En BOLETÍN SEMANAL
​​¿Cómo debemos promover y animar el pensar espiritualmente? Evidentemente ésta es nuestra gran necesidad. El salmista nos dice: "Cuando pensé para saber esto, fue duro para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos". ¿Qué quiere decir?: debemos aprender córno dirigirnos a nosotros mismos y nuestros pensamientos hacia esta esfera espiritual, y es suficientemente claro ver cómo sucedió en el caso del salmista. Analicemos el proceso psicológico por el cual pasó...

 ¿Cómo se concretó en su caso? Creo que sucedió así. Hemos visto que cuando estaba a punto de decir lo que no debía, pensó en sus hermanos en la fe. Esto lo levantó, lo enderezó y lo mantuvo. Pero afortunadamente no se quedó allí. «Debo considerar a más creyentes», dijo. «Pero ¿quiénes son? ¿Dónde los encontraré? Siempre me encuentro con ellos en el santuario». Entonces se apresuró para ir allí. Había estado ausente del santuario, como todos somos propensos cuando experimentamos este tipo de problemas. La dificultad con este hombre era que se había enfrascado en sus pensamientos y de esa forma entró en un círculo vicioso. Comenzamos a pensar acerca de las cosas de forma introspectiva, nos volveremos miserables e infelices y no deseamos ver a nadie. No queremos mezclarnos con el pueblo de Dios. Nos preocu¬pamos con nuestros problemas, con los tiempos difíciles que experimentamos, con el sentimiento de que Dios no es justo con nosotros y que nos trata muy severamente. Somos miserables y sentimos lástima por nosotros mismos; así andamos y seguimos dando vueltas en círculos viciosos de auto-compasión. El «yo» siempre está en el centro del problema. Lo primero que debemos hacer entonces, es frenar esta preocupación con nosotros mismos, ¡y dejar de dar vueltas en círculos a nivel natural!

¿Pero cómo rompe uno con el círculo vicioso? Sugiero que hay tres cosas principales aquí. Colocaría en primer lugar lo que este hombre da como prioridad: literalmente ir a la casa de Dios. ¡Qué maravilloso lugar es la casa de Dios! A menudo encontraremos liberación por el solo hecho de entrar allí. Muchas veces he agradecido a Dios el poder acercarme a su casa. Doy gracias a Dios porque Él ha establecido que su pueblo se reúna en grupos y adoren juntos. La casa de Dios me ha liberado de las enfermedades comunes del alma miles de veces, sencillamente por entrar por sus puertas. ¿Cómo opera esto? Creo que es así. El solo hecho de que haya una casa de Dios a la cual allegarnos, nos dice algo. ¿Cómo llegó a existir? Dios la ha ideado y ordenado. El darnos cuenta de ello, de por sí nos pone en condición más saludable. Luego recorremos la historia y nos acordamos de ciertas verdades. Aquí me encuentro con este terrible problema, pero la Iglesia Cristiana ha existido durante largos años. (Ya comiendo a pensar en una forma totalmente diferente). La casa de Dios se proyecta hacia el pasado a través de los siglos al tiempo de nuestro mismo Señor. ¿Para qué? ¿Qué significado tiene? Ya ha comenzado la curación.

Al ir a la casa de Dios nos asombramos al encontrar otros allí también. Nos sorprendemos de ello pues en nuestra miseria y perplejidad personal habíamos llegado a la con-clusión de que, quizá, no había nada en la religión, y que no valía la pena continuar con ella. Pero, he aquí, hay quienes piensan que vale la pena seguir adelante, y nos sentimos mejor. Comenzamos a decirnos: Quizá esté equivocado, todas estas personas creen que hay algo en ello; puede que tengan razón. Así prosigue el proceso de curación y sanidad. Luego avanzamos un paso más. Miramos a la congregación y súbitamente encontramos a alguien que conocemos, que ha pasado un período infinitamente peor que el nuestro. Creíamos que nuestro problema era el más terrible del mundo, y que nadie jamás había sufrido tanto como nosotros. Entonces vemos una mujer pobre, quizá una viuda, cuyo único hijo ha fallecido. Pero ella permanece allí. Esto coloca nuestro problema de inmediato en una nueva perspectiva. El gran apóstol Pablo tiene algo que decir en cuanto a esto, como para todas las demás cosas. Nos recuerda que «no os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana (1Cor. 10:13). Es aquí donde nos toma el diablo. Nos convence de que nadie ha tenido antes esta prueba, nadie ha experimentado un problema como el nuestro, y que ninguno sufrió de esta manera. Pero dice Pablo: «No os ha sobrevenido ninguna tenta¬ción que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar», y tan pronto recuerdes esto te sentirás mejor. Todo el pueblo de Dios conoce algo de esto; somos criaturas extrañas y el pecado ha tenido efectos misterio¬sos sobre nosotros. ¡Siempre encontramos consuelo en nuestros sufrimientos al saber que otros también están sufriendo! Esto es cierto de nosotros físicamente como lo es espiritualmente. El entender que no estamos solos nos ayuda a colocar el problema en su perspectiva real. Soy uno entre muchos; es algo que le sucede al pueblo de Dios y la casa de Dios nos recuerda esta realidad. ,

Luego nos recuerda cosas que se proyectan más atrás aún. Comenzamos a estudiar la historia de la Iglesia a través de los siglos, y nos acordamos de lo que leímos algunos años atrás, quizá algún relato de la vida de alguno de los santos. Y comenzamos a entender que algunos de los más grandes santos que hayan adornado la vida de la Iglesia han experimentado pruebas, problemas y tribulaciones que reduce el nuestro a una insignificancia. La casa de Dios, el santuario de Dios, nos recuerda todo esto. De inmediato comenzamos a ascender; vamos hacia arriba, ubicamos nuestro problema en su debido contexto. La casa de Dios, el santuario de Dios nos enseña todas estas lecciones. Aquellos que son negligentes en asistir a la casa de Dios, no sólo desobedecen a las Escrituras (lo digo de forma tajante) sino que además son necios. Mi experiencia en el ministerio me ha enseñado que aquellos que son menos constantes en asistir a la casa de Dios, son los que tienen más problemas. Hay algo en la atmósfera de la casa de Dios. Está establecido que vengamos a la casa de Dios para encontrarnos con su pueblo. Es su mandato, no el nuestro. Lo ha establecido, no solamente para que nos encontremos los unos con los otros, sino además para que lo conozcamos a El mejor. Más aún, aquellos que no asisten a la casa de Dios se sentirán desilusionados algún día, porque en alguna ocasión especial, el Señor descenderá avivando a su pueblo y ellos no estarán allí. El cristiano que no asiste al santuario de Dios con la mayor frecuencia posible, es muy necio, sobre todo si no se entristece al no poder hacerlo.

La segunda cosa que nos ayuda a pensar espiritualmente es la Biblia. En los días del salmista no poseían la Palabra de Dios como nosotros la tenemos hoy. No se halla sólo en el santuario sino que está disponible en todo lugar. Volvemos a ella en el hogar o en la iglesia. No interesa dónde, y de inmediato nos hará pensar espiritualmente. Lo hace en muchas maneras. Una de las razones por las cuales Dios nos ha dado esta Palabra es para ayudarnos a tratar este problema que estamos considerando. Las historias de la Biblia de por sí son de valor incalculable, aunque no contengan otra cosa. Tomemos un Salmo como éste y su historia. El solo hecho de leer lo que pasó este hombre nos hace bien, y todas las historias hacen lo mismo. Pero esta es la única manera en que Dios nos da su gran enseñanza. Comencemos a leer la Biblia y sus grandes enseñanzas y doctrinas y nos recordarán nuevamente los propósitos que Dios tiene para el hombre en su gracia. De pronto comenzaremos a avergonzarnos de nuestros malos pensamientos. Así,  de diversas maneras, las Escrituras producen el mismo resultado.

Extracto del Libro: «la fe a prueba» del Dr. Matin Lloyd-Jones

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