En BOLETÍN SEMANAL
​   Si leemos el libro de los Hechos, ¿Encontramos que allí los apóstoles estaban predicando sobre asuntos del estado? ¿Acaso ocupaban todo el tiempo predicando sobre los problemas de la esclavitud? O ¿invertían su tiempo en aprobar resoluciones y enviarlas al gobierno y al emperador en Roma? Eso es lo que la iglesia moderna está haciendo. El tiempo lo dedica a los asuntos políticos y sociales, y tenemos la impresión de que si no predicamos constantemente contra armamentos y bombas y guerras y sobre temas raciales, realmente no somos cristianos.

Ciertamente esa es la impresión que uno recibe de los diarios, de las comunicaciones masivas y de la televisión. Esto, se nos dice, es el cristianismo: y, entonces, debemos estar constantemente presentando objeciones, protestando y hablando contra ciertas cosas y apelando a los gobiernos ejerciendo presión sobre ellos. Pero yo les invito solemnemente a someter todo esto a la prueba del Nuevo Testamento. ¿Encuentra usted alguna cosa más lejos de lo que nos ofrece el libro de los Hechos de los Apóstoles? No fue esa la práctica de la iglesia primitiva y nunca fue la práctica en épocas de avivamiento. Ello es una contradicción de la práctica de la auténtica iglesia. Y no solamente eso, también afirmo que esa enseñanza fracasa totalmente cuando es puesta en práctica. En la historia de este país (Gran Bretaña) ha habido tiempos y épocas cuando el mensaje cristiano ha tenido, sin duda, una gran influencia general. Quiero decir que fueron los tiempos cuando la enseñanza cristiana afectó la vida de la comunidad entera. ¿Cuándo fue esto? La respuesta es, muy sencilla, que eso siempre ocurrió cuando hubo un número grande de personas cristianas. El mundo sólo presta atención a la voz cristiana cuando es una voz poderosa. Por supuesto, el mundo tiene interés en la política y en números, y cuando el número de los cristianos que podían votar era grande, los estadistas y políticos les prestaban atención. Ellos podían afectar el resultado de una elección, de manera que debían prestarles atención. Se veían obligados a hacer ciertas concesiones al punto de vista de los cristianos y de la iglesia.

En otras palabras, la enseñanza cristiana ha afectado mayormente la vida general de la sociedad en las épocas que seguían inmediatamente después de los grandes avivamientos religiosos. De manera que si la iglesia está ansiosa de que su enseñanza afecte la vida de la sociedad, el camino más rápido y corto no es el de predicar sobre política o sobre asuntos sociales, o de estar constantemente protestando contra esto y aquello; el camino más corto consiste en producir un gran número de cristianos. ¿Y cómo se logra eso? Mediante la predicación del evangelio puro, mediante la presentación de un evangelio capaz de convertir a la gente. Una predicación contra las guerras y las bombas no convierte a nadie. De modo que esta enseñanza se contradice por sus propios resultados. Un gran número de nuestras iglesias están vacías hoy día porque muchos predicadores no han predicado sino sermones sobre política y asuntos sociales. No han estado predicando el evangelio, no han estado llevando a la conversión a hombres y mujeres. En consecuencia, el número de los cristianos es cada vez más reducido y los poderes del mundo suelen no hacernos caso y darse el lujo de olvidarnos totalmente. De modo que también desde ese punto de vista, esta perversión de la enseñanza del Nuevo Testamento es total y completamente equivocada.

Pero vayamos ahora a lo más importante de todo. Veamos cómo este argumento es una negación completa de la verdadera enseñanza del Nuevo Testamento. Considérelo de esta manera. Su primer error consiste en que divorcia a la ética cristiana de la doctrina cristiana. Estoy mencionando esto con frecuencia porque uno lo escucha constantemente. Hace apenas una semana, una persona me estaba comentando un problema. En cierto sentido era un problema puramente médico; el buen amigo dijo que se le había sugerido cierto tipo de tratamiento. El se sentía muy ansioso por saber si el doctor que le había sugerido dicho tratamiento era cristiano, de manera que le preguntó por su actitud respecto de estas cosas. La respuesta del doctor fue: «Por supuesto, yo creo en la ética cristiana; pero, lo lamento, no aceptaría lo que usted considera doctrina».

Ciertamente, esta es una actitud común, que uno puede aceptar la ética cristiana pero no creer en el nacimiento virginal, ni en las dos naturalezas de la persona de Cristo, ni en los milagros, ni en la muerte expiatoria,, ni en la resurrección física, ni en la persona del Espíritu Santo. Estas personas afirman no estar interesadas ‘en estas doctrinas y dogmas’, sino solamente en la ética, en la enseñanza de Cristo, el Sermón del Monte. «Eso es lo que queremos», afirman, «eso es lo que debemos enseñar a las personas; vivamos de esa manera y así no tendremos más guerras y todos estaremos bien».

No hay nada, repito, tan anti cristiano que el hablar de esta manera y pensar que uno pueda tomar la ética y despreciar la doctrina. ¿Por qué afirmo esto? La respuesta se encuentra en el Nuevo Testamento mismo. Considere el método del apóstol tal como se demuestra en esta misma epístola que estarnos estudiando. ¿En qué consiste? Los primeros tres capítulos están totalmente dedicados a la doctrina; y después de haber establecido la doctrina, comienza él a tratar su aplicación práctica. En otras palabras, en cierto sentido el apóstol está diciendo en todas partes que no posee ninguna ética separada de la doctrina. En ninguna parte del Nuevo Testamento encontrará enseñanzas éticas, excepto en el contexto de la doctrina. No es sino en la segunda mitad de las epístolas donde se encuentran las enseñanzas éticas y éstas siempre son introducidas por las palabras ‘por eso’. ‘Por eso…’, a la luz de todo lo que he venido diciendo… Pero sin ese ‘por eso’ no hay ninguna ética.

En otras palabras, el presupuesto básico del apóstol es este: «Ahora bien», dice el apóstol, «voy a hablarles de algunos asuntos muy prácticos. Voy a hablarles acerca de como convivir unos con otros, esposos y esposas, hijos y padres, amos y siervos». Y entonces añade: «Me agrada mucho hacer esto porque ustedes son lo que son, porque ustedes ya no son como los otros gentiles, ustedes ya no son lo que solían ser; porque ahora esto se ha hecho posible para ustedes». Ese es un presupuesto básico. El apóstol no estaba escribiendo un tratado para el estado o para la gente en general; esto no era un documento que sería enviado al emperador romano y a su gobierno en Roma. No, él está escribiendo a una iglesia, a un mundo de iglesias; se está dirigiendo a personas cristianas. Es por eso que escribe con plena confianza.

Lo que el apóstol hace aquí es lo que hace cada uno de los escritores del Nuevo Testamento; es precisamente lo que hizo nuestro bendito Señor. Tómese todo lo que en la actualidad se habla acerca del Sermón del Monte como una especie de documento social, como la forma de introducir y legislar en el mundo el reino de Dios, como una forma de reformar a la sociedad. Lo que se necesita es el Sermón del Monte, afirman ellos; ofrezca la otra mejilla en vez de construir armamentos, dé un gran ejemplo moral y todo estará bien. Pero si lee el Sermón del Monte, lo que encontrará es que el Señor dice que ese tipo de vida sólo es posible para cierto tipo de personas. ¿Para qué tipo de personas? Para la persona que él describe en las Bienaventuranzas. «Bienaventurados los pobres en espíritu»; ellos serán las únicas personas que probablemente presenten la otra mejilla. Pero hay otras personas que quizás pretendan hacer lo mismo con el fin de lograr sus propios nefastos propósitos; pero nunca se verá que alguien presente la otra mejilla en un sentido bíblico, a menos que esa persona sea ‘pobre en espíritu’, a menos que ‘llore’, que sea ‘manso’ y que ‘tenga hambre y sed de justicia’, a menos que sea un ‘pacificador’ y sea ‘puro de corazón’.

El Señor aclara esto perfectamente. Es en vano pedir este tipo de conducta, a menos que una persona ya posea el Espíritu Santo. Si yo pudiera ponerlo de esta manera, diría: no puede vivir la vida del reino de Dios, hasta no haber entrado al reino de Dios. No puede compartir la vida del reino de Dios, sin ser un ciudadano de ese reino. De manera que es un error hablar de per¬sonas fuera del reino y decir que viven la vida del reino; eso es una contradicción de toda la enseñanza del Nuevo Testamento. No hay otra negación mayor de la fe cristiana que precisamente esto.

Permítanme expresarlo de otra manera. Esta moderna enseñanza es una negación completa de la doctrina bíblica del pecado y de la depravación del corazón humano en su estado natural. En realidad, esa es la esencia de todo el problema. El verdadero problema de toda esta enseñanza tan popular en la actualidad es que no conoce y no reconoce la verdad acerca del hombre tal como es a consecuencia de la caída, tal como es a causa del pecado. O, si yo pudiera ponerlo de otra manera todavía, diría que la tragedia mayor de esta vana manera de hablar es su optimismo fatal. Esto es lo que me impresiona y me alarma en ello. Cómo una persona que alguna vez ha leído la Biblia puede tener el optimismo que tienen estos predicadores no bíblicos es algo que excede mi entendimiento. En la actualidad (1959), real-mente creen que una afirmación hecha por el señor Krushchev expone la maravillosa posibilidad de que por fin estamos, ahora en el siglo XX, a punto de abolir la guerra. Creen que todos los armamentos serán destruidos; realmente creen que esto va a ocurrir. ¡Qué optimismo tan  extraordinario! Este es un optimismo extraño aun para personas que han leído algo acerca del curso de la historia humana; pero que una persona que alguna vez haya leído la Biblia pueda creer en este tipo de cosas, es algo que trasciende totalmente mi entendimiento.
Por eso, si acepta la enseñanza bíblica referida al ‘hombre en pecado’, verá que el hombre es una criatura controlada principalmente por pasiones y deseos. «Ah, pero», dirá alguien, «ése es un punto de vista pesimista». Pero éste es un tema que no se puede resolver mediante simples epítetos; se trata de encarar los hechos y de ser realistas. De acuerdo a la Biblia, el hombre es una criatura llena de pasiones y deseos; el hombre no es gobernado por su mente o por su razón; desde que el hombre cayó por primera vez en el pecado, nunca ha sido este el caso. En el segundo capítulo de esta epístola, el apóstol lo establece con toda claridad: Dice el apóstol, ‘Estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia» (Ef. 2:1-3). Desde el comienzo hasta el fin, ésta es la enseñanza de la Biblia. Según esta enseñanza el hombre es egoísta, es una criatura centrada en sí misma. Lo que a mí me resulta tan difícil comprender es cómo alguien que tenga los ojos abiertos crea posible discutir esta proposición. ¿Por qué hay tantos problemas en el mundo? ¿Por qué resulta difícil vivir con otros? «Y, bueno», dice alguno, «es porque aquella otra persona es tan difícil». Es cierto, pero aquella otra persona está diciendo exactamente lo mismo acerca de usted; y la realidad del asunto es que los dos tienen razón. Todos nosotros somos personas difíciles; y todos nosotros somos difíciles porque todos nosotros somos egoístas, porque todos nosotros prestamos atención a algo elemental dentro de nosotros que desea las cosas para nosotros mismos. Todos nosotros somos injustos, todos somos perversos, todos somos capaces de terribles deshonestidades, maldades y mentiras—cada uno de nosotros. ¿Discute esto usted?

Así es el hombre por naturaleza, así es el hombre como resultado de lo que se relata en el tercer capítulo de Génesis. En el mismo instante en que el hombre prestó atención al enemigo, el enemigo de Dios, en ese instante se rindió ante su poder; y desde entonces la vida ha sido una vida de enemistad y lucha. Ya se ve en los hijos de Adán y Eva, Caín y Abel. Allí lo tiene. Y Caín todavía vive, esa naturaleza suya todavía vive en cada uno de nosotros, por herencia. Sus manifestaciones son diversas, pero allí está en cada uno de nosotros. «¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?», pregunta la epístola de Santiago; y él mismo responde a su pregunta diciendo, «de vuestras pasiones las cuales combaten en vuestros miembros» (Stg. 4:1). ¿Por qué ha de sorprenderse la gente de que una nación mire con deseos de conquista hacia otra nación? ¿Por qué ha de sorprenderse la gente ante lo que China está haciendo actualmente a la India (1959)? ¿Por qué han de sorprenderse ante lo que las naciones agresivas hacen a las naciones más débiles? Desde el comienzo de la historia de la humanidad ha sido lo mismo. ¿Por qué hemos de sorprendernos ante esto, cuando sabemos muy bien lo que ocurre a nivel personal? ¿Por qué hemos de pensar que un cuerpo de personas sea diferente a los individuos que lo componen? Actúan de la misma manera porque no están compuestos sino por individuos. Un estado no es sino un gran número de personas individuales, y mientras haya avaricia en los individuos, también habrá avaricia en el estado. No hay nada extraño en esto; en realidad es algo que deberíamos esperar.

Extracto del libro: vida nueva en el espíritu.  ​D. M. Lloyd-Jones

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar