En BOLETÍN SEMANAL
​Nuestros padres y antepasados han vuelto sus espaldas a Dios de forma creciente. Cuestionaron la autoridad de las Escrituras —esto se ha hecho inclusive desde el pulpito— y el hombre se convirtió en la autoridad. Lo que el hombre piensa acerca de la Biblia, lo que el hombre piensa acerca de Dios, lo que el hombre piensa acerca de moralidad, fue hecho ley. El hombre se ha puesto en la posición de autoridad y rehusó la autoridad de Dios, y hoy en día estamos cosechando las consecuencias.

​El salmista se preguntó: ¿por qué estoy en esta condición?» Pero ahora en el santuario de Dios se da cuenta de que su actitud era incorrecta, y ve que Dios obra tanto indirecta como directamente Fue en el santuario de Dios donde  él se dio cuenta de esto. Si leemos los versículos que siguen veremos cómo lo desarrolla.  Dice: «Con todo, yo siempre estuve contigo. Me tomaste de la mano derecha, me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria». Se da cuenta de todo tan claramente que cuando se dispone a escribir este Salmo comienza diciendo: «¡Ciertamente es bueno Dios para con Israel»; aunque todo parezca lo contrario, Dios es siempre bueno con Israel, Él nunca deja de cumplir sus promesas. Estos son los postulados fundamentales en nuestra relación con Dios, y nunca debemos ceder a la tentación de preguntar o dudar sobre el particular.

Entonces vemos que el concepto del salmista acerca de Dios fue corregido, primeramente en lo que respecta al carácter de Dios. Sin embargo, todavía nos falta responder a la pregunta de mayor importancia. Si sabemos que Dios tiene todo poder y que nada lo puede limitar, que es siempre justo y recto, y que es siempre fiel a su pacto y a sus promesas, entonces, ¿por qué es que a los impíos se les permite florecer y prosperar de esta manera? y ¿por qué es que los santos se encuentran frecuentemente en un estado de sufrimiento? Aquí está el centro de la pregunta que siempre preocupa a la humanidad y que probablemente es la pregunta de millones de personas en diferentes partes del mundo en este momento. ¿Por qué Dios permite estas cosas?

El salmista encontró la respuesta en la casa de Dios. Lo expresa en una manera muy interesante. Encontraremos la misma respuesta en varios Salmos, y por cierto, también en otras partes de las Escrituras. Aquí se expresa en palabras que bien podemos describir como un atrevido antropomorfismo. El salmista dice que la explicación es que Dios por el momento parece estar dormido “… cuando despertares, menospreciarás su apariencia”. Este es un antropomorfismo.
En otras palabras, el salmista, para poder decir lo que descubrió en el santuario de Dios, tuvo que expresarlo en términos humanos. Debido a las limitaciones de nuestro entendimiento y de nuestro lenguaje, utiliza representaciones figuradas de lo que es cierto acerca de nosotros como hombres. Dios no puede dormirse, pero aparenta estar dormido. No es que Él se ha olvidado de ser bondadoso; está dormido. Este es el argumento.

Una declaración similar se encuentra en el Salmo siguiente en el versículo 22, donde después de describir la desolación de la Iglesia y la forma en  la que el enemigo vino y redujo casi todo a escombros, el salmista termina con una oración. Dice: .. . «Levántate, oh Dios, aboga tu causa. . .” Parece que se vuelve a Dios y le dice: «Oh Dios, ¿por qué no te despiertas? Levántate, oh Dios. .” Es la misma idea. En el Salmo 44:23 está aun más enfatizado. «Despierta, ¿por qué duermes, Señor? Despierta, no te alejes para siempre». Aquí tenemos a un hombre en estado de desesperación. Ve la desolación producida por el enemigo. Sabe que Dios es justo y todopoderoso, y volviendo a Dios, dice: «¿Por qué duermes, Señor? ,; Por qué no te haces valer, Señor?» Todas expresan la misma idea, y esto es lo que ahora debemos examinar en detalle.

¿Por qué Dios parece estar dormido? Antes de llegar a la respuesta espiritual a esta pregunta, quisiera apartarme por un momento, para indicar la grave inconsecuencia que se encuentra en el argumento de aquellos que fácilmente cuestionan el carácter de Dios y su poder. Hay muchos que dicen: Si Dios es Dios, si tiene poder, y si es misericordioso y bondadoso, ¿por qué no destruyó a un hombre como Hitler al principio de su régimen? ¿Por qué no lo hizo desaparecer a él y a todo su ejército y así evitar sufrimientos? ¿Por qué no intervino antes? ¿Por qué no se hizo sentir? Este es el argumento que presentan y sin embargo, generalmente estas mismas personas son las que pretenden defender lo que ellos llaman el libre albedrío. Si comenzamos a predicarles sobre las doctrinas de la gracia, y mencionamos términos como «predestinación» y «elección», son los primeros en decir: «yo tengo libre albedrío, tengo derecho a hacer lo que quiero con mi vida». Sin embargo, estas personas son las que dicen que Dios debería ejercer su poder y su fuerza sobre otras personas. No podemos tener ambas cosas. Si queremos que Dios se enoje en ciertas cosas, tiene que hacerlo en todas las cosas, no sólo en las que nosotros elegimos. Hay una total inconsecuencia en el argumento. Cuando estas personas piensan en otros, esperan que Dios los controle, pero cuando piensan en sí mismos dicen: «está mal que Dios me controle». «Soy una persona libre; es imprescindible que tenga libertad de hacer lo que se me antoja; soy libre, y tengo que tener libertad». Sí; exigen libertad para sí mismos, ¡pero para los otros, no! ¿Por qué, entonces, Dios parece estar dormido? ¿Por qué permite que los impíos florezcan de esta manera? Hay en las Escrituras ciertas respuestas bien definidas a esta pregunta. Primero, no hay duda alguna que una de las razones por qué Dios permite que estas cosas sucedan, es para que el pecado sea revelado tal como realmente lo es, y sea visto cómo es en toda su perversidad. Si queremos un clásico ejemplo lo encontraremos en la segunda parte de Romanos 1 donde Pablo destaca en la historia del hombre, su deslizamiento y caída. Pablo estaba escribiendo acerca de la civilización de su tiempo. Describe la terrible fealdad e inmundicia de la vida; nos da esa horrible lista de pecados, las perversiones sexuales y todas esas otras cosas que caracterizaron la vida de aquella época. Y dice que la verdadera explicación de todo eso es que la humanidad había substituido la criatura por el Creador, se había rebelado contra las santas leyes divinas, y por tanto, Dios los entregó a una mente reprobada. Dios ha retirado su poder de retención. Ha permitido que el pecado se manifieste y demuestre realmente lo que es.
Indudablemente esto es algo que necesitamos recordar hoy. Actualmente se presta mucha atención a la condición moral del país, y con toda razón. ¿Por qué es necesario esto?  La respuesta es todavía exactamente la misma. Nuestros padres y antepasados han vuelto sus espaldas a Dios de forma creciente. Cuestionaron la autoridad de las Escrituras —esto se ha hecho inclusive desde el pulpito— y el hombre se convirtió en la autoridad. Lo que el hombre piensa acerca de la Biblia, lo que el hombre piensa acerca de Dios, lo que el hombre piensa acerca de moralidad, fue hecho ley. El hombre se ha puesto en la posición de autoridad y rehusó la autoridad de Dios, y hoy en día estamos cosechando las consecuencias. Dios, por decirlo así, se dirige a la humanidad y le dice: »Muy bien, yo os dejaré que veáis a dónde os llevan vuestros criterios y filosofías». Ahora estamos empezando a ver lo que realmente es el pecado. Se está mostrando en toda su fealdad. Lo vemos en todo su horror, su inmundicia y malignidad. No hay duda que Dios, para enseñar a la humanidad lo sumamente vil que es el pecado, a veces retrae su poder controlador y permite a los impíos actuar desenfrenadamente. Les deja actuar a su antojo y pronto se echa de ver lo que realmente son. El pecado es ignorado por los filósofos, los psicólogos pretenden ignorarlo. Pero nosotros lo estamos viendo tal como es: horrible, inmunda perversión y codicia. Está en el corazón de los educados como también en el de los iletrados, en todas las clases y estratos sociales.

Esta es una razón, pero no la única, porque sin duda Dios permite que sucedan estas cosas, en parte, como castigo del pecado. Si leemos Romanos 1, nos daremos cuenta que este punto surge allí también. En otras palabras, Dios retira su poder restrictivo para que las personas cosechen las consecuencias de sus propios pecados, y así de esa forma Él los castiga. Todos somos iguales por naturaleza: deseamos los placeres del pecado sin sus consecuencias, deseamos poder pecar sin sufrir por ello. Sin embargo, no podemos, porque «no hay paz para los malos, dijo Jehová». Dios ha hecho al hombre de tal manera que sin Él no tiene paz, y por esa razón sufrimos, y a veces Dios permite que el mundo llegue a un estado de impiedad como parte de su castigo. No dudo en afirmar que ésta es la única explicación de las dos guerras mundiales. Dios, en parte, ha repartido castigo a la humanidad por su desafío a Él durante estos últimos cien años. Dios permite que las cosas se desarrollen para que la humanidad coseche las consecuencias de lo que sembró. Recogemos lo que sembramos. Y hemos experimentado esto en el curso de nuestro tiempo.

Extracto del Libro: La fe a prueba, del Dr. Martin Lloyd-Jones

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