En BOLETÍN SEMANAL
Y dijo Manoa a su mujer: Ciertamente moriremos, porque a Dios hemos visto. Y su mujer le respondió: Si Jehová nos quisiera matar, no aceptaría de nuestras manos el holocausto y la ofrenda, ni nos hubiera mostrado todas estas cosas, ni ahora nos habría anunciado esto. Estas palabras son el sencillo pero profundo testimonio de cómo el padre y la madre de Sansón reaccionaron ante las mismas circunstancias difíciles y críticas en que repentinamente se encontraron.

Pero no son sólo un testimonio sino a la vez constituyen un juicio. El testimonio de 1o que estas dos personas hicieron y dijeron nos habla acerca de ellos mismos y los juzga. El verdadero significado de la palabra «crisis» es juicio, de modo que toda crisis por la cual tenemos que atravesar incidentalmente es también un período de prueba para nosotros. Como vemos tan claramente en esta antigua anécdota, la crisis, entre otras cosas, destaca de forma muy definida dos cosas de vital importancia con respecto a nosotros.

En primer lugar, demuestra exacta y precisamente qué clase de persona somos en la realidad. Podemos leer todo el capítulo que precede a nuestro texto y no conocer verdaderamente cómo eran Manoa y su esposa.

Hasta que lleguemos a estos versículos es casi imposible evaluar a estas dos personas y decir cual de las dos es más fuerte o de carácter más noble. Pero aquí en estos dos versículos, repentinamente y de una sola mirada llegamos a conocerlos de verdad, y es sumamente fácil formar una opinión y una estimación La mujer de Manoa se destaca no sólo por contraste con su esposo sino como una de las mujeres más notables de la Biblia. Esto nos recuerda un principio que es universal. En tiempos normales, cuando la vida se desarrolla en su curso regular, todos logramos desempeñar bien nuestras funciones.

Adoptamos un cierto nivel y determinada actitud hacia la vida, y tenemos suficiente tiempo y tranquilidad para cumplir con esas normas. Observamos las reglas y nos conformamos a las distintas normas reconocidas. Profesamos y protestamos con respecto a lo que pensamos y creemos, y en cuanto a lo que proponemos hacer frente a ciertas posibilidades hipotéticas.

Damos así a otros cierta impresión de nosotros mismos y de qué clase de personas en realidad somos. No quiero sugerir con esto que toda la vida es un tremendo engaño y fraude pero sí que inconscientemente todos tendemos a actuar en la vida engañando así no sólo a otros sino también a nosotros mismos. Es tan fácil vivir una vida artificial y superficial y persuadimos que en realidad somos lo que quisiéramos ser. El actor en nosotros es fuerte y en estos tiempos, cuando la tiranía de las convenciones y formas sociales ha sido tan fuerte, una de las cosas más difíciles de la vida es poner en práctica el consejo del antiguo filósofo: «Conócete a ti mismo». Ahora bien, si nosotros encontramos dificultad en hacer esto, un tiempo de prueba y crisis invariablemente lo logrará por nosotros. Nos llega repentinamente y nos encuentra con la «guardia baja». No hay tiempo para recordar las convencionalidades y las costumbres, no hay oportunidad de ponemos la máscara, debemos actuar instintivamente. Salta entonces a la vista lo natural, lo real y lo verdadero.

Una crisis nos prueba también en un sentido más profundo, especialmente en cuanto a nuestras profesiones y protestas. La sabiduría del mundo nos recuerda que el verdadero amigo se demuestra en la adversidad. Lo que no hace en momentos de necesidad es lo que realmente proclama lo que él es, y no las promesas y sentimientos generales expresados profusamente durante un período de tranquilidad. En verdad, nuestro Señor nos advirtió repetidamente de este peligro en las siguientes palabras: «No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt. 7:21). Nuestro comportamiento en tiempo de necesidad, dificultad y crisis proclama lo que en realidad somos; y es por esto que tales períodos siempre son de triste desilusión, decepción y extrañas sorpresas. Aquellos que han hablado más fuertemente de repente están en silencio y los que prometían hacer tanto desaparecen silenciosamente.

Lo que es más importante de nuestro punto de vista y para el propósito que nos ocupa, es comprender que los períodos de crisis y de dificultad también prueban y demuestran muy claramente en qué creemos realmente y la naturaleza de nuestra fe. Después de todo, sólo ver la grandeza de la madre de Sansón como mujer, y como carácter fuerte, es no comprender lo que es más significativo de esta historia. Lo más notable es la fe, la percepción, la comprensión, el firme dominio de su creencia, que la transformó y que permitió que avergonzara a su esposo y le reprendiera por su debilidad y temor. La Biblia no tiene mucho interés en la grandeza natural del carácter, su tema central es grandeza como resultado de la gracia. Las condiciones de prueba en que Manoa y su mujer se encontraron revelan de inmediato la naturaleza y por tanto, el valor preciso de su profesión de fe. Tenemos aquí otro principio universal que se desarrolla y manifiesta en diferentes formas.

Es posible que hayamos sido criados en un ambiente religioso rodeados desde nuestro nacimiento de enseñanza religiosa. Por ser criados de esta manera hemos recibido ciertas enseñanzas y estamos familiarizados con algunas verdades religiosas. Todos los que nos rodean parecen creerlo y con el tiempo nosotros mismos las repetimos y consideramos que verdaderamente las creemos. Jamás pensamos en la necesidad de examinar estas creencias y menos todavía de dudar de ellas. Aceptábamos todo sin pensar muy profundamente acerca de ello. Descontamos que todo estaba bien y que nosotros mismos estábamos en lo correcto.

No habíamos procurado comprender verdaderamente estas declaraciones acerca de la religión y entenderlas. No nos habíamos preocupado realmente en absorber sus enseñanzas. Según le oí decir a cierto hombre, tomamos nuestra religión en la misma forma que diariamente nos servimos de pan y manteca en la mesa. Mientras todo anda bien proseguimos con nuestra religión y sus deberes descontando que tenemos lo verdadero y correcto, sin sospechar siquiera que hubiese alguna necesidad o que falta algo. Pero repentinamente nos enfrentamos con una dificultad, un problema y al encarar esto encontramos que nos comportarnos y reaccionamos precisamente en la misma manera que los hombres y mujeres que jamás afirmaron ser religiosos. Estábamos igualmente indefensos y desesperanzados.

Nuestra religión no parecía hacer diferencia alguna en la crisis. Nada hay más triste y trágico en la vida y experiencia de un ministro que encontrar a personas de este tipo cuya religión no parece proveerles nada, o ser de algún valor cuando se enfrentan con las mayores necesidades y crisis de la vida tales como enfermedad, la pérdida de seres queridos, tristeza, catástrofe, calamidad o guerra.

Parecían ser tan excelentes ejemplos de personas religiosas. Jamás habían sido culpables de afirmaciones herejes o de violaciones groseras de la moral. Parecían ser en tiempos normales el tipo ideal de personas religiosas. Sin embargo, cuando su religión fue puesta a prueba y la necesitaron, demostró ser inútil y sin sentido. Hemos conocido personas así ¿verdad?

Hay otros que también pertenecen a este grupo, pero no por las mismas razones. Me refiero a aquellos cuyo interés en la religión ha sido mayormente, y quizá exclusivamente, intelectual. No podemos decir de ellos, como de los que acabamos de considerar, que no han pensado pues sí lo han hecho. Su interés en la religión ha sido su principal pasatiempo intelectual. Han leído y razonado, debatido y argumentado. Tienen interés en ella como un enfoque de la vida y se han interesado en sus diversas posiciones y proposiciones. Pero todo el tiempo su interés ha sido puramente objetivo. La religión era tema de conversación y debate, algo que uno podía tomar o dejar.

Nunca se había convertido en parte de su misma experiencia. Nunca había llegado a ser parte de ellos y de sus vidas. No había sido Parte experimental y vital de su existencia. Parecían conocerlo todo, pero aquí nuevamente, en la crisis todo su conocimiento y su interés resultó ser inútil y sin valor alguno.

Un ejemplo clásico de esto, fue Juan Wesley antes de su conversión. En un sentido él conocía bien acerca de la religión, pero al cruzar el Atlántico en una terrible tormenta que parecía conducirlos a la muerte sintió que nada tenía. Experimentó el miedo de morir y miedo de todo. Le impactó el contraste presentado por los Hermanos Moravos que viajaban en el mismo barco.

En comparación con Wesley eran hombres ignorantes pero su religión significaba algo real y vital para ellos. Los sostuvo en la tormenta, les dio paz y calma, y gozo aun al enfrentar la muerte. La religión de Wesley parecía ser excelente. Daba todos sus bienes a los pobres, predicaba en las cárceles y cruzó el Atlántico para predicar a los paganos en Georgia Era un hombre de vastos conocimientos religiosos. Sin embargo, la prueba le reveló a él y a otros la naturaleza de su religión que demostró ser inútil. Un período de crisis, entonces, nos prueba a nosotros y a nuestra fe, del mismo modo como probó a Manoa y a su mujer.   La tragedia es que tantos de nosotros nos asemejamos a los primeros mencionados y no a estos últimos.

Extracto del libro: “¿Por qué lo permite Dios?” del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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