En BOLETÍN SEMANAL
​​Hágase tu voluntad.....   Orar para que se cumpla la voluntad de Dios es el tema de la tercera petición de nuestro Señor en su modelo para la oración.   Cuando oramos, lo debemos hacer según la voluntad de Dios. Su voluntad se debe convertir en la nuestra. También oramos para que su voluntad prevalezca por toda la tierra, así como prevalece en el cielo.  David oró con la actitud de la tercera petición cuando dijo: "El hacer tu voluntad, oh Dios mío, me ha agradado" (Sal. 40:8). Esa también fue la actitud de Cristo: "Mi comida es que yo haga la voluntad de! que me envió

Algunas disposiciones del corazón alejadas del principio bíblico:

RESENTIMIENTO AMARGO
Algunos que dicen llamarse creyentes perciben que este tercer punto de la oración es una imposición de la voluntad de Dios, como si fuera un dictador divino ejerciendo su egoísta y soberana voluntad sobre su pueblo. Oran en base a un sentido de obligación, creyendo que no pueden escaparse de lo inevitable. El comentarista William Barclay dijo:
 
Un hombre puede decir: «sea hecha tu voluntad», con un tono derrotista. Puede decirlo, no porque lo desee, sino porque ha aceptado el hecho de que no puede decir otra cosa; puede decirlo porque ha aceptado el hecho de que Dios es demasiado fuerte para él, y que es inútil partirse la cabeza a golpes contra las paredes del universo’.
 
RESIGNACIÓN PASIVA
Otros creyentes, no obstante, no se resienten con la voluntad de Dios. Lo ven como el Padre amoroso y cariñoso que sólo piensa en lo mejor para ellos. Sin embargo también se resignan a su voluntad como la fuerza inevitable, inmutable e irresistible en sus vidas, de modo que creen que sus oraciones no producirán ningún cambio. Oran para que sea hecha su voluntad sólo porque Él les ha ordenado que lo hagan. Pero eso desde luego no es una oración de fe; es más una oración de rendición. Los creyentes que oran así aceptan la voluntad de Dios con una actitud derrotista.

Demasiados creyentes tienen la costumbre de orar muy poco porque no creen que sus oraciones consiguen nada. Ellos le piden al Señor algo y luego se olvidan, actuando como si supieran con anticipación que Dios no se vería obligado a conceder lo que habían pedido.  

¿ESTA LA VOLUNTAD DE DIOS REALMENTE VIVA EN LA TIERRA?

Pedir «sea hecha tu voluntad en la tierra» indica que la voluntad de Dios no siempre se hace en la tierra. Eso también lo es con algunos otros elementos de esta oración. Nosotros oramos «santificado sea tu nombre», sin embargo el nombre de Dios con frecuencia no se santifica aquí. Pedimos que venga su reino, no obstante hay muchos que rechazan su reinado. Por lo tanto su voluntad no es inevitable. De hecho, la falta de orar fielmente obstruye la voluntad de Dios porque en su sabio plan, la oración es esencial para el propio funcionamiento de su voluntad en la tierra.

EL IMPACTO DEL PECADO
Demasiados creyentes ven la soberanía de Dios de manera fatalista, pensando que lo que será, será. Ven toda tragedia como si viniera de las manos de Dios, ya sea personal, como la muerte o la enfermedad de un ser querido, o universal, como en un terremoto o inundación. Pero esa actitud destruye la oración y la obediencia fiel. Ese no es un alto concepto de la soberanía de Dios, sino un concepto destructivo y no bíblico de ella.

Todo el transcurso de acontecimientos y circunstancias está ordenado por Dios, y eso incluye el permitir la causa de todas las tragedias de la vida: El pecado. Para ver a Dios como soberano máximo, debemos estar de acuerdo en que Él quiso que sucediera el pecado. Él lo planeó, no le tomó por sorpresa y echó a perder su programa inicial. Este mal y todas sus consecuencias estuvieron incluidos en el decreto eterno de Dios antes de la fundación de! mundo.

Sin embargo no podemos considerar a Dios como el autor o creador de! pecado. El apóstol Juan dice: «Dios es luz, y en él no hay ningunas tinieblas» (1 In. 1:5; cf. Stg. 1:13). Dios no autorizó el pecado; tampoco lo consiente ni lo aprueba. Él nunca podría ser la causa de! pecado o su agente. Sólo permite a los agentes malvados que hagan sus obras, luego cancela la maldad para llevar a cabo sus propios fines sabios y santos. Por supuesto que no es la voluntad de Dios que muera la gente, así que envió a Cristo a la tierra a destruir a la muerte. No es su voluntad que la gente se vaya al infierno, así que envió a su Hijo para que reciba e! castigo de! pecado para que la gente pueda escaparse del  infierno. El apóstol Pedro dice: «El Señor no tarda su promesa, como algunos la tienen por tardanza; más bien, es paciente para con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Pedo 3:9).

Extracto del libro: A solas con Dios, de John MacArthur

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