En BOLETÍN SEMANAL
​Dado que los sentimientos están siempre en primer lugar y luego actúa la mente, lo cual nos acarrea una gran cantidad de problemas, es por lo que el apóstol Pablo nos dice: "Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias". Y luego ¿qué pasará? Nos dice el próximo versículo: "Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros pensamientos, y vuestros corazones..."? ¡NO! ¡De ninguna manera! Dice: "La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones, y vuestros pensamientos en Cristo Jesús". Los corazones primero, luego los pensamientos, porque el problema está causado primordialmente en la esfera de los sentimientos, cuando se anteponen a la mente.

El Apóstol Pablo era un especialista para tratar las enfermedades del alma. Sabía que no tenía sentido tratar la mente antes de corregir el corazón, y es por esto que pone el corazón primero. El problema con cualquiera que está en esta condición, que siente que está pasando por malos momentos y que las cosas no le están yendo bien, es que comienza a cuestionar a Dios; y en realidad la raíz del problema es su propio corazón turbado, que lo gobierna y controla. Sus sentimientos han tomado posesión de su persona y le han cegado a cualquier otra cosa.

Todos los problemas y las luchas de la vida se deben, en última instancia, a esto. Podemos decir que los problemas familiares, las disputas entre marido y mujer, las peleas entre parientes, las discusiones entre clases y grupos, las peleas entre naciones, se deben al hecho que el yo es controlado por las emociones. Si nos detenemos a pensar, podemos ver cuan malo es esto, porque lo que realmente estamos diciendo es que somos absolutamente perfectos y que todos los demás están equivocados. Pero es patente que esto no puede ser cierto porque todos dicen lo mismo. Todos somos gobernados por este sentimiento acerca de nosotros mismos y estamos tentados a decir: «los demás no se portan bien conmigo, siempre soy mal entendido, siempre me hieren». Los demás dicen exactamente lo mismo. El problema es que nosotros somos controlados por nuestro yo, vivimos en base a nuestras emociones y somos gobernados por ellas de la forma más extraordinaria y decimos: «No veo por qué debo ceder». Nos afirmamos. Aun inconscientemente ponemos énfasis en esto. ¿Yo? ¿Qué he hecho de malo? ¿Por qué me han tratado así a mí? «Se llenó de amargura mi alma y en mi corazón sentía punzadas»; es siempre el corazón. El principio que quisiera enfatizar es que cuando el yo tiene el predominio, afecta nuestras emociones. El yo no puede soportar un examen intelectual verdadero. Si nos ponemos a pensar sobre esto, nos daremos cuenta cuan necios somos. Porque luego diremos: «Yo siento esto, pero así siente la otra persona. Yo digo esto, pero él también dice lo mismo. Evidentemente los dos pensamos que tenemos razón. Los dos tenemos la culpa y soy tan malo como el otro». «El que se siente empequeñecido», dice Juan Bunyan, «no teme la caída. El que es humilde, no teme el orgullo».

Tenemos que aprender a controlar cuidadosamente nuestros corazones. No es de extrañar que las Escrituras dicen: «Dame, hijo mío, tu corazón». No es sorprendente que Jeremías dice: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso…»  Nuestra tendencia es decir acerca de otro: «No es muy intelectual: no entiende mucho, ¡pero tiene un buen corazón!» Eso está mal. Por más falta de inteligencia que tengamos, nuestras mentes son mucho mejores que nuestros corazones. Hablando en términos generales, los hombres no son malos porque piensan, sino precisamente por lo contrario: porque no piensan.

Este pobre hombre del Salmo 73 estaba controlado por su corazón, pero no lo sabía. Pensaba que tenía razón. El corazón es «engañoso»; es muy hábil y astuto. Es por eso que tenemos que vigilarlo. «Y esta es la condenación”, leemos en Juan 3:19, «que la luz vino al mundo. Y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”. Es el corazón el que está mal, y es así que terminamos con el consejo del hombre sabio en Proverbios 4:23: «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida». Vigila tu corazón, vigílate a ti mismo, vigila tus emociones. Cuando tu corazón está amargado, todo estará dolorido, y nada estará bien. Es el corazón lo que domina todo y hay un solo remedio final para el corazón dolorido y amargado: es acudir a Dios como lo hizo el salmista, y darse cuenta que Dios en su infinito amor y gracia, en su misericordia y compasión envió a su Hijo a este mundo para morir en una cruz, para que al aborrecernos a nosotros mismos, podamos ser perdonados y tener nuevamente un corazón limpio, y que la oración de David: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio…» sea contestada. La respuesta a esa oración está en Cristo. El puede limpiar el corazón y santificar el alma.

Una vez que el hombre se conoce a sí mismo y ve lo horrendo de su pecado y la falacia de su corazón, sabe que tiene que acudir a Cristo. Allí encuentra perdón y purificación, una nueva vida, una nueva naturaleza, un nuevo corazón, un nuevo nombre. Gracias a Dios por este evangelio que puede dar al hombre un nuevo corazón y renovar un espíritu recto dentro de él.

Extracto del Libro: La fe a prueba, del Dr. Martin Lloyd-Jones

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