En BOLETÍN SEMANAL
Hay un libro que nos encantó en los días de la juventud. ¿Hay algún niño que no lo haya leído? "Robinson Crusoe" era una riqueza de maravillas para mí. Podría haberlo leído docenas de veces, y no me habría cansado. No me avergüenza decir que aún en el día de hoy puedo leerlo con nuevo deleite.
De Foe, el autor de la novela, como vosotros sabéis era un ministro Presbiteriano; y aunque no era exagerado en espiritualidad, sabía de religión lo suficiente como para describir muy vívidamente la experiencia de un hombre que está desesperado, y que encuentra paz arrojándose sobre su Dios. Como novelista, tenía un ojo vivo para lo probable, y ni pudo pensar en un pasaje que pudiera impresionar con más acierto a un pobre espíritu quebrantado. Instintivamente percibió la mina de consuelo que hay en estas palabras: "invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás.”  Salmo 50:15

​EL TEXTO DE ROBINSON CRUSOE

Robinson y su hombre Viernes, aunque son sólo invenciones de la ficción, son maravillosamente reales para la mayoría de nosotros. Pero, ¿Por que estoy comenzando de esta manera este día del Señor? ¿No está esta exposición completamente fuera de orden? Espero que no. Al leer mi texto viene a mi recuerdo un pasaje en forma muy vívida, y en ello encuentro algo más que una excusa. Robinson Crusoe había naufragado. Queda completamente solo en una isla solitaria. Su situación es muy lamentable. Yace en cama atacado por una fiebre. Esta fiebre dura largo tiempo y no tiene quien le asista, ni siquiera para traerle un vaso de agua fresca. Se encontraba a punto de morir. Estaba acostumbrado al pecado y a todos los vicios de un marinero. Pero su difícil situación le hizo pensar. Entonces toma una Biblia que encontró en un cofre y la abre en este pasaje: «invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás.» Aquella noche oró por primera vez en su vida, y de allí en adelante tuvo esperanza en Dios, lo cual marcó el nacimiento de su vida celestial.

Ahora ya he captado la atención de todos, y esta es una razón por la que he comenzado así mi discurso. Pero tengo además otro propósito. Porque aunque Robinson Crusoe no está aquí, ni está Viernes, sin embargo, podría haber alguien semejante a él, que ha sufrido un naufragio en la vida, y que ahora se ha convertido en una criatura solitaria y a la deriva. Recuerda días mejores pero debido a sus pecados se ha convertido en un paria, a quien nadie se acerca. Está aquí hoy, completamente acabado sobre la playa, sin un amigo, sufriendo en el cuerpo, quebrado en cuanto a fortuna, y aplastado en espíritu. En medio de una ciudad llena de gente, no tiene un solo amigo, ni nadie que quiera reconocer que alguna vez le haya conocido. Ahora ha llegado a lo último de su existencia. Nada tiene por delante sino pobreza, miseria y muerte.
Así te dice Jehová, amigo mío: «Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás.» Tengo el propósito de que en esta oportunidad, con la ayuda de Dios, hablaré al corazón de algunos pobres espíritus cargados. ¿De qué sirve el consuelo a quienes no están en angustia? La palabra de esta noche no será de provecho, y tendrá solo poco interés en sí para quienes no están angustiados de corazón. Pero, no importa lo mal que pueda hablar, danzarán de alegría aquellos corazones que necesitan la consoladora seguridad de un Dios de gracia, y estarán capacitados para recibirla según resplandece en este texto de oro: Invócame en el día de la angustia; te libraré y tú me honrarás.» En un texto que se podría haber escrito con estrellas a través del cielo. O haber hecho sonar con la trompeta al medio día desde la cúspide de cada torre, o haberlo impreso en cada hoja de papel que pasa por el correo… debería ser conocido y leído por toda la humanidad.
Esto me sugiere cuatro cosas. Que Dios el Espíritu Santo bendiga lo que pueda decir sobre ello.

I. La primera observación se encuentra no tanto en mi texto como en el texto y el contexto. EL REALISMO ES PREFERIDO AL RITUALISMO.
Si leéis cuidadosamente el resto de los salmos veréis que el Señor está hablando de los ritos y ceremonias de Israel, y está mostrando que tiene en poco las formalidades del culto cuando el corazón está ausente de ellas. Vamos a leer todo el pasaje:
«No te reprenderé por tus sacrificios o tus holocaustos, que están continuamente delante de mí. No tomaré de tu casa becerros, ni machos cabríos de tus apriscos. Porque mía es toda bestia del bosque y los millares de animales de los collados. Conozco todas las aves del monte, y todo lo que se mueve en los campos me perte¬nece. Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; porque el mundo es mío y su plenitud. ¿He de comer yo carne de toros, o  beber sangre de machos cabríos? Sacrifica a Dios alabanza, y paga tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia; te libraré y tú me honrarás.»
Así la alabanza y la oración son aceptadas prefiriéndolas a cualquier forma de ofrenda que los judíos pudieran presentar ante el Señor. ¿Por qué es esto?

En primer lugar, yo respondería, la verdadera oración es muchísimo mejor que el puro ritual, porque tiene en sí sentido, mientras que el ritual no tiene sentido cuando la gracia está ausente. Es tan sin sentido como el juego de un idiota.

¿Habéis estado alguna vez en una catedral romana observando el servicio cotidiano, especialmente en un día de fiesta? Con los muchachos de blanco, y los hombres de violeta, rosado, rojo o negro, había tantos ejecutantes del rito como para poblar una aldea de tamaño decente. Con todos los que llevan velas, los que rociaban agua bendita, los que hacían reverencias con sus cabezas, y los que hacían genuflexiones, todo era un maravilloso espectáculo, muy asombroso, entretenido, pero muy pueril. Cuando se ve eso uno se pregunta ¿qué sentido tiene todo ello, y qué tipo de personas son las que participan y con ello puedan ser mejores?. Y uno se asombra en cuanto a la idea que los romanistas deben tener de Dios si se imaginan que a Él le agradan todas esas parafernalias. ¿No te asombra que el buen Señor lo soporte? ¿Qué pensará de todo ello su mente gloriosa?
Al glorioso Dios no le interesan para nada la pompa y el espectáculo. Pero cuando le invocas en el día de la angustia, y le pides que te libre, entonces hay sentido en tu clamor angustioso. No hay un formalismo vano. El corazón está en ello, ¿verdad? Hay sentido en la súplica de la aflicción, y por lo tanto, Dios prefiere la oración de un corazón quebrantado antes que el más hermoso de los servicios que haya sido ejecutado por sacerdotes y coros.
¿Por qué Dios prefiere el realismo al ritualismo? Porque hay algo espiritual en el clamor del corazón atribulado. «Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.» Supongamos que repitiera esta noche el mejor de los credos en cuanto a exactitud que haya sido compuesto por hombres sabios y ortodoxos; pero, si no tengo fe en él, y si vosotros no la tenéis, ¿para qué sirve la repetición de palabras? Nada de espiritual tiene una pura declaración ortodoxa si no tenemos una fe real en ella. Podríamos, del mismo modo, repetir el alfabeto, y llamarlo devoción. Y si esta noche brotara de nuestros labios el más grandioso aleluya que jamás haya sido expresado por labios humanos y no lo sentimos, nada de espiritual habría en ello, y para Dios nada significaría. Pero cuando una pobre alma se encierra en su habitación, dobla sus rodillas y clama: Dios, sé propicio a mí, pecador,» Dios, sálvame! ¡Dios, ayúdame en este día de angustia!» en ese clamor hay vida espiritual, y por lo tanto, Dios lo aprueba y lo responde. Lo que Él quiere es culto espiritual, y recibirá eso o no recibirá otra cosa. «Los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que adoren.» Y abolió la ley ceremonial, destruyó el único altar de Jerusalén, quemó el templo, abolió el sacerdocio aarónico, y puso fin de una vez para siempre a toda ceremonia ritualista. Porque Él busca solamente verdaderos adoradores, que le adoren en espíritu y en verdad.

Además, al Señor le agrada el clamor del corazón quebrantado, porque le reconoce claramente como el Dios vivo en el acto mismo de buscarle en oración. En gran medida está ausente la devoción externa a Dios. Pero, ¡cómo ridiculizamos a Dios cuando no le discernimos como presente, y no nos acercamos a su persona directamente! Cuando el corazón, la mente y el alma irrumpen para alcanzar a su Dios, es entonces cuando Dios es glorificado, pero no por algún ejercicio corporal en que Él queda olvidado. ¡Oh, cuan real es Dios para un hombre que perece, y siente que solamente Dios le puede salvar! Cree que Dios existe o de otro modo no haría una oración tan patética dirigida a Él. Antes oraba, y poco le importaba si Dios le oía o no; pero ahora ora y su principal ansiedad es que Dios le oiga.
Además, queridos amigos, Dios se complace en que clamamos a Él en el día de la angustia porque en ello hay sinceridad. Temo que en la hora de nuestra alegría y en los días de prosperidad muchas de nuestras oraciones y de nuestras acciones de gracias sean hipocresía. Muchos de nosotros somos como los trompos de los niños que cesan de bailar si no se les azota. Ciertamente oramos con mayor intensidad cuando estamos en graves problemas. Un hombre está en la extrema pobreza; no tiene trabajo. No sabe de dónde vendrá la próxima comida de sus hijos. Si ora en ese momento es probable que su oración sea sincera, muy sincera, porque su fervor es real debido a una verdadera situación angustiosa. A veces he deseado que algunos cristianos muy caballerosos, que parecen tratar la religión como si todo fuera guantes de cabritilla, tengan un poco de tiempo «difícil,» y realmente se vean en angustias. Una vida fácil engendra manadas de falsedades y apariencias, las que pronto se desvanecerían en la presencia de pruebas reales.
Muchos hombres se han convertido a Dios en el monte de Australia debido al hambre, al cansancio, a la soledad, personas que cuando eran ricos, rodeados de alegres adulo¬nes nunca pensaron en Dios. Muchos hombres, a bordo de un barco allá en el Atlántico han aprendido a orar en el frío congelante del tímpano, o en los horrores del seno de la ola de la cual el barco no podía salir. Cuando el mástil ha sido echado por la borda y todas las maderas han sido barridas, y el barco parece estar perdido, entonces los corazones comienzan a orar con sinceridad; y Dios ama la sinceridad. Cuando lo hacemos con verdadero sentido, cuando el alma se derrama en oración, cuando es un «debo recibirlo, o estoy perdido,» cuando no es farsa, ni vana ceremonia sino un clamor verdadero de un corazón quebrantado, en agonía, Dios lo acepta. Por eso dice: «Invócame en el día de la angustia.» Tal clamor es el tipo de culto que El toma en cuenta, porque hay sinceridad en él, y es aceptable ante el Dios de verdad.

Además, en el clamor del angustiado hay humildad. Podemos celebrar una ceremonia muy brillante de acuerdo con el ritual de alguna iglesia llamativa, o podemos ejecutar nuestros propios ritos que son lo más sencillo que pueda existir, y podríamos estar diciéndonos todo el tiempo: «Esto está saliendo muy bien.» El predicador podría estar pensando: «¿No estoy predicando bien?» El hermano en la reunión de oración podría sentir dentro de sí: «¡Con cuánta fluidez estoy orando!» Si hay ese tipo de espíritu en nosotros, es cuando Dios no puede aceptar la oración. El culto no puede ser aceptable cuando está carente de humildad. Ahora, cuando en los días de tribulación el hombre acude a Dios y, le dice: «¡Señor, ayúdame! Yo no puedo ayudarme a mí mismo, pero ¡tú puedes intervenir en mi favor!», entonces hay humildad en esa confesión y clamor, y por eso el Señor se complace en ello.
Además el Señor se agrada de tales súplicas porque en ellas hay una medida de fe. Cuando el hombre en angustia clama» ¡Señor, líbrame!» está mirando fuera de sí mismo.
No puede encontrar esperanza ni ayuda en la tierra y por lo tanto mira hacia el cielo. A Dios le agrada descubrir una sombra de fe en su criatura incrédula. Por decirlo así, cuando la cruza el campo que abarca la cámara, de modo que en la foto aparece el vestigio de haber estado allí, Dios la ve, y entonces puede aceptar nuestras oraciones y las aceptará por causa de esa poca fe. Oh querido corazón, ¿dónde te encuentras? ¿Estás quebrantado por la angustia? ¿Estás grave¬mente angustiado? ¿Estás solitario? ¿Te sientes desechado? Entonces clama a Dios. Nadie más te puede ayudar; ahora estás encerrado y solo ante Él. ¡Bendito encierro! Clama a Él, porque Él te puede ayudar; y te digo que en tu clamor habrá un culto puro y verdadero, como el que Dios desea, mucho más que el sacrificio de diez mil becerros, o el derramamiento de ríos de aceite. Es verdad, ciertamente, porque la Escritura lo dice, que el gemir de un espíritu cargado está entre los sonidos más dulces que puede oír el Altísimo. El clamor quejumbroso es un himno para Él, para quien el puro arreglo de sonidos es como juego de niños.
Entonces, ved, pobres que lloráis en medio de la confusión, que no es el ritualismo, no es la celebración de ceremonias pomposas, no es la genuflexión ni la reverencia, ni el uso de palabras sagradas, sino el clamar a Dios en la hora de la angustia lo que es el sacrificio más aceptable que tu espíritu puede presentar ante el trono de Dios.

C.H. Spurgeon

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