En BOLETÍN SEMANAL
​ LA IMPORTANCIA DEL NOMBRE DE DIOS:  El comentarista Arthur W. Pink dice: "Con qué claridad se presenta el deber fundamental de la oración. El ego y todas sus necesidades deben ocupar un segundo lugar, y el Señor debe recibir la preeminencia en nuestros pensamientos y súplicas. Esta petición debe tener el lugar principal, puesto que la gloria del gran Nombre de Dios es el destino final de todas las cosas"'. Aunque él es nuestro Padre amoroso, que desea satisfacer nuestras necesidades por medio de sus recursos celestiales, nuestra primera petición no debe ser para nuestro beneficio, sino para el de Él.

Qué apropiado es que el hecho de que la primera petición del modelo de oración de nuestro Señor se enfoque en Dios: «Santificado sea tu nombre» (Mat. 6:9).

 «Santificado sea tu nombre» es una advertencia en contra de la oración que busca su propio interés porque abarca completamente la naturaleza de Dios y la respuesta del hombre a ella. Jesús no estaba recitando palabras simpáticas acerca de Dios. En cambio, él abrió toda una dimensión de respeto, reverencia, gloria y adoración hacia Dios.
El nombre hebreo más conocido de Dios es Yahweh, y aparece primero en Éxodo 3:14, donde Dios dijo: «YO SOY EL QUE SOY». El otro nombre conocido de Dios es Adonai, que significa «Señor Dios». Puesto que los judíos consideraban que el nombre de Dios era sagrado, ellos en realidad no pronunciaban Yahweh. Los judíos tomaron las consonantes de Yahweh y las vocales de Adonai para formar Jehovah. A pesar de que se esforzaron mucho por honrar la santidad del nombre de Dios, le dieron poca importancia a deshonrar su persona o desobedecer su Palabra, convirtiendo así su esfuerzo en una burla.

Al enfocar nuestros pensamientos en el nombre de Dios, nuestro Señor nos está enseñando que su nombre significa mucho más que sus títulos; representa todo lo que es: su carácter, plan y voluntad. Por supuesto que los judíos debieron haber entendido esto, ya que en la época del Antiguo Testamento, los nombres representaban más que los títulos.

UNA REFERENCIA DEL CARÁCTER
En las Escrituras, el nombre de una persona representaba su carácter. Aunque Dios definió a David como «un hombre según su corazón» (1 Sam. 13:14), este también desarrolló una buena reputación entre la gente: «Los jefes de los filisteos continuaron saliendo a la guerra. Y sucedía que cada vez que lo hacían, David tenía más éxito que todos los servidores de Saúl, por lo que su nombre se hizo muy apreciado» (l Sam. 18:30).
El hecho de que su nombre se hizo muy apreciado significó que él se hizo muy apreciado. Cuando decimos que alguien tiene buen nombre, queremos decir que algo tiene su carácter que es digno de nuestro elogio.
Cuando Moisés subió al monte Sinaí para recibir los Diez Mandamientos por segunda vez, él «invocó el nombre del SEÑOR. El SEÑOR pasó frente a Moisés y proclamó: ¡SEÑOR, SEÑOR, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad, que conserva su misericordia por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado!» (Éxo. 34:5-7). El nombre de Dios es el conjunto de todas las características mencionadas en los versículos 6 y 7.

Amamos y confiamos en Dios no en base a sus nombres o títulos, sino en esa realidad que se encuentra detrás de esos nombres: Su carácter. David dijo: «En ti confiarán los que conocen tu nombre; pues tú, oh SEÑOR, no abandonaste a los que te buscaron» (Sal. 9:10). El nombre de Dios es apreciado en base a su fidelidad.

En la forma típica de la poesía hebrea, la justicia de Dios y su nombre a menudo se representan como paralelos, mostrando así su equivalencia. De este modo declaró David: «yo alabaré al SEÑOR por su justicia, y cantaré al nombre del SEÑOR el Altísimo» (Sal. 7:17).  Cuando el salmista dijo: «Estos confían en carros, y aquellos en caballos; pero nosotros confiamos en el nombre del SEÑOR nuestro Dios» (Sal. 20:7), él tenía en su mente algo mucho más que el título de Dios; él se estaba refiriendo a la plenitud de la persona de Dios.

Cuando Cristo vino al mundo, los seres humanos, especialmente los discípulos, tuvieron la oportunidad de ver el carácter de Dios en persona. En su oración de sumo sacerdote, Jesús le dijo al Padre: «He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste» (Juan 17:6). Él no necesitó decirles acerca del nombre de Dios, pero sí necesitó revelarles el carácter de Dios. Juan 1:14 dice cómo se logró eso: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, como la gloria del unigénito de! Padre, lleno de gracia y de verdad».  Cristo manifestó a Dios a los discípulos a través de su propia vida justa. Por eso le dijo a Felipe: «El que me ha visto, ha visto al Padre» (Juan 14:9).

​Extracto del libro: A solas con Dios, de John MacArthur

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