En BOLETÍN SEMANAL
​Con todo, yo siempre estuve contigo; Me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, Y después me recibirás en gloria. Salmo 73

Veamos ahora cómo la historia de este hombre ilustra los varios aspectos de la doctrina de la gracia de Dios. Cuando existía aún interés en la doctrina y no simplemente en el estudio bíblico, se reconocían ciertas divisiones en esta doctrina. El estudio bíblico en sí es de muy poco valor si consistiera solamente en significados de palabras. El propósito de estudiar las Escrituras es llegar a la doctrina. Aquí tenemos una maravillosa exposición de la doctrina de la gracia de Dios Examinemos juntos las subdivisiones que en un tiempo fueron tan conocidas...

La primera de todas, necesariamente, es la gracia salvadora de Dios. Lo primero que comprendió el salmista fue que, a pesar de lo que era él mismo, Dios le perdonó. Porque si Dios no le hubiera perdonado, él no estaría todavía en la presencia de Dios. Si Dios le hubiera tratado como se merecía, hubiera sido rechazado. No se le hubiera permitido volver nuevamente a la presencia de Dios. Y esto es una prueba absoluta para él que Dios le perdonó.

Los Salmos hablan mucho de esto. ¿Recordamos la declaración en el Salmo 103: «No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados”? ¡Qué habría sido de nosotros si lo hubiera hecho! Hay otro Salmo que lo expresa así: «Jah, si mirares a los pecados, ¿quién, Oh Señor, podrá mantenerse?” (130:3). Estamos en la presencia de Dios, y estamos allí por una sola razón, o sea, que en Dios hay misericordia para que él sea temido. Estamos en la presencia de Dios, porque su nombre es Amor; estamos aquí «porque de tal manera amó Dios al mundo (en nuestro pecado, arrogancia, rebelión y vergüenza), que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. No habría un principio en la vida cristiana sino fuera por esta gracia salvadora. Es a pesar de nosotros mismos que Dios nos perdona. Somos cristianos no porque somos buenos, sino porque aunque somos malos, Dios tuvo misericordia de nosotros y mandó a Su Hijo a morir por nosotros. Somos salvados sólo por la gracia de Dios; no hay contribución humana alguna, y si pensamos que la hay, estamos negando la doctrina central de la Biblia. Si sentimos en este momento que hay algo en nosotros que nos pueda recomendar a Dios, no creemos el evangelio de este salmista, ni el evangelio del Nuevo Testamento. Somos deudores a la misericordia solamente. Fijémonos en el salmista; consideremos lo que estuvo haciendo; consideremos lo que estuvo por decir; consideremos toda su actitud en la presencia de Dios. ¿Cómo es que Dios le podía perdonar eso? ¿Por qué es que Dios le perdonó? ¿Hubo algo en él para merecer esta gracia? No; absolutamente nada.

Hay un solo camino para acercarnos a Dios; es venir a Él y decir como el Hijo Pródigo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. Quiero dejar esto bien claro. Si creemos que tenemos el derecho de ser perdonados, no somos, según yo lo entiendo, cristianos. Gracia significa bondad y amor a pecadores indignos. Dios fue movido solamente por su propio amor, su propia misericordia, su propia gracia. Si no vemos esto, hay una sola explicación. Es que nunca hemos visto nuestro pecado, no hemos pasado lo que este salmista describe en la frase anterior. Si nos hemos visto a nosotros mismos como bestias, como idiotas o necios, como ignorantes, si nos hemos visto así en la presencia del Santo Dios, entonces no habría necesidad de discutir este punto.
Daré otra definición de lo que es ser cristiano. Es un hombre que se da cuenta, que aunque no se pueda perdonar a si mismo, Dios le ha perdonado; es un hombre que está sorprendido precisamente de que ha sido perdonado. No da las cosas por sentadas o con ligereza. No viene demandando el perdón como un legítimo derecho. Jamás lo ha hecho: por el contrario dice:

Tal como soy; sin más decir
Que a otro yo no puedo ir
Y tú me invitas a venir;
Bendito Cristo, vengo a ti.

Esto es lo que el autor está diciendo: «Con todo, siempre estuve contigo”. A pesar de lo que he sido y de lo que he hecho, todavía estoy contigo, por tu amor, tu compasión, tu gracia salvadora. A pesar de la condición del mundo, Dios envió a su Hijo. ¡Cuántas veces lo dice en el Antiguo Testamento! ¡Cuántas veces hace recordar al pueblo de Israel que Él los sacó de Egipto, no por lo que eran sino por causa de su Santo nombre, por su amor y compasión a su propio pueblo. Y el Nuevo Testamento pone gran énfasis en esta gracia salvadora de Dios. “…en que siendo aún pecadores”, «cuando aún éramos débiles”. Dios ha hecho todo, y El debe recibir todo el crédito y toda la gloria. «Con todo» —a pesar de mí mismo, a pesar de lo que es cierto acerca de mí —»…siempre estuve contigo».

Pero sigamos al salmista. Habiendo comenzado con esta primera comprensión, que a pesar de todo, Dios le está considerando, él entonces mira un poco hacia atrás. «Con todo, siempre estuve contigo. Me tomaste de la mano derecha”. ¿Qué quiere decir con esto? Podemos mirarlo de dos formas.
En primer lugar, vemos la gracia restrictiva de Dios. «Me tomaste de la mano derecha”. Esto es como si hubiera dicho: «Cuando yo iba resbalando, tú estabas allí, tú me levantaste; tú me salvaste». Los padres de la Iglesia hablaban mucho de esta gracia restrictiva de Dios. Parece que la hemos olvidado. ¿Cuántas veces la oímos mencionar? y ¿por qué no usamos estas grandiosas palabras? Nos hemos vuelto anti-bíblicos, hemos olvidado nuestras doctrinas. No obstante, qué gloriosa doctrina es ésta. ¿Qué significa? El salmista quiso decir que fue Dios quien lo sostuvo y le guardó de la terrible caída. Esta era su posición —»Por poco resbalaron mis pies”. ¿Por qué no resbaló? Ahora comienza a entender.   Lo que le salvó fue que Dios lo sostuvo con su mano derecha. Es Dios quien lo enderezó en el momento justo antes de la caída final. Dios le tomó de la mano nuevamente; y en el preciso momento cuando estuvo a punto de caer, lo sostuvo.

El salmista no lo vio así al principio. Sencillamente se dio cuenta que estaba a punto de decir cosas que nunca debería decir porque sería una ofensa al pueblo de Dios Pero, ¿por qué se dio cuenta repentinamente de esto? ¿Que es lo que le hizo pensar así? ¿De dónde vino este pensamiento: «Si dijera yo: Hablaré como ellos, he aquí a la generación de tus hijos engañaría”? La respuesta es que vino de Dios. Dios le tomó de la mano derecha y le restringió. Dios puso el pensamiento en su mente y eso le sostuvo. Ahora ve esto, y entonces en cierto sentido, él mismo se convierte en el gran tema de este Salmo.

El Salmo 37:24 expresa el mismo pensamiento. El salmista está describiendo al hombre recto y dice: «cuando cayere, no quedará postrado, porque Jehová sostiene su mano”. Es el mismo pensamiento. Es importante que esta verdad sea presentada sencillamente. Esta doctrina, como observaremos, no dice que el cristiano nunca cae. ¡Ya sabemos que cae!; pero nunca es castigado eternamente. Esta doctrina concierne al que se ha enfriado espiritualmente. ¿Comprendemos esto? El enfriado es evidentemente una persona que cae; pero también es correcto decir que es una persona que no está totalmente perdida. Algunas personas no entienden esta doctrina del enfriado espiritual. Dicen que si una persona que aparenta ser cristiano cae en pecado, entonces, nunca fue cristiano. Están equivocados. Un cristiano puede hacer cosas sorprendentes y pueden ocurrirle cosas sorprendentes. Sin embargo, la doctrina concerniente al hermano caído enseña que, aunque pueda caer, no se pierde completamente. En otras palabras, esa persona siempre reacciona; no permanece en pecado. Es una persona que sufre una caída temporal. Hay personas que dan la impresión de ser cristianas, pero nunca han dado más que asentimiento intelectual a la verdad. Nunca han nacido de nuevo y rechazan la verdad en su esencia. Estos no son hermanos caídos o enfriados. Solamente al verdadero cristiano se puede aplicar la frase «hermano caído».

Lo explicaré más fácilmente con una ilustración. Recuerdo a un hombre que, según mi criterio y el de otros, era un cristiano. No obstante, llegó un momento en que le vimos hacer cosas terribles. Fue liberado de una vida de borrachera e inmoralidad. Se convirtió y llegó a ser un buen cristiano. Creció espiritualmente de una manera asombrosa. Sin embargo, este hombre llegó a hacer cosas terribles. Nuevamente cayó en el adulterio. Más aún, llegó a robar a su propia mujer y su comportamiento era por demás despreciable. Muchos empezaron a decir que jamás había sido creyente. A pesar de todo, yo insistía: «Este hombre es creyente; es un hermano caído. No terminará su vida así».

Fue de mal en peor; los demás decían: «Tendrás que admitir ahora que este hombre no es creyente.» Gracias a Dios, volvió y todavía está firme, regocijándose una vez más en su fe. Cayó, pero no fue totalmente destituido.
Es una doctrina difícil de comprender pero verdadera. La Biblia no dice que cuando una persona nace de nuevo, jamás vuelve a pecar. Nosotros sabemos que esto no es verdad. La Biblia no enseña el perfeccionismo. El creyente peca; puede llegar a cometer pecados terribles, horribles. Leamos 1Corintios 5. El hombre de ese pasaje era culpable de un pecado inmundo, pero volvió. Tan malo fue que el apóstol no pudo hacer nada con él sino solamente entregarlo a Satanás. No obstante, fue restituido y volvió. Gracias a Dios por esto. Esta es la gracia restrictiva de Dios Pareciera que a veces permite que nos alejemos mucho de El, pero si somos hijos de Dios no nos alejaremos del todo. Esto es imposible.

Pero, ¿qué de Hebreos 6? La respuesta es que las personas mencionadas allí no habían nacido de nuevo. Habían estado temporalmente bajo la influencia del Espíritu Santo. En ningún momento se sugiere que recibieron nueva vida. Es hablando de una persona regenerada cuando digo que, aunque pueda alejarse bastante, no se alejará del todo. Cuando mira a su pasada vida dice: «¡Oh! amor, que no me dejarás». Dios no nos dejará ir del todo. El salmista por poco resbaló, pero dice: «Me tomaste de la mano derecha”. No se le permitió resbalar totalmente.

Estracto del libro: la fe a prueba.  Dr. Martoin Lloyd-Jones

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar