En BOLETÍN SEMANAL
​Cuando pensé para saber esto, Fue duro trabajo para mí, Hasta que entrando en el santuario de Dios, Comprendí el fin de ellos. Sal 73

En la antigua dispensación, cuando un hombre entraba en el Tabernáculo o en el Templo, entraba en la presencia de Dios. Era el lugar en el cual habitaba el honor de Dios; era el lugar donde la gloria de Dios estaba presente. El autor de este salmo estaba entrando en la presencia de Dios, pero es importante recordar que el santuario aquí significa literalmente el edificio. "... Hasta que entrando en el santuario de Dios comprendí..." El estaba descontento, perplejo; el suyo era un problema muy serio. Pero una vez que fue al santuario de Dios todo se hizo claro. Él mismo fue encaminado, y comenzó a subir nuevamente por la escalera, hasta que alcanzó la cima y pudo decir: "Ciertamente es bueno Dios para con Israel…

 Hasta ahora hemos llegado a la conclusión de que en un conflicto
espiritual lo principal es contrarrestar la caída, no importa qué nivel
inferior se logre. No despreciemos el nivel inferior. Es preferible tener los
pies en el escalón más bajo de la escalera que estar sobre la tierra: y es
mejor encontrar el más pequeño apoyo que seguir resbalando por una pen­diente.
Al trepar desde ese punto nos encontraremos nueva­mente en el camino hacia
arriba.

Pero ahora debemos proseguir, porque evidentemente el
salmista no permaneció allí. Si él se hubiera detenido allí, nunca hubiera
podido decir: «Ciertamente es bueno
Dios para con Israel’”.
El punto de apoyo fue solamente el co­mienzo.
Existen aún varios escalones en este proceso maravi­lloso, porque, aun después
de haberse apoyado, estaba muy preocupado. Entendió lo suficiente como para
decir: «Si dijera yo: hablaré como
ellos, he aquí, a la generación de tus hijos engañaría”
. Pero sigue
diciendo: «Cuando pensé para saber
esto, fue duro trabajo para mí”
. Aunque él no sigue resbalando, aún no
comprende su problema esencial.

Pero el hecho es que no sigue resbalando; no permanece en
peligro de expresar aquellos pensamientos blasfemos.

Sin embargo, estaba aún en gran agonía mental y perplejo
acerca del camino de Dios para con él. Deseo enfatizar esto porque es un asunto
primordial. Aunque lo importante y vital es parar de resbalar, esto no
significa que ahora estemos bien, o que desde ese momento estaremos libres de
nuestro problema.

  Hay ciertas lecciones vitales para nosotros en esta sección. Aquí
tenemos a un hombre que ha alcanzado un punto de apoyo y ahora comienza a
ascender. ¿Cuáles son las lecciones? La primera que sugeriría es la absoluta
necesidad en la vida cristiana de pensar espiritualmente. Explicaré lo que
deseo decir. La situación de fondo del salmista hasta este momento era que
estaba enfocando su problema solamente en el nivel de sus propios pensamientos
y entendimiento. Esto —nos dice— fue un completo fracaso. Tenía delante suyo
dos factores: la prosperidad del impío y los problemas, tribulaciones y
miserias de los piadosos, especialmente los suyos propios. Sus pensa­mientos
fluían más o menos así: «Esta situación es muy clara y para nada compleja.
Los hechos, después de todo, son hechos y no pueden ser ignorados. Lo que hace
un hombre del mundo, con sentido común y práctico, es mirar a los hechos.
Siendo esto así, indica que algo está mal. Yo conozco todo lo referente a las
promesas de Dios; pero ¿qué les ha sucedido a ellos en esta situación? ¿Cómo
puedo yo encon­trarme en esta situación difícil y el impío estar floreciente,
si el mensaje de la Palabra de Dios es correcto y verdadero?

Ahora bien, él ha estado razonando y retornando a la misma
posición una y otra vez. Todos conocemos el proceso, ¿no es así? Comenzamos a
pensar acerca del problema y damos vueltas y vueltas. Tratamos de olvidarlo
sumergién­donos en negocios, placeres, u otras cosas. Después nos acos­tamos y
el proceso comienza nuevamente, «a mí me va mal mientras que al impío le
va bien». Y repetimos el círculo vicioso una y otra vez. Decimos:
«¿Puede ser que esté come­tiendo un error en esto? No; los hechos son
evidentes». Esta fue la posición del salmista. ¿Qué es lo que sucedía?
Digo que esencialmente la situación de este hombre se debía a que estaba
pensando en forma racional solamente, en lugar de hacerlo espiritualmente.

 Este es un principio tremendamente importante. Es muy
difícil expresar en palabras la diferencia entre lo que es pura­mente
pensamiento racional y lo que es pensamiento espiri­tual, porque alguien podría
estar tentado a decir: «Ah, sí, otra vez lo mismo; siempre he dicho que el
pensamiento cristiano es irracional». Sin embargo, esto es una falsa deduc­ción.
Si bien establezco una distinción entre el pensamiento racional y el
pensamiento espiritual, en momento alguno estoy sugiriendo que el pensamiento
espiritual es irracional. La diferencia entre ellos es que el pensamiento
racional se halla solamente sobre el nivel terrenal; el pensamiento espi­ritual
es igualmente racional, pero se sitúa en un nivel supe­rior cubriendo al mismo
tiempo el nivel inferior. Tomamos en cuenta todos los hechos en lugar de sólo
algunos. Más adelante desarrollaré este tema, pero lo expreso así ahora a
efectos de dejar en claro lo que quiero decir al contrastar el mero pensamiento
racional con el pensamiento espiritual. Con esto en mente deseo enunciar
ciertos principios. Pri­mero, existe un peligro constante de que retornemos a
un pensamiento meramente racional, aun en nuestra vida cris­tiana. Esta es una
cosa muy sutil. Sin darnos cuenta, aunque seamos cristianos, aunque hayamos
nacido de nuevo, aunque tengamos el Espíritu Santo en nosotros, existe el
peligro constante de volver a un estilo de pensamiento que no tiene nada que
ver con el cristianismo. El salmista era un hombre creyente, alguien con gran
experiencia en los tratos de Dios; pero inconscientemente se había vuelto a
aquel tipo de pensamiento meramente racional. Quizá pueda expresar este punto
más claramente al decir que debemos aprender que toda la vida cristiana es
espiritual, y no sólo ciertas partes de la misma.

 Todo cristiano, por supuesto, estará de acuerdo con esto, y
reconocerá de inmediato que desde el comienzo, el enfoque cristiano de la vida
es totalmente diferente del enfoque ra­cional. Tomemos lo que Pablo dice en 1Corintios
2. El pregunta por qué algunas personas no son cristianas; por qué razón los
príncipes de este mundo no reconocieron al Señor Jesucristo cuando El estuvo
aquí. La respuesta —nos dice— es que no habían recibido al Espíritu Santo.
Ellos miraban a Cristo solamente a nivel racional. Lo vieron solamen­te como un
carpintero: vieron a uno que no había sido formado en la escuela de los
Fariseos, y dijeron que este hombre no podía ser el Hijo de Dios. ¿Por qué?
Porque estaban pensando en términos puramente racionales. Estaban procediendo
como el salmista en esta instancia El caso de los príncipes de este mundo y el
de aquellos que no creen en Cristo es el mismo. Para ellos Jesús de Nazaret fue
solamente un hombre que nació y fue colocado en un pesebre, vivió, comió, bebió
como otros hom­bres y trabajó como carpintero. Luego fue crucificado en extrema
debilidad sobre una cruz. «¿En base a estos hechos, expresan, pretenden
que crea que Él es el Hijo de Dios? Es imponible». ¿Dónde está su error?
Están pensando en un nivel racional. Creen en la teoría de la evolución y
enfren­tados con sucesos sobrenaturales expresan: «Estas cosas no suceden en
el proceso evolutivo: son imposibles». Esto es pensamiento racional. Si
hablamos con ellos sobre la doc­trina del nuevo nacimiento dirán: «Por
supuesto que cosas así no suceden, no hay tal cosa como un milagro. Nosotros vemos
leyes en la naturaleza y cuando se habla de milagros se está violando las leyes
de la naturaleza». Como dijo Matthew Arnold: «Los, milagros no
ocurren, por eso los mi­lagros no han sucedido”. Este es un ejemplo del
pensamiento racional.

 Estamos todos de acuerdo en que antes de que un hombre sea
cristiano debe cesar de pensar en esta forma. Debe tener un nuevo entilo de
pensamiento, debe comenzar a pensar espiritualmente. La primera cosa que nos
sucede cuando nos convertimos es que comenzamos a pensar en una manera
diferente. Estamos en un nivel diferente. En otras palabras, tan pronto
comencemos a pensar espiritualmente, los mila­gros no constituyen más un
problema. El nuevo nacimiento tampoco es un problema; tampoco lo es la doctrina
de la expiación. Tenemos un nuevo entendimiento y estamos pen­sando
espiritualmente. Nuestro Señor fue visitado por Nicodemo, quien vino de noche y
dijo: «Maestro, he visto tus milagros, debes ser un Maestro enviado de
Dios, porque ningún hombre puede hacer las cosas que Tú haces a menos que Dios
esté con él». Y estaba a punto de añadir: «Dime cómo lo haces, ¿cuál
es la explicación?» Pero nuestro Señor lo miró y le dijo: «De cierto, de cierto te digo, que el
que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios”
, y «Os es necesario nacer de nuevo”.
Lo que El le estaba diciendo realmente a Nicodemo era esto: «Nicodemo, si
crees que puedes entender esto antes de que te haya sucedido a ti, estás
cometiendo un error. Nunca llegarás a ser cristiano así. Estás pensando
racionalmente, estás procurando entender cosas espirituales con el
entendimiento natural. Pero no puedes. Aunque seas un maestro en Israel debes
nacer nue­vamente. Debes volverte como una pequeña criatura si quieres entrar
en el Reino. Debes dejar de confiar en el poder de pensamiento que tienes como
hombre natural, y conocer la esencia de este nuevo pensamiento que es
espiritual. Debes nacer otra vez».

 Todos los que son cristianos estarán de acuerdo con esto y
lo entenderán. Nosotros decimos que el problema con las personas que no son
cristianas es justamente que no están dispuestas a someter esa forma natural de
pensar en la cual han crecido, en la cual han sido entrenados y para la cual se
han dado a sí mismos. Sí; pero el punto que estoy enfati­zando es que tenemos
que rendirnos no sólo al comienzo de nuestra vida cristiana y no meramente en
cuanto al perdón de los pecados y el nuevo nacimiento. Toda la vida cristiana
es espiritual, no solamente algunas partes de ella; no sola­mente el comienzo.

Extracto del Libro: «la fe a prueba» del Dr. Matin Lloyd-Jones

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