En BOLETÍN SEMANAL
 "Siendo justificados gratuitamente por Su gracia" (Rom. 3:24); "justificados por Su sangre" (Rom. 5:9); "justificados pues por la fe" (Rom. 5:1). Una completa exposición de la doctrina de la justificación requiere que cada una de estas expresiones sea interpretada en su sentido escritural, y que sean combinadas en sus verdaderas relaciones para formar un conjunto armonioso.

La justificación: ​Su instrumento

A menos que estas tres frases sean cuidadosamente distinguidas es seguro que habrá confusión; a menos que las tres sean firmemente tenidas en cuenta con seguridad, no caeremos en el error. Se debe dar el valor debido a cada una, pero ninguna debe ser entendida de una forma que su fuerza anule a la de las otras. No es ésta de ninguna manera una tarea simple, de hecho nadie excepto un verdadero maestro (el que es, un teólogo espiritual) que ha dedicado una vida al estudio completo de las Escrituras está cualificado para esto.

  «La justicia de Dios por la fe de Jesucristo» (Rom. 3:22); «el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley» (Rom. 3:28); «también hemos creído en Jesucristo, para que fuésemos justificados por la fe de Cristo, y no por las obras de la ley» (Gál. 2:16). ¿Cuál es el lugar preciso y la influencia que tiene la fe en los importantes asuntos de la justificación? ¿Cuál es la naturaleza exacta o la característica de la fe que justifica? ¿En que sentido especial tenemos que entender estas palabras de que somos «justificados por la fe»? ¿y cuál es la conexión entre estas palabras y las expresiones que afirman que somos «justificados por gracia» y «justificados por la sangre de Cristo»? Éstos son asuntos que requieren el mayor cuidado. La naturaleza de la fe que justifica requiere ser bien definida para que su acción particular sea correctamente vista, porque es fácil errar aquí en perjuicio del honor y la gloria de Cristo, que no deben ser dados a otro, no, ni siquiera a la fe misma.

  Muchos que pretenden ser maestros han errado en este punto, por la común tendencia de la naturaleza humana de atribuirse a sí misma la gloria que pertenece solamente a Dios. Mientras que han habido quienes rechazaron la idea no bíblica de que podemos ser justificados delante de Dios por nuestras propias obras, sin embargo no pocos de estos mismos hombres prácticamente hacen de su propia fe un salvador. No solamente algunos han hablado de la fe como si ella fuera una contribución que Dios requiere del pecador para encaminarse a su propia salvación, la última pizca que era necesaria para saldar el precio de su redención; sino que otros (que se burlaban de los teólogos y se jactaban de su entendimiento superior de las cosas de Dios) han insistido en que la fe misma es lo que nos hace justos delante de Dios, considerando Él a la fe como justicia.

  Un lamentable ejemplo de lo que acabamos de mencionar es lo que encontramos en los comentarios sobre Romanos 4 por Mr. J. N. Darby, el padre de la Hermandad de Plymouth: «Ésta fue la fe de Abraham. Él creyó la promesa de que sería el padre de muchas naciones, porque Dios lo dijo, confiando en el poder de Dios, glorificándole así, sin poner en duda al mirar las circunstancias nada de lo que Él le había dicho; por lo tanto esto también le fue contado por justicia. Él glorificó a Dios de acuerdo a lo que Dios era. Pero esto no fue escrito respecto de él solamente: la misma fe será imputada a nosotros por justicia» («Synopsis» vol. 4, p. 133 –las itálicas son puestas por nosotros). El error que deshonra a Cristo que contienen estas afirmaciones será expuesto más adelante en este capítulo.

  «¿Cómo justifica la fe a un pecador ante la vista de Dios? Respuesta: La fe justifica a un pecador ante la vista de Dios, no a causa de aquellas otras gracias que siempre la acompañan, ni a causa de las buenas obras que son frutos de ella, ni como si la gracia de la fe, o algún acto de la misma, le fuera imputado para justificación; sino que la fe es solamente como un instrumento por el cual él recibe y se apropia de Cristo y Su justicia» (Confesión de Fe de Westminster). Aunque esta definición fue construida hace doscientos cincuenta años, es por lejos superior a casi cualquier otra definición sobre el tema encontrada en la literatura actual. Es más seguro hablar de la fe como el «instrumento» antes que como la condición, porque una «condición» es generalmente usada para significar que por causa de esa condición se concede un beneficio. La fe no es ni la base ni la sustancia de nuestra justificación, sino simplemente la mano que recibe el regalo divino que se nos ofrece en el Evangelio.

  ¿Cuál es el lugar preciso y la influencia de la fe en el importante asunto de la justificación? Los católicos responden, ella nos justifica formalmente, no relativamente: esto significa, a causa de su propio valor intrínseco. Ellos señalan que la fe nunca está sola, sino «que obra por el amor» (Gál. 5:6), y por lo tanto su propia excelencia merece aceptación de las manos de Dios [¡Cuán diferente es lo que establece Dios en Romanos 4:16, 11:6!]. Pero la fe del mejor es débil y deficiente (Lucas 17:5), y entonces nunca podría satisfacer la ley, que requiere una perfección total. Si la justicia fuera dada como un premio por la fe, su poseedor tendría motivo para jactarse, lo que es expresamente contrario a lo dicho por el apóstol en Romanos 3:26, 27. Además, un método de justificación semejante frustraría enteramente la vida y la muerte de Cristo, haciendo innecesario Su gran sacrificio. La fe no es como una gracia espiritual que nos justifica, sino un instrumento –la mano que aferra a Cristo.

  En su relación con la justificación, la fe no puede considerarse como una obra virtuosa del corazón, ni como un principio de santa obediencia: «Porque la fe, en relación con nuestra justificación, no considera a Cristo como Rey, estableciendo leyes, requiriendo obediencia, y venciendo a la depravación; sino como un Sustituto, satisfaciendo los requerimientos de la Ley divina, y como un Sacerdote expiando [o pagando] el pecado por Su propia muerte en la cruz. Por lo tanto, en justificación leemos de la ‘fe igualmente preciosa… en la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo’ (2 Pedro 1:1) y de ‘la fe en Su sangre’ (Rom. 3:25), y los creyentes son descriptos como ‘recibiendo por Cristo la reconciliación’ y como ‘recibiendo el don de la justicia’ (Rom. 5:11, 17). Por lo tanto es evidente que la fe es presentada como teniendo una relación inmediata a la obra vicaria [en nuestro lugar] de Cristo, y que no es considerada bajo la noción de obrar el bien o de cumplir una obligación, sino de recibir un don gratuito» (A. Booth).

  ¿Cuál es la relación de la fe con la justificación? La respuesta Arminiana [perteneciente a un movimiento basado en las enseñanzas de Jacobo Arminio] a la pregunta, un poco refinada por la Hermandad de Plymouth, es que el acto de creer es imputado a nosotros por justicia. Un error lleva a otro. Mr. Darby negó que los Gentiles, [los no judíos], hubieran estado alguna vez bajo la ley, por lo tanto él también negó que Cristo obedeció la ley en lugar de Su pueblo, y por esto como la obediencia vicaria, [en nuestro lugar], de Cristo no es puesta a cuenta de Su pueblo, éste tuvo que buscar su justicia en otro lugar, [fuera de Cristo]. Darby pretendió encontrar este lugar en la fe de los cristianos, insistiendo en que su acto de creer les es imputado a ellos «por justicia.» Para darle respetabilidad a su teoría, la revistió con el lenguaje de varias expresiones encontradas en Romanos 4, aunque él sabía muy bien que el griego [el idioma original en que está escrito el Nuevo Testamento] no proporciona base alguna para lo que construyó sobre esto.
 
 En Romanos 4 leemos «su fe le es contada por justicia» (v. 5), «a Abraham fue contada la fe por justicia» (v. 9), «le fue atribuida por justicia» (v. 22). Pero en cada uno de estos versículos la preposición griega [que nosotros leemos traducida con la preposición «por»] es «eis» que nunca significa «en el lugar de,» sino que siempre significa «para, a fin de que, con objeto de»: tiene una fuerza uniforme de «hacia.» Su exacto significado y fuerza es inequívocamente claro en Romanos 10:10, «con el corazón se cree para («eis») justicia»: es decir que el corazón creyente alcanza y permanece aferrado de Cristo mismo «Este pasaje (Rom. 10:10) puede ayudarnos a entender lo que es la justificación por la fe, aquí se muestra que la justicia de Dios llega a nosotros cuando abrazamos la bondad de Dios que nos es ofrecida en el Evangelio. Somos entonces, por esta razón, hechos justos: porque creemos que Dios es propicio a nosotros por medio de Cristo» (J. Calvino).

  El Espíritu Santo ha usado las preposiciones griegas con una precisión exacta. Nunca Él emplea «eis» en conexión con el pago y el sacrificio de Cristo en nuestro lugar, sino solamente «anti» o «huper,» que significan en lugar de. Por otra parte, «anti» y «huper» nunca son usadas en conexión con nuestra fe, porque la fe no es aceptada por Dios en lugar de la perfecta obediencia. La fe debe ser o la base de nuestra aceptación delante de Dios, o el medio o instrumento por el cual llegamos a ser participantes de la verdadera base meritoria, que es, la justicia de Cristo; la fe no puede tener ambas relaciones con nuestra justificación. «Dios justifica, no por imputar la fe en sí, el acto de creer, sino por imputar la obediencia y la satisfacción [o pago] de Cristo» (Catecismo de Westminster).

  Que la fe misma no puede ser la sustancia o la base de nuestra justificación es algo claro por muchas consideraciones. La «justicia de Dios (es decir, la satisfacción [o cumplimiento] de la ley que Cristo realizó) se revela por fe» (Rom. 1:17) y entonces [esa justicia] no puede ser la fe en sí. Romanos 10:10 declara «con el corazón se cree para justicia» entonces esa justicia debe ser una cosa distinta del creer. En Jeremías 23:6 leemos «JEHOVÁ, justicia nuestra,» entonces la fe no puede ser nuestra justicia. No permitamos que Cristo sea destronado para exaltar a la fe en Su lugar: que no se ponga al servidor por arriba del amo. «No reconocemos justicia sino la que la obediencia y la satisfacción [la reparación o el pago] que Cristo nos trajo: Su sangre, no nuestra fe; Su satisfacción, no nuestro creer, es lo sustancial de la justificación ante de Dios» (J. Flavel). ¡Qué de alteraciones que hay en nuestra fe! ¡qué mezcla de incredulidad en todos los tiempos! ¿Es éste un fundamento sobre el cual construir nuestra justificación y esperanza?

  Quizás alguno dirá: ¿No están las palabras de la Escritura claramente del lado de Mr. Darby? ¿No afirma Romanos 4:5 «la fe le es contada por justicia»? Nosotros respondemos: ¿Es el sentido de la Escritura de su lado? Supongamos que yo me dedicara a probar que David fue limpiado de la culpa por el «hisopo» [una planta] que crece en las paredes: eso sonaría ridículo. Sí, sin embargo, yo tendría las palabras explícitas de la Escritura en mi apoyo: «Purifícame con hisopo, y seré limpio» (Sal. 51:7), [como se hacía en la purificación ceremonial de los leprosos que era un símbolo del pecador limpiado por la sangre de Cristo (Lev. 14:1-7)]. A pesar de la claridad de estas palabras, ellas no me ofrecerían la mínima apariencia concebible del sentido y el espíritu de la Palabra de Dios. ¿Tiene acaso el hisopo –un arbusto sin valor– alguna clase de aptitud para ocupar el lugar de la sangre del sacrificio, y para hacer un pago por el pecado? ¡No mayor aptitud posee la fe para ocupar el lugar de la perfecta obediencia, para actuar como nuestra justicia justificadora, o procurar nuestra aceptación para con Dios!

  Realmente es debida una disculpa a muchos de nuestros lectores, por desperdiciar su tiempo con tales niñerías, pero les pedimos que amablemente nos tengan paciencia. Esperamos que Dios pueda agradarse en usar este escrito para exponer uno de los muchos craves errores de Darby. Porque este error es ciertamente sumamente «grave». Su enseñanza de que la fe del cristiano, en vez de la obediencia vicaria (en nuestro lugar) de Cristo, le es contada por justicia (Mr. W. Kelly, su principal colaborador, escribió: «su fe (la de Abraham) en la palabra de Dios como la que él ejerció y que le fue contada como justicia» –ver el artículo 5) hace a Dios culpable de una mentira total, porque ello lo representa a Él como dando a la fe un valor falso– el creyente no tiene justicia, entonces Dios considera a su pobre fe como «justicia.»

  «Y creyó él a Jehová, y contóselo por justicia» (Gen. 15:6). El punto a ser decidido aquí es: ¿fue la fe de Abraham en sí misma la que fue tomada en cuenta por Dios como justicia (¡horrible idea!), o, fue la justicia de Dios en Cristo de la cual la fe de Abraham anticipadamente se apropió? Los comentarios del apóstol en Romanos 4:18-22 resuelven el punto de una forma terminante. En estos versículos Pablo enfatiza las imposibilidades naturales que se levantaban en el camino del cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham de una descendencia numerosa (la esterilidad tanto de su propio cuerpo como del de Sara), y sobre la confianza implícita que él tuvo (a pesar de las dificultades) en el poder y la fidelidad de Dios de que Él cumpliría lo que prometió. Entonces, cuando el apóstol agrega, «Por lo cual también le fue atribuido a justicia» (v. 22), este «por lo cual» puede solamente significar: Porque a través de la fe él perdió completamente de vista a la naturaleza y al yo, y tuvo en cuenta con indudable seguridad la suficiencia del brazo divino, y la certeza de su obrar.

  La fe de Abraham, querido lector, fue nada más y no otra cosa que la renunciación a toda virtud y fuerza en él , y una dependencia con la confianza de un niño en Dios por lo que Él era capaz y estaba gustoso de hacer. Lejos, muy lejos, estaba su fe de ser un mero substituto para una «justicia» de la que él carecía. Lejos, muy lejos estaba Dios de aceptar su fe en lugar de una perfecta obediencia a Su Ley. En cambio la fe de Abraham fue la acción de un alma que encontró su vida, su esperanza, su todo en el Señor mismo. Y esto es lo que la fe justificadora es: ella es «simplemente el instrumento por el cual Cristo y Su justicia son recibidos para justificación. Ella es el vacío llenado con la plenitud de Cristo; la impotencia apoyada sobre la fuerza de Cristo» (J. L. Girardeau).

  ¿Cuál es la relación de la fe con la justificación? Los antinomianos [que no se sujetan a ninguna norma moral] y los hipercalvinistas responden, que es meramente una relación de consolación o de confianza. Su teoría es que los elegidos fueron realmente justificados antes de la fundación del mundo [desde que fueron predestinados], y todo lo que la fe ahora hace es hacer manifiesta la justificación en sus conciencias. Este error fue apoyado por hombres como W. Gadsby, J. Irons, James Wells, J.C. Philpot. Está claro que este error no fue originado por estos hombres por el hecho de que los puritanos ya lo habían rechazado en su tiempo. «Por la fe sola obtenemos y recibimos el perdón de los pecados; porque a pesar de cualquier acto anterior de Dios respecto a nosotros en y por Cristo, verdaderamente no recibimos una completa absolución liberadora del alma hasta que creemos» (J. Owen). «Es en vano decir que soy justificado solamente respecto al juicio de mi propia conciencia. La fe por la que Pablo y los otros apóstoles fueron justificados, fue que por su creer en Cristo ellos iban a ser justificados (Gál. 2:15, 16), y no una creencia de que ellos ya estaban justificados; y por lo tanto no fue un acto de reafirmación» (T. Goodwin, vol. 8).

¿Cómo somos justificados por la fe? Habiendo dado una triple respuesta negativa: no por la fe como una causa unida con obras (romanistas), no por la fe como un acto de gracia en nosotros (arminianos), no por la fe como la recepción del testimonio del Espíritu (antinomianos); ahora damos la respuesta positiva. La fe justifica solamente como un instrumento que Dios ha establecido para la obtención y la aplicación de la justicia de Cristo. Cuando decimos que la fe es el «instrumento» de nuestra justificación, debe entenderse claramente que no queremos decir que la fe es el instrumento con el cual Dios justifica, sino el instrumento por medio del cual recibimos a Cristo. Cristo ha ganado la justicia para nosotros, y la fe en Cristo es la que hace que ante la vista de Dios la bendición adquirida sea asignada. La fe une con Cristo, y estando unidos con Él somos poseedores de todo lo que es en Cristo, tanto como sea compatible con nuestra capacidad de recibir y la disposición de Dios para dar. Habiendo sido hechos uno con Cristo en Espíritu, Dios ahora nos considera legalmente uno con Él.

  Somos justificados por medio de la fe, y no por la fe; no por causa de lo que la fe es, sino por causa de lo que la fe recibe. «Ella no tiene eficacia por sí misma, sino como el vínculo de nuestra unión con Cristo. Toda la virtud de limpieza procede de Cristo el objeto [de nuestra fe]. Nosotros recibimos el agua con nuestras manos, pero la virtud limpiadora no está en nuestras manos, sino en el agua, pero el agua no puede limpiarnos si no la recibimos; al recibirla unimos al agua con nosotros, y es la manera por la cual somos limpiados. Y por eso se observa que nuestra justificación por la fe siempre es expresada en voz pasiva, no en la activa: somos justificados por medio de la fe, no que la fe nos justifica. La eficacia está en la sangre de Cristo; la recepción de ella está en nuestra fe» (S. Charnock).

  La Escritura no reconoce que exista un incrédulo justificado. No hay nada meritorio en el creer, pero es necesario para la justificación. No es solamente la justicia de Cristo como imputada la que justifica, sino también como recibida (Rom. 5:11, 17). La justicia de Cristo no es mía hasta que yo la acepto como el regalo del Padre. «El pecador creyente es ‘justificado por la fe’ sólo instrumentalmente, así como él ‘vive por el comer’ sólo instrumentalmente. El comer es el acto por el cual él recibe y se apropia de la comida. Estrictamente hablando, él vive solamente por el pan, no por el comer, o el acto de masticar. Y, estrictamente hablando, el pecador es justificado solamente por el sacrificio de Cristo, no por el acto de creer en éste» (W. Shedd). En la aplicación de la justificación la fe no es un constructor, sino un espectador; no una causa, sino un instrumento; no hay nada para hacer, sino todo para creer; nada para dar, sino todo para recibir.

  Dios no ha seleccionado a la fe para ser el instrumento de la justificación porque haya alguna virtud particular en la fe, sino más bien porque no hay mérito en ella: la fe es vacía en sí misma –»Por tanto es por la fe, para que sea por gracia» (Rom. 4:16). Un regalo es considerado como tal cuando no se requiere o acepta nada de quien lo recibe, sino que éste simplemente lo recibe. Sin importar otras característica que la fe puede poseer, ella justifica simplemente por recibir a Cristo. Se nos dice que somos justificados por el arrepentimiento, por el amor, o por alguna otra gracia espiritual, esto transmite la idea de que algo bueno en nosotros ha sido considerado la causa por la cual la bendición fue otorgada; pero la justificación por la fe (correctamente entendida) no transmite tal idea.

  «La fe justifica en el único sentido de que ella nos introduce en una participación de la justicia de Cristo» (J. Calvino). La fe justificadora es una mirada fuera del yo, un renunciamiento de mi propia justicia, un aferrarse a Cristo. La fe justificadora consiste, primero, de un conocimiento y la convicción de la verdad revelada en la Escritura sobre este tema, segundo, en un abandono de toda pretensión, reclamo o confianza sobre nuestra justicia propia; tercero, en una confianza y una seguridad sobre la justicia de Cristo, aferrándose a la bendición que Él adquirió para nosotros. Esto es la aceptación y aprobación del corazón del método de la justificación propuesto en el Evangelio: por Cristo solamente, procedente de la pura gracia de Dios, y excluyente de todo mérito humano. «En Jehová está la justicia y la fuerza» (Isa. 45:24).

  Ninguno apreciará en su experiencia la justicia de Cristo hasta que haya sido desnudado en su experiencia por el Espíritu. Hasta que el Señor no nos ponga en el fuego y queme nuestros inmundos harapos, y nos ponga desnudos delante de Él, temblando desde la cabeza a los pies viendo la espada de Su justicia suspendida sobre nuestras cabezas, no valoraremos verdaderamente «la mejor vestidura.» Hasta que no haya sido aplicada por el Espíritu la sentencia condenadora de la ley sobre la conciencia que haga gritar al alma, «¡Perdido, perdido!» (Rom. 7:9, 10). Hasta que haya una comprensión personal de los requerimientos de la Ley de Dios, un profundo sentimiento de nuestra total inhabilidad para cumplir sus justas demandas, y una honesta comprensión de que Dios sería justo en desterrarnos de Su presencia para siempre, hasta entonces no es percibida por el alma la necesidad de un precioso Cristo.
 

Extracto del libro: «la justificación» de A. W. Pink

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