En BOLETÍN SEMANAL
​Por qué desear la seguridad de la salvación(II): ¿Te gustaría sentir en torno a ti los Brazos Eternos, y oír diariamente la VOZ de Jesús susurrando al alma: "Yo soy tu salvación"? ¿Deseas ser un obrero de provecho en la viña del Señor? ¿Deseas ser eminentemente espiritual y santo?

Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2 Timoteo 4:6-8).

…. Continuación…

3. La certeza de la fe debe desearse por cuanto hace del creyente un cristiano decidido. La indecisión y la duda sobre nuestro estado espiritual delante de Dios es un triste mal y el origen de muchos males. A menudo es causa de un andar vacilante y fluctuante en los senderos del Señor. La  certeza de la fe ayuda a deshacer muchos nudos, y hace que el creyente descubra claramente el sendero de su obligación.

Muchas de las personas acerca de las cuales tenemos esperanzas de que sean hijos de Dios y de que han gustado de una obra de gracia, son creyentes que continuamente se ven asaltados por dudas en cuestiones de la vida práctica y de testimonio. «¿Puedo hacer tal o cual cosa? ¿Debo abandonar tal costumbre familiar? ¿Debo tener tales compañías? ¿Cómo debo vestir? ¿Cuáles serán mis pasatiempos? ¿Me está permitido, en alguna circunstancia, el baile? ¿Puedo jugar a las cartas? ¿No puedo asistir a ciertas fiestas?» Para muchos estas preguntas son fuente de constante malestar. Y a menudo, muy a menudo, el quid de todos sus problemas y perplejidades es éste: no están seguros de si verdaderamente son hijos de Dios. No han resuelto definitivamente el sendero por el cual andan; no saben si están fuera o dentro del arca.

No ponen en tela de juicio el hecho de que el hijo de Dios debe tomar un curso decidido de vida, pero la pregunta que les tortura es esta: «¿Somos realmente hijos de Dios?» Si pudieran contestar positivamente a esta pregunta, entonces su curso de vida sería recto y uniforme, pero como nunca se sienten seguros de si lo son, por eso vacilan y llegan a un punto muerto. El diablo les susurra: «Quizás no seas más que un hipócrita. ¿Qué derecho tienes, pues, a seguir un rumbo decidido de vida? Espera hasta que seas un verdadero cristiano». Y a menudo este susurro hace girar la balanza y conduce a un miserable compromiso con el mundo.

Yo creo que aquí tenemos la razón principal por la cual tantas personas que profesan ser salvas son tan inconsistentes , vacilantes e indecisas en su conducta con respecto al mundo. No tienen la seguridad y certeza de que son de Cristo, por eso sienten tanta vacilación en romper con el mundo. Se estremecen al pensar que deben dejar ciertas costumbres del viejo hombre; y es que no experimentan confianza suficiente en  que han sido revestidos del nuevo hombre. En una palabra: una causa secreta por la cual tantas personas «claudican entre dos opiniones» es porque no tienen la certeza de la fe. Cuando los creyentes pueden decir con decisión «Jehová es Dios», entonces el curso de la vida a seguir es claro (1 Reyes 18:39).

4. Finalmente, la certeza de la fe debe desearse por cuanto hace del creyente el más santo de los cristianos. Esto quizá para algunos suene como algo demasiado maravilloso y extraño para ser verdad, pero ciertamente es así. Esta es una de las paradojas del Evangelio y a primera vista parece contraria a la razón y al sentido común, pero en realidad es un hecho. Nunca estuvo el cardenal Bellarmino tan apartado de la verdad como cuando dijo que la doctrina de «la seguridad de la salvación incita a la negligencia y a la pereza». Quien ha sido abundantemente perdonado por Cristo, hará siempre mucho por la gloria de Cristo; y el que goza de una completa seguridad de perdón vivirá una vida de íntima comunión con Dios. Es palabra fiel y digna de ser recordada por todos los creyentes que todo «aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro» (1 Juan 3 :3). Una esperanza que no purifica es una burla, un engaño, un fraude.

Nadie vigilará tanto su conducta y se mantendrá tan alerta como aquel que ha experimentado en su corazón el bienestar de una vida de íntima comunión con Dios. Experimenta y goza del privilegio y teme perderlo; de ahí que tema tanto el caer de tan alto estado y dañar su propio bienestar espiritual permitiendo que algo se interponga entre su alma y Cristo. La persona que emprende un viaje llevando poco dinero encima, poco se preocupará de los peligros o de las horas en que viaja; pero aquel que lleva oro y joyas, por el contrario, será un viajero cauto; vigilará los caminos, los mesones, las compañías, y no correrá riesgos. Es un dicho antiguo, por poco científico que sea, que «las estrellas fijas son las que más tiemblan»: La persona que de una manera más completa y total goza del favor redentor de Dios, temblará y tendrá miedo de perder las benditas consolaciones que le son propias, y mostrará un santo temor de hacer cualquier cosa que pudiera contristar al Espíritu Santo.

Estos cuatro puntos los pongo a la atenta consideración de toda persona que profesa ser cristiana. ¿Te gustaría sentir en torno a ti los Brazos Eternos, y oír diariamente la VOZ de Jesús susurrándote al alma: «Yo soy tu salvación»? ¿Deseas ser un obrero de provecho en la viña del Señor? ¿Desearías que toda la gente te reconociera como un seguidor de Cristo, firme, valiente, decidido, y que no pacta con el mundo? ¿Deseas ser eminentemente espiritual y santo? No tengo ninguna duda de que algunos de mis lectores contestaran: · «Precisamente es todo esto lo que nuestros corazones desean. Ardientemente ansiamos estas cosas; gemimos por ellas, pero ¡parecen estar tan lejos de nosotros!»

¿No se te ha ocurrido nunca pensar en que quizá tu falta de seguridad de salvación sea la causa principal de todos tus fracasos, y de que tu poca fe sea el motivo por el cual disfrutas de una paz tan pobre? ¿Te extraña el que todas tus gracias estén marchitas y lánguidas cuando la fe, madre de todas ellas, es tan endeble y débil?

Haz caso de la exhortación que te doy en este día; busca un aumento de la fe; busca una seguridad de la salvación como la del apóstol Pablo. Busca y trata de conseguir una confianza simple, como la de un niño, en las promesas de Dios. Afánate para poder decir con Pablo: «Yo sé en quién he creído; y estoy bien cierto que Él es mío, y yo soy Suyo».

Muy posiblemente tú has probado otros medios, pero has fracasado completamente. Cambia tu plan de acción; sigue otro rumbo. Deja a un lado tus dudas, y descansa más enteramente en el brazo de Cristo. Empieza con una confianza implícita. Echa a un lado tus vacilaciones incrédulas, y toma la Palabra del Señor. Ven y entrégate con tu alma y tus pecados a tu bendito Salvador. Empieza con un simple creer. Y todas las demás cosas te serán añadidas.

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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