convierte, a pesar de todo, diremos como dice Isaías 49:4-. «mi recompensa con mi Dios»; la recompensa de un hombre está en el Señor. «Cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor» (1 Corintios 3:8), y no solamente conforme al éxito de su labor. Lo mismo acaece en la oración; aunque te canses de esperar y no ocurra nada de aquello que pediste, no te desalientes, pues tu recompensa está con el Señor, y te será entregada en su día.

c) Dios lo hace, no porque no te oiga, sino para probarte. Cuando un hombre dice como David: «Porque ha inclinado a mí su oído, le invocaré por tanto en todos mis días» (Salmo 116:1, 2), no es lo mismo que decir: «Bien, he orado mucho tiempo y por estas muchas cosas, pero nunca se resolvieron favorablemente; no obstante yo le invocaré en todos mis días, aunque no reciba respuesta en esta vida».

(d) Dios tarda tanto, que ya hemos dejado de estar a la expectativa. En Lucas 18:7, 8, «los escogidos claman a Él día y noche», pero como se demora en responder (v. 8), cuando llega ya no halla fe. Los suyos han dejado de esperar, han olvidado sus oraciones, y es entonces cuando Él hace cosas que ellos no esperaban (Isaías 64:3).
Hay otras causas de desaliento de las que somos más culpables, que son pecado más bien que tentación, y que debilitan la expectación de la respuesta a nuestras oraciones:

1. La pereza en la oración cuando no oramos con todas nuestras fuerzas. No es entonces de extrañar que no recibamos; sino que además nuestros propios corazones nos engañan, haciéndonos fiar poco en el resultado de dichas oraciones: qui frigide rogat, docet negare (el que se muestra frío en la petición, enseña al dador a negársela). Si alguien nos pide algo de forma lánguida y superficial, no nos afanaremos en negárselo pues sabemos que el solicitante, por su propia voluntad, fácilmente desistirá. Lo mismo acaece en la oración; aunque te canses de esperar y no ocurra nada de aquello que pediste, no te desalientes, pues tu recompensa está con el Señor, y te será entregada en su día y no se preocupará más. Por consiguiente, si nosotros nos portamos de igual manera, si somos perezosos e indolentes en la oración, y oramos como si no orásemos, no es de extrañar que no busquemos el resultado de nuestras oraciones, que ya desde un buen principio hemos tenido en poco con nuestra falta de diligencia y ardor, a pesar de saber que, según la Escritura, sólo la oración eficaz prevalece, la oración energoumene, como dice el texto griego en Santiago 5:16, o sea, «la que emplea todas sus facultades». ¿Cómo hemos de esperar, pues, que Dios nos conceda cosa buena alguna? Aunque Él no nos de nada a cambio de las oraciones, sino que da de gracia, quiere que sus dones sean aceptados; es decir, que sean recibidos con gran deseo y anhelo, sin lo cual no hay aceptación. ¿Y qué es la oración eficaz y ferviente, sino expresión de tales deseos y anhelos? Jacob había luchado en la ocasión en que obtuvo. «Muchos procurarán entrar – dice Cristo-«-, mas vosotros debéis insistir».

Si sabiendo estas cosas somos tan perezosos, ¿cómo podemos esperar respuesta alguna? ¿Acaso al darnos cuenta de esto no se extinguirá toda nuestra expectación? Por esto ocurre que Dios, al proceder con nosotros en consonancia con nuestras oraciones, parece estar dormido si nosotros lo estamos, y parece estar despierto sí nosotros lo estamos también, siendo entonces cuando nos responde. Las oraciones que despiertan a Dios han de despertarnos a nosotros; las oraciones que mueven a Dios han, de movernos a asirnos de Dios», como dice Isaías. Si la obediencia engendra fe y certidumbre, el fervor en la oración engendra confianza en ser oído. Sabemos que en todas las demás cosas la pereza desalienta y mina el sentimiento de expectación. ¿Espera alguno que las riquezas lluevan sobre él, si lleva su negocio con negligencia y descuido? No; porque sólo «La mano de los diligentes será enriquecida» (Proverbios 10:141 ¿Espera alguien cosechar y segar sino se toma la molestia de labrar y sembrar el grano? Si no te has esforzado en la oración con toda tu alma, no puedes esperar respuesta, pues si pudieras la esperarías.

Por Thomas Goodwin

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