En BOLETÍN SEMANAL
Pasamos ahora a estudiar lo que nuestro Señor dice en Mat 5:31-32 respecto al divorcio: También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.” Comenzaré por señalar que, cuando llegamos a un tema y pasaje como éste, vemos el valor del estudio sistemático de la enseñanza bíblica.

​¿Cuán a menudo oímos hablar en público acerca de un texto como éste? ¿No es cierto que es una clase de tema que los predicadores tienden a eludir? Y por esto mismo, desde luego, somos culpables de pecado. No hay que estudiar algunas partes de la Palabra de Dios y hacer caso omiso de otras. No hay por qué eludir las dificultades. Estos versículos que vamos a analizar son tan parte de la Palabra de Dios como cualesquiera otros que se hallen en la Escritura. Pero por no exponer la Biblia en forma sistemática, debido a nuestra tendencia a tomar textos fuera de su contexto y a escoger lo que nos interesa y agrada, y a hacer caso omiso del resto, nos hacemos culpables de una vida cristiana desequilibrada. Esto a su vez nos conduce, desde luego, a fracasos prácticos. Es muy bueno, por tanto, que estudiemos el Sermón del Monte de este modo sistemático, y por ello nos encontramos frente a esta afirmación.


Por una razón u otra muchos comentaristas, aunque se han propuesto escribir un comentario del Sermón del Monte, pasan por alto este pasaje y no lo comentan. Se puede entender fácilmente por qué la gente tiende a eludir un tema como éste; pero esto no los excusa. El evangelio de Jesucristo afecta todos los aspectos de nuestra vida, y no tenemos derecho de decir que ninguna parte de nuestra vida está fuera de su alcance. Todo lo que necesitamos se nos enseña y con ello poseemos instrucciones acerca de todos los aspectos de nuestra vida. Pero al mismo tiempo, quienquiera que se haya tomado la molestia de leer acerca de este tema y las varias interpretaciones que se le dan se dará cuenta de que está lleno de dificultades. Muchas de estas dificultades, sin embargo, las han creado los hombres, y se deben en último término a la enseñanza de la Iglesia Católica acerca del matrimonio como sacramento. Partiendo de esta posición, manipula las afirmaciones de la Escritura para que encaje con su teoría. Deberíamos dar gracias a Dios, sin embargo, de que no tenemos solamente nuestras ideas, sino que poseemos esta instrucción y enseñanza bien claras. Responsabilidad nuestra es examinarlo honradamente.

Frente a estos versículos, recordemos una vez más los antecedentes o contexto de los mismos. Esta afirmación es una de las seis que nuestro Señor hizo y que introdujo con la fórmula ‘Oísteis… pero yo os digo.’ Forma parte de la sección del Sermón del Monte en la que nuestro Señor muestra la relación entre su Reino y la enseñanza de la ley de Dios que fue dada a los hijos de Israel por medio de Moisés. Comenzó diciendo que no había venido a destruir la ley sino a cumplirla; es más, dice, hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley hasta que todo se haya cumplido. Luego viene lo siguiente: ‘De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.’ Luego pasa a ofrecer su enseñanza a la luz de este contexto.

Con esto presente, recordemos también que en estos seis contrastes que nuestro Señor presenta, compara no la ley de Moisés, como tal, con su propia enseñanza, sino la interpretación falsa de esta ley por parte de los escribas y fariseos. Nuestro Señor desde luego no dice que había venido a corregir la ley de Moisés, porque era la ley de Dios, que Dios mismo había dado a Moisés. No; el propósito de nuestro Señor era corregir la corrupción, la falsa interpretación de la ley que los escribas y fariseos enseñaban. Por lo tanto, honra la ley de Moisés y la explica en toda su plenitud y gloria. Esto, desde luego, es precisamente lo que hace respecto a la cuestión del divorcio. Quiere sobre todo denunciar públicamente la enseñanza falsa de los escribas y fariseos respecto a este importante asunto.

La mejor forma de estudiar este tema es examinarlo bajo tres aspectos. Ante todo debemos tener una idea clara en cuanto a lo que la ley de Moisés enseñaba realmente acerca de este asunto. Luego debemos saber qué enseñaban los escribas y fariseos. Finalmente debemos examinar lo que nuestro Señor mismo enseña.

Primero, pues, ¿qué enseñaba realmente la ley de Moisés respecto a este problema? La respuesta se encuentra en Deuteronomio 24, sobre todo en los versículos 1-4. En Mateo 19 nuestro Señor vuelve a referirse a esa enseñanza y en un sentido nos da un resumen perfecto de la misma, pero conviene que consideremos la afirmación original. Suele haber mucha confusión en cuanto a esto. Lo primero que hay que advertir es que en la antigua dispensación mosaica no se menciona la palabra adulterio en relación con el divorcio, ya que en la ley de Moisés el castigo del adulterio era la muerte. Quienquiera que bajo esa ley antigua era considerado culpable de adulterio era lapidado hasta que muriera, de modo que no era necesario mencionarlo. El matrimonio había terminado, pero no por divorcio sino por castigo de muerte. Este principio es muy importante y conviene que lo recordemos. 

¿Cuál era, pues, el propósito de la legislación mosaica respecto al divorcio? Se encuentra de inmediato la respuesta, no sólo cuando se lee Deuteronomio 24, sino sobre todo al leer lo que dice nuestro Señor acerca de esa legislación. El objetivo único de la ley mosaica respecto a esto era simplemente controlar los divorcios. La situación había llegado a ser casi completamente caótica. Sucedía lo siguiente. En ese tiempo, como recordarán, los hombres tenían una idea muy baja de la mujer, y habían llegado a creer que tenían derecho a divorciarse de su mujer por cualquier razón, incluso baladí. Si un hombre, por la razón que fuera, quería librarse de su esposa, lo hacía. Presentaba cualquier pretexto falso y, basado en él, se divorciaba. Desde luego que la razón básica de ello no era más que la pasión y lujuria. Es interesante observar cómo, en este Sermón del Monte, nuestro Señor habla de este tema en conexión inmediata con el tema que lo procede, a saber, el problema de la concupiscencia. En algunas versiones de la Biblia ambos temas están bajo un sólo encabezamiento. Quizá no esté bien esto, pero sí nos recuerda la conexión íntima entre ambas. La legislación mosaica, por tanto, se introdujo para regular y controlar una situación que no sólo se había convertido en caótica, sino que era injusta para la mujer, y que, además, conducía a sufrimientos inimaginables e inacabables tanto en las mujeres como en los niños.

Establecía principalmente tres grandes principios. El primero era que limitaba el divorcio a ciertas causas. En adelante sólo había de permitirse cuando se descubría en la mujer algún defecto físico o moral, natural. Se prohibían todas las excusas que los hombres habían utilizado hasta entonces. Antes de obtener el divorcio el hombre tenía que demostrar que había una causa muy especial, incluida bajo el título de impureza. No sólo tenía que demostrar esto, sino que tenía que hacerlo frente a dos testigos. Por tanto la legislación mosaica, lejos de justificar el divorcio, lo limitaba. Descartaba todas las razones baladíes, superficiales e injustas, restringiéndolas a una sola.

Lo segundo que establecía era que el hombre que se divorciaba de este modo de su mujer tenía que darle carta de divorcio. Antes de la ley mosaica, el hombre podía decir que ya no deseaba a su mujer, y arrojarla de la casa; y ahí quedaba, a merced del mundo. Se le podía acusar de infidelidad o adulterio y por ello podía ser ejecutada por lapidación. Por tanto, a fin de proteger a la mujer, esta legislación exigía que se le diera carta de divorcio en la que se dijera que había sido repudiada, no por infidelidad, sino por una de las razones admisibles y que había sido descubierta. Era para protegerla, y la carta de divorcio se le entregaba en presencia de dos testigos a los que siempre podía recurrir en caso de necesidad. El divorcio fue formalizado con la idea de fijar en la mente de la gente que era un paso solemne y no algo que había que hacer a la ligera en un momento de pasión cuando el hombre descubría de repente que no le gustaba su esposa y quería librarse de ella. De este modo se ponía de relieve lo serio del matrimonio.

El tercer principio de la ley mosaica fue significativo, a saber, que el hombre que se divorciaba de su mujer y le daba carta de divorcio no podía volver a casarse con ella. La situación era la siguiente. Un hombre se ha divorciado de su mujer y le ha dado carta de divorcio. En este caso la mujer puede volver a casarse con otro hombre. Ahora bien, el segundo esposo también puede darle carta de divorcio. Sí, dice la ley de Moisés, pero si esto sucede y puede volver a casarse, no debe casarse con el primer esposo. La intención de esta norma es la misma; hacer que la gente comprenda que el matrimonio no es algo que se puede contraer y disolver a la ligera. Le dice al primer esposo que, si le da a la esposa carta de divorcio, va a ser algo definitivo.

Cuando lo vemos así, podemos darnos cuenta de inmediato que la antigua legislación mosaica está muy lejos de ser lo que pensábamos, y sobre todo de lo que los escribas y fariseos enseñaban que era. Su objetivo era introducir cierto orden en una situación que se había vuelto del todo caótica. Esta fue la característica de todos los detalles de la legislación mosaica. Tomemos por ejemplo la cuestión del ‘ojo por ojo, y diente por diente.’ La legislación mosaica lo estableció. Sí, pero ¿cuál fue el propósito? No fue decir a la gente que si uno le sacaba un ojo a otro, la víctima podía hacerle lo mismo. No; el propósito fue decirles: No pueden matar a alguien por esa ofensa; es sólo un ojo por un ojo, y si alguien le hace saltar un diente a otro, la víctima sólo puede hacerle saltar un diente a aquél. Es poner orden en medio del caos, limitar las consecuencias y legislar para una situación especial. La ley respecto al divorcio tuvo exactamente el mismo propósito.


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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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