En BOLETÍN SEMANAL
Si dijera yo: Hablaré como ellos, He aquí, a la generación de tus hijos engañaría. Salmo 73

Lo que hizo el Salmista, dado que no entendía la prosperidad de los impíos respecto a la aflicción por la que él estaba pasando, le llevó a aferrarse firmemente, a cualquier precio, a lo que estaba seguro. Su problema principal le era muy incierto, no lo podía entender para nada. Aun después de haber reaccionado a tiempo, todavía estaba perplejo y no lo entendía. Pero habiendo mirado nuevamente al problema se dio cuenta que si hubiese hablado como estaba tentado a hacer, como consecuencia inmediata hubiera causado una ofensa al pueblo de Dios, y por eso se contuvo. Aquí entonces está el principio aplicado.

 El salmista no está tan seguro del trato de Dios con sus hijos. Es un tema que le causa perplejidad. Sin embargo, él sabe perfectamente que está mal ser una piedra de tropiezo o causar ofensa a la generación de los hijos de Dios. El está completamente seguro de esto y así actúa. Podemos darnos cuenta de la estrategia. Cuando nos sentimos confundidos o perplejos, lo que tenemos que hacer es buscar algo en lo cual estemos ciertos y afirmar allí nuestra posición. Puede no ser el tema principal, pero no importa. Este hombre vio las consecuencias de lo que estaba por hacer, y supo ciertamente que estaba mal. Por eso dijo, «no lo voy a decir». El todavía no ve claramente el problema principal, pero sí este punto.

La decisión que tomó el salmista es que tendría que con¬tentarse con no resolver su principal problema por el momento. Nos dice que todavía no lo tiene claro, y no entiende aún el problema que le sacudió y tentó tan severamente. En realidad no lo entendió hasta que entró en el santuario de Dios. Por esto dejó de resolverlo diciéndose a sí mismo: «Tendré que dejar el problema principal por el momento; no hablaré más de ello, porque si expreso mis pensamientos con palabras, ofenderé a la generación de los hijos de Dios. No puedo hacer eso. Muy bien: me aseguraré de lo que estoy bien cierto, y me contentaré con no entender el otro problema por el momento». Este es su método. Esto es lo que lo salvó; y fue esto lo que le ayudó.

Cuan simple fue su método, y sin embargo, cuan vitales son cada uno de sus pasos. Permítaseme presentarlos bajo un número de principios. El primer principio lo pondría como una guía especial, y es que nuestro hablar debe ser siempre esencialmente positivo. Quiero decir que nosotros no debemos estar siempre demasiado listos para expresar nuestras dudas y proclamar nuestras incertidumbres. Me he encontrado con hombres que han pasado muchos años de su ida agonizando por las cosas que han dicho antes de ser cristianos, cosas que han servido para sacudir la fe de otros. Esto es terrible. Recuerdo a un joven que vino a verme algunos años atrás. Era estudiante y fue a la Universidad basado y creyendo en la fe cristiana. Un profesor en esa Universidad orgulloso de ser incrédulo y que no tenía en sí nada positivo que dar a este joven, lo ridiculizó a él y a su posición, no solamente en clase sino también en privado, riéndose de sus creencias y mofándose de su fe. Puso al joven en una posición desgraciada y penosa. No hay muchas cosas más dañinas que la acción de este profesor, quien no teniendo nada en sí mismo para ofrecer, trató de quitar y destruir la fe del joven, hablando contra ella y despreciándola. Esto, por supuesto, fue un malicioso e intencional ataque a la fe de este joven. Pero nosotros también podemos ser culpables de esto mismo, si bien es posible que no nos demos cuenta de ello. Aunque dudas e incertidumbres nos asalten, no debiéramos proclamar nuestras ansiedades, ni expresar nuestras incertidumbres (excepto cuando busquemos ayuda) no sea que inconscientemente, también produzcamos el mismo efecto. Si no podemos contribuir con algo positivo, es mejor no decir nada. Eso es lo que hizo este hombre. No lo entendía y estaba a punto de decir algo, pero en cambio pensó: «No lo diré, porque si digo algo, perjudicaré al pueblo de Dios». Digan lo que quieran de este hombre, pero se comportó con dignidad. Si notamos que nuestra fe está flaqueando, procuremos a toda costa comportarnos con dignidad. No dañemos a nadie. Debemos aprender a disciplinarnos y a no comentar nuestras dificultades ni hablar demasiado de nuestras inseguridades. Este hombre calló hasta que se encontró en condiciones de decir: «Dios es siempre bueno para con Israel». Entonces sí tuvo derecho de hablar. Habiendo comenzado con esto, pudo seguir narrando sus dificultades con seguridad.

El siguiente principio es integral, y sus varias partes están recíprocamente relacionadas. Quiero decir que no existe tal cosa como la verdad aislada. El salmista comenzó pensando que existía sólo un problema, el problema de la prosperidad de los impíos. Sin embargo, relacionado con esto, había esta otra verdad, la del pueblo de Dios y lo que les estaba suce-diendo.

Permítaseme dar otra ilustración para demostrar la importancia de darnos cuenta de este principio: que los varios aspectos de la verdad están recíprocamente relacionados. Muchas personas que tienen una inclinación científica entran en dificultades acerca de su fe porque olvidan este principio. Se confrontan con lo que significa la evidencia científica. Lo que les presentan los científicos es un hecho, y el peligro es que aceptarán estas declaraciones definidas como tales, sin darse cuenta de las consecuencias de aceptar estas afirmaciones en otras esferas de la verdad. Por ejemplo, yo siempre digo que una de las buenas razones de no aceptar la teoría de la evolución, es que desde el momento que la acepto, tropiezo con problemas y dificultades con la doctrina del pecado, de la fe, y de la expiación. La verdad está recíprocamente relacionada; una cosa afecta a la otra. No nos apresuremos a formar opiniones de una sola realidad o de un conjunto de realidades. Recordemos que nuestra opinión afectará otros factores y otras posiciones. Miremos al problema en todos los aspectos concebibles, teniendo en cuenta no sólo el problema en cuestión, sino también sus consecuencias e implicancias. Procuremos entenderlos todos antes de expresar una opinión.

El siguiente principio es que no debemos olvidar nuestra relación los unos con los otros. Lo que detuvo al salmista antes que nada no fue el descubrimiento del trato de Dios consigo mismo, sino la memoria del trato de Dios con los demás. Pienso que esto es maravilloso. Esto es lo que le contuvo de hablar. De esto él estaba seguro y se asió de ello. El Apóstol Pablo lo expresa muy bien en un versículo de Romanos 14, donde dice: «. . .Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí”. Sigue elaborando y al hacerlo analiza el problema del hermano débil. Hace lo mismo en 1Corintios 8 y 10. Lo resume en una frase excelente: «La conciencia, digo, no la tuya, sino la del otro…” (10:29). En otras palabras, tú como cristiano maduro no debes decidir el problema pensando sólo en ti. ¿Qué ocurre con el  hermano débil por quien Cristo murió? No debemos ofender su conciencia. Ninguno «vive para sí»; todos estamos unidos.  Si no podemos controlarnos para nuestro propio beneficio, lo tenemos que hacer para el beneficio de otros. Cuando seamos tentados nuevamente; cuando el enemigo nos haga olvidar que no somos casos aislados; cuando él nos sugiera que lo que nos sucede no nos concierne a nosotros solamente, pensemos en las consecuencias y acordémonos de otras personas, acordémonos de Cristo, acordémonos de Dios. Si tú y yo caemos, no lo tornemos como un caso aislado: toda la Iglesia cae con nosotros. El salmista se dio cuenta que él estaba unido en esta vida a otros creyentes. Digámonos a nosotros mismos: Veo que estos otros creyentes estarán implicados. Somos hijos del reino celestial, somos miembros  del Cuerpo de Cristo. ¡No podemos actuar de forma aislada! Si nada nos frena antes de hacer algo mal, recordemos esta verdad, acordémonos de nuestra familia, recordemos a la Iglesia a la que pertenecemos, recordemos su Nombre que está en nuestra frente. Si ninguna otra cosa nos contiene, sea esta verdad la que nos frene, tal como lo contuvo a este hombre.

Extracto del Libro: «la fe a prueba» del Dr. Matin Lloyd-Jones

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