En BOLETÍN SEMANAL
¿Qué es el cristiano? Si la naturaleza divina está en nosotros, y ha entrado en nosotros por medio del Espíritu Santo, no podemos ser como cualquier otra persona; hay que ser diferente. Y esto es lo que se nos dice acerca del cristiano en toda la Biblia, que Cristo mora en su corazón con abundancia por medio del Espíritu Santo. El Espíritu Santo está en él, lo llena, actúa con su poder en lo más recóndito de su ser, enseñándole su voluntad.

¿Qué hace al cristiano una persona especial? ¿Qué explica su carácter único? ¿Qué le hace ser más que los demás? Es la idea que tiene del pecado. El cristiano se ha visto completamente sin esperanza y condenado; se ha visto a sí mismo como culpable delante de Dios y sin derecho alguno a su amor. Se ha visto a sí mismo como enemigo de Dios. Y luego ha visto y entendido algo acerca de la gracia de Dios en Jesucristo. Ha visto que Dios que envió a su Hijo unigénito al mundo, y no sólo eso, sino hasta la muerte en la cruz por él, que es rebelde, pecador vil y culpable. Dios no le volvió la espalda, fue más allá. El cristiano sabe que todo esto sucedió por él, y ha cambiado toda su actitud respecto a Dios y a los hombres. Ha sido perdonado cuando no lo merecía. ¿Qué derecho tiene de no perdonar a su enemigo?

No sólo eso, tiene una idea completamente nueva hacia la vida en este mundo. Llega a ver que es sólo la antecámara de la verdadera vida y que él no es sino un extranjero y peregrino. Como todos los creyentes que se describen en Hebreos 11 busca esa ‘ciudad que tiene fundamentos.’ Dice: ‘Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir.’ Así ve la vida, lo cual lo cambia todo. Tiene también esperanza de gloria. El cristiano es un hombre que cree que va a ver a Cristo cara a cara. Y cuando llegue el gran día, cuando vea el rostro de Aquel que sufrió la cruel cruz por él a pesar de su vileza, no quiere tener que recordar, al mirar a esos ojos, que se negó a perdonar a alguien aquí en la tierra, o que no amó a esa otra persona, sino que la despreció y odió e hizo todo lo que pudo contra ella. No quiere que se le recuerden cosas así. Por ello, sabiendo todo esto, ama a sus enemigos y hace bien a los que lo odian, porque es consciente de lo que ha sido hecho por él, de lo que le espera, y de la gloria que queda. Toda su perspectiva ha cambiado; y esto ha ocurrido porque él mismo ha sido cambiado.

¿Qué es el cristiano? No es alguien que lee el Sermón del Monte y dice: ‘Voy a vivir así, voy a seguir a Cristo y a emular su ejemplo. Esa es la vida que voy a vivir y lo haré con mi gran fuerza de voluntad.’ Nada de eso. Les diré qué es el cristiano. Es alguien que se ha convertido en hijo de Dios y que posee una relación única con Dios. Esto lo hace ‘especial’. ‘¿Qué hacéis de más?’ Debería ser especial, ustedes deberían ser especiales, porque son personas especiales. Dicen que los genes cuentan. Si es así, ¿cuáles son los genes del cristiano? Es éste, que ha nacido de nuevo, que ha nacido espiritualmente y es hijo de Dios. ¿Se dan cuenta de la forma en que lo expresa nuestro Señor? ‘Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y persiguen.’ ¿Por qué? ‘¿Para que seáis como Dios?’ No: ‘Para que seáis hijos’ —no simplemente de Dios— ‘seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos.’ Dios se ha convertido en Padre de los cristianos. No es el Padre del no cristiano; para ellos es Dios y nada más, el gran Legislador. Pero para el cristiano, Dios es Padre. Luego, nuestro Señor tampoco dice, ‘Sed perfectos como vuestro Dios es perfecto.’ No, gracias a Dios, sino ‘Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.’ Si Dios es nuestro Padre debemos ser especiales, no podemos evitarlo. Si la naturaleza divina está en nosotros, y ha entrado en nosotros por medio del Espíritu Santo, no se puede ser como cualquier otro; hay que ser diferente. Y esto es lo que se nos dice acerca del cristiano en toda la Biblia, que Cristo mora en su corazón con abundancia por medio del Espíritu Santo. El Espíritu Santo está en él, lo llena, actúa con su poder en lo más recóndito de su personalidad, enseñándole su voluntad. ‘Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer.’ Y, sobre todo, el amor de Dios ha sido derramado en su corazón por medio del Espíritu Santo. Ha de ser especial, debe ser único, no puede evitarlo.

¿Cómo puede un hombre que nunca ha tenido el amor de Dios derramado en su corazón amar a su enemigo y hacer todas esas cosas? Es imposible. No puede hacerlo; y además no lo hace. Nunca ha habido un hombre fuera de Cristo que lo haya podido hacer. El Sermón no es una exigencia dexorbitante de esta clase. Cuando se lee por primera vez, lo descorazona y lo desanima a uno. Pero luego recuerda que es hijo del Padre celestial, que no queda uno abandonado a sí mismo sino que Cristo ha venido a morar en el creyente. No somos sino ramas de la Vid. Ahí está el poder, la vida y el sostén; nosotros no tenemos sino que producir fruto.

Concluyo, pues, con esta penetrante pregunta. Es la pregunta más profunda que un hombre puede tratar de contestar en esta vida. ¿Hay algo especial en mí? No pregunto si vivimos una vida moral, recta, buena. No pregunto si oramos, ni si vamos a la iglesia con regularidad. No pregunto nada de esto. Hay personas que hacen todas estas cosas y con todo no son cristianos. Si esto es todo, ¿qué hacemos más que los otros, qué hay en mí que sea especial? ¿Hay en nosotros algo de esta cualidad especial? ¿Hay algo de nuestro Padre en nosotros? Es un hecho el que los hijos a veces no se parecen mucho a sus padres. La gente los mira y dice: ‘Sí, se parece algo a su padre después de todo,’ o ‘Veo algo de su madre; no mucho, pero algo hay.’ ¿Hay sólo eso de nuestro Padre en nosotros?

Esta es la piedra de toque. Si Dios es nuestro Padre, de una forma u otra, el parecido familiar estará ahí, las huellas de nuestro parentesco inevitablemente se manifestarán. ¿Qué hay de especial en nosotros? Que Dios nos conceda que, al examinarnos a nosotros mismos, podamos descubrir algo de ese carácter único y de esa separación que no sólo nos divide de los demás, sino que proclama que somos hijos de nuestro Padre que está en los cielos.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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