En BOLETÍN SEMANAL
​Una ciudad asentada sobre un monte no se puede ocultar:  Ha habido ciertas Iglesias que, habiendo perdido el sabor, o habiendo dejado de irradiar la luz verdadera, han sido pisoteadas. Hubo en otro tiempo una Iglesia muy influyente en África del Norte que produjo muchos cristianos , incluyendo al gran San Agustín. Pero perdió el sabor y la verdadera luz, y por ello fue pisoteada y dejó de existir. Lo mismo ha sucedido en otros países. La profesión puramente superficial del cristianismo acabará así.

  Al cristiano verdadero no se lo puede ocultar, no puede pasar desapercibido. El que vive y actúa como verdadero cristiano se destacará. Será como la sal; será como ciudad situada sobre un monte, como candil puesto en un candelero. Pero todavía podemos añadir algo. El verdadero cristiano no desea ocultar esa luz. Ve lo ridículo que es pretender ser cristiano y a pesar de ello tratar expresamente de ocultarlo. El que cae en la cuenta de qué significa ser cristiano, el que cae en la cuenta de todo lo que la gracia de Dios ha significado para él, y comprende que, en última instancia, Dios ha hecho esto a fin de que influya en otros, no puede ocultarlo. No sólo esto; no desea ocultarlo, porque razona así, ‘En último término el objetivo y propósito de todo eso es que actúe de esta manera.’

Estas comparaciones e ilustraciones,  tienen como fin, según la intención de nuestro Señor, mostrarnos que cualquier deseo que hallemos en nosotros de ocultar el hecho de que somos cristianos, no sólo hay que considerarlo como ridículo y contradictorio, es, si lo aceptamos y persistimos en él, algo que puede conducir a una exclusión final. Si vemos en nosotros una tendencia a poner la luz bajo un almud, debemos comenzar a examinarnos y a tratar de asegurarnos de que es realmente ‘luz’. Es un hecho que la sal y la luz quieren manifestar su cualidad esencial, de modo que si hay algo de incertidumbre en cuanto a ello, debemos examinarnos para descubrir la causa de esta posición ilógica y contradictoria. O para decirlo en una forma más sencilla. La próxima vez que me encuentre con esa tendencia de encubrir el hecho de que soy cristiano, quizá con el fin de congraciarme con alguien o de evitar persecuciones, tengo que pensar en aquel que enciende una luz y la oculta bajo el almud. En cuanto piense en esto y vea lo ridículo que es, reconoceré que la mano sutil que me brindaba ese almud era la del diablo. Por tanto la rechazaré, y la luz brillará con más esplendor.

Esta es la primera afirmación. Pasemos ahora a la segunda, la cual es muy práctica.  ¿Cómo podemos asegurarnos de que actuamos realmente como sal y luz? En un sentido ambas ilustraciones lo indican, pero la segunda es quizá más sencilla que la primera. Nuestro Señor habla de la dificultad, de la imposibilidad de devolver a la sal su sabor. Los comentaristas se han interesado mucho por esto y dan el ejemplo de un hombre que una vez, estando de viaje, encontró una clase de sal que había perdido el sabor. ¡Cuan necios resultamos cuando comenzamos a estudiar la Biblia en función de palabras y no de doctrina! No hace falta ir a Oriente para encontrar sal sin sabor; el único propósito de nuestro Señor fue mostrar lo ridículo que todo resulta.

La segunda de las ilustraciones es más concreta. La lámpara necesita sólo dos cosas —aceite y mecha—, las cuales siempre van juntas. Claro que hay personas que a veces hablan del aceite sólo, mientras otras sólo mencionan la mecha. Pero sin aceite y mecha nunca dará luz. Ambas son absolutamente esenciales, y por ello hay que prestar atención a ambas. La parábola de las diez vírgenes nos ayuda a recordarlo. El aceite es del todo esencial y vital; nada podemos hacer sin él, y las Bienaventuranzas tratan precisamente de subrayar este hecho. Hemos de recibir esta vida, esta vida divina. No podemos actuar como luz sin ella. Somos sólo ‘la luz del mundo’ en cuanto el que es ‘la luz del mundo’ actúa en nosotros y por medio de nosotros. Lo primero, pues, que debemos preguntarnos es, ¿He recibido esta vida divina? ¿Sé que Cristo mora en mí?  Pablo pide por los efesios para que Cristo more en sus corazones con abundancia por la fe, a fin de que puedan llenarse con la plenitud de Dios. Toda la doctrina referente a la acción del Espíritu Santo consiste esencialmente en esto. No consiste en otorgar dones particulares, tales como lenguas o alguna de las otras cosas por las que la gente tanto se interesa. Su propósito es dar vida y las gracias del Espíritu, lo cual es la senda más excelente. ¿Estoy seguro de que tengo el aceite, la vida, que sólo el Espíritu de Dios puede darme?

La primera exhortación, pues, debe ser que lo busquemos sin cesar. Esto significa, desde luego, oración, que es la acción de ir a recibirlo. A menudo solemos pensar que estas invitaciones benévolas de nuestro Señor son algo que se da una vez por siempre.
Dice, ‘Venid a mí’ si queréis el agua de vida, ‘venid a mí’ si queréis el pan de vida. Pero tendemos a pensar que una vez que hemos ido a Cristo ya tenemos para siempre esta provisión. No es así. Es una provisión que tenemos que renovar; tenemos que ir a buscarla constantemente. Tenemos que vivir en contacto con El; sólo en cuanto recibimos sin cesar esta vida podemos actuar como sal y luz.

Pero, desde luego, no sólo significa oración constante; significa lo que nuestro Señor mismo describe como ‘hambre y sed de justicia.’ Recordarán que interpretamos eso  como algo que nunca se interrumpe. Somos saciados, sí; pero siempre deseamos más.

Nunca permanecemos estáticos, nunca nos dormimos en los laureles, nunca decimos, ‘una vez por todas.’ Nunca. Seguimos teniendo hambre y sed; seguimos dándonos cuenta de la necesidad perenne que tenemos de El y de esta provisión de vida y de todo lo que nos puede dar. Por esto seguimos leyendo la palabra de Dios en la que podemos aprender mucho acerca de El y de la vida que nos ofrece. La provisión de aceite es esencial. Lean las biografías de aquellos que obviamente han sido como ciudades situadas sobre un monte que no se puede ocultar. Verán que no dicen, ‘He ido a Cristo una vez por todas; esta es la experiencia culminante de la vida que durará para siempre.’ En absoluto; nos dicen que sintieron como necesidad absoluta de pasar horas en oración, estudio de la Biblia y meditación. Nunca dejaron de ir en busca de aceite y recibir provisión del mismo.

El segundo elemento esencial es la mecha. Debemos ocuparnos también de esto. Para mantener la lámpara ardiendo el aceite no basta; hay que avivar constantemente la mecha. Esto dice nuestro Señor. Muchos de nosotros no hemos conocido otra cosa que la electricidad. Pero algunos quizá recuerden cómo había que tener cuidado de la mecha. En cuanto comenzaba a echar humo, no alumbraba, de modo que había que avivarla. Y era un proceso delicado. ¿Qué significa esto en la práctica? Creo que significa que hemos de recordar constantemente las Bienaventuranzas. Deberíamos leerlas todos los días. Tendría que recordar a diario que he de ser pobre en espíritu, misericordioso, manso, pacificador, de corazón limpio, y así sucesivamente. No hay nada que sirva mejor para mantener la mecha en buen funcionamiento que recordar lo que soy por la gracia de Dios, y lo que he de ser. Me parece que debería hacer esto todas las mañanas antes de comenzar el día En todo lo que hago y digo, he de ser como ese hombre que veo en las Bienaventuranzas. Comencemos con esto y concentrémonos en ello.

Pero no sólo hemos de recordar las Bienaventuranzas, hemos de vivir en consecuencia. ¿Qué significa esto? Significa que hemos de evitar todo lo que se opone a las mismas, que hemos de ser completamente diferentes del mundo. Me resulta trágico que tantos cristianos, por no querer ser diferentes ni sufrir persecución, parecen vivir lo más cerca que pueden del mundo. Pero esto resulta una contradicción de términos. No hay término medio entre luz y tinieblas; es una cosa u otra, y no hay acuerdo posible entre ellas. O se es luz o no se es. Y el cristiano ha de ser así en la tierra. No sólo no debemos ser como el mundo, sino que hemos de esforzarnos en ser lo más diferentes de él que podamos.

En un sentido positivo, sin embargo, significa que deberíamos demostrar esta diferencia en nuestra vida, y esto, desde luego, se puede hacer de mil maneras. No puedo dar una lista completa; lo que sé es que significa, como mínimo, vivir una vida separada. El mundo se está volviendo cada vez más grosero; áspero, feo, estrepitoso.

Creo que estaremos de acuerdo en ello. A medida que la influencia cristiana va disminuyendo en el país, todo el tono de la sociedad se vuelve más basto; incluso las pequeñas cortesías son cada vez más escasas. El cristiano no ha de vivir así.

Tendemos demasiado a limitarnos a decir, ‘Soy cristiano,’ o ‘¿No es maravilloso ser cristiano?’ y luego a veces somos bruscos y desconsiderados. Recordemos que éstas son cosas que proclaman lo que somos. Hemos de ser humildes, pacificadores, pacíficos en nuestro hablar y actuar, y sobre todo en nuestras reacciones ante los demás. Creo que el cristiano tiene mayores oportunidades hoy que hace un siglo, debido al estado actual del mundo y de la sociedad. Creo que la gente nos observa muy de cerca porque decimos ser cristianos ; y observa las reacciones que tenemos frente a los demás y ante lo que dicen y hacen respecto a nosotros. ¿Nos airamos? El no cristiano lo hace; el cristiano no debería hacerlo. Debe ser como el hombre de las Bienaventuranzas, y por ello reacciona en forma diferente. Y cuando se halla frente a acontecimientos mundiales, ante guerras y rumores de guerras, ante calamidades, pestilencias y demás, no se angustia, perturba ni irrita. El mundo sí reacciona así; el cristiano no. Es esencialmente diferente.

El último principio es la importancia suprema de hacer todo esto en la forma adecuada.  Hemos considerado qué es ser como sal; hemos examinado por qué hemos de ser como luz. Hemos visto cómo ser así, cómo asegurarnos de lo que somos. Pero hay que hacerlo de la forma adecuada. ‘Así alumbre vuestra luz delante de los hombres,’ la palabra importante aquí es «así «, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.’ Tiene que haber una ausencia completa de ostentación y exhibicionismo. ¿Es difícil en la práctica situar la línea divisoria entre actuar verdaderamente como sal y luz, y con todo no hacerse reos de ostentación? Es contra eso que tenemos que luchar.  Debemos de vivir de tal modo que los demás vean nuestras buenas obras, y que glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos. Es difícil actuar como verdadero cristiano, y con todo no caer en el exhibicionismo. Esto es así incluso al escuchar el evangelio, aparte de predicarlo. Al revelarlo en nuestra vida diaria, debemos recordar que el cristiano no atrae la atención sobre sí mismo, no se cree el centro. El yo se ha olvidado en esta pobreza de espíritu, en la mansedumbre y en todas las otras cosas. En otras palabras, hemos de hacerlo todo para Dios y para su gloria.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martin Lloyd-Jones

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