En BOLETÍN SEMANAL
La ignorancia dentro del mundo evangélico es tan notable, que se llega a decir que Cristo abolió por completo la ley, e introdujo en su lugar a la gracia. 'La ley la dio Moisés,' dicen, 'la gracia y la verdad vinieron con Cristo.' El cristiano, por tanto, está desligado de la ley ... Pero....Esto no sólo es contrario a todo el Espíritu de la Escritura, sino que está al borde de la herejía

​’No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.’

Dos dificultades básicas se plantean respecto a esto:
 La primera: Una escuela de pensamiento cree que todo lo que nuestro Señor hizo fue continuar enseñando la ley.   Los que así piensan dicen que encuentran una gran diferencia entre los cuatro Evangelios y las Cartas del Nuevo Testamento. Los Evangelios no son más que una exposición maravillosa de la antigua ley, y Jesús de Nazaret fue simplemente un Maestro de la Ley.

El verdadero fundador del llamado cristianismo, prosiguen, fue el hombre que conocemos como apóstol Pablo con toda su doctrina y legalismo. Los cuatro Evangelios no son más que ley, enseñanza ética e instrucción moral; no hay nada en ellos acerca de la doctrina de la justificación por fe, de la santificación y cosas semejantes. Esto es el resultado de la obra de Pablo y de su teología. La tragedia, dicen, es que el evangelio de Jesús, tan sencillo y hermoso, lo convirtió este hombre Pablo en lo que ha llegado a ser el cristianismo, lo cual es completamente diferente de la religión de Jesús. Algunos con edad suficiente recordarán que hacia finales del siglo pasado y comienzos de éste se escribieron bastantes libros con estas ideas, La Religión de Jesús y la Fe de Pablo, y así sucesivamente, que trataron de demostrar el gran contraste existente entre Jesús y Pablo. Esta es una dificultad.

La segunda es lo opuesto a la primera. Es interesante observar cómo las herejías suelen casi siempre contradecirse entre sí. Porque la segunda idea es que Cristo abolió por completo la ley, e introdujo en su lugar a la gracia. ‘La ley la dio Moisés,’ dicen, ‘la gracia y la verdad vinieron con Cristo.’ El cristiano, por tanto, está desligado de la ley.

Argumentan a base de que la Biblia dice que estamos bajo la gracia, de modo que nunca debemos mencionar ni siquiera la ley. Recordarán que nos ocupamos de esta idea en el capítulo primero. En él estudiamos la opinión que dice que el Sermón del Monte no tiene nada que decirnos hoy, que fue para el pueblo al cual se predicó, y será para los judíos en la era del reino futuro. Es interesante observar cómo siguen persistiendo estos viejos problemas.

Nuestro Señor responde a ambas dificultades al mismo tiempo en esta afirmación vital de los versículos 17 y 18, los cuales tratan de este problema concreto de su relación con la ley y los profetas. ¿Qué dice acerca de esto? Quizá lo mejor a estas alturas es definir los términos a fin de tener la seguridad de que entendemos lo que significan.

¿Qué quiere decir ‘la ley’ y ‘los profetas’? La respuesta es: todo el Antiguo Testamento. Puede uno buscar pasajes por sí mismo y se verá que siempre que se emplea tal expresión abarca todo el canon del Antiguo Testamento.

¿Qué quiere, pues, decir ‘la ley’ en este texto? Esta palabra, tal como se emplea aquí, significa toda la ley. Esta ley, tal como se había dado a los hijos de Israel, contenía tres partes, la moral, la civil y la ceremonial. Si vuelven a leer los libros de Éxodo, Levítico y Números, verán que así la dio Dios. La ley moral consistía en los Diez Mandamientos y los grandes principios morales que se promulgaron de una vez por siempre. Luego estaba la ley civil, es decir las leyes para la nación israelita en las circunstancias peculiares de ese tiempo, las cuales indicaban cómo los hombres tenían que comportarse en relación con los demás y lo que se podía y no se podía hacer. Finalmente estaba la ley ceremonial referente a inmolaciones y sacrificios y todos los ritos relacionados con el culto tanto en el templo como en otros lugares. ‘La ley’ en nuestro texto significa todo esto; nuestro Señor se refiere aquí a todo lo que ella enseña directamente acerca de la vida y la conducta.

También debemos recordar, sin embargo, que la ley incluye todo lo que se enseña en los varios símbolos, diferentes ofrendas y todos los detalles que el Antiguo Testamento contiene. Muchos cristianos dicen que encuentran muy aburridos los libros de Éxodo y Levítico. ‘¿A qué vienen tantos detalles,’ preguntan, ‘acerca de la comida, la sal y todo lo demás?’ Bien, todo esto son sólo símbolos, profecías, a su manera, de lo que nuestro Señor Jesucristo hizo perfectamente una vez por todas. Afirmo, por tanto, que cuando hablamos de la ley debemos recordar que va incluido todo esto. No sólo la enseñanza positiva, directa, de estos libros y sus preceptos en cuanto a la forma de vivir; también incluye todo lo que sugieren y predicen respecto a lo por venir. La ley, pues, debe tomarse en su totalidad. De hecho, veremos que, desde el versículo 21 en adelante, cuando nuestro Señor habla de la ley habla sólo del aspecto moral. Pero en esta afirmación general se refiere a toda ella.

¿Qué significa ‘los profetas’? Quiere decir sin duda todo lo que tenemos en los libros proféticos del Antiguo Testamento. Tampoco en esto debemos nunca olvidar que contienen dos aspectos principales. Los profetas de hecho enseñaron la ley, y la aplicaron e interpretaron. Fueron a la nación y le dijeron que el problema que tenía era que no observaban la ley de Dios; su misión y esfuerzo se encaminaba a conseguir que el pueblo la entendiera bien y la cumpliera. Para ello la explicaban. Pero además, predijeron la venida del Mesías. Proclamaban y, al mismo tiempo, predecían. Ambos aspectos están incluidos en el mensaje profético.

Nos queda sólo, ahora, el término ‘cumplir.’ Ha habido mucha confusión en cuanto a su significado, de modo que debemos indicar de inmediato que no significa completar, acabar; no quiere decir agregar a algo que ya ha comenzado. Esta interpretación común es errónea. Se ha dicho que el Antiguo Testamento comenzó cierta enseñanza y que la llevó hasta cierto punto. Luego vino nuestro Señor y la llevó un poco más adelante, completándola y acabándola, por así decirlo. Pero no es así. El significado verdadero de la palabra ‘cumplir’ es llevar a cabo, cumplir en el sentido de prestarle obediencia completa, literalmente llevar a cabo todo lo que ha sido dicho y establecido en la ley y en los profetas.

Una vez definidos los términos, examinemos ahora qué nos dice nuestro Señor en realidad. ¿Cuál es su verdadera enseñanza? Voy a formularlo en dos principios y, para ello, voy a tomar el versículo 18 antes del 17. Las dos afirmaciones van juntas, y están unidas por la palabra ‘porque.’ ‘No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.’ Y esta es la razón. ‘Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.’

La primera proposición es que la ley de Dios es absoluta; nunca se puede cambiar, ni modificar en lo más mínimo. Es absoluta y eterna. Sus exigencias son permanentes, y nunca se pueden abrogar ni reducir ‘hasta que pasen el cielo y la tierra.’ Esta última expresión significa el fin de los tiempos. El cielo y la tierra son señal de continuidad.

Mientras permanezcan, dice nuestro Señor, nada desaparecerá, ni una jota ni una tilde. No hay nada más pequeño que eso, la letra más pequeña del alfabeto hebreo y el punto más pequeño en la letra más pequeña. El cielo y la tierra no pasarán hasta que no se hayan cumplido a la perfección los más mínimos detalles. Esto dice, y estamos, desde luego, frente a uno de los pronunciamientos más importantes que se hayan hecho jamás. Nuestro Señor lo pone de relieve con la palabra ‘porque,’ la cual llama siempre la atención acerca de algo e indica gravedad e importancia. Luego le da más importancia con el ‘de cierto os digo.’ Recalca lo que dice con toda la autoridad que posee. La ley que Dios ha promulgado, y que se puede encontrar en el Antiguo Testamento y en todo lo que los profetas han dicho, se va a cumplir hasta el más mínimo detalle, y permanecerá hasta que se haya cumplido a la perfección. No me hace falta subrayar más la importancia vital de esto.

Luego, a la luz de esto, nuestro Señor afirma en segundo lugar que, como es lógico, no ha venido a destruir ni a modificar en lo más mínimo la enseñanza de la ley y los profetas. Ha venido, nos dice, más bien a cumplirlos, a obedecerlos a la perfección.

Vemos la esencia de lo que dice nuestro Señor. Toda la ley y todos los profetas lo señalan a El y se cumplirán en El hasta el más mínimo detalle. Todo lo que hay en la ley y los profetas culmina en Cristo; El es la plenitud de todo. Es la alegación más estupenda que se haya hecho jamás.

Debemos estudiar esto más en detalle, pero he aquí; primero, la conclusión inmediata. Nuestro Señor Jesucristo en estos dos versículos confirma todo el Antiguo Testamento. Le pone su sello de autoridad, su imprimátur. Lean estos cuatro Evangelios, y observan las citas que toma del Antiguo Testamento. Se puede llegar a una sola conclusión, a saber, que creyó en todo él y no sólo en algunas partes. Citó de todas sus partes. Para el Señor Jesucristo el Antiguo Testamento era la Palabra de Dios; era la Escritura; era algo absolutamente único y aparte; tenía una autoridad que nada ha poseído ni puede poseer jamás. Estamos, pues, frente a una verdad vital respecto a este asunto de la autoridad del Antiguo Testamento.

Hay muchas personas hoy día que parecen pensar que pueden creer de lleno en el Señor Jesucristo y con todo rechazar del todo o en parte el Antiguo Testamento. Debe decirse, sin embargo, que el problema de nuestra actitud frente al Antiguo Testamento suscita inevitablemente el problema de nuestra actitud frente a Jesucristo. Si decimos que no creemos en el relato de la creación, o en Abraham como persona; si no creemos que la ley se la dio Dios a Moisés, sino que fue una parte de la legislación judía que un hombre genial produjo, alguien obviamente con ideas sanas acerca de la salud e higiene públicas — si decimos esto, de hecho contradecimos simplemente todo lo que nuestro Señor Jesucristo dijo acerca de sí mismo, de la ley y de los profetas. Todo el Antiguo Testamento, según El, es la Palabra de Dios. No sólo esto; todo él va a permanecer hasta que se haya cumplido. Hasta las jotas y tildes, todo tiene significado.

Todo va a cumplirse hasta el más mínimo detalle imaginable. Es la ley de Dios, es promulgación de Dios.  Tampoco las palabras de los profetas eran palabras de nombres poetas quienes, debido a su don poético, vieron un poco más allá en la vida que los demás, y, así inspirados, hicieron afirmaciones maravillosas acerca de la vida y de cómo vivirla. En absoluto.

Fueron hombres de Dios a quienes El comunicó un mensaje para transmitir. Lo que dijeron es verdad, y todo se cumplirá hasta el más mínimo detalle. Todo fue dado en relación con Cristo. El es el cumplimiento de todo, y sólo en cuanto se cumplen plenamente en El llegarán a acabarse.

También esto es de importancia vital. A menudo la gente se pregunta por qué la Iglesia primitiva quiso incorporar el Antiguo Testamento con el Nuevo. Muchos cristianos dicen que les gusta leer los Evangelios, pero que no les interesa el Antiguo  Testamento, y que esos cinco libros de Moisés y su mensaje nada les dicen. La Iglesia primitiva no pensó así, por esta simple razón: uno arroja luz sobre el otro, y uno en un sentido sólo se puede entender a la luz del otro. Estos dos Testamentos siempre deben ir juntos.

Como dijo una vez el gran San Agustín, ‘El Nuevo Testamento está latente en el Antiguo Testamento y el Antiguo Testamento está patente en el Nuevo Testamento.’ Pero, sobre todo, he aquí lo que dice el Hijo de Dios mismo cuando afirma que no vino a abrogar el Antiguo Testamento, la ley y los profetas. ‘No,’ parece decir, ‘todo es de Dios, y he venido para llevarlo todo a cabo y cumplirlo.’ Lo consideró todo como la Palabra de Dios y por tanto con autoridad absoluta. Y ustedes y yo, si queremos ser verdaderos seguidores suyos y creyentes en El, hemos de hacer lo mismo. En cuanto comienza a discutir la autoridad del Antiguo Testamento, discute uno por necesidad la autoridad del Hijo de Dios mismo, y se va uno a encontrar con problemas y dificultades sin fin. Si empieza uno a decir que fue hijo de su época y por ello limitado a ciertos aspectos y susceptible de error, está uno poniendo en tela de juicio la doctrina bíblica en cuanto a su divinidad plena, absoluta y única. Hay que tener cuidado, por tanto, en lo que se dice de las Escrituras. Observen las citas que nuestro Señor toma de las mismas citas de la ley, de los profetas, de los salmos. Las cita a cada paso. Para El son siempre la Escritura que ha sido dada, y que, dice en Juan 10:35, ‘no puede ser quebrantada.’ Es la Palabra de Dios que va a cumplirse hasta el detalle más mínimo y que permanecerá mientras existan el cielo y la tierra.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martin Lloyd-Jones

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