En BOLETÍN SEMANAL

¿Cómo se podría destacar, con mayor fuerza que la del versículo que estamos considerando, que la vida cristiana no es sólo una moralidad negativa? ¿Acaso alguno está sorprendido de que yo hable de esta manera de la moralidad? Lo hago así porque en muchos sentidos la moralidad es el mayor enemigo del cristianismo. Hoy en día los hombres de elevada moral son los peores enemigos de la cruz de Cristo; en consecuencia deben ser denunciados. El cristianismo no es mera moralidad, o la ausencia de ciertas cosas en la vida del hombre. Por cierto, no hay nada que cause tanto daño a la fe cristiana que precisamente este punto de vista. Estoy subrayando este aspecto porque estoy cada vez más convencido de que la condición de la iglesia actual se debe, mayormente, al hecho de que durante aproximadamente un siglo la iglesia ha estado predicando moralidad y ética, en vez de la fe cristiana. Se ha predicado sobre ‘ser un buen hombre’ y de considerar a la religión como ‘moralidad con un toque de emoción’, para usar las palabras de Matthew Arnold. Y esto ha sido una maldición. Estos hombres han echado a un lado las doctrinas; se oponen a cualquier idea referida a la expiación, descartan en su totalidad la noción de lo milagroso y sobrenatural, y ridiculizan toda conversación referida al nuevo nacimiento. Para ellos el cristianismo es lo que enseña a una persona a vivir de forma bondadosa en la vida.

Pero eso es totalmente falso. El cristianismo da al hombre una vida nueva. No se trata de una mera moralidad negativa y mecánica que adormece al alma despojándola de toda su vida y vitalidad. Afirmo que el apóstol, al usar esta comparación, hace tronar ante nosotros este tremendo hecho, este hecho de que la vida cristiana no es una simple vida negativa, una mera ausencia del mal y del pecado.

Permítanme poner esto de forma positiva. El cristianismo estimula, el cristianismo alboroza, el cristianismo encanta. Eso es lo que Pablo está diciendo con: ‘No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución’. Si buscan un poco de encanto o estímulo o alborozo, no vayan a tomar un trago; ‘en cambio, sed llenos del Espíritu’ y entonces tendrán todo eso y mucho más. Esta es la tremenda idea tan característica de la enseñanza del Nuevo Testamento. El vino, es decir el alcohol, conforme a lo que ya les he recordado y, desde el punto de vista farmacológico, no es un estimulante, sino un sedante. Véase cualquier libro sobre farmacología y busque el tema ‘Alcohol’ y en todos los casos se encontrará clasificado entre los medios causantes de depresión. No es un estimulante. «Muy bien», dice, «¿entonces por qué bebe alcohol la gente cuando buscan un estimulante?». En cierto sentido ya he estado contestando a esa pregunta. Lo que el alcohol produce es esto: anula los centros superiores y de esa manera los elementos más primitivos del cerebro salen a la superficie y se apoderan del centro de control. Y por un tiempo el hombre se siente mejor. Ahora ha perdido su sentido del temor, se desinhibe. El alcohol simplemente anula sus centros superiores dejando en libertad lo instintivo, los elementos primitivos; sin embargo, el hombre cree haber sido estimulado. Pero lo que en realidad ha ocurrido es que se ha convertido más en un animal; su control sobre si mismo ha disminuido.

Esto es exactamente lo opuesto a estar lleno del Espíritu; lo que la obra del Espíritu hace realmente es estimular. Si se pudiera poner al Espíritu en un libro de texto de farmacología, yo lo pondría entre los estimulantes, porque ese es el lugar que le pertenece. Realmente el Espíritu estimula; no solamente lo hace en apariencia tal como el alcohol, engañando y decepcionándonos. El Espíritu Santo es un estimulante activo, positivo y real.

¿Y qué es lo que estimula? El Espíritu estimula cada una de nuestras facultades. Estimula la mente y el intelecto. Es muy fácil probarlo. La historia demuestra que un avivamiento espiritual siempre es seguido por un deseo de mayor educación. Esto  ocurrió con la Reforma, también ocurrió después del avivamiento puritano, ocurrió de una forma mucho más llamativa después del avivamiento evangélico hace doscientos años. Aquellos mineros acosados y ebrios, y otra gente del interior y del norte alrededor de Bristol de pronto fueron convertidos por el poder del Espíritu Santo y entonces comenzaron a clamar pidiendo escuelas porque querían saber leer. El Espíritu Santo es un estímulo directo a la mente y al intelecto. En realidad es El quien despierta nuestras facultades y las desarrolla. Su efecto no es similar al del alcohol o al de otras drogas. Su efecto es exactamente opuesto al de aquellos; es un verdadero estimulante.

Pero no sólo estimula el intelecto, también estimula el corazón. El Espíritu mueve el corazón. Y no hay nada que pueda mover el corazón hasta sus mismas profundidades tanto como el Espíritu Santo. El alcohol no mueve el corazón. Lo que el alcohol hace, repito, es liberar los elementos instintivos de la vida; y el hombre lo confunde por sentimientos. Es un efecto hueco, es un síntoma superficial. Bajo su efecto el hombre realmente no es responsable de sus acciones, y después se lamenta por la generosidad que ha exhibido mientras estaba ebrio. El efecto no le ha tocado absolutamente el corazón; simplemente ha eliminado sus controles superiores. Momentáneamente parecía ser tan generoso; pero al día siguiente se lamenta de ello y desea poder revertir su conducta. El corazón no ha sido movido. Pero aquí hay algo que mueve el corazón, que lo engranda y que lo abre. Y lo mismo hace con la voluntad. La bebida, por supuesto, paraliza la voluntad dejando inerme al hombre. «Mírenlo», decimos nosotros, «irremediablemente borracho, incapacitado». Pero la influencia del Espíritu Santo es algo que mueve y estimula la voluntad.

Los cristianos de todos los tiempos concuerdan en que la nueva vida que han recibido fue el mayor estímulo que pudieran imaginarse. Esa vida los conduce siempre hacia algo nuevo, siempre hacia algo más grande. ¿Puedo contarles mi testimonio personal en este sentido? Ustedes pueden haber pensado que, tal vez, un hombre que ha predicado en el mismo pulpito durante veinte años ya ha comenzado a agotar el tema de la Biblia, o que el trabajo haya dejado de estimularlo. Por el contrario, siento que apenas estoy comenzando. Es una tarea cada vez más maravillosa. ¡Semana tras semana me encanta más! ¡A veces desearía que hubiese dos domingos o más en la semana! Es muy extraordinario; la riqueza y la profundidad y la grandeza de esto es tal que me parece haber estado sólo en las antecámaras, y que en el interior se hallan los grandes tesoros. He podido darles un vistazo y ahora deseo examinarlos. ¡Qué vida estimulante, encantadora y regocijante es ésta! En ella uno se mueve constantemente, se mueve siempre hacia adelante, siempre asoma por nuevas esquinas y tiene visiones más nobles. Nunca habiendo oído de ésta, pronto allí hay otra muy superior y así continuamente.

Cambiado de gloria en gloria, hasta ocupar en el cielo nuestro lugar; hasta depositar nuestras coronas ante El, perdidos en asombro, amor y alabanza.

El cristiano es una persona cuya mente se amplía y cuyo corazón se mueve y agranda. El cristiano es una persona que desea hacer algo, desea hacer una contribución, desea extender los confines del reino de Dios, quiere que otros también tengan parte en él. Es algo que afecta a la totalidad del hombre, su intelecto, sus emociones y voluntad. ¡Qué estímulo tan tremendo!

Extracto del libro: Vida nueva en el Espíritu, del D. M. Lloyd-Jones

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