En BOLETÍN SEMANAL

​II. La segunda parte del orar es llenar la boca de argumentos.

También podemos apelar a los sufrimientos de Su pueblo.  Jeremías es el gran maestro de este arte. Dice: «Sus nobles fueron más puros que la nieve, más blancos que la leche; más rubios eran sus cuerpos que el coral, su talle más hermoso que el zafiro. Oscuro más que la negrura es su aspecto.» «Los hijos de Sion, preciados y estimados más que el oro puro, ¡cómo son tenidos por vasijas de barro, obra de manos de alfarero!» Habla de todos sus pesares y de las estrecheces provocadas por el asedio enemigo. Le pide a Dios que mire a Sion que sufre, y antes de que pase mucho tiempo son oídos sus gritos lastimeros. Nada resulta tan elocuente para un padre como el grito de su hijito, pero hay una cosa aun más poderosa y es el quejido, cuando el niño está tan enfermo y ya no puede gritar, y yace gimiendo con una clase de quejido que indica un sufrimiento extremo y una intensa debilidad. ¿Quién puede resistir ese gemido? ¡Ah! y cuando el Israel de Dios se encuentra tan abatido que casi no puede gritar, y solamente sus gemidos se oyen, entonces llega el tiempo de la liberación de Dios, y es seguro El mostrará que sí ama a su pueblo. Queridos hermanos, cuando quiera que seáis puestos en la misma condición podéis suplicar por medio de gemidos, y cuando veáis que la iglesia está muy abatida puedes usar sus sufrimientos como un argumento por el cual Dios debería volverse y salvar al remanente de su pueblo.

Hermanos, es bueno, ante Dios, apelar al pasado. Vosotros, que sois pueblo experimentado de Dios, sabéis como hacer esto. Este es el ejemplo de David al respecto: «Mi ayuda has sido, no me dejes, ni me desampares.» Apela a la misericordia que Dios le ha mostrado desde su juventud. Habla de haberse refugiado en Dios desde su mismo nacimiento, y luego suplica: «Aun, en la vejez y hasta las canas, Oh Dios, no me desampares.» Hablando con Dios, Moisés dice: «Tú sacaste a este pueblo de Egipto.» Es como si dijera: «No dejes tu obra sin terminar; Tú has comenzado a edificar, completa tu obra. Peleaste la primera batalla, Señor, culmina la campaña. Sigue adelante hasta obtener la victoria completa.» Con cuánta frecuencia hemos clamado en nuestra tribulación: «Señor tú me libraste en tal y tal problema grave, cuando parecía que ya no habría ayuda cercana. Sin embargo, nunca me has desamparado. Yo he puesto mi Ebenezer en tu nombre. Si tu intención era abandonarme, ¿por qué me mostraste tales cosas? ¿Has traído a tu siervo hasta este punto para avergonzarlo?» Hermanos, tenemos que tratar con un Dios inmutable, que en el futuro hará lo que ha hecho en el pasado, porque él nunca se aparta de su propósito, y no puede ser frustrado en sus designios. Así el pasado se convierte en un medio poderoso de obtener las ben­diciones de Él.

Hubo una ocasión en que el profeta Elías hizo uso de la divinidad misma de Jehová en su súplica. Había desafiado a sus adversarios, los que debían probar si sus dioses le responderían por fuego. Ya adivinaréis la emoción que había ese día en la mente del profeta. Con severo sarcasmo decía: «Gritad en alta voz, porque dios es; quizás está meditando, o tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme y hay que despertarle.» Y mientras se cortaban con cuchillos y saltaban alrededor del altar, con qué desprecio debe de haberlos mirado el hombre de Dios en sus vanos esfuerzos, y en sus gritos fervientes pero inútiles! Pero piénsese cómo palpitaría el corazón del profeta, de no haber sido por su fe, mientras reparaba el altar de Dios, y ordenaba la leña y daba muerte al becerro. Oídlo exclamar: «Derramad agua sobre el sacrificio. Que no haya sospechas de fraude. Que no piensen que hay fuego escondido. Derramad agua sobre el sacrificio.» Cuando lo hicieron, les ordena: «Hacedlo por segunda vez.» Y lo hacen. Entonces les dice: «Hacedlo por tercera vez.» Cuando está todo cubierto de agua,  entonces se pone de pie y clama a Dios: «Respóndeme, Jehová respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios.» Aquí todo estaba en juego, la propia existencia de Dios fue puesta en juego ante los ojos de los hombres por este osado profeta. Pero ¡qué bien fue oído el profeta! Descendió fuego y devoró no solamente el sacrificio, sino aun la madera y las piedras y hasta el agua que estaba en las zanjas, porque Jehová Dios había respondido a la oración de su siervo. A veces nosotros podemos hacer lo mismo y decirle: «Por tu Deidad, por tu existencia, si en verdad eres Dios, muéstrate ayudando a tu pueblo”.

Finalmente, el gran argumento cristiano es el de los sufrimientos, la muerte, los méritos, la intercesión de Cristo. Hermanos, me temo que no entendemos todo lo que tenemos a nuestra disposición cuando se nos permite suplicar a Dios en el nombre de Cristo.   Cuando pedimos a Dios que nos oiga, implorando en el nombre de Cristo, normalmente queremos decir: «Oh Dios, tu amado Hijo merece esto de tu parte. Haz esto en mi favor por lo que Él merece.» Pero si lo supiéremos podríamos ir más lejos. Supongamos que me dices, siendo tú el custodio  de un almacén en la ciudad: «Señor,  pase por mi oficina, use mi nombre y dígales que le den tal y tal cosa.» Yo voy, uso tu nombre, y obtengo lo que pido por derecho y por necesidad.

Esto es lo que Cristo dice virtualmente: «Si necesitas algo de Dios, todo lo que el Padre tiene, me pertenece; ve y usa mi nombre.» Supón que le das a una persona tu chequera firmada, con los cheques en blanco para que los llene como estime conveniente. Eso estaría muy cerca de lo que Jesús hizo al decir: «Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.» Si hay una buena firma al pie del cheque puedo estar seguro de que lo cobraré cuando lo presente en el banco. Así cuando haces tuyo el nombre de Cristo, con el cual la misma justicia de Dios está endeudada, y cuyos méritos tienen derechos ante el Altísimo, cuando tienes el nombre de Cristo, no tienes por qué hablar   con el aliento entre­cortado. No vaciles y no permitas que tu fe titubee! Cuando oras en el nombre de Cristo has invocado el nombre que hace temblar las puertas del infierno, y que las huestes celestiales obedecen, y hasta Dios mismo siente el sagrado poder de ese divino argumento.

Hermanos, haríais bien a veces en vuestras oraciones en pensar más en los dolores y gemidos de Cristo. Presenta delante del Señor sus heridas,  que los quejidos de Jesús se oigan nuevamente desde Getsemaní, y su sangre hable nuevamente desde el frío Calvario. Habla y dile a Dios que con tales sufrimientos, llantos y gemidos para invocar, no puedes recibir una negativa; argumentos como éstos harán que la respuesta sea pronta, si oras de acuerdo a su voluntad.

III. Si el Espíritu Santo nos enseña a ordenar nuestra causa, y a llenar nuestra boca de argumentos, el resultado será que llenaremos nuestra boca de alabanzas.

La persona que tiene su boca llena de argumentos en oración pronto tendrá su boca llena de bendiciones en res­puesta a la oración.

Querido amigo, hoy tienes la boca llena, ¿ver­dad? ¿De qué? ¿Llena de quejas? Ora al Señor que limpie tu boca de toda esa negra basura que de poco te valdrá, y sola­mente va a amargar tus entrañas uno de estos días. ¡llena tu boca de oración, llénala, que se llene de argumentos para que no haya lugar para otra cosa! Entonces ven con este bendito bocado, y pronto te irás con lo que has pedido a Dios.  

Se dice -no sé cuánto de verdad haya en ello- que la explicación del texto «Abre tu boca y yo la llenaré,» podría encontrarse en una costumbre oriental muy singular. Se dice que no hace mucho tiempo -recuerdo el informe de este hecho-el rey de Persia ordenó al jefe de la nobleza si había hecho alguna cosa que le hubiera agradado mucho- que abriera la boca, y cuando la hubo abierto, comenzó a poner perlas, diamantes, rubíes, y esmeraldas en ella hasta llenarla con cuanto pudiera contener, y entonces lo dejó ir. Se dice que esto se hacía ocasionalmente en las cortes orientales para premiar a los grandes favoritos. Ahora bien, sea o no una explicación del texto, de todos modos es una ilustración de su significado.  Dios dice: «Abre tu boca, con argumentos,» y entonces la llenaré con misericordias inapreciables, gemas de valor inexpresable. ¿Por qué no querría una persona abrir la boca para que sea llena de esa forma? Ciertamente el más simple entre vosotros es bastante sabio para hacer eso. Entonces, abramos bien nuestra boca cuando estemos orando a Dios. Nuestras necesidades son grandes, por tanto que nuestro pedir sea grande, y que la provisión sea grande también. La estrechez tuya no está en Él; tu estrechez está en tus entrañas. Que el Señor te dé una boca amplia en oración, gran potencia, no en el uso del lenguaje, sino en el empleo de argumentos.

Lo que he estado diciendo al creyente, en gran media es aplicable al inconverso. Dios te dé el que puedas ver la fuerza de ello, y que huyas en humilde oración al Señor Jesucristo, para que encuentras vida eterna en El.

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