En BOLETÍN SEMANAL
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de Justicia:   Esta Bienaventuranza tiene un valor excepcional porque nos pone sobre un fundamento perfecto que nos podemos aplicar a nosotros mismos.  Funciona sobre todo de dos formas: Es una piedra de toque excelente para nuestra doctrina, y también una piedra de toque práctica y cabal de nuestra vida.

Examinémosla primero como piedra de toque de nuestra doctrina. Esta Bienaventuranza se ocupa de las que yo diría son las dos objeciones más comunes contra la doctrina cristiana de la salvación. Resulta interesante observar cómo la gente, cuando se les presenta el evangelio, suelen alegar dos objeciones, y todavía resulta más interesante ver que las dos objeciones suelen presentarlas tan a menudo las mismas personas. Tienden a cambiar de una objeción a la otra. Primero, cuando oyen esta afirmación, “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados,’ cuando se les dice que la salvación es exclusivamente por gracia, que es algo que Dios da, que no se puede merecer, que nada se puede hacer respecto a ella más que recibirla, comienzan de inmediato a objetar diciendo, Tero esto es hacerlo todo demasiado fácil. Dice que lo recibimos como don, que recibimos perdón y vida, y que uno no hace nada. No puede ser,’ dicen, ‘que la salvación sea tan fácil,’ Esto es lo primero que dicen.

Luego, cuando se les indica que debe ser así debido a la naturaleza de la justicia de la que habla el texto, comienzan a objetar que esto es hacerlo demasiado difícil, tan difícil que viene a resultar imposible. Cuando se les dice que se ha de recibir la salvación como don gratuito, porque lo necesario es que uno sea digno de estar en la presencia de Dios, quien es luz, y en quien no hay tinieblas, cuando oyen que debemos ser como el Señor Jesucristo mismo y que debemos vivir conforme a estas Bienaventuranzas, dicen, ‘Bueno, esto es hacernos lo imposible.’ Andan desorientados acerca de todo este asunto de la justicia. Justicia para ellos significa ser decente y moral. Pero vimos en el capítulo anterior que esta definición de justicia es errónea. Justicia en última instancia significa ser como el Señor Jesucristo. Esta es la pauta. Si queremos poder presentarnos delante de Dios y vivir por toda la eternidad en su presencia, debemos ser como El. Nadie puede estar en la presencia de Dios si le queda algún vestigio de pecado; se exige una justicia absolutamente perfecta. Esto hay que alcanzar. Y, desde luego, en cuanto caemos en la cuenta de esto, entonces vemos que no lo podemos conseguir por nosotros mismos, y que por tanto debemos recibirlo como pobres, como quienes, nada tienen, como quienes lo aceptan como don enteramente gratuito.

Esta Bienaventuranza se ocupa de estos dos aspectos. Se ocupa de los que objetan que esta presentación evangélica del evangelio lo hace demasiado fácil, de los que suelen decir, como se lo oí decir una vez a alguien que acababa de escuchar un sermón que insistió en la participación humana en Este asunto de la salvación, ‘Gracias a Dios que, después de todo, nos queda algo por hacer.’ Demuestra que esa clase de persona acepta precisamente que nunca ha entendido el significado de la justicia, que nunca ha visto la naturaleza verdadera del pecado por dentro, y nunca ha visto el modelo que Dios nos presenta. Los que han entendido verdaderamente qué significa la justicia nunca objetan que el evangelio lo haga todo demasiado fácil. Se dan cuenta de que sin él no les quedaría ninguna esperanza, estarían del todo perdidos. Objetar que el evangelio hace las cosas demasiado fáciles, u objetar que las hace demasiado difíciles, equivale a confesar que no somos cristianos. El cristiano es el que admite que las afirmaciones y exigencias del evangelio son imposibles, pero da gracias a Dios porque el evangelio hace lo imposible por nosotros y nos ofrece la salvación como don gratuito.

‘Bienaventurados,’ por tanto, ‘los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.’ Nada pueden hacer, pero como tienen hambre y sed de ella, serán saciados con ella. Aquí está, pues, la piedra de toque de nuestra posición doctrinal. Es una piedra de toque cabal. Pero recordemos siempre, que los dos aspectos de la prueba deben siempre aplicarse juntos.

Examinemos ahora la piedra de toque práctica. Esta afirmación es una de aquellas que nos indica con exactitud en qué punto de la vida cristiana nos encontramos. La afirmación es categórica — los que tienen hambre y sed de justicia ‘serán saciados,’ y por tanto son felices, merecen que se los felicite, son verdaderamente bienaventurados.

Esto significa, como vimos en el capítulo anterior, que recibimos de inmediato la plenitud, en un sentido, a saber, que ya no seguimos buscando el perdón. Sabemos que lo tenemos. El cristiano es el hombre que sabe que ha sido perdonado; sabe que la justicia de Jesucristo lo ha cubierto, y dice, ‘Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios.’ No, es que esperamos tenerla. La tenemos. El cristiano recibe esto de inmediato; está completamente satisfecho en cuanto al problema de su posición en la presencia de Dios; sabe que la justicia de Cristo se le imputa y que sus pecados han sido perdonados. También sabe que Cristo, por medio del Espíritu Santo, ha venido a morar en él. Su problema esencial de santificación ha sido resuelto. Sabe que Cristo ha sido hecho para él ‘sabiduría, justificación, santificación y redención’ por Dios. Sabe que ya es completo en Cristo de modo que ya no está sin esperanza, aun en cuanto a su santificación. Hay un sentido inmediato de satisfacción en cuanto a esto también; y sabe que el Espíritu Santo está en él y que seguirá actuando en él ‘así el querer como el hacer, por su buena voluntad.’ Por tanto mira hacia adelante, como vimos, hacia ese estado final, último, de perfección sin mancha ni arruga ni nada semejante, cuando lo veremos como es y seremos como El, cuando seremos de verdad perfectos, cuando incluso este cuerpo que es ‘el cuerpo de la humillación’ será glorificado y estaremos en un estado de perfección absoluta.

Bien, pues; si este es el significado de la plenitud, sin duda que debemos hacernos preguntas como éstas: ¿Estamos llenos? ¿Hemos conseguido esta satisfacción? ¿Somos conscientes de esta relación de Dios con nosotros? ¿Se manifiesta en nuestra vida el fruto del Espíritu? ¿Nos preocupa esto? ¿Tenemos amor a Dios y al prójimo, gozo y paz? ¿Manifestamos paciencia, bondad, amabilidad, mansedumbre, fe y templanza? Los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados. Son saciados; lo están y lo son sin cesar. ¿Disfrutamos, por tanto, pregunto, de estas cosas? ¿Sabemos que hemos recibido la vida de Dios? ¿Disfrutamos de la vida de Dios en el alma? ¿Somos conscientes del Espíritu Santo y de toda su acción poderosa dentro de nosotros, para formar a Cristo en nosotros cada vez más? Si decimos ser cristianos, entonces deberíamos poder contestar afirmativamente a todas estas preguntas. Los que son verdaderamente cristianos son saciados en este sentido. ¿Hemos sido saciados así? ¿Disfrutamos de nuestra vida y experiencia cristianas? ¿Sabemos que nuestros pecados han sido perdonados? ¿Nos alegramos de ello, o seguimos tratando de hacernos cristianos, tratando de hacernos justos? ¿Es todo ello un esfuerzo vano?

¿Disfrutamos de paz con Dios? ¿Nos alegramos siempre en el Señor? Estas son las pruebas a las que debemos someternos. Si no disfrutamos de estas cosas, la única explicación de ese hecho es que no tenemos verdaderamente hambre y sed de justicia.
Porque si tenemos hambre y sed seremos saciados. No hay limitación ninguna, es una afirmación absoluta, es una promesa absoluta — ‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.’

Queda un problema obvio, que es el siguiente: ¿Cómo podemos saber si tenemos o no hambre y sed de justicia? Es un problema vital; es lo único por lo que hay que preocuparse. Creo que la forma de hallar la respuesta es el estudio de las Escrituras, como, por ejemplo, Hebreos 11, porque ahí tenemos algunos ejemplos maravillosos de personas que sí tuvieron hambre y sed de justicia y fueron saciados. Si se recorre la  Biblia se descubre el significado de esto, sobre todo en el Nuevo Testamento. Luego se pueden completar las biografías bíblicas con la lectura de la vida de algunos de los grandes santos que han enriquecido a la Iglesia de Cristo. Abundan los libros acerca de esto. Lean las Confesiones de San Agustín, o las vidas de Lutero, de Calvino, y de Juan Knox. Lean las vidas de algunos de los puritanos más famosos y del gran Pascal. Lean las vidas de esos hombres de Dios de hace 200 años durante el Avivamiento evangélico, por ejemplo el primer volumen del Diario de Juan Wesley, o la espléndida biografía de Jorge Whitefield. Lean la vida de Juan Fletcher de Madeley. No puedo mencionarlos a todos; hay hombres que disfrutaron de esta plenitud, y cuyas vidas santas fueron la manifestación de ello. Pero el problema es, ¿cómo llegaron a ello? Si queremos saber qué significa el tener hambre y sed de justicia, tenemos que estudiar las Escrituras y luego tratar de entenderlo más a nuestro nivel con la lectura de vidas de personas así; si lo hacemos así, llegamos a la conclusión de que hay ciertas pruebas que nos podemos aplicar para descubrir si tenemos o no hambre y sed de justicia.

La primera prueba es esta: ¿Nos damos cuenta de nuestra justicia falsa? Esta sería la primera indicación de que uno tiene hambre y sed de justicia. Hasta que uno no ve que la justicia propia no es nada, o que es, como dice la Escritura, ‘trapos sucios,’ o, para emplear un término más vigoroso, el que el apóstol Pablo empleó y que algunas personas opinan no debería usarse desde un pulpito cristiano, el término empleado en Filipenses 3, donde Pablo habla de todas las cosas maravillosas que ha hecho y luego nos dice que las considera como ‘excremento, basura, desecho, desecho en putrefacción. Esta es la primera prueba. No tenemos hambre y sed de justicia mientras haya en nosotros el más mínimo sentir de autosatisfacción con algo que haya en nosotros, o con algo que hayamos hecho. El que tiene hambre y sed de justicia sabe decir con Pablo, ‘en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien.’ Si queremos seguir dándonos palmadas en el hombro, y sentirnos satisfechos por lo que hemos hecho, ello indica con toda claridad que todavía confiamos en nuestra justicia. Y mientras esto siga sucediendo no seremos nunca bienaventurados. Vemos que tener hambre y sed en este sentido es, como dice John Darby, estar muriendo de hambre, darse cuenta de que estamos muriendo por no tener nada. Este es el primer paso, ver toda la justicia falsa de uno como ‘trapos sucios’ y como ‘basura.’

Pero también significa que estamos profundamente conscientes de nuestra necesidad de liberación, de un Salvador; que vemos en qué estado tan desesperado estamos, y caemos en la cuenta de que a no ser que un Salvador y la salvación nos sean dados, no hay esperanza para nosotros. Debemos reconocer nuestra situación de desesperanza completa, y ver que, si no viene alguien a sostenernos o a hacer algo por nosotros, estamos completamente perdidos. O permítanme decirlo de otro modo. Significa que tiene que haber en nosotros el deseo de ser como los santos mencionados antes. Es una manera muy buena de someternos a prueba. ¿Anhelamos ser como Moisés o Abraham o Daniel o cualquiera de esos hombres que vivieron en la historia de la Iglesia y que hemos mencionado antes? Debo, sin embargo, advertir algo porque es posible querer ser como estas personas en una forma errónea. Se puede desear disfrutar de las bendiciones que ellos disfrutaron sin desear realmente ser como ellos. Hay un ejemplo clásico de esto en el relato del falso profeta llamado Balaam. Recuerdan que dijo, ‘Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya.’ Balaam quería morir como los justos pero, como un sabio puritano observó, no quería vivir la vida de los justos. Esto nos ocurre a muchos de nosotros. Deseamos las bendiciones de los justos; queremos morir como ellos. Claro que no queremos sentirnos desdichados en nuestro lecho de muerte. Deseamos gozar de las bendiciones de esta salvación. Sí; pero si queremos morir como los justos debemos también querer vivir como ellos.

Ambas cosas van juntas. ‘Muera yo la muerte de los rectos.’ ¡Si pudiera ver los cielos abiertos y seguir viviendo como ahora, sería feliz! Pero no es así. Debo anhelar vivir como ellos si quiero morir como ellos.

Estas, pues, son algunas pruebas preliminares. Pero si no añadimos nada más podríamos concluir que lo único que podemos hacer es permanecer pasivos, y esperar que algo suceda. Me parece, sin embargo, que esto es violentar demasiado estas palabras, ‘tener hambre y sed.’ En ellas hay un elemento activo. Quienes realmente desean algo siempre lo demuestran. Los que desean algo con todo su ser no se sientan a esperar que les llegue. Y este principio se aplica a nuestro caso. Por ello voy a utilizar algunas pruebas más específicas para descubrir si tenemos o no verdadera hambre y sed de justicia. Una de ellas es ésta. El que tiene verdadera hambre y sed de justicia evita obviamente todo lo que se opone a tal justicia. No la puedo conseguir por mí mismo, pero puedo abstenerme de hacer lo que se le opone. Nunca puedo hacerme como Jesucristo, pero puedo dejar de andar por los estercoleros de la vida. Esto forma parte del tener hambre y sed de justicia.

Extracto del libro: El Sermón del Monte, del Dr. Martin Lloyd-Jones

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